La belleza, a veces, también puede ser criminal. Laurie “Bambi” Bembenek portaba uniforme policial al tiempo que era dueña de unas piernas de vértigo y un par de ojos transparentes que prometían eterna ingenuidad. Había elegido ser oficial de policía, pero se la pasó protagonizando escándalos. Rodeada de drogas, denuncias por corrupción y mentiras, la que alguna vez fuera también conejita de Playboy en un bar, terminó siendo acusada por el crimen a balazos de la ex mujer del oficial quien era su pareja.
Pero vayamos por partes.
Tras los pasos de papá
Lawrencia Ann “Bambi” Bembenek nació el 15 de agosto de 1958 en Milwaukee, Wisconsin, Estados Unidos. Era la menor de las tres hijas que tuvieron Joseph y Virginia Bembenek. Joseph había sido parte del Departamento de Policía de Milwaukee, pero había renunciado luego de haber sido testigo de actos de corrupción dentro de la fuerza. Optó por dejar el servicio para dedicarse a trabajar como carpintero. La familia era muy católica y estricta así que eso le pareció lo más honesto. Bambi fue enviada al colegio primario St. Augustine y, luego, a la academia St. Mary. Se graduó en el secundario en 1976 y, más tarde, se anotó en Merchandising de Moda. Apenas terminó sus estudios, aprovechando su impactante estampa, realizó varios shootings fotográficos como modelo y trabajó como vendedora en locales de ropa. En 1978 fue elegida para ser Miss Marzo en el calendario que distribuía la empresa Joseph Schlitz Brewing Company.
Dos años después, apareció en ella la vieja vocación de su padre y se inscribió en la Academia de Policía de Milwaukee.
No transcurrió demasiado tiempo hasta que tuvo el encontronazo con la ley. Una denuncia anónima la acusó de haber estado fumando marihuana en una fiesta. Bambi negó los cargos y aseguró que esa delación provenía de la celosa mujer de un oficial de policía. Contó que una vez la había confrontado en una reunión por la ropa que Bambi tenía puesta. Según ella misma escribió en su autobiografía -Woman on the Run- los policías de su departamento eran “brutales, apáticos y corruptos” y las mujeres que trabajaban allí solían ser objeto de acoso y abuso durante los entrenamientos. Aseguró, incluso, que los varones solían ridiculizar a las mujeres víctimas de violaciones. Furiosa, repetía que ante la menor falla ellas eran castigadas con más severidad que los hombres que tenían comportamientos infinitamente más graves.
Al principio, parecía que iba a repetir la historia de su padre y se iría de la fuerza.
No fue así.
Amor entre policías
Mientras se entrenaba en la academia, Bambi se había hecho amiga de una compañera llamada Judy Zess.
Un día, en mayo de 1980, durante un concierto de rock, Judy fue arrestada por estar fumando marihuana.
Bambi mintió en su declaración para defender a su amiga. Eso le costó, un tiempo después, ser dada de baja de la policía por falso testimonio. A pesar de que otras mujeres de la fuerza, evitando ser identificadas por temor, aseguraron que lo que Bambi sostenía era cierto.
La joven se resintió por cómo la habían tratado sus colegas masculinos. La venganza no tardó en llegar. De alguna manera se las ingenió para conseguir una serie de escandalosas fotografías de sus compañeros de la fuerza. En esas imágenes se veía a varios oficiales del departamento bailando desnudos sobre unas mesas de picnic, durante un festejo en un parque de Milwaukee, delante de familias y niños. Un escándalo.
Bambi no dudó en hacerlas públicas porque consideró que ella había sido discriminada. Llevó esas fotos a la Comisión de Igualdad de Oportunidades de Empleo. Allí se descargó diciendo que mientras ella había sido despedida por algo menor, esas instantáneas probaban que estos hombres hacían cosas mucho peores y no eran reprendidos.
Los reportes de Bambi llegaron a Asuntos Internos ante quienes denunció, además, haber sido testigo del uso generalizado de marihuana, cocaína y otras drogas pesadas por parte de varios miembros de la policía local. Bambi no terminó ahí: entregó evidencia que el capo de la droga del área metropolitana, Ron Peters, estaba suministrando estupefacientes a la policía y a miembros del club de béisbol de Grandes Ligas de los Cerveceros de Milwaukee para uso recreativo. Peters terminó encarcelado, pero no pasó mucho más que eso.
En los meses siguientes a su despido Bambi trabajó como moza-conejita en el Playboy Club del lago Geneva, en Wisconsin. Al mismo tiempo, Bambi empezó a salir con Elfred Schultz, un veterano policía del departamento recién divorciado. Schultz tenía dos hijos y se había separado de su ex Christine en noviembre de 1980.
La pasión entre ellos fue como un huracán a toda velocidad y en enero de 1981 Bambi se casaron en Waukegan, Illinois.
Mientras la flamante pareja compartía vivienda con Judy Zess y su novio, Thomas Gaertner, Bambi comenzó a trabajar como preparadora física en un centro de salud. Las cosas mejoraron y cambió a desempeñarse como empleada en la seguridad del campus de la Universidad Marquette de Milwaukee.
La espléndida asesina
El 28 de mayo de 1981, a las 2 y 15 de la madrugada tuvo lugar un crimen. La ex mujer de Shultz, Christine, fue asesinada en su casa y en su propia cama.
Una bala calibre .38 le atravesó la espalda y la mató al instante. Estaba con los ojos vendados, amordazada y tenía las manos atadas hacia delante con una cuerda. Llevaba puesta una remera con el logo de Adidas y unas medias. En el hogar estaban también sus dos hijos de 7 y 11 años quienes vieron al atacante y a su madre tirada boca abajo y sangrando sobre el colchón.
Sean, el mayor, declaró que el sujeto que la atacó había sido un hombre alto y corpulento, vestido con una campera verde y zapatos de policía negros. También aseguró que observó que el hombre llevaba el pelo atado en una coleta de un color rubio rojizo. Curiosamente ese era el color de pelo de Bambi Bembenek quien además medía 1,78 m.
Por ser su ex marido Elfred Schultz fue, de rutina, el primer investigado. Su coartada fue que esa noche y a esa hora estaba en funciones con su partner, Michael Durfee, investigando un robo. Las investigaciones demostraron que Shultz mentía: tuvo luego que admitir que, en realidad, había estado bebiendo en un bar. Desde ese momento comenzó a colaborar con los detectives.
Por otro lado, los peritos de balística determinaron que las balas provenían de una de las armas que tenía registradas Shultz. Inmediatamente, las sospechas se redirigieron hacia su nueva pareja, la también oficial Bambi Bembenek. Esa noche ella había estado sola en el departamento que compartían con Judy y su novio. Además, Bambi tenía acceso tanto al arma de su pareja como a las llaves de la casa de Christine que Elfred Shultz había copiado con la ayuda de su hijo mayor.
Las miradas de los investigadores se clavaron en la rubia monumental.
El 24 de junio de 1981 Bambi fue arrestada.
Schultz, quien había sido exonerado luego de un tiroteo fatal ocurrido en julio de 1975 donde murió un colega suyo, al principio se mostró convencido de la inocencia de su nuevo amor. En noviembre de 1981, Bambi y Schultz volvieron a casarse. Un juez había invalidado su matrimonio anterior porque lo habían celebrado antes de que pasaran los seis meses que, según establecía la ley del estado, tenían que pasar entre un divorcio y un nuevo matrimonio.
Una montaña de pruebas
El juicio a Bambi Bembenek comenzó en 1982 y generó amplia repercusión en los medios nacionales. Los alegatos de los fiscales la describieron como una bella mujer sin moral alguna, adicta a una vida cara y que carente de escrúpulos deseaba ver muerta a Christine Shultz para que su nuevo marido no tuviera que darle 700 dólares al mes.
Era la única persona con motivos reales para querer ver muerta a la víctima. Estos indicios unidos al hecho de que el arma pertenecía a su pareja Elfred Shultz y que Bambi tenía fácil acceso a ella tanto como a las llaves de Christine y que en la escena no se habían hallado signos de que la entrada hubiese sido forzada, constituyeron el pasaporte a su condena. Además, si hubiese sido un robo que terminó mal… ¿por qué el ladrón no se había llevado nada?
Todas las pistas conducían a la espectacular mujer que se paraba muy bien vestida, llena de volados y puntillas e impecablemente maquillada frente al incrédulo jurado. Sus estudiados y atractivos outfits que lució durante el juicio tenían al público sentado al borde de sus sillas frente a la pantalla de tevé.
La evidencia más potente que se exhibió en el estrado estaba en un sobre: dos cabellos humanos dorados que habían sido recogidos en la escena del crimen, más específicamente de entre los pliegues de un pañuelo bandana azul. Concordaban perfectamente con el pelo obtenido del cepillo de la acusada.
Fueron varios los que dijeron en el estrado que Bambi había hablado un par de veces de matar a Christine. Incluso la fiscalía consiguió dos testigos que aseguraron que Bambi les había ofrecido dinero para ejecutar a la ex mujer de Shultz. Por otro lado, Bambi tenía un jogging militar muy parecido al referido por el hijo de Christine y también poseía un pañuelo de bandana azul como el que se había utilizado para amordazar a la víctima. Por si eso fuera poco, una peluca encontrada obstruyendo las cañerías del edificio donde Bambi vivía, contenía fibras de la alfombra de Christine. Y, para colmo, una empleada de una boutique local declaró que Bambi había comprado una peluca similar un tiempo antes y, otra, que en su local había adquirido un jogging verde militar.
De todas formas, había algo que no cerraba. El hijo mayor de Schultz, Sean, seguía sosteniendo que no era una mujer la persona que él había visto en su casa atacando a su madre aquella madrugada. Para él, el sujeto era un hombre corpulento.
La acusación sostuvo lo siguiente. Esa noche Bambi corrió los tres kilómetros y medio que la separaban de la casa de Christine. Entró con el juego de llaves de su marido y subió al segundo piso. Allí amordazó con el pañuelo bandana a Christine y la ató. Luego cruzó el hall, entró al cuarto de los chicos que vieron la enorme figura vestida de verde con peluca y coleta. Le puso las manos sobre la cara al mayor de los chicos y logró aterrorizarlos. Luego, volvió al cuarto de la madre y le disparó por la espalda antes de huir.
Los chicos en pánico trataron de ayudar a su madre que sangraba e histéricos pidieron ayuda.
Divorcio inevitable
Si bien al principio Elfred Shultz apoyó a Bambi y dijo creer en su inocencia, poco a poco, mientras se desarrollaba el juicio, empezó a cambiar de idea. Las cosas entre ellos se deterioraron y terminó diciendo públicamente estar convencido de lo contrario: Bambi era culpable.
Bambi, por su parte, empezó a decir que el cerebro asesino de Christine era el mismo Schultz y que él había sido quien había contratado a un sicario para hacerlo. Para Bambi el verdadero ejecutor del disparo era un hombre llamado Freddy Horenberger, quien había trabajado con Shultz. El sujeto era, además, el violento ex novio de su amiga Judy Zess a quién una vez golpeó tanto que terminó en la cárcel. Horenberger, desde prisión y antes de quitarse la vida, negó públicamente su participación en el caso.
Bambi insistió y sostuvo que su abogado -contratado y pagado por su entonces marido Schultz- había escondido evidencia de que el culpable era él y no ella. Lo cierto es que Elfred Shultz estaba enojado con la idea de que su ex se hubiese quedado con la casa y el abogado de Christine reconoció que su clienta temía por su vida porque él la había amenazado.
El 9 de marzo de 1982, Bambi con 22 años, fue encontrada culpable, condenada a prisión perpetua y enviada al correccional Taycheedah en Fond du Lac, Wisconsin. Elfred Shultz, en cambio, obtuvo inmunidad.
El 28 de junio de 1983 la convicta pidió el divorcio de Schultz. En un reportaje con The Milwaukee Sentinel reveló que su marido le había escrito una carta informándole que estaba viviendo con una joven de 19 años en el estado de Florida.
Apeló en tres ocasiones su condena, pero fracasó siempre. Cuestionaba no solamente la recolección de evidencia y los testigos. Lo más importante para ella era demostrar que su juicio había sido injusto porque detrás de todo lo ocurrido estaba su rol como testigo en una investigación federal sobre corrupción en la policía. ¿La querían fuera de escena? Eso sugería Bambi.
Inconsistencias y discusiones
Como en la mayoría de los casos complejos, cuando se revisó la actuación de los investigadores surgieron varias irregularidades en las pruebas utilizadas. Una fue sobre aquella evidencia crucial de pelo de Bambi hallado supuestamente en la escena.
Elaine Samuels, la médica que condujo la autopsia de Christine, determinó que los cabellos recolectados del cadáver pertenecían a la víctima. Más tarde esa evidencia fue examinada por Diane Hanson, una perito de un laboratorio criminal ubicado en Madison, Wisconsin. La doctora Hanson sostuvo que esos dos pelos eran iguales a los recogidos del cepillo de Bambi. Samuels furiosa rebatió a Hanson, pero no fue escuchada y, en una carta que envió al medio Toronto Star, en 1991, escribió: “Yo no recuperé pelos rubios o rojizos de ningún largo y textura… Todos los pelos que recogí del cuerpo eran castaños e idénticos al cabello de la víctima. No me gusta sugerir de ninguna manera que la evidencia ha sido alterada, pero no encuentro una explicación lógica para lo que parece ser pelo rubio en un sobre de evidencia que no contenía esos cabellos en el momento en que me fue enviado”. Y le aseguró a Primetime que para cualquiera podría haber sido muy fácil poner esos pelos allí.
Misterio.
Por otro lado, en el edificio que las dos parejas compartían (la de Bambi y su amiga Judy) el drenaje del lugar pertenecía a varios departamentos. En esas cañerías se había encontrado aquella peluca que la incriminó. Pero al declarar, la mujer del departamento contiguo, contó que por esos días Judy Zess le había golpeado la puerta y le había pedido usar el baño. Al irse ella, el sistema había quedado obstruido. Además, Judy admitió haber tenido en su poder una peluca similar.
Más misterio.
El hecho de que hubiera sido un arma accesible para Bambi también podría hacer pensar que utilizarla en el homicidio era una torpeza ridícula. Incluso el arma en cuestión no tenía su número de serie y, para algunos peritos, no había sido disparada porque tenía presencia de polvo corriente sobre ella.
Crece el misterio.
Cuando para el programa de Diane Sawyer, una década después, la producción contactó a expertos del FBI, estos dijeron que el arma señalada como la usada no podría haber dejado la herida que quedó en la víctima.
En fin, las cosas no parecían ser tan claras.
Pero Bambi siguió tras los barrotes.
Un escape cinematográfico
Una vez en prisión, Bambi se dedicó a estudiar en la Universidad de Wisconsin. Fue en esos primeros tiempos que conoció al buenmozo hermano de Maribeth, su compañera de celda: Dominic “Nick” Guglietti (34). Comenzaron a escribirse, a llamarse por teléfono y a verse cada tanto. Pero por las reglas de la cárcel no podían tocarse ni besarse. Se enamoraron con desesperación.
