La invasión de las fuerzas aliadas a Normandía, la más gigantesca operación militar, y naval, de la historia hasta aquel 6 de junio de 1944, el que fue el primer paso hacia la destrucción del nazismo y la liberación de Europa, el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial estuvo a punto de fracasar, por culpa de las palabras cruzadas del diario londinense Daily Telegraph.
La historia es una de las más curiosas y misteriosas de la Segunda Guerra Mundial, mantuvo en vilo durante un mes a los servicios de inteligencia británico y americano que pensaron que el secreto de la invasión había sido descubierto por los alemanes, y que lo que se esperaba como una invasión exitosa podría convertirse en la mayor masacre militar de la historia.
Había un antecedente. En 1942 la palabra “Dieppe” había aparecido como una de las respuestas de un crucigrama del Daily Telegraph, que coincidió con una incursión aliada en el puerto de Dieppe, en el norte de Francia, ocupado por los alemanes. La operación fue un desastre y los muertos aliados se contaron por centenares. ¿Sabían algo los alemanes? ¿El crucigrama había obrado como mensaje secreto a las fuerzas de Hitler, enviado por algún hábil espía alemán o, peor, por algún británico traidor? La contrainteligencia inglesa, el legendario MI5 investigó a fondo y concluyó que todo había sido una increíble casualidad.
Pero dos años después, las casualidades fueron demasiadas, si se tiene en cuenta que en una guerra no abundan las coincidencias. Y ahora no se trataba de una incursión aliada en un puerto ocupado por el enemigo, sino de la invasión a Europa por parte del más grande ejército jamás formado, al mando del general americano Dwight “Ike” Eisenhower.
El que sería el “Día D”, tenía nombre y apellido: era la Operación Overlord. Las playas del desembarco tenían nombre: Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword. Los británicos habían fabricado unos puertos portátiles, flotantes y seguros, para instalar en una de sus dos playas de desembarco, Gold, frente a la localidad francesa de Arromanches. Los británicos llamaban a esos puertos “Mulberry”. Por último, una palabra, “Neptune”, era la elegida para dar luz verde al ataque anfibio de los aliados a tierras francesas.
Utah, Omaha, Gold, Juno Sword, Overlord, Mulberry y Neptune eran ocho claves secretas, ocho palabras clasificadas, privativas, de significado único. Secretas, lo que se dice secretas, no lo eran tanto. Algunas se habían filtrado: Overlord, por ejemplo. Lo que permanecía secreto era cuál sería era el Día D. Las fuerzas militares apostadas en Gran Bretaña sabían que iban a luchar en playas con esos nombres: Utah. Omaha, Gold, Juno y Sword. Pero no sabían dónde iban a estar localizadas esas playas. En esos días, la inteligencia aliada buscaba convencer a los alemanes que el gran desembarco europeo sería en Sicilia y no en Francia. Y, si era Francia, sería por el paso de Calais, el punto más vecino entre Gran Bretaña y Francia, y no en Normandía, como fue en realidad. Lo de Mulberry era más raro que se supiera. Y lo de Neptune parecía ser un secreto total.
El 2 de mayo de 1944, el crucigrama diario del Daily Telegraph pedía una respuesta para su pregunta del 17 horizontal: “Uno de los Estados Unidos”, cuatro letras. Respuesta: “Utah”. Era el nombre de la playa de desembarco destinada a la Cuarta División de Infantería de Estados Unidos. Una coincidencia. Veinte días después, el 22 de mayo, el crucigrama del Telegraph pidió para el 3 vertical, “Indio piel roja de Missouri”. La respuesta: “Omaha”, otra de las playas del desembarco, destinada al V Cuerpo y a la poderosa Primera División americana. Alguien, en el MI5, hizo notar esa segunda coincidencia. La inteligencia británica, en sus raros ratos libres, también gustaba resolver las palabras cruzadas del Telegraph.
El tercero de los crucigramas hizo saltar las alarmas en el contraespionaje inglés. Apareció cinco días después del segundo y a veinticinco del primero. El 27 de mayo, el Telegraph pedía en sus palabras cruzadas la definición del pez espada en forma de adivinanza: “(…) Pero algún pez gordo como éste ha robado parte de ella algunas veces”. La respuesta era “Overlord”. El nombre secreto de la invasión a Normandía para la que faltaban sólo ocho días, porque estuvo programada para el 5 de junio y, por el clima, se postergó hasta el 6.
Cuando el MI5 empezó a investigar, el Telegraph se descargó con otra pista. En el crucigrama del 30 de mayo pedía respuesta para, 11 horizontal, “Este arbusto revoluciona los viveros”. La solución decía “Mulberry”, el nombre secreto de los puertos portátiles flotantes de los británicos. Y el 1 de junio, a cuatro días de la invasión según los planes que se postergaron veinticuatro horas, el Telegraph volvió a sacudir las canastas: su crucigrama diario pedía una respuesta para el casillero 15 vertical. Daba una pista: “Britannia y él sostienen lo mismo”. La solución: “Neptune”. La palabra que daría luz verde a los planeadores de la 101 Airborne, que aterrizarían en la alta noche del 5 y la madrugada del 6 tras las líneas alemanas, en especial en Ste-Mere-Eglise y La Madelaine, y a los lanchones de transporte de tropas para dirigirse desde los buques de guerra al continente.
Ya nadie creyó en las coincidencias. Un equipo del MI5 llegó como un gato en llamas al edificio del Telegraph para hablar en términos no muy amables con el señor Palabras Cruzadas, y para ordenar a los directivos del diario que a partir de ese día, 2 de junio, no se publicaban más acertijos de ese tipo en el diario. El señor Palabras Cruzadas se llamaba Leonard Dawe, era un amabilísimo profesor y director de la Escuela Strand, en el suroeste de Londres. Hacia allí fueron los hombres del espionaje británico para encontrar que ni Dawe, ni la escuela Strand, ni sus alumnos estaban en esa zona. Los bombardeos a la ciudad habían obligado a las autoridades a evacuar todo, colegio, maestros y chicos, hasta Effingham, en Surrey, en el sureste de Inglaterra, un pueblo rural a sólo treinta kilómetros de Brighton, en la costa más sureña de Inglaterra. En esos días, Brighton estaba colmada de militares aliados y de buques de guerra en los puertos, todos listos para el Día D.
El MI5 supo casi de inmediato que Dawe no tenía información sobre el desembarco, mucho menos tenía contactos con alemanes: era un afable maestro de cincuenta y cuatro años, fiel a Su Majestad y ciudadano ejemplar. Lo mismo había dicho de Dawe la dirección del Telegraph. De todos modos, lo fueron a buscar a Surrey; lo sacaron bajo custodia de la escuela ante los ojos de sus alumnos que jamás olvidaron la escena, y lo encarcelaron para someterlo a un duro interrogatorio, más o menos equivalente a apretarle los dedos con una morsa, y algo más sensible que los dedos, también. El contraespionaje inglés, que había empapelado las calles con un silencioso grito de advertencia que decía: “¡Shhhhh! ¡El enemigo escucha!”, ya no creía en casualidades: alguien se había ido de boca y debían saber quién y por qué. Dawe insistió en que todo había sido fruto del azar, hasta que no pudo ya más sostener su mentira. Hizo una breve confesión, inocente en cuanto a la guerra, que el MI 5 calló.
Mientras, los aliados tomaban decisiones sobre el Día D. Al drama del clima, se agregaban ahora las palabras cruzadas de un diario de Londres. ¿Y si se trataba de una operación de espionaje? ¿Y si detrás de la apariencia profesoral y ejemplar de Dawe se escondía un maquiavélico espía nazi? ¿Y si Hitler sabía todo y fingía conocer nada? ¿Y si el Día D terminaba en derrota aliada? ¿Y si Hitler ganaba la guerra? Los nazis nunca se enteraron, pero, tal vez, de haber estado más atentos…
Contra el clima y los acertijos en contra, el mando aliado decidió seguir adelante con la invasión. Y Dawe siguió en manos del MI5. En 1958, en una entrevista para la BBC Televisión, Dawe recordó aquellos días: “Me dieron vuelta durante el interrogatorio. Después fueron a Bury St. Edmunds, donde vivía mi colega Melville Jones, el otro hacedor de las cruzadas, y a él también lo metieron en la parrilla. Al final, decidieron no fusilarnos. Esperaron a que terminara la invasión. Si el Día D hubiera fallado, sospecho que podrían haber cambiado de opinión”. Mentía, pero sólo lo sabía la inteligencia británica.
Leonard Dawe, que en sus años mozos había jugado en la liga amateur de fútbol para el Southampton y había integrado el seleccionado inglés amateur, murió a los setenta y tres años, el 12 de enero de 1963. Y se llevó sus secretos a la tumba. Porque tenía secretos que se había cuidado muy bien de revelar, excepto a la inteligencia de su país.
El misterio del Día D y las palabras cruzadas del Daily Telegraph quedó en eso, en misterio, durante cuarenta años. En 1984 el diario decidió celebrar el aniversario redondo de la liberación de Europa, y volvió a contar la extraña historia de sus palabras cruzadas, que habían revelado cinco de los ocho nombre clave de la invasión a Normandía de 1944. El Telegraph reiteró que el misterio todavía seguía sin resolver. Entonces apareció en escena Ronald French, un administrador de propiedades en Wolverhampton, a unos 300 kilómetros al noroeste de Londres, Ahora tenía cincuenta y cuatro años, pero tenía catorce en 1944, cuando era alumno del maestro Dawe. Y tenía una confesión que hacer: él había sido, sin darse cuenta, el autor de las filtraciones.
El Telegraph envió a un periodista para hacer lo que el periodismo debe hacer: narrar una gran historia. Lo que French contó, lo liberó de una pesada carga y no dejó bien parado al pulcro maestro Dawe. Empezó por el final, dijo que él había sido quien le había dado a su maestro las palabras clave del desembarco a Normandía y que, después de haber sido arrestado, después de la invasión exitosa y ya de regreso a la escuela Strand, Dawe lo había citado en su oficina: “Me preguntó, sin rodeos, de dónde había sacado yo aquellas palabras. Le dije lo que sabía y entonces me pidió ver mis cuadernos. Cuando los vio, se horrorizó, dijo que tenían que ser quemados de inmediato. Lo vi aterrorizado y fuera de sí, supuse que por su encarcelamiento. Me retó muy serio, me dio un sermón sobre la seguridad nacional, me dijo que yo podía haber sido culpable de miles de muertes y me hizo jurar sobre una Biblia que nunca le contaría nada a nadie”.
Y el chico French, entonces de catorce años, había guardado el secreto hasta adulto, no lo había revelado ni a sus padres, ni a su familia, ni a sus amigos. ¿Cuáles cuadernos eran los que Dawe quería quemar? Los cuadernos de palabras cruzadas que llevaba French. La historia era más amplia. El French adulto dijo que el French chico había notado que Dawe se tomaba muy en serio la tarea de armar el crucigrama diario del Telegraph, que dicho sea de paso es un trabajo de picapedrero. Al maestro le encantaba que sus alumnos se interesaran por las palabras cruzadas y los animaba a completar patrones de crucigramas en blanco: los chicos sólo tenían que colocar las respuestas, sin preocuparse por las pistas. Era el trabajo al revés: no se trataba de hacer preguntas y de hallar respuestas, sino de que los chicos colocaran las respuestas, luego el maestro escribiría las preguntas.
French, un chico hábil e inteligente, recordaba muy bien su trabajo: “Primero, escribías las palabras más largas. Después, venía la tarea más pesada, que era combinarlas con palabras cortas y colocar los casilleros negros”. De manera que French llevaba un cuaderno en el que anotaba palabras de tres, cuatro, cinco, seis letras, y más, para que su tarea fuese más fácil.
Si no se enteraron ya, Dawe estaba harto de hacer por su cuenta el crucigrama diario del Daily Telegraph, además de dirigir la escuela Strand. Así que convenció a los chicos más pícaros para que hicieran gran parte del trabajo por él. El esmerado maestro y excelente ciudadano no sería un espía alemán, pero era un enorme chantún que hacía trabajar por él a sus alumnos y que, temeroso de que se descubriera su trampa y lo echaran del Telegraph y de la escuela, le hizo jurar a French sobre la Biblia un secreto eterno, además de gritarle que, por él, por French, Hitler casi gana la Segunda Guerra Mundial.
El adulto French dijo haber vivido avergonzado durante cuarenta años, sin haber sabido nunca que Dawe había usado sus crucigramas para publicarlos en el Telegraph. Así que fue el silencio de French el que salvó la carrera de Dawe, que había confesado su trampa al MI 5 sin que la confesión llegara ni al Telegraph, ni a la Strand School. Aun así, en 1958 y para la BBC Televisión, había jugado el papel de víctima a quien podían haber fusilado si el Día D fracasaba.
La siguiente parte de la historia consistía en saber cómo se había enterado el chico French de las palabras clave. La respuesta era muy simple. Brighton, adonde había sido evacuada desde Londres la escuela Strand, era un hervidero de militares listos para cruzar a Francia. Para los chicos como French, los soldados eran héroes. Para muchos de los soldados americanos y canadienses, los chicos como French eran como sus hijos lejanos, o sus hermanos menores. “Me enteré de las palabras por los soldados canadienses y estadounidenses que acampaban cerca de la escuela –contó French– Muchas tardes nos escapábamos de la escuela para charlar con ellos, les hacíamos millones de preguntas, nos regalaban chocolates, muchas veces saqué a pasear al perro de un coronel y otras muchas veces ellos nos dieron un corto paseo en tanque. Y los fines de semana los pasábamos con ellos, que estaban muy solos y extrañaban sus casas y sus familias.”
Las palabras secretas no eran tan secretas en ese ambiente de soldadesca que espera entrar en combate. El secreto principal era el sitio del desembarco, dónde estarían las playas y cuándo sería la invasión. “Era muy obvio que yo no era un espía alemán. Todos los soldados conocían las palabras clave, Omaha, Utah, Gold… No sabían los sitios, pero sí los nombres. Todos sabíamos que la invasión se llamaba Overlord. Menos los perros y los gatos, los sabíamos todos”, dijo French al Telegraph.
Así fue cómo el misterio quedó resuelto cuatro décadas después. Ahora, se asoma con timidez al olvido.
Lo bueno de las historias increíbles, es que pueden ser creídas. O no.
SEGUIR LEYENDO: