Gustavo es padre de un nene de tres años y de un bebé de seis meses. Trabaja dentro y fuera de casa, igual que su pareja, y suspira del otro lado de la pantalla cuando escucha las palabras “saturado”, “agotado”, “quemado”.
“Toda esta sobrecarga mental, la falta de sueño, comer mal, vivir a las corridas tiene sus consecuencias”, cuenta a Infobae en los 10 minutos que le quedan antes de ir a buscar a uno de los chicos al jardín para luego hacer el enroque con su esposa y salir a trabajar. “Muchas veces me siento muy irritable, y entre todos estos malabares dejé de ser yo, porque ya no me ocupo de mí. Mi vida es exclusivamente trabajar, ocuparme de mis hijos y de la casa”.
Julieta no conoce a Gustavo pero también suspira del otro lado de la cámara cuando escucha la palabra “burnout”. Es madre de una nena de 5 años, y su experiencia arrancó con un “parto de porquería”, bien alejado de los preciosos nacimientos respetados que propone Instagram.
Su hija tenía pocos meses cuando Julieta empezó a sentir en el cuerpo lo que llama “el colapso”. Tener que volver a trabajar mientras amamantaba desbordó el dique. “Volvía a las 2 de la mañana con los pechos explotados y encima con culpa por haberme ido. Tenía que amamantarla y además ordenar el desastre que había quedado en mi casa. ¿Mi pareja? Dormía. Yo me quejaba pero esas cosas no cambian de un día para el otro. Todo eso resintió muchísimo nuestra relación”.
Unos y otros hablan del “burnout” o “síndrome del quemado”. En Argentina es común escuchar a profesionales de la salud o docentes “quemados” por los bajos sueldos o por tener que lidiar con madres y padres sacados, pero el “burn out parental” era un tema tabú y más bien guardado -con suerte- para las charlas con la mesa chica.
Aunque no es una enfermedad afecta a la salud mental, por eso lo estudiaron en distintas partes del mundo. Un relevamiento hecho en Estados Unidos durante la pandemia mostró que el 66% de las madres y padres que crían y trabajan al mismo tiempo se sentía así.
Hicieron un promedio pero señalaron que el burnout era mucho más común en ellas que en ellos (en Argentina las mujeres dedican casi el doble de horas que los hombres al trabajo en la casa y de crianza). Además, difundieron un test de 10 preguntas, que hoy reproduce Infobae, para saber qué tan quemados estamos.
Muchos creyeron que el burnout se debía a la pandemia pero una encuesta similar hecha en España después llegó al mismo resultado. ¿Por qué combinar trabajo con tareas de cuidado muchas veces lleva a quemarse?
Un tetris para sobrevivir al día a día
Gustavo Brizuela es policía de la Ciudad de Buenos Aires y comparte con su esposa las tareas de cuidado de sus dos hijos. Solo esos dos datos rompen con un estereotipo: el del policía “cabeza de termo” o el del “jodete por no estudiar”, agrega él.
Matheo tenía dos años y medio cuando nació Santino, que ahora tiene seis meses. El clásico era tener “la parejita” y que los hijos se llevaran poca diferencia de edad para ser hermanos-compañeros.
“Pero la verdad es que me sentí quemado después de la llegada de mi segundo hijo. Recién estábamos estabilizándonos con el primero, que ya dormía de corrido y estaba dejando los pañales. Cuando llegó el segundo fue volver con todo otra vez: no dormimos de noche, comemos mal, y los dos trabajamos afuera, así que nos pasamos todo el día haciendo malabares con los horarios”, cuenta él, que vive en Villa del Parque.
Los dos son tucumanos y allá quedó toda la familia, por lo que no tienen ninguna red de ayuda. Es levantarse a las 5 y media de la mañana para despertar, cambiar y dar el desayuno a uno para llegar a horario al jardín, “salir a medio vestir, volver, ordenar la casa, salir a hacer las compras, llevar a la guardería al otro, porque van en horarios diferentes a jardines diferentes, mientras mi esposa trabaja. Cuando te acordás, ya es hora de volver a buscarlos. Todavía no te fuiste a trabajar y ya estás agotado”.
Es un tetris que rara vez contempla un rato de descanso u ocio y en el que el dinero no rinde, por lo que dejar de trabajar no es, por lo general, una opción. Un tetris en el que se resigna tanto “que perdés un poco la identidad”, sigue.
“Es que dejás de hacer casi todo lo que te gustaba. Yo por ejemplo, iba al gimnasio, salía a correr. Eso ya no lo hago más, no voy a dejar a mi pareja sola con todo para ir a correr”. ¿Cuál es la sensación física de estar quemado? “La despersonalización”, contesta. “Esa sensación de ‘wow, dejé de ser yo”.
Es pasar días sin mirarse al espejo, sin ir al baño tranquilo, sin sentarse, mal vestido, mal dormido, a veces comiendo parado, haciendo trámites infinitos para conseguir vacantes en el jardín del Estado. Hasta que el embudo se llena, no pasa más nada, y comienzan los síntomas del “burnout parental”: la irritabilidad que Gustavo muchas veces siente es parte de eso.
¿Por qué algunos padres están quemados y otros no, o están menos agobiados? No es por los hijos, es por el sistema: cuando hay redes de ayuda familiar el estrés, por lo general, baja. Cuando no hay familia pero hay al menos dinero para tercerizar la red de cuidados (un jardín, una niñera), la “quemazón” es menor.
Cuando no hay que salir a recorrer guardias para conseguir un certificado médico para que en el trabajo te crean que tenés un hijo enfermo, también. Pero si conseguir una vacante es una odisea, sube. Gustavo, por ejemplo, empezó a tramitar la vacante de la guardería del bebé cuando todavía estaba en gestación.
Fue después de buscar y no encontrar un lugar en el que los hombres hablaran de todo esto que Gustavo creó la cuenta “Un papá en deconstrucción”, un espacio con 15.600 seguidores en donde los padres comprometidos con las crianzas de sus hijos pueden hacer, en principio, catarsis, y donde pueden hablar de estas sensaciones encontradas de amar a sus hijos y, a la vez, sentirse saturados “por esta dinámica de tratar de sobrevivir al día a día”.
También forma parte de Paternando, un espacio en Instagram con más de 60.000 padres (hombres) donde, por ejemplo, se comparten consejos para no ser “ayudantes” o “secretarios” de las madres.
Un mar de lágrimas que no vi en Instagram
La maternidad de Julieta Fierro “arrancó mal, con un parto de porquería”, cuenta a Infobae. Su hija nació a través de la maniobra de Kristeller: “Se te suben encima de la panza y aprietan para que salga”, cuenta. “La verdad es que el nacimiento no fue momento de apego y conexión, fue un momento frío, me hicieron la episiotomía y me desgarré, yo estaba aterrorizada”.
Julieta lloró con desconsuelo durante el post parto pero se tragó las lágrimas: se suponía que tenía que sentirse feliz, completa, realizada. “Mucho tiempo después entendí que tuve depresión post parto, pero estaba sola todo el día, no tenía ni con quién hablarlo”. Acá otra vez: no son los hijos, es el sistema. Que las licencias por paternidad sean de dos días deja a las madres a cargo de todo y en soledad.
Recibía, como muchas, la presión extra que viene de influencers y pediatras de moda en las redes: que sos semi nazi si apelás al “Duérmete niño” (dejar llorar al bebé hasta que aprenda a dormirse solo) o le das leche de fórmula; que una buena madre le cocina a su bebé muffins de porotos aduki y no le pone dibujitos hasta que cumpla dos años (risas).
La cuestión es que Julieta volvió a trabajar en un restaurante de sushi cuando su hija tenía 5 meses y volvió a sentir el agobio. Mientras la OMS insistía con la “lactancia exclusiva” hasta los seis meses el trabajo le exigía jornadas largas y, encima, nocturnas. Pero el burnout terminó de instalarse en su vida antes de que la nena cumpliera tres años.
“Caminaba en puntitas de pies. Todos decían ‘qué linda, parece una bailarina’, pero a mí me parecía raro y me puse a investigar. Mi pareja me apoyó, no negó que podía estar pasando algo, pero casi todo el trabajo lo hice yo: investigué, busqué turnos, la llevé a neurólogos hasta que llegué al diagnóstico”. Si no hubiera, en muchos casos, que convencer a los padres de que no son “ayudantes” el estrés de las madres no sería tan elevado.
La nena tenía autismo nivel 3, lo que significa que hoy, a los 5 años, usa pañales y apenas se comunica. No es por los hijos, otra vez: es por el sistema. Las corridas a médicos, las colas de madrugada, mendigar los permisos en el trabajo y las peleas con las obras sociales y prepagas, por supuesto, aumentan la “quemazón” de los padres.
La red familiar, en su caso, existía, “pero cuando vieron lo que es tener un hijo con discapacidad se borraron. Y eso fue lo que nos fue erosionando también como pareja. Ahora encima él se quedó sin trabajo”.
¿Cuál es la sensación física del burnout? “Llorar todo el tiempo, colapsar”, contesta. “Es estar alienada. De repente tu hija llora, vos estás ahí, la mirás y no sentís nada, no sos vos. Cuando no tenés una red que te dé una mano no podés tomar distancia, no podés tener el desapego necesario para alejarte, cargar las baterías y volver al vínculo de una forma más sana”.
Uno por uno, Julieta escucha los 10 ítems del test para ver si tiene o no “burnout parental” y en qué medida. Acá una réplica para que cualquier madre o padre puede hacerlo en su casa y, de ser necesario, buscar ayuda.
Julieta reconoce que tiene casi todo y en altas dosis: se irrita fácilmente, amanece agotada de saber todo lo que le espera y le resulta imposible divertirse en la crianza. Dice que hace tiempo se siente en ‘modo supervivencia’ pero frena en la pregunta final:
“Siento que estoy haciendo un buen trabajo como madre, a un precio altísimo, que es mi salud física y mental, pero sí, estoy haciendo un buen trabajo”.
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