Atravesada por el filo del bisturí, empastillada para espantar al dolor, surcada por clavos, martirizada con corsés de acero que aprisionaban su cuerpo y maltratada por la pareja que ella libremente había elegido… podríamos decir, sin mucho margen de error, que su vida fue una tortura y que ella era como un Cristo en permanente exhibición.
Frida (nombre germánico que viene de Fred y significa hermosa, valiente y dominante) es Frida. No hay confusión posible. Sus colores, sus pinturas y sus dramas están hechos del mismo material incombustible con el que construyó su vida.
Hoy, de estar viva, cumpliría unos imposibles 116 años.
Las hermanas Kahlo
De origen judío húngaro, el padre de Frida, Wilhelm Kahlo, era un famoso fotógrafo que había nacido en la ciudad de Baden-Baden, en Alemania. Wilhelm provenía de una clase social acomodada y en la familia eran luteranos. Llegó a Veracruz, México, en el año 1890, harto de sus peleas con su madrastra. Se hizo llamar Guillermo y se casó por primera vez en 1893. El matrimonio tuvo tres hijas: Luisa, María y Margarita. Al parir a la menor, su mujer murió. Pero Guillermo enseguida encontró consuelo en una mujer mexicana de orígenes indígenas: Matilde Calderón. Siguió procreando y de esa unión nacieron primero Matilde y Adriana. En 1906 tuvieron un varón al que también llamaron Guillermo. Ya para entonces vivían en Coyoacán, en el centro de la ciudad de México (hoy es el museo que se conoce como la Casa Azul y está ubicada en el número 247 de la calle Londres).
Fue en este lugar que ocurrió la primera de las desgracias de la nueva familia: Guillermo murió a los seis días de nacer. Después de mucho penar, Matilde tuvo otra hija el 6 de julio de 1907. La llamaron Magdalena Carmen Frida. Un año después nació la última: Cristina. Sería ella la única de esta familia que tendría descendencia.
Por exigencia de la severa Matilde Calderón, las hermanas mayores, fruto del primer matrimonio de Guillermo, fueron enviadas como pupilas a un convento. Frida era su propia hija, pero tampoco se llevaba muy bien con su madre. Siempre prefirió la compañía de su cariñoso padre.
Polio y una larga recuperación
En 1913, cuando Frida tenía 6 años, llegó el segundo golpe: enfermó de poliomielitis. Era la peste pandémica que todos temían por entonces por las secuelas que solía dejar. Si bien muchos pacientes se recuperaban, otros morían o quedaban lisiados de manera permanente. A Frida la polio la mandó a la cama donde estuvo confinada por nueve meses. Como consecuencia de esto su pierna derecha quedó para siempre debilitada y mucho más delgada que la izquierda. No haber muerto no era un consuelo para ella porque se sentía muy distinta al resto con su pierna renga, flacucha, endeble. Los complejos, sobre todo en la pubertad y la adolescencia, pueden martirizar a cualquiera. Su padre se convirtió en su soporte. Él le infundía ánimos y la alentó a practicar deportes exóticos para las mujeres de esos tiempos: boxeo, fútbol y ciclismo. La idea de Guillermo era que su hija pudiese fortalecer la pierna disminuida. La debilidad que tenía para con su padre se acentuó cuando presenció varios de sus desmayos productos de la epilepsia. Ella lo amaba profundamente y se angustiaba con cada caída.
En el mundo de Frida ya había entrado el sufrimiento. Y no se iría jamás. Solo lo sacaría a pasear por sus pinturas. Pero para esto faltaba mucho tiempo.
Rompecabezas viviente
En el año 1922, con 15 años, Frida ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria, una de las más prestigiosas de México. Eran solo 35 mujeres entre 2000 alumnos. Su carácter rebelde enseguida descolló. Se unió a una banda de jóvenes intelectuales que combatían la autoridad y motorizaban reformas. Entre ellos había solamente dos chicas. Todo en esos años era efervescencia y energía.