Un día ella fue sancionada porque el guardia observó que Nick había apoyado su mano en su muslo. Le prohibieron hablar por teléfono y hacer deporte. Ella se quejó amargamente: los guardias aceptaban que las lesbianas se besaran abiertamente en esas salas, pero a ella la habían sancionado por una sencilla caricia. Así nacieron los planes de huida y Nick accedió a ayudarla. Planearon una fuga digna de una película.
El 15 de julio de 1990, Bambi se trepó a la ventana de la lavandería y escapó. Justo ese día había una inspección general y nadie le estaba prestando atención a Bambi que trabajaba en el sector. Se las arregló para escabullirse por la abertura. Bambi nunca había sentido tanto miedo, pero sentía que valía la pena. “El corazón me latía tan fuerte que lo escuchaba en mis oídos y me ensordecía”, escribió en su libro tiempo después.
Envuelta en una campera de cuero se protegió de los matorrales que la arañaban, se detuvo un momento para recobrar el aliento y empezó a correr sin freno hacia el cerco perimetral. Estaba en muy buena forma física así que cuando alcanzó el alambrado trepó con habilidad hasta la cima donde los remolinos de alambre de púa se engancharon en su pantalón. Tiró con fuerza desgarrándolos y lastimándose, pero logró liberarse.
“Salté y vi mi pierna con cuatro o cinco rayones como si me hubiese atacado un león…”, reveló en su autobiografía.
A poca distancia de allí fue recogida por su novio Guglietti que conducía una camioneta. Ese vehículo fue luego abandonado en el estacionamiento de una tienda Target. La pareja fue vista fugazmente en un par de localidades. La primera noche la pasaron en un hotel donde no les pidieron ninguna identificación. Finalmente, lograron cruzar la frontera sin inconvenientes y llegaron a Canadá. Se establecieron en Thunder Bay, Ontario.
Mientras, la prensa y los programas de televisión contaban la increíble historia de la rubia asesina con cara de ángel que decía ser inocente y había logrado escapar de su celda con su novio sin prontuario. El caso ganó más y más publicidad y nació un personaje: Bambi, una bella heroína enamorada escapando de las garras de la injusticia…
En este punto el público había comenzado a simpatizar con ella. Tanto que en todos lados vendían calcomanías y remeras con el slogan: “Run, Bambi, Run” (Corre, Bambi, corre) y hasta sonaba una canción inspirada en ella en las manifestaciones de gente en su favor con máscaras con su cara. El fenómeno Bambi subyugaba al gran público.
En su huida Bambi se rebautizó como Jennifer Gazzana y, una vez en Canadá, consiguió trabajo primero en un restaurante griego como cocinera y, luego, como preparadora física.
La ansiada libertad duró solamente tres meses.
El 17 de octubre de 1990 la policía tocó la puerta de donde la pareja vivía en Thunder Bay, luego de que un turista viera el escape de Bambi en el programa America ‘s Most Wanted.
Fueron arrestados. Guglietti fue deportado a los Estados Unidos y sentenciado a un año de prisión. Cuando le dijeron que la historia se parecía a la de los bandoleros Bonnie y Clyde, él muy romántico dijo que no: “Se parece más a la de Romeo y Julieta”. Y mostró un tatuaje con el nombre de su novia.
Bambi Bembenek, en cambio, solicitó estatus de “refugiada”. Sostenía que había una conspiración en su contra protagonizada por la policía a la que había acusado de corrupción y el sistema judicial. Ambos la preferían presa. “Estaba tan asustada en la cárcel que incluso una noche de libertad valió la pena…”, diría luego de ser recapturada a la célebre periodista Diane Sawyer.
Las autoridades canadienses fueron empáticas con Bambi. Su apariencia inofensiva y su belleza, en esta oportunidad, le dieron una mano. Antes de devolverla a su país consiguieron el compromiso de la justicia norteamericana: iban a revisar el caso.
