“Mañana nos reuniremos. Preparen el coñac”. La voz alegre del comandante Vladislav Volkov, a bordo de la Soyuz 11, resonó en los parlantes del centro espacial soviético que seguía los tramos finales de un vuelo que se suponía iba a terminar bien. Terminó en desastre.
Volkov y los dos astronautas que lo acompañaban en la misión, Gueorgui Dobrovolski y Viktor Patsáyev estaban muertos minutos después del brindis adelantado; el coñac se añejó en una botella que jamás fue abierta; los tres cosmonautas soviéticos se convirtieron en los primeros seres humanos en morir en el espacio; los tres supieron de su suerte fatal en ciento diez segundos de lúcida agonía; sus corazones se detuvieron ahogados por un escape de aire del interior de la nave; ni siquiera tuvieron la protección de los trajes espaciales porque no llevaban trajes espaciales; en tierra ni se enteraron de sus muertes y lo descubrieron sólo cuando la Soyuz tocó suelo soviético; ante la magnitud del desastre y la imposibilidad de ocultarlo, la Unión Soviética admitió sus yerros, no todos, algunos, otros salieron a la luz con los años, y modificó las reglas de los viajes extraterrestres para siempre. Tarde. Y mal.
Todo ocurrió el 29 de junio de 1971, hace ya cincuenta y un años. Como toda tragedia, dejó enseñanzas que, como suele ocurrir, no son tenidas demasiado en cuenta. Hay algo peor que el mal: es el orgullo. Y hay algo mucho peor que el error: es insistir en el error. La Soyuz y sus tripulantes estaban condenados al desastre y no a la épica que la URSS quiso darle a aquella misión planeada como hazaña espacial. Estados Unidos había conquistado la Luna dos años antes. La URSS, pionera de la carrera espacial en los años ‘50 y principios de los ‘60, corría ahora lejos del puntero de la competencia; necesitaba un gran éxito, no importaba lo que costara: esa era la receta soviética.
Cuando arreciaron los problemas mecánicos en la Soyuz y los pequeños dramas humanos entre sus tripulantes; cuando la lógica aconsejó acortar la misión, el líder del programa espacial soviético Vasili Mishin gritó en el centro de control: “¡No quiero cobardes en mis naves!”. Era una arenga muy apropiada para pelear entre las ruinas de Stalingrado contra los alemanes en 1943. Pero una estupidez grande como un pino para aplicar a una misión espacial de 1971, donde un tornillo flojo te transformaba en mártir.
La Soyuz 11 tenía como misión abordar la estación espacial soviética Salyut 1, habitarla, pasar allí la mayor experiencia de vida humana prolongada en el espacio y volver para contarlo. Todo salió, a tropezones, como estaba más o menos planeado. Menos lo de contarlo al final. Esta es la historia de aquel fracaso monumental.
En abril de aquel año, la Soyuz 10 ya había fracasado en su intento de acoplarse a la Salyut 1 porque el sistema de acoplamiento se dañaba por el exceso de presión. La pieza rebelde fue modificada para la misión de la Soyuz 11 que tenía asignada otra tripulación. Debieron viajar los astronautas Aleksei Leonov, Valeri Kubásov y Piotr Kolodin. Pero, antes del viaje, un control médico radiográfico hecho a Kubásov detectó una mancha en uno de sus pulmones. Los médicos le prohibieron volar y, de acuerdo con las reglas soviéticas, en un caso así se descartaba a toda la tripulación y se designaba a otra. Así llegaron a su último viaje al espacio Volkov. Dobrovolski y Patsáyev.
Las relaciones entre los tres astronautas no eran buenas. Dobrovolski era un comandante novato, que cargaba una gran responsabilidad sobre los hombros. Volkov también era comandante y se sentía desplazado por Dobrovolski. Los dos pilotos discutían a menudo y lo hicieron durante todo el viaje espacial. La misión partió al espacio el 6 de junio y el 7 ya estaban acoplados a la Salyut y los tres astronautas habían dejado la Soyuz 11 y habían entrado en la estación espacial. De inmediato, las cosas empezaron a andar mal. Al encender el sistema de regeneración de aire sintieron un penetrante olor a humo, por lo que, desde tierra les aconsejaron pasar aquella primera noche en el espacio en la Soyuz, y no en la Salyut.
Al día siguiente, ya con aire normal en la estación, los astronautas corrigieron la órbita y orientaron los paneles de la Salyut hacia el sol. Rutina. En la Tierra, la prensa del mundo destacaba una nueva hazaña soviética: surcaba el espacio la primera estación tripulada de la historia. El 9 de junio, en el primero de los contactos por televisión con los tripulantes, el control terrestre les recomienda, realizar los ejercicios imprescindibles para atemperar los efectos en el cuerpo de la ingravidez prolongada. ¿Los astronautas estaban faltos de entrenamiento? Desde el espacio lo negaron: no se trataba de los desmanes corporales que provoca la ingravidez, sino de los trajes de entrenamiento que llevan puestos, que les producen mucho cansancio.
¿Cómo fue que, en 1971, con la carrera espacial lanzada a pleno, tres cosmonautas rusos no vestían trajes espaciales presurizados, y habían viajado al espacio exterior con trajes de entrenamiento, que era como lanzarse en piyama al fondo del mar? Los trajes espaciales de entonces eran voluminosos, ocupaban mucho espacio, y la Soyuz necesitaba que tres astronautas abordaran la misión: la única posibilidad de albergar a los tres, era reducir el volumen en el interior de la nave. Y la única posibilidad de reducir el volumen en la nave era dejar los voluminosos trajes espaciales en tierra. ¿Era una locura? Sí, lo era. Era tal vez mayor la necesidad de un éxito rutilante en la carrera por la conquista del mundo extraterrestre.
Contra ese desatino protestaron Leonid Smirnov, jefe de la Comisión Industrial Militar, Illiá Lavrov, diseñador del sistema de control ambiental que advirtió que, al menos, los astronautas debían estar provistos de máscaras de oxígeno, como las usadas en la aviación, que ante una emergencia, una pérdida de presión por ejemplo, les daría a los astronautas un margen de dos a tres minutos de maniobra. El tercero en protestar fue Nikolai Kamanin, jefe del Cuerpo de Cosmonautas soviéticos. Triunfó la arenga de Mishin sobre los cobardes en las naves y la opinión de Serguei Koroliov, otro de los líderes del programa soviético que recurrió a una lógica de potrero para justificar su decisión: ningún vuelo de las misiones anteriores, Vostok o Vosjod, había sufrido pérdida de presión alguna. ¿Por qué iba a ser ésta una excepción?
En el espacio, Volkov, Dobrovolski y Patsáyev sufrían lo suyo en medio de discusiones constantes entre los dos comandantes. El 16 de junio, a la una de la tarde, la Salyut volvió a llenarse de humo. Todo se tornó tan peligroso que los astronautas pensaron en evacuar la estación y regresar a la Soyuz 11. Antes, intentaron solucionar el drama en aquella nave que, más que una estación espacial, parecía una caja de sorpresas: apagaron el generador principal, conectaron el sistema secundario y cambiaron los filtros de oxígeno. Después de seis horas de trabajo intenso, todo volvió a la normalidad, o lo que fuera, en aquella sucursal del infierno.
El 17 de junio, en el control terrestre de la misión, estudiaban la difícil relación profesional y humana entre Volkov y Dobrovolski. Lo que notaron, y los alarmó, es que Volkov era quien pasaba los informes al control y, si bien resaltaba que “la tripulación entera es quien decide, juntos, las cosas”, es él quien se adjudicaba el mérito de la misión. Mishin, el que no quería cobardes en sus naves, lo justificó; dijo que, después de todo, es el comandante quien debía tomar las decisiones. Pero el equipo de seguimiento y Kamanin, el jefe de todos los cosmonautas, que conocía bien a sus muchachos, sostuvo que Volkov actuaba de manera muy independiente y que no reconocía sus errores.
Por lo pronto, en la Soyuz 11 no encuentran la causa del incendio en la estación espacial. Los tres tripulantes deciden desconectar todo el equipo científico y encender luego los dispositivos de a uno, para ver si así dan con las causas que provoca el intenso humo en la Salyut. El 20 de junio, desde tierra, evalúan la condición física de los tres astronautas que llevan ya catorce días en el espacio. Saltan las alarmas: la capacidad pulmonar de los viajeros ha descendido en un treinta y tres por ciento y, además, los trajes de entrenamiento Penguin tampoco funcionan como deberían. De nuevo, las opiniones están divididas en el centro espacial. A quienes opinan que los tripulantes pueden seguir en el espacio varios días más, que pueden soportar más tiempo en órbita y en estado de ingravidez, se les opone Kamanin, que pone un límite: deben regresar a tierra antes del 30 de junio, si es posible.
Era posible, pero había un récord a batir: el de permanencia en el espacio, que Volkov, Dobrovolski y Patsáyev cumplirían el 25. El 21 de junio, los líderes del programa soviético deciden que la Soyuz 11 regrese entre el 27 y el 30. El 26, ya con el récord de permanencia en el espacio en su poder, los tripulantes de la Soyuz acondicionan la Salyut para el lapso que le espera a la estación sin nuevos tripulantes, algunas pocas semanas, y preparan su regreso a casa. Entonces, lo que podía empeorar, empeoró.
Cuando los astronautas entraron en la Soyuz 11 para el viaje de regreso, Volkov notó que la escotilla de la nave no cerraba bien: se lo advertía un sensor. El centro de control les aconseja repetir la operación: es el colmo de la obviedad, ¿qué otra cosa podían hacer? Volkov lo intenta una, dos, diez veces más, hasta que cierra la escotilla con todas sus fuerzas, un portazo en el espacio: la luz del sensor se apaga y los tripulantes consideran que el cierre es ahora hermético.
A las 21.15 del 29 de junio la Soyuz 11 se separa de la Salyut y Volkov lanza por radio su augurio: “Mañana nos reuniremos. Preparen el coñac”. ¿Qué pasó luego? Las teorías dijeron al principio que la escotilla no había cerrado bien. Pero, en 1997 el accidente se atribuyó a la apertura de una válvula de menos de un milímetro de diámetro, que permitía equilibrar la presión con el exterior y que no tenía que abrirse hasta que la Soyuz estuviese a cuatro kilómetros de la superficie terrestre.
Se abrió antes. El por qué, es un misterio. El sistema de equilibrio de presión consistía de dos válvulas independientes de un milímetro de espesor, que se activaban mediante un sistema pirotécnico que evitaba que ambas se abrieran a la vez. Pero se abrieron con sólo seis centésimas de segundos de diferencia.
En el momento de la separación entre el módulo orbital de la Soyuz y el módulo de descenso, la presión en el interior de la Soyuz era normal. Y la de los tres astronautas, también. Sobre el pulso promedio de 120 por minuto, Dobrovolski rondaba las 80, Patsáyev las 100 y Volkov las 120. Los tres notaron de inmediato que había una fuga de aire en la Soyuz por el sonido agudo que inundó la nave. En segundos, las pulsaciones de Dobrovolski treparon a 114 y las de Volkov a 180. Apagaron las radios para localizar la fuente del sonido agudo; es probable que la hayan localizado, que se hayan dado cuenta de que se trataba de una pérdida de aire y que hayan intentado cerrar la válvula, ubicada sobre el asiento de Patsáyev y en aquella cabina estrecha donde ni siquiera cabían los trajes espaciales.
Para los casos de emergencia, las reglas exigían que una fuga fuese cortada en veinte segundos. En los entrenamientos, los astronautas demoraban entre treinta y cuarenta segundos. Las máscaras de oxígeno que había recomendado el diseñador Lavrov, les hubiesen dado un margen de maniobra de entre dos y tres minutos y les habría salvado la vida. La muerte fue más veloz. Los cálculos posteriores determinaron que, a unos veinte segundos de iniciada la fuga de aire, la presión en el interior de la Soyuz 11 había descendido tanto que los astronautas debían estar inconscientes. Cincuenta segundos después de la fuga, el pulso de Patsáyev había caído a 42 latidos por segundo. A los ciento diez segundos, los corazones de los tres astronautas se habían detenido.
La Soyuz, como un animal obediente, siguió su regreso a tierra como si nada hubiese pasado. La fuga de aire que mató a los astronautas sólo le provocó un lento movimiento de rotación. En el control terrestre de la misión no supieron nada porque no tenían comunicación con la nave: la separación de los dos módulos de la Soyuz, el orbital y el descenso, se había producido fuera del alcance de las estaciones de seguimiento soviéticas. Pero dos minutos después, la Soyuz sí entró en el radio de acción de esas estaciones y estuvo conectada, y en silencio, durante tres minutos, antes que la reentrada a la atmósfera volviera a hacer imposibles las comunicaciones.
Cuando la Soyuz, con su tripulación muerta, volvió a estar en contacto con el control de la misión y cuando desde allí intentaron comunicarse con los astronautas sin recibir respuesta, pensaron que había habido una avería en el sistema de comunicación, nunca en la tragedia.
La Soyuz 11 aterrizó como estaba previsto, a las seis y dieciséis de la mañana del 30 de junio. Recién empezaba el verano, había amanecido una hora antes cuando los equipos de rescate abrieron la cápsula y hallaron a los tripulantes muertos. Se dieron entonces algunas escenas patéticas que reflejaron las fotos de la misión: los médicos del equipo de rescate intentaron dar respiración boca a boca a los astronautas que llevaban muertos más de media hora. Las autopsias y los datos recogidos por el sistema de grabación de vuelo Mir, determinaron las causas de la tragedia. Los astronautas habían muerto por la despresurización de la cápsula: los cuerpos tenían un altísimo contenido de nitrógeno en sangre, presentaban hemorragias cerebrales y sangre en los pulmones.
Los datos de vuelo revelaron que los tres supieron que iban a morir en cuanto notaron la fuga de aire y el descenso de la presión en la cabina. Dobrovolski se había liberado del cinturón de su asiento para dirigirse a la escotilla porque intuyó que la fuga se había producido en aquella puerta mal cerrada. Se equivocó y perdió un tiempo vital. Los expertos arriesgaron incluso con que, de haber dado con el origen de la fuga, los tres astronautas habrían muerto igual. No fue la fuga de aire lo que los mató, sino el haber carecido de trajes presurizados.
El programa Soyuz se abandonó. La estación Salyut, a la que se adjudicaba larga vida, fue devuelta a tierra y amerizada en el Pacífico; el programa espacial soviético fue demorado dos años; las reglas se modificaron para obligar a todos los astronautas del futuro a vestir trajes espaciales; fueron modificadas las cabinas de las futuras naves para que mantuvieran la presión en caso de alguna fuga; se redujeron las tripulaciones de las naves espaciales a dos astronautas y Kamanin, aquel que se había opuesto a que sus muchachos viajaran al espacio tan desprotegidos, fue destituido como jefe del Cuerpo de Astronautas por no haber adiestrado a sus hombres para hacer frente a una emergencia como la de la Soyuz. Era una ironía brutal, que también era una receta soviética.
Volkov, Dobrovolski y Patsáyev fueron enterrados en los muros del Kremlin. Como héroes.
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