El jueves 17 de septiembre de 1925, a las 19.30, el destino aplastó a Frida contra un muro. Tenía 18 años y viajaba en un colectivo con novio, Alejandro Gómez Arias. Iban conversando cuando, de pronto, en la esquina de las calles Cuauhtemotzín y San Antonio Abad, un tranvía de la línea Tlalpan se incrustó en el vehículo en el que se trasladaban. El joven no tuvo más que unos golpes, pero ella quedó desbaratada sobre el piso. Llena de sangre y con la ropa desgarrada. Un caño emergía de su cuerpo. Dos ambulancias de la Cruz Roja llegaron al lugar. Un hombre puso una rodilla encima del cuerpo de Frida para poder hacer fuerza y retirar el pasamanos de metal que le atravesaba la pelvis y salía por su vagina. Cuando lo hizo, Frida gritó tan fuerte que sus alaridos taparon el ulular de las ambulancias.
El pronóstico que le dieron en el hospital a la familia no fue alentador. Nadie garantizaba que fuera a sobrevivir.
Tenía la columna partida en tres partes en la zona lumbar; dos costillas y una clavícula rotas; once fracturas en la pierna derecha; un pie y un hombro dislocados. Los traumatólogos tuvieron que rearmar con infinita paciencia su esqueleto.
Frida Kahlo no murió, pero el dolor le quedó estacionado en cada rincón del cuerpo. Fue una condena a perpetuidad.
Quizá ese día del accidente haya nacido la pintora magistral.
Treinta días después, Frida volvió a su casa en Coyoacán. Estaba en posición horizontal. No podía moverse, ni sentarse. Ahora miraba al mundo desde su propia perspectiva. Le confeccionaron un caballete que se armó sobre una especie de andamio. De esa manera podía pintar acostada. Le adosaron una luz para que viera bien lo que dibujaba y en el techo colocaron un espejo que le permitía verse para ser su propia modelo. Su padre le prestó pinceles y óleos. La idea era que estuviera entretenida mientras el cuerpo se soldaba.
En esta reconstrucción Frida era enfundada dentro de corsés de yeso y acero que sostenían su desorientada columna vertebral. Su pie dislocado precisaba también un tutor rígido especialmente diseñado. Con el tiempo algunos de sus huesos se fueron pegando, pero para conseguirlo tuvo que soportar unas 32 cirugías.
El primer autorretrato de su vida lo hizo desde su propia cama. Era ella enfundada en un traje de terciopelo. Se lo regaló a su novio Alejandro y era un intento de imitación de un cuadro que a él le encantaba: El nacimiento de Venus, de Botticelli. Pero la pareja no funcionó. Iban y venían. Los padres de Alejandro no aprobaban a Frida, así que hicieron lo posible para sacarlo de escena y lo enviaron de viaje, en marzo de 1927, a Europa. Alejandro, antes de marcharse, le devolvió la obra a Frida porque temía que sus padres la tiraran a la basura.
Burlas a la novia
A través del comunista cubano Julio Antonio Mella, quien estaba exiliado en México, y su pareja la fotógrafa Tina Modotti, fue que Frida conoció a un famoso pintor mexicano, Diego Rivera. Nació el amor que terminó en casamiento el 21 de agosto de 1929. Él tenía 43 años; Frida, 22; él era gordo y enorme, ella pequeña y escuálida. Para los padres de Frida, Diego Rivera no era para nada un buen candidato: era un señor mucho más grande, venía de dos divorcios complicados y encima era un declarado comunista… Pero, por otro lado, les resultaba seductor, culto y millonario.
La pequeña fiesta se hizo en la terraza de Tina Modotti y la encargada de la comida mexicana que se sirvió en la celebración fue, curiosamente, Lupe Marín, ex mujer de Diego Rivera. Lupe estaba muy enojada con su ex porque no le pasaba dinero para sus hijas de 5 y 2 años. En venganza, en medio del festejo tuvo un gesto horrible. Le levantó la falda a Frida con el objeto de exponer su pierna deformada y delante de los invitados se burló de la novia: “Miren por qué par de piernas me ha cambiado Diego Rivera”.
Al rato, borracho, Diego tomó su arma y comenzó a disparar al aire. Frida quiso detenerlo, pero él la empujó con violencia. Ella cayó al suelo y se sintió tan humillada que se fue a la casa de sus padres sin saludar a nadie. Un fracaso de festejo.
A pesar de todo, el matrimonio siguió adelante.
Maternidad frustrada
Un año después Frida logró lo que más deseaba: quedar embarazada. Pero el bebé crecía de una manera imposible dentro del cuerpo devastado de Frida. Los médicos recomendaron interrumpir la gestación, había un altísimo riesgo de vida. Además le vaticinaron que era probable que nunca pudiera tener hijos.
A Frida, además del cuerpo, ahora le dolía el alma.
De 1931 a 1934 la pareja vivió entre San Francisco, Nueva York y Detroit. Volvió a quedar embarazada, pero sufrió una inmensa hemorragia y fue internada de urgencia. Fue un aborto espontáneo. A un amigo médico le escribió: “Tenía muchas esperanzas de tener al pequeño Dieguito, quien iba a llorar mucho… pero ahora que pasó lo que pasó, no hay más que aceptarlo”.
Mientras iba y venía de los Estados Unidos por los murales que realizaba Diego, fueron tres las veces que quedó embarazada. En las tres oportunidades perdió al bebé en camino. Algunas de sus pinturas más importantes reflejan esta dolorosa etapa de maternidad frustrada.
Encima, al mismo tiempo en que perdía su último embarazo, le tuvieron que amputar dos dedos del pie derecho. Frida se concentró más que nunca en pintar, era lo único que le apaciguaba el ánimo.
La peor traición
Las peleas de Diego y Frida se habían vuelto brutales. También en el escenario jugaban los celos. Los amoríos de Diego Rivera con otras mujeres ya habían comenzado. Frida sospechaba y sufría. Pero la gran traición ocurriría en su cara, en esa casa que habían construido juntos y unido con un puente, en el barrio de San Ángel. Frida le había pedido a Diego que contratara a su hermana menor, Cristina, como secretaria para que la ayudara en la casa. Cristina también se convirtió en modelo de las pinturas de su marido. Las modelos suelen posar desnudas y Diego era fatal. Él estaba realizando una obra paradójicamente llamada El conocimiento y la pureza. Era de esperar: todo terminó mal. La hermana y su cuñado terminaron en romance y pusieron a Frida al borde del abismo. Esa infidelidad no la soportó y se fue de su casa. Volcó su angustia en un cuadro sangriento que se llamó Unos cuantos piquetitos y que representa a una mujer que yace sobre una cama cosida a puñaladas por su pareja.
En aquella época pronunció la siguiente frase: “Han ocurrido dos accidentes en mi vida. Uno es el del tranvía; el otro, es Diego. Diego fue el peor de todos”.
Frida y Diego tenían lo que llamaríamos hoy una relación tóxica. Y a pesar de todo el reencuentro fue inevitable. Un año después la pareja se reconcilió y Frida volvió a hablar con su hermana.
De todas formas, la pintora tampoco se quedaba atrás. Tenía sus propios romances, tanto con hombres como con mujeres. Entre ellas se mencionó a la artista Georgia O’Keeffe, a la bailarina Josephine Baker y a la actriz Dolores del Río. Sin embargo, esos amores lésbicos no enojaron tanto a Rivera como el que ella tuvo con el escultor Isamu Noguchi. Llegó a apuntar a la pareja con su arma.
La revolución de las sábanas
Otro de los romances que se le adjudicaron a Frida fue con León Trotski, el revolucionario comunista ruso, que en 1937 se instaló en la casa de los Kahlo. Se había hecho amigo de la pareja y venía escapando del régimen soviético. Stalin, su ex camarada político, quería asesinarlo. Pero de ser cierto este romance habría durado poco. Dicen que la mujer de Trotski se enteró, puso el grito en el cielo y todo acabó.
En 1939 el médico de Frida la mandó a quedarse en cama. La obligó a estirar su columna con un aparato que pesaba más de veinte kilos. El dolor era insoportable. Ese tratamiento era un Vía Crucis para Frida. Había médicos que creían que ella debía someterse a cirugía mayor. Se la pasaba tragando calmantes y atrapada en su cama.
El 6 de noviembre de 1939, las cosas escalaron y Diego resolvió pedirle el divorcio. Frida, tristísima, se fue a refugiar a la casa de sus padres en Coyoacán donde ahogó sus penas en cognac. En una fiesta les dijo a sus amigos con agrio humor: “Quise ahogar mis penas en licor, pero las condenadas aprendieron a nadar”.
Diego y Frida ya estaban distanciados de León Trotski cuando este fue asesinado el 20 de agosto de 1940. Trotski y su mujer ya no vivían en la casa de los Kahlo sino en otra, cercana, y con mucha seguridad.