La revisión se llevó a cabo, pero concluyó que no había evidencia concreta de las acusaciones que había hecho Bambi. Aunque sí encontraron siete serias negligencias ocurridas durante la investigación del crimen de Christine Shultz. Esto le otorgó a Bambi la oportunidad de un nuevo juicio. Con esta garantía, el 22 de abril de 1991, volvió a su país. Esta vez fue juzgada por asesinato en segundo grado, no premeditado. La sentencia fue de 20 años, pero las cuentas dieron que ya su pena estaba cumplida.
El 9 de diciembre de 1992 salió de la cárcel. Había estado menos de diez tras los barrotes.
Inútil libertad
Una vez libre Bambi escribió un libro, Mujeres a juicio. Pero la libertad no le resultó nada fácil. Y volvió a enfrentar problemas con la ley. Fue arrestada por tenencia de marihuana y por múltiples estafas bancarias. Poco tiempo después, desarrolló hepatitis C y su alcoholismo demostró ir en ascenso vertiginoso.
En 1994 decidió cambiar su nombre a Laurie Bembenek. Como si eso fuera a modificar algo en su vida.
En 1996 se mudó al estado de Washington para estar más cerca de sus padres que se habían jubilado y vivían en Vancouver, Canadá.
En el año 2002 Bambi cayó de un primer piso de un cuarto de hotel en Los Ángeles. Muchos creyeron que había saltado voluntariamente en un intento de suicidio. Pero, según dijo su abogada, Bambi no aguantaba la vigilancia permanente a la que era sometida, entró en pánico e intentó salir por la ventana y cayó al vacío. Salvó su vida, pero por la brutal caída le tuvieron que amputar el pie derecho.
En esos años conoció a un empleado del servicio forestal norteamericano, Marty Carson, con quien se casó en 2005. Ella, que había sido diagnosticada con estrés post traumático, empezó terapia para terminar con su adicción al alcohol. Marty la empujó para que volviera a la pintura, algo que hacía desde chica. Llegó a tener treinta trabajos expuestos en una galería de arte. Tuvo tanta mala suerte que la galería se incendió con toda su obra dentro. En su vida todo ardía.
Ella obsesionada con su propia historia seguía sosteniendo su inocencia en el crimen de Christine Shultz. Quería dar vuelta la sentencia ya cumplida para limpiar su nombre. Su abogado apuntó a evidencia que no había sido escuchada en el juicio original como, por ejemplo, el ADN masculino hallado en el cuerpo de la víctima, la evidencia de que indicaba que Christine habría sido sexualmente asaltada y los testimonios de los dos hijos pequeños que aseguraban que quien mató a su madre parecía ser un hombre.
La Suprema Corte de Wisconsin, en 2008, le denegó esa posibilidad.
Sangre y glamour
Cuatro libros, infinitos artículos periodísticos, biografías, documentales, podcasts… su caso tenía ese no sé qué que lo convirtió en atractivo para el público. La famosa periodista Diane Sawyer dijo que este policial era “el caso de asesinato más glamoroso de los años 80”.
Su historia fue narrada en una película para televisión que fue protagonizada por Tatum O’Neal. Este año, un nuevo podcast Run, Bambi, Run recreó su historia y la devolvió a la vida.
Muchos creyeron siempre que su condena fue manipulada e injusta y que su belleza le jugó en contra al comienzo de la historia.
Bambi no pudo demostrar nada de todo lo que dijo. Su cuerpo devastado por la enfermedad sucumbió el 20 de noviembre de 2010, en Portland, Oregon. Tenía solamente 52 años y murió sola en un establecimiento para cuidados paliativos para gente sin recursos. El certificado de defunción apuntó: falla hepática y renal.
¿Fue Bambi una gélida asesina a la que solo le importaba disfrutar del dinero de su nueva pareja o fue una víctima de la corrupción policial utilizada por un marido inescrupuloso? ¿O ambas cosas?
Es probable que no lo sepamos jamás. En este policial los misterios superaron a las certezas.
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