El 20 de agosto de 2007 había amanecido con clima agradable en Jedediah Island, al norte de Canadá, donde casi siempre hace mucho frío y más aún si se trata de ir a caminar por la playa. Pero el día estaba lindo y los padres de Ashley, una nena de 12 años, le permitieron ir a pasar un rato a la orilla del mar. Estaba jugando a avanzar cuando las olas que lamían la arena retrocedían y a alejarse corriendo cuando volvían hasta que una de las olas trajo casi hasta sus pies una zapatilla Adidas azul y blanca.
La curiosidad pudo más que el frío y Ashley se metió en el agua hasta los tobillos para recogerla. Cuando la levantó se dio cuenta de que la zapatilla no venía sola: adentro había una media blanca y en el interior de la media, el hueso de un pie seccionado a la altura del tobillo. Era la zapatilla de un adulto, seguramente un hombre de pies grandes, número 46, que el padre le llevó a la policía.
El hallazgo pudo haber quedado como un pequeño misterio, tal vez resultado de un accidente o de un crimen sin resolver si durante los años siguientes las playas de la Columbia Británica no se hubieran convertido en una suerte de meca de pies sueltos, casi todos ellos calzados en zapatillas, que llegaban hasta la arena empujados por el mar.
Porque seis días después, en la cercana isla Gabriola, una pareja de Vancouver que realizaba una caminata junto al mar se topó con otro calzado blanco y negro. Dentro también había un pie en estado de descomposición. En este caso de talle 12. Claramente, los pies no eran de la misma persona: los zapatos eran diferentes y las zapatillas eran ambas del pie derecho.
El flujo ya no se detuvo: desde la llegada de aquel pie encontrado por Ashley y hasta 2019, en la Columbia Británica, Canadá, y las playas del Estado de Washington, en los Estados Unidos, se contaron 21 pies solitarios que fueron llegando de a uno desde el mar hasta la arena.
Con la acumulación de pies también se reprodujeron las teorías: las extremidades cercenadas podían ser obra de un tsunami, de traficantes de personas que las mataban y las descuartizaban cuando corrían riesgo de ser descubiertos, de crímenes mafiosos, de un asesino fetichista de pies o pertenecientes a víctimas de algún asesino en serie. También se habló de muertos en un naufragio o de pasajeros de un avión caído al mar, y hasta de suicidas, aunque no quedaba muy claro por qué a la playa sólo llegaban los pies.
De todo tipo y tamaño
Los pies amputados eran de hombre, mujer y en algunos pocos casos de niño, izquierdos o derechos más o menos en la misma proporción, y calzados casi siempre en zapatillas de distintos números y marcas. En algunos casos los pies aparecerían seccionados a la altura del tobillo, mientras que en otros la pierna se extendía hasta la altura de la rodilla.
También variaban los estados de conservación: algunos tenían la carne alrededor de los huesos y databan de pocos días, otros eran simplemente huesos que, se notaba, llevaban mucho tiempo en el mar.
En uno de los hallazgos de 2012 se pudo identificar al dueño del zapato (y del pie) como un vecino de la zona que llevaba desaparecido desde 1987. La posibilidad de que un pie humano pudiese estar dando vueltas por el mar de la Columbia Británica durante 25 años resultaba tan increíble que desconcertó aún más a los investigadores.
Para la policía era imprescindible identificar a quiénes pertenecían los pies para tratar de develar el misterio. El primer paso fue cruzar las extremidades con el registro de personas desaparecidas. El Servicio Forense canadiense comparó el ADN de cada pie con una base de datos de más de 500 personas desaparecidas en Columbia Británica. El equipo vinculó nueve de los pies a siete personas desaparecidas. La persona desaparecida por más tiempo había databa de 1985; su pie en una bota de montaña fue encontrado en 2011. En el caso más reciente, se documentó que el pie de un joven que desapareció en 2016 había ido a parar a una isla en Puget Sound en 2019.
Un fenómeno de larga data
La distancia en las fechas de las desapariciones de los “propietarios” de los pies permitió descartar la hipótesis de un único asesino –si es que se trataba de la obra de criminales– o de un único accidente. Los casos no parecían tener relación entre sí, salvo la particularidad de que sólo se encontraran los pies y que en todos los casos venían desde el mar.
Los archivos de algunos viejos diarios de la región aportaron otro dato: la aparición de pies sueltos en las playas tenía antecedentes de larga data.
El más antiguo de que se tenía noticia había sido encontrado en Vancouver en 1887, lo que llevó al lugar del descubrimiento a llamarse La plaza de la Pierna en la Bota. En su edición del 30 de julio de 1914, The Vancouver Sun informaba que unos recién llegados de Kimsquit habían encontrado una pierna humana metida en una bota alta en una playa cerca de la desembocadura del río Salmon, cercano a la cabecera del Canal Dean. Se pensaba que los restos eran de un hombre que se había ahogado en el río el verano anterior.
Era cierto que se trataba de dos casos aislados y que, desde 1914 hasta 2007 no había noticias de hallazgos similares. Y llamaba poderosamente la atención que, de esos casos casi únicos, desde 2007 se asistiera a un verdadero aluvión.
Esa curiosidad no demoraría en encontrar su explicación.
Bromas truculentas
A medida que los medios se fueron ocupando del extraño caso de los pies flotantes, otro fenómeno entró en escena: el de los bromistas truculentos.
Otro pie aparentemente humano, descubierto el 18 de junio de 2008, en Tyee Spit cerca del río Campbell en la isla de Vancouver, resultó un engaño. Los forenses no demoraron en descubrir que se trataba en realidad de la “pata de animal esqueletizada” que alguien había metido dentro de una media y una zapatilla y rellenado con algas secas. La Real Policía Montada del Canadá inició una investigación sobre el engaño y se pudo hacer un arresto por cargos de vandalismo.
Durante los meses siguientes a este hallazgo, la policía recibió una enorme cantidad de denuncias, pero lo que se encontraba en la playa eran zapatos de hombre o de mujer rellenados con huesos de animales, carne podrida o simplemente vacíos.
Por si fuera poco, también tuvo que lidiar con el turismo macabro que había surgido en la zona, con centenares de personas que empezaron a llegar desde otros lugares de Canadá o de los Estados Unidos para recorrer las playas y obtener su trofeo calzado.
¿Por qué los pies?
Fue quedando claro que, se tratara de suicidas, accidentados o de víctimas de algún crimen arrojadas al mar, los “propietarios” de los pies flotantes no tenían otra relación entre sí más que su origen marítimo.
Lo llamativo era que sólo llegaran pies, siempre calzados, y no otros restos de cuerpos, hasta que la ciencia encontró una explicación: no se trataba de pies seccionados por manos o herramientas humanas sino de otra cosa.
La científica forense Gail Anderson de la Universidad Simon Fraser hizo un estudio para el Centro de Investigación de la Policía Canadiense que tenía por objeto saber qué tan rápido se descompondría en el océano el cuerpo de una víctima de homicidio. Como por cuestiones éticas no se pueden usar cuerpos humanos, utilizó un cerdo muerto. Los cerdos suelen ser utilizados en la investigación forense para reemplazar el cuerpo humano; son relativamente comparables en tamaño y similares biológicamente.
Anderson realizó su estudio en el Mar de Salish, cerca de donde se encontró el tercer pie humano. Una vez arrojado al agua, el cerdo enseguida se hundió más de 90 metros hasta el fondo del mar. Allí, camarones, langostas y cangrejos devoraron el cadáver del cerdo, comenzando por las “típicas zonas, la región del ano y los orificios faciales”, según Anderson.
La científica explicó que los carroñeros submarinos como los crustáceos carcomen los huesos y otras zonas difíciles, y prefieren separar los tejidos más blandos. Y a diferencia de las articulaciones esféricas entre piernas y cadera, en los tobillos los seres humanos tienen componentes blandos: ligamentos y otros tejidos conectivos. Por lo tanto, es probable que, si los animales carroñeros mastican el cadáver con zapatos hundido en el mar de Salish, en poco tiempo, puedan desarticular los pies del resto del cuerpo.
“Por favor, no les digamos ‘pies amputados’. Amputados significaría que alguien los cortó, explica, y el Servicio Forense no ha encontrado marcas de corte en ninguno de los huesos”, definió.
Zapatillas flotadoras
Los pies, una vez separados del resto del cuerpo por los carroñeros del fondo del mar, podían flotar, pero no por sí mismos, sino por sus calzados.
La mayoría estaban calzados con zapatillas, que los llevaron hasta la superficie y les permitieron flotar. Eso también explicaría otro de los misterios: el aluvión de pies del siglo XXI a diferencia de los pocos encontrados con anterioridad.
La tecnología de las zapatillas ha avanzado enormemente en las últimas tres décadas y los componentes con aire se han vuelto comunes en sus suelas, en las cuales, además, las espumas de goma que se utilizan para fabricarlas son mucho más livianas, los que les da mucha más flotabilidad que a sus antecesoras.
Corrientes especiales
Quedaba por dilucidar por qué el fenómeno sólo ocurría en determinadas playas de la Columbia Británica y el Estado de Washington, y la respuesta la dio Parker MacCready, profesor de oceanografía en la Universidad de Washington en Seattle.
MacCready construyó un simulador informático para predecir hacia dónde iría un derrame de petróleo en el transcurso de tres días, lo aplicó al caso de los pies flotantes y resolvió el misterio.
Descubrió que el Mar de Salish reúne una cantidad de propiedades para retener pies calzados con zapatillas. Es una masa de agua interior muy grande y compleja, que actúa como una trampa. El modelo de MacCready muestra que, una vez que algo entra en el agua, puede llegar a la orilla en muchos lugares, pero no en el Mar Salish, donde siempre va hacia el mismo lugar. Para que ocurra así también ayudan los vientos predominantes, que son del este, por lo que llevan los objetos hacia la playa, en lugar de adentrarlas en el océano.
A partir de los restos que han podido ser identificados cruzando el ADN de los pies flotantes con el de personas desaparecidas, los investigadores suponen que en la mayoría de los casos se trata de suicidas que se arrojaron al mar o de deportistas que cayeron al resbalar en las rocas.
El misterio de los pies flotantes quedaba así resuelto por la confluencia de tres elementos: los carroñeros del mar, unas corrientes marítimas particulares y los avances tecnológicos en la fabricación de zapatillas deportivas.
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