Al principio, las autoridades sospecharon de Frida. Había cenado con el asesino. La arrestaron y pasó dos días en la cárcel hasta que se comprobó su inocencia. ¡Solo le faltaba eso a su vida!
Acuerdo nupcial
Un tiempo después, viajó a San Francisco, Estados Unidos, donde estaba su exmarido, para realizarse una cirugía programada con el doctor Leo Eloesser. El reencuentro con Diego fue tan encantador que decidieron volverse a casar el 8 de diciembre de 1940. Pero antes firmaron un acuerdo: vivirían juntos, compartirían gastos, pero no tendrían relaciones sexuales.
Luego de este pacto, la lista de amantes de ambos creció. Él sedujo a Rina Lazo; ella tuvo un affaire con el pintor Joseph Bartoli y coqueteó con Chavela Vargas… y así siguieron hasta que, en 1949, Rivera se enamoró. El objeto de su capricho era ahora la actriz María Félix. Frida sufría, despechada, por las infidelidades de Diego. María Félix comenzó a pasar largas temporadas en la casa de la pareja. Hasta tenía su cuarto especialmente decorado. Muchos sostienen que, en realidad, había una pareja… de tres.
Durante los años que siguieron el dolor no mermó. Internaciones varias, un trasplante de hueso que fracasó y más cirugías.
En abril de 1953 su deseo de tener una exposición individual en México, se hizo realidad en la Galería de Arte Contemporáneo. Frida estaba tan mal de salud que los médicos le prohibieron ir. Ella de ninguna manera iba a perderse su propia exposición. Hizo instalar en el centro de la sala su cama de hospital y tomó todos los remedios más fuertes que encontró. Llegó a la muestra en una ambulancia y ataviada con los colores y diseños que tanto le gustaban. Su aparición fue un impacto para invitados y periodistas. Frida se mostró de buen humor, contó chistes, cantó corridos (un estilo musical típico mexicano) y bebió sin tregua.
Fue un éxito rotundo. Frida había sido feliz.
Malas noticias
En agosto de 1953 Frida concurrió a su consulta con el doctor Juan Farrill. Él revisó con paciencia su pierna derecha. Era su gran preocupación. El pie derecho, con dos dedos amputados, no se veía nada bien.
Frida, ansiosa, lo miró y le preguntó sin anestesia: –¿Qué es lo que me va a cortar ahora, doctor?, ¿otro dedo? Farrill fue demasiado sincero. Debido a la gangrena iba a tener que amputarle la pierna por debajo de la rodilla. Su vida estaba en riesgo y había que hacerlo pronto. No hubo salida y la cruenta cirugía se llevó a cabo.
Frida se deprimió. Se negaba a usar la pierna de madera a la que llamaba “aparato repugnante”. Además, al usarla le dolía todo. Pero era eso o la silla de ruedas. Finalmente, tuvo que ceder. Encargó que le confeccionaran un par de botas rojas. Quería demostrar que era resiliente y que podía con todo.
Al año siguiente las cosas empeoraron. Un par de accidentes caseros la mandaron otra vez al hospital. En mayo de 1954 se cayó de su cama cuando quiso buscar algo en la mesa y se clavó una aguja en un glúteo. Se le enterró tan profundo que los médicos se la tuvieron que sacar con un imán. Sus crisis de dolor la enloquecían y la hacían perder los nervios. En julio, le diagnosticaron bronconeumonía. Le prohibieron salir a la calle. Ella salió igual para participar de una marcha política. El 12 de julio de 1954, un par de semanas antes del aniversario de su casamiento número 25 con Rivera, Frida le regaló a su marido un anillo. Cuando él le preguntó por qué se adelantaba, ella le dijo premonitoriamente: “Porque siento que te voy a dejar muy pronto”.
Murió el martes 13 de julio. Fue cremada y sus cenizas fueron entregadas a Diego Rivera en una caja de cedro. Las últimas palabras que garabateó en su diario personal fueron: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”. El sufrimiento había sido demasiado para sus larguísimos 47 años.
Para cerrar la nota es bueno quedarse con su frase ácida, pero poética y que la refleja por entero. La pronunció al volver de la cirugía en la que le amputaron su pierna derecha:
“Pies… ¿para qué necesito pies si tengo alas para volar?”
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