Fue una de esas decisiones que se toman sin pensar demasiado. Hacía sólo seis meses que se habían visto por primera vez en el backstage de un recital de él en Los Angeles, en enero de 1975. Cher había llegado con el productor David Geffen, su refugio tras la amarga separación de Sonny Bono, que la dejó en la calle. Era un romance particular: Geffen le aseguró un contrato con Warner y le dio un lugar en su mansión para que se instalara con Chaz, el hijo que tuvo con Bono. Muchos años más tarde, ella contaría que fue la primera persona con la que el magnate de la música que salió del closet recién en los noventa “compartió su cama y su vida”.
Gregg Allman venía de una tragedia peor que un divorcio contencioso. Duane, su hermano y su compañero en la exitosa banda de rock sureño The Allman Brothers, había muerto tres años y medio antes en un accidente de moto. Tenía sólo 24 años y Gregg quedó tan roto –y se entregó tanto a las drogas– que Berry Oakley, el bajista del grupo, fue el que se ocupó de que siguieran tocando. Pero Oakley murió en la ruta exactamente un año después y a apenas 200 metros de donde se estrelló Duane.
Para 1975, Allman no se había recuperado; vivía grogui. Pero la aparición de Cher tras bambalinas lo despertó de su letargo psicodélico. En sus memorias –My Cross to Bear, 2012–, escribe: “Olía como yo imaginaba que olería una sirena, nunca más volví a sentir ese perfume, ni lo olvidé. Yo fui tan rudo; no le dije ni hola ni nada parecido, porque quedé enceguecido al verla”. Aunque la verdad es que, incluso pese a que ella estaba con Geffen, él se las arregló para pedirle el teléfono. Y la llamó al día siguiente.
La diva dijo que sí, pero la primera cita fue un fiasco. O la antesala de lo que sería su relación. Allman se inyectó heroína en el baño y se quedó completamente dormido. Cuando volvió en sí, rogó por otra oportunidad. Cher accedió. No sólo por esa belleza casi grunge que lo hace ver en las fotos de la época como una especie de antecesor de Kurt Cobain –de pelo lacio y platinado, y con la mirada más transparente y más triste–, sino porque, a diferencia de Bono, que la había engañado de todas las maneras posibles, Allman al menos no mentía sobre quién era.
El rockstar se propuso estar lúcido para la segunda cita. Pero fueron a bailar y no pudo evitar beber de más en la discoteca. Veintiún tragos él, contra sólo uno que tomó Cher. Le sirvió para oIvidar que era un pata dura: se sacaron chispas en la pista. Y cuando la noche terminó y fueron a casa de la artista, ella le mostró su jardín de rosas. “Todas las rosas estaban comenzando a florecer –escribe él en su autobiografía–. Hicimos el amor en serio”.
Habían pasado sólo seis meses cuando Cher obtuvo el divorcio de Bono. Cuatro días después, el 30 de junio de 1975, viajó con Allman para festejarlo en Las Vegas y terminaron casados. Pero como pasa con muchos matrimonios celebrados en las madrugadas de excesos de la ciudad del pecado, a la mañana siguiente, Cher se dio cuenta de su error: se había enamorado perdidamente a un adicto al alcohol y la heroína. Nueve días le tomó comunicárselo. El biógrafo de la diva, Randy Taraborrelli, cuenta que cuando ella llamó a Allman para decirle que quería separarse, él “estaba tan drogado que no se enteró”.
Se reconciliaron pronto. Gregg prometió rehabilitarse y ella se obsesionó con acompañarlo en su recuperación. Desde entonces, la relación fue una montaña rusa: meses de amor incondicional, y meses de peleas públicas. Parecía que a su lado Cher pretendía dejar atrás su antigua imagen de celebridad alejada de las drogas, sana y casta por donde se la viera, la chica apta para todo público que había vencido la timidez para cantar el hit I’ve got you babe, la artista que hasta había bautizado a su hijo mayor –nacido como mujer en 1969– con el nombre de Chastity (en inglés, Castidad).
“Había un problema –escribe él en My cross to bear–: ella no se daba cuenta de lo perdido que estaba yo. Así que me levanté una mañana y le dije, ‘Mirá, tengo que decirte algo. Soy adicto a los narcóticos’”. Cher se empeñó en curarlo, consiguió una receta de Quaaludes –metacuoalona, un sedante con efectos similares a los de los barbitúricos de uso frecuente en los setentas– para que pudiera dormir mientras durara el síndrome de abstinencia, aunque no funcionó demasiado. Como fuera, Cher estaba agradecida con Gregg por su honestidad. “Era una verdadera optimista”, escribe Allman en su libro, y cuenta que la diva lo eligió incluso sabiendo que era casi imposible que se recuperase.
Pero cuando Cher decidió volver a trabajar con su exmarido en el programa de televisión The Sonny and Cher Show, en 1976, fue Allman el que puso fin a la relación: sentía que Bono la usaba como si fuera “una mina de oro” para impulsar su carrera. Claro que no estaban destinados a separarse todavía: justo entonces Cher supo que estaba embarazada de él y decidieron seguir juntos por el bien de su hijo. Elijah Blue Allman nació el 10 de julio de 1976 y trajo un disco bajo el brazo.
Two the hard way, el título del álbum, es un juego de palabras en inglés que puede entenderse como “dos por el camino difícil”, pero también como “hacia el camino difícil”. De un modo u otro, iban a salir inexorablemente lastimados. El nombre de la banda con que lo presentaron también era un juego de palabras: Allman and Woman (Podía leerse tanto como “Allman y Señora” –en un giro a tono con el machismo en el rock de la época–, o como “Todos los hombres y una mujer” –un reconocimiento al peso de diva de Cher, a quien ni siquiera hacía falta nombrar porque ya era una estrella–).
Pero la vida conyugal distaba de ser un juego. Entraban y salían de rehabilitación y cada vez era más duro. Al disco que grabaron no le fue bien en su momento, aunque hoy se acerque bastante a una joya de culto: era una mezcla de soul-rock sureño y pop, y ni la crítica ni el público lo entendieron. La Rolling Stone dijo entonces: “Es difícil imaginar una combinación más inapropiada. Es la llegada al barro de Gregg Allman, y más de lo mismo para Cher”. En la tapa se ven iluminados y eternos: abrazados en el piso y en blanco y negro, salvo por las botas rojas sobre las piernas desnudas de ella y la melena rubia del rockero.
La gira de presentación fue un infierno. Los fans de Cher –tradicionales y estructurados–, se trenzaban en batallas campales con los mochileros que seguían a Gregg y la acusaban de ser “la Yoko Ono” de los Allman Brothers. Terminaron por cancelar el tour y con la pareja aún más desgastada. En 1978 Cher se abrió con dolor ante la revista People: “Nadie nunca me hizo tan feliz como Gregory. Dios, es maravilloso. No entiendo por qué él no puede verlo. Es el más amable, más gentil, y más amoroso padre y marido”. Un año más tarde se separarían definitivamente.
Su hijo Elijah Blue tampoco la tuvo fácil. Heredó las dos aficiones de su padre: la música (tocó con Jared Leto y tiene una banda propia) y la adicción a la heroína. “En casa siempre hubo grandes fiestas, llenas de músicos y otros artistas. Recuerdo a Andy Warhol en mi casa y cosas así. Desde los 11 años yo y mis amigos salíamos a las calles de Harlem en busca de problemas. Ahora lo pienso y es una locura: con esa edad y comprando drogas en Harlem”, dijo en una entrevista con ET tras su rehabilitación, en 2008.
Su padre logró alejarse de las drogas en 1997 y sólo tomó agua y jugos de fruta hasta su muerte, en mayo de 2017, a los 69 años. Las décadas de alcohol habían destruido su cuerpo de adonis: en 2010 tuvo que someterse a un trasplante de hígado y en 2012 le diagnosticaron un cáncer inoperable. Tocó hasta último momento y dejó un disco despedida, Southern Blood (Sangre sureña). Ese es el espíritu con el que lo recuerda Cher, que confesó a The Guardian en 2020 que Allman fue uno de los dos grandes amores de su vida junto a su “bagel boy”, Rob Camilelletti, a quien le llevaba casi veinte años. Lo conoció en una panadería tras su separación de Allman.
También el músico dijo antes de morir que Cher fue su amor más dulce: “Ella tiene una mente muy abierta y estábamos enamorados de verdad. No volví a tener una relación así con ninguna otra mujer”. Cher no ocultó en las redes su desconsuelo cuando la vida del padre de su hijo menor se apagó finalmente: “No hay palabras para expresar lo que siento, Gui Gui. Por siempre, Chooch”. Eran los apodos con los que se llamaban cariñosamente.
Cuando el periodista que la entrevistó para The Guardian hace dos años quiso saber si no había sido demasiado duro estar con un hombre tan dañado y enfermo, la diva tampoco dudó: “Gregory fue un hombre especial. Un caballero sureño que resultó ser adicto a las drogas. Así de simple. Y que luchaba con todas sus fuerzas para salir. Una de las veces que fuimos a rehabilitación, le dije: ‘Estoy tan harta de hacer esto’, y él me contestó: ‘Yo también. Y lo sigo haciendo solo por vos’”.
SEGUIR LEYENDO: