Tenía once años cuando le preguntó a Eva, su madre, por qué había tanta diferencia de edad entre él y sus tres hermanos mayores, Larry, Marsha y Bob, que ya tenían más de veinte. La madre no dudó al responder con parsimonia y entre risas: “Fuiste un error, hijo”. Ricky Gervais dice que heredó de esa inglesa flemática el humor ácido y el gusto por la comedia.
Jerry, el padre de Ricky, era un soldado franco-canadiense que llegó a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Conoció a Eva durante un apagón y se mudaron juntos a Whitley, un pequeño suburbio del pueblo de Reading, en el sudeste de Londres, donde él consiguió trabajo como obrero. Formaron una típica familia trabajadora de la posguerra. Gervais recuerda otra anécdota de su infancia como hermano menor: “Cuando tenía unos 8 años, mi hermano Bob me llevaba 11 y ya tenía cerca de 19. Yo estaba haciendo un dibujo de Jesús para catequesis, y él vino y me dijo: ‘¿Por qué creés en Dios?’. Entonces vi cómo mi mamá le hacía señas para que se callara. ¿Por qué ni siquiera quería que se hiciera la pregunta? ¡Ah, me estaba escondiendo algo! Así que me puse a leer sobre el tema y desde entonces soy ateo”, le contó a Richard Dwakins en una entrevista en 2017.
Unos años antes, mientras conducía por segunda vez los Golden Globes, en 2011 (fueron cinco en total las veces en que se destacó como uno de los más incómodos y memorables hosts de la premiación –aunque asegura que ya no volverá hacerlo–) le había agradecido a Dios por hacerlo ateo. A su madre y a Bob les agradeció muchas veces por enseñarle la ironía.
Ricky Gervais nació el 25 de junio de 1961 en el hospital de Reading. No pensaba dedicarse a la comedia, sino a la música. En realidad, primero se inscribió en la UCL para estudiar Biología, pero cambió por Filosofía a las dos semanas. Todas sus pasiones pueden resumirse en sus tiempos de universitario: aún es un férreo defensor de los derechos de los animales (lo que lo animó a estudiar Biología en primer lugar), hace poco se declaró vegano en el programa de Jimmy Fallon y su primer especial de stand-up, en 2003, está enteramente dedicado a negar la teoría evolutiva de Darwin porque, para él, ser humano no es ninguna evolución; también mantiene el deseo de conocer la realidad y el sentido de nuestras acciones, algo que subyace en cada uno de sus guiones.
Pero, además, fue en la facultad donde conoció a quien es su mujer hasta hoy, Jane Fallon, con quien acaba de cumplir 40 años de noviazgo, y a su mejor amigo, Bill Macrae, con quien formó la banda de new romantic Seona Dancing. Se graduó en 1983 y con honores, y ese año ya tenían un contrato con London Records para grabar los singles More to Lose y Bitter Heart. Sólo les fue bien en Filipinas, donde lograron entrar en las carteleras de hits. También fue manager de la banda Suede, antes de que lograra ningún éxito. “Firmamos, sacamos un tema y falló, eso fue todo –contó alguna vez sobre su incursión musical–, pero por un tiempo creímos que éramos los Tears For Fears”.
Mientras tanto, Jane comenzaba a hacerse un nombre como productora de televisión, y él empezó a trabajar como organizador de eventos de entretenimiento, una tarea que, asegura, le dio mucho material para pensar en The Office, la serie satírica filmada como falso documental que lo hizo famoso desde principios de los años 2000. “Pasé demasiado tiempo escuchando a malos comediantes en bares de estudiantes”, explica sobre esa época. En esos bares de estudiantes, también él comenzó a hacer stand-up.
A mediados de los noventa consiguió trabajo como vocero de la radio alternativa XFM, donde pronto tuvo su propio programa. Así conoció a Steven Merchant, lo contrató como su asistente de producción, pero iba a convertirse en su mayor colaborador en los proyectos siguientes: desde el principio se dieron cuenta de que compartían el mismo sentido del humor, y pasaban horas escribiendo guiones y rutinas de shows.
No faltaba mucho para que lo ficharan para reemplazar a Sacha Baron Cohen en The 11 O’Clock Show. Tampoco para que pasara a tener un show con su nombre: Meet Ricky Gervais, del que todavía él mismo se ríe: fue un fracaso total. Por entonces, Merchant tenía que entregar un corto para un curso de producción que estaba haciendo en la BBC. El protagonista era Ricky, como un jefe reprochable por donde se lo mirase. El corto se llamó Seedy Boss y así nació David Brent, el personaje con el que conquistaría al mundo entero en The Office.
Fue a partir de ese corto que la BBC2 les pidió un piloto. La primera temporada de la serie comenzó a emitirse en Inglaterra en julio de 2001. No tuvo gran repercusión al momento de su lanzamiento, pero se volvió de culto. Sólo hicieron doce episodios y dos especiales. Pero la adaptación americana, con Steve Carrell – y Gervais y Merchant en producción–, llegaría a tener nueve temporadas.
Su David Brent ya le había valido dos Golden Globes y lo puso en carrera. Una carrera tardía: tenía más de 40 años cuando la serie Extras, su siguiente colaboración con Merchant, se convirtió en un éxito y lo introdujo definitivamente en el mercado americano. Ricky ganó su primer Emmy como Mejor Actor de Comedia (ganó otro como productor de The Office, además de siete premios BAFTA, cinco British Comedy Awards, y tres Golden Globes) encarnando, precisamente, a un actor fracasado. Su Andy Millman apenas aparecía de lejos en películas de estrellas de las que era cholulísimo, como Kate Winslet, Robert De Niro, David Bowie (con él el fanatismo era total, porque el mismo Gervais lo siente su héroe), y Ben Stiller. Fue Stiller quien le dio su primera oportunidad importante en cine, como el director del Museo de Historia Natural, en Una Noche en el Museo (2006) y sus secuelas.
Eso le garantizó un lugar en Stardust (2007) y le abrió la puerta de su primer protagónico, Ghost Town (2008), como un dentista acosado por los espíritus. A su siguiente película, La invención de la mentira (2009), la escribió en colaboración con Matt Robinson. Es un planteo tan genial como disparatado: en una realidad alternativa donde nadie sabe mentir y la gente acostumbra a decir lo que piensa sin filtros, el personaje de Gervais descubre que falsear algunas verdades puede ser productivo y hasta piