Sus fans y los medios sajones le llaman Winonaissance, un juego de palabras con su nombre y su renacimiento en la pantalla gracias a Stranger Things. La serie que homenajea al cine fantástico de los ochenta con referencias a los clásicos de Spielberg, Carpenter y Stephen King le dio el protagónico de los adultos a la heroína adolescente de fines de esa década y Winona Ryder está de regreso.
Fue una ausencia de siete años desde el fracaso de crítica de Mr Deeds (2002), que le valió un Razzie como Peor Actriz -y otro a su coprotagonista, Adam Sandler, además del premio a la Peor Película-, y su vuelta al cine en su rol secundario, como la madre de Spock en Star Trek (2009). Pero el papel que la devolvió al podio de las actrices de su generación y a la popularidad de sus años de It girl de los outsiders, en los noventa, es el de Joyce Byers, la madre de Will, el chico que desaparece al inicio de la primera temporada de la ficción de Netflix que se emite desde 2016. A Winona le llevó en total catorce años recuperar su carrera.
En realidad, la caída de su imagen comenzó seis meses antes del estreno de la malograda Mr Deeds, en diciembre de 2001, cuando fue detenida por llevarse sin pagar casi 5.000 dólares en ropa y accesorios de la tienda Saks Fifth Avenue de Beverly Hills. Que el escándalo estallara en medio de la gira promocional de la película no ayudó en nada: tuvo que dar decenas de entrevistas donde la pregunta obligada era si era cleptómana y hasta tratar de hacer pasar todo el asunto como una anécdota graciosa con una participación en Saturday Night Live.
Pero en noviembre de 2002 fue declarada culpable por vandalismo tras trece días de un juicio público feroz al que los tabloides aseguraban que se presentaba drogada con una mezcla de Vicodin, oxicodona y diazepam. Como la ley de California permite que los ladrones de tiendas paguen en el acto por la mercadería, Ryder fue considerada inocente del cargo de hurto. La condenaron a tres años de libertad condicional y 480 horas de trabajos para la comunidad que eligió cumplir en un centro de niños ciegos y en otro de ayuda a enfermos de SIDA. Para cuando terminó la probation, en 2005, los medios sólo hablaban de ella en chiste, había dejado de ser convocada para las producciones de los grandes estudios. El papel de mayor perfil que logró en lo que hoy hasta ella llama su “hiato” fue una pequeña intervención en El cisne negro, en 2010.
Nacida el 29 de octubre de 1971 como Winona Laura Horowitz y llamada en honor a su ciudad natal en Minnesota por sus padres, dos intelectuales hippies –Cinthia Palmer y Michael Horovitz– amigos de íconos culturales de la época como Aldous y Laura Huxley –por eso su segundo nombre–, los poetas beatnik Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti, y su padrino, el psicólogo de la psicodelia Timothy Leary, parecía que Hollywood le cobraba así la hazaña de haberse convertido en una estrella femenina alejada de los parámetros de la industria. Ni rubia ni con look de vecinita dulce, con sus remeras rockeras y sus jeans enormes, una antisistema de belleza andrógina, musicalizada por Patty Smith y Leonard Cohen. A los 30 y con quince entre los sets desde su primera película, Lucas (1986, de David Seltzer), ahora no era más que otro “juguete roto”.
El salto a la fama –y a los roles de chica dark y rara– fue con Beetlejuice (1988), la segunda película de Tim Burton, que desde entonces pasó a ser su mentor. El director la había visto en Lucas y en su siguiente actuación, en Square Dance (1987, con el ídolo teen de la era blockbuster, Rob Lowe) y se convenció de que era la adolescente perfecta para interpretar a la hija deprimida y gótica de su comedia fantástica. Seltzer ya había dicho de ella: “Tiene una clase de presencia que nunca vi, otra vida interior. Cualquiera sea el mensaje que pronuncie con la boca, es contradicho por sus ojos”.
Para Ryder, que eligió ese apellido artístico desde su debut, cuando la llamaron para preguntarle cómo quería figurar en los créditos, porque de fondo sonaba un disco de Mitch Ryder de su padre, la ficción no estaba tan alejada de la realidad. A los siete años se había mudado con su familia a Rainbow, una de las comunidades que proliferaban por entonces en California bajo la premisa de romper con las estructuras sociales tradicionales y volver a la naturaleza. Sin luz ni televisión, la hijita de los Horowitz se refugió en los libros y la música. Se hizo fanática de El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.
Tenía diez cuando sus padres decidieron volver a la civilización y se instalaron en Petaluma, también en California. El ingreso de Winona a la escolaridad formal fue brutal. Con el pelo cortísimo que después sería su marca personal, la primera semana de clases en Kenilworth Junior High sus compañeros la confundieron con un varón afeminado y le hicieron todo tipo de bullying. Incluso, llegaron a amedrentarla violentamente en un baño. “Cuando entré, me dijeron ‘hola, lesbiana’, y me golpearon en la cabeza. Caí al suelo y empezaron a darme patadas. Tuvieron que darme puntos”, contaría la actriz años más tarde.
Esperó secretamente que el acoso se terminara tras el éxito de Beetlejuice, como le dijo a Marie Claire en 2017: “Me acuerdo de pensar, ‘¡Ay, es la película número uno, esto va a hacer que todo sea genial en el colegio!’ Pero hizo que las cosas fueran todavía peores. Empezaron a llamarme bruja”. Los Horowitz decidieron entonces que su hija dejara la educación tradicional y estudiara en su casa. Si la anotaron en el Conservatorio de Teatro Americano de San Francisco fue para que superara sus traumas y socializara con otros chicos.
Su carrera había nacido a los golpes, pero con el tiempo viviría una pequeña revancha: “Entré en una cafetería y me encontré con una de las chicas que me habían pegado. Ella me dijo ‘Winona, Winona, ¿podés darme tu autógrafo?’, y yo le dije ‘¿Te acordás de mí? ¿Te acordás que le pegaste a un chico en séptimo grado?’. Ella dijo ‘Más o menos’. Y le dije ‘Esa era yo. Fuck off’”. Esa es también la leyenda que dice que le gustaría para su epitafio.
Heathers (1989) fue otra revancha de su duro paso por la escuela. En el film de Michael Lehman, Winona y Christian Slater eran una pareja de estudiantes que asesinaba a los alumnos más populares de la secundaria. El Washington Post decretó entonces que era la protagonista joven más interesante del momento, y el romance con Slater traspasó la ficción. Poco después ella le confiaría a Vogue que el galán –que dijo recientemente que Winona aún es la mujer de sus sueños– le rompió el corazón, o al menos que entonces sintió eso.
Es que ese mismo año conoció a Johnny Depp en la première de Great balls of fire (1989), el film en el Winona encarnaba a la esposa-niña de Jerry Lee Lewis, y todo lo que pudo pasarle antes en materia sentimental –como el coqueteo con Rob Lowe después de rodar juntos– quedó chico. Para los dos fue amor a primera vista. El primer gran amor verdadero, como lo definía ella: “Mi primer beso real. Mi primera pareja. Mi primer prometido. El primer hombre con el que tuve sexo. Mi primer todo”.
Se mudaron juntos a los pocos meses y la pareja se selló en la pantalla grande bajo la lente de Tim Burton en El joven manos de tijera (1990). En la película, casi profética, ese chico raro y oscuro, pero en el fondo inocente y romántico –como ella–, era acusado de un crimen terrible que no había cometido, y salvado por Kim, el personaje de Winona. Los dos fueron desde entonces los actores fetiche del director californiano, y la pareja adolescente más emblemática de los tempranos noventa.
Además de comprometerse formalmente fuera de la ficción, Depp se tatuó en un brazo “Winona Forever”. Ella tenía 17 y Depp le llevaba una década, pero en una entrevista de la época a la Rolling Stone, el actor confesó: “No hubo nada en mis 27 años que se compare a lo que siento por Winona. Es como un vínculo atómico. Podés creer que algo es real, pero es totalmente diferente cuando lo sentís de verdad”.
Estuvieron juntos cuatro años, hasta 1993. Cuando se separaron él ya tenía problemas con el alcohol y los dos acababan de pasar por la muerte por sobredosis de uno de sus mejores amigos, River Phoenix, con quien Winona tenía una afinidad especial, como hijos del flower power que eran ambos. A Depp no le costó nada borrar de su piel las dos últimas dos letras del nombre de su ex novia para que se leyera: “Wino Forever”. Pero Burton diría más tarde que al trabajar con él después de su ruptura sentía como si “Winona se hubiera llevado su alma y su corazón”. Había perdido a su pareja más representativa: dos actores de carne y hueso que, sin embargo, parecían criaturas de su mundo imaginario.
Winona fue una de las más férreas defensoras de Depp durante su largo litigio con Amber Heard. “Conozco muy bien a Johnny desde hace años. Estuvimos juntos como pareja por cuatro años, y lo consideré mi mejor amigo y tan cercano como si fuera mi familia. Para mí nuestra relación es una de las más importantes que tuve en mi vida”, dijo Ryder como testigo en la causa que Depp perdió contra The Sun, en 2020. “Entiendo que es muy importante que hable desde mi propia experiencia –siguió la actriz de Reality Bites (1994)–, porque obviamente no estuve ahí durante su matrimonio con Amber, pero, desde esa experiencia, que fue tan diferente, me shockeó, me confundió y me enojó por completo cuando supe de las acusaciones en su contra. La idea de que es una persona increíblemente violenta es lo más alejado del Johnny que yo conocí y amé. Y no puedo hacerme a la idea de que estas acusaciones sean reales. Él nunca jamás fue violento conmigo. Nunca fue violento o abusivo con nadie frente a mí. Honestamente, yo sólo lo conozco como un hombre realmente bueno, un tipo increíblemente amoroso y cuidadoso, que era tremendamente protector conmigo y las personas que amaba, y que me hacía sentir completamente segura”.
Nunca le guardó rencor por un final que pudo haber terminado en tragedia. Deprimida, Ryder, que era “virgen de todo” cuando conoció Depp, también se refugió en el alcohol y vivió un episodio casi fatal, cuando se quedó dormida con un cigarrillo encendido en un cuarto de hotel, mientras crecían las versiones sobre el nuevo noviazgo de él con la supermodelo Kate Moss. Como le dijo a Elle en 2009, el hombre que había sido su “primer todo”, también fue su primera separación verdadera. “Todos creían que yo lo tenía todo, pero por dentro estaba completamente perdida. Después de romper mi compromiso con Johnny, me deprimí muchísimo y fui vergonzosamente dramática. Pero hay que acordarse de que yo tenía sólo 19 años”, dijo en esa entrevista.
Hace unas semanas le dijo a Harper’s Bazaar que su espiral autodestructiva comenzó con su ruptura con Depp en medio de la presión feroz de la cultura de Hollywood: “Que todos hablen de vos, darte cuenta de que te pueden rebobinar o poner en pausa, fue abrumador: esa fue mi versión real de Inocencia interrumpida”, contó en referencia a la película basada en la historia real de una chica con trastorno límite de personalidad internada en un psiquiátrico que ella misma produjo y protagonizó junto a Angelina Jolie en 1999.
“Me acuerdo de que estaba haciendo un personaje que era torturada en un centro de detención chileno (en La casa de los espíritus (1994) y miraba mis moretones falsos y los cortes en mi cara, y me esforzaba por ponerme en el lugar de esa chica. Me acuerdo de mirarme y decirme ‘¿La tratarías como te estás tratando a vos misma? Porque esto es lo que me estoy haciendo a mí por dentro’. Porque no estaba pudiendo cuidarme”, dijo a Bazaar. Ryder dijo también que una de sus compañeras en el set de La edad de la inocencia (1993, el film de Scorsese por el que obtuvo el Golden Globe), Michelle Pfeiffer, se convirtió en un gran apoyo en los momentos oscuros, una especie de hermana mayor cuya voz de la experiencia le anticipaba que la confusión que sentía iba a desaparecer y todo iba a ser normal otra vez: “Me acuerdo que Michelle me repetía, ‘Esto va a pasar.’ Pero yo no podía oírla”.
Su noviazgo con el líder de Soul Asylum, David Pirner, a quien conoció en una sesión de MTV Unplugged, en 1994, fue otra gota en el vaso de sus excesos. A fines del 97, su amiga Gwyneth Paltrow –que salía con Ben Affleck– le presentó a Matt Damon. Tuvieron una relación breve pero intensa y terminaron como buenos amigos. “No podría ser un mejor tipo”, le dijo a la revista Blackbook en 2009, más de una década después de la separación.
En esos años, salió con varios músicos, de Beck a Pete Yorn, pasando por Page Hamilton. El cantante de Helmet fue uno de sus compañeros después del escándalo por el robo en Sacks y le dedicó varias de las canciones de la banda en su disco de 2004. Pero el verdadero sostén emocional de la actriz cuando decidió alejarse de la industria y de todo lo tóxico que la rodeaba, fueron sus padres, Cinthia y Michael. Ryder se recluyó en su casa de San Francisco durante la etapa más dura de su recuperación.
Dice que le debe todo a esa pareja tan poco convencional como feliz. Incluso la idea de que es preferible no casarse nunca, antes que un matrimonio que termine en un divorcio amargo. “Están locamente enamorados, como dos adolescentes. Y yo tuve muchas relaciones que no funcionaron, pero tengo como este standard de oro que es la relación de ellos, ¡yo sé cómo deberían ser las cosas!”, le dijo a Marie Claire.
Con el tiempo explicaría que su breakdown emocional se desencadenó tras fracturarse un brazo. Ya estaba profundamente deprimida cuando un médico al que luego le revocaron la licencia comenzó a prescribir dosis astronómicas de analgésicos que la dejaban completamente desorientada. “Es cierto, fue como un retiro. Me quedé en San Francisco, pero la verdad es que también dejaron de ofrecerme papeles –admitió ante Bazaar–. Fue muy cruel, había mucha maldad ahí afuera. Y cuando volví a Los Angeles no sabía si esa parte de mi vida se había acabado”.
No le resultó fácil volver a insertarse en el mercado de Hollywood: “Me tomé unos años y no me di cuenta de que era muy peligroso para mi carrera. Todo el tiempo me decían, ‘Tenés que seguir trabajando para mantenerte relevante’, pero cuando estuve lista para volver. No entendía dónde se habían ido todos. Muchos actores tienen altibajos, y la gente puede pensar que los míos fueron horribles, pero yo aprendí mucho y disfruté de mi tiempo afuera. No podés dejar que la industria te valide como persona, porque eso lleva a una frustración tremenda”.
De novia hace más de una década con el diseñador Scott Mackinlay Hahn, dice que, como no es madre. le preguntó a la suya cómo encarar el papel de Joyce Bryers en Stranger Things: “’Mamá, si la lógica te dice que perdiste a tu hijo ¿te negarías a creerlo?’, dije, y ella respondió: ‘Absolutamente’. ‘¿Y si te mostraran un cuerpo?’, insistí, y me dijo: “Si no ves cuando ocurre, no te lo creés’. Es algo muy primario, muy loco”.
La actriz de Mermaids (1990) fue clave para el guión de la serie de Netflix por su conocimiento enciclopédico de la cultura pop de la época y se convirtió en una especie de supervisora musical paralela. Su coequiper, David Harbour –Jim Hopper en el drama sci-fi– aseguró que “es épico lo salvaje que es su mente y cómo logra llegar a tantos rincones diferentes. Puede decirles –a Matt y Ross Duffer, los creadores de la ficción de Netflix cuya cuarta temporada está entre los contenidos más vistos de la plataforma en todo el mundo–, ‘Esta canción en realidad salió en el ‘85 y ustedes la pusieron en el ‘83. Sabe detalles mínimos que ni ellos recuerdan y cambian los guiones basándose en eso”.
Su otro rol en el set tiene que ver con su historia. En el set hace por los chicos del elenco lo que le hubiese gustado que hicieran por ella. “Quiero que entiendan que no es común estar en un show como este, que esto no pasa. Me la paso diciéndoles que el trabajo es la recompensa, porque sé que a esa edad es muy difícil disfrutar de los frutos de lo que hacés”. Tiene debilidad por Millie Bobbie Brown (Eleven), a quien ayudó especialmente a manejar la ansiedad y la confusión de volverse una celebridad de la noche a la mañana. Los Duffer creen que el aporte de Winona es único: “Nadie más que Winona podría ayudarnos con eso, porque muy poca gente lo vivió en carne propia”.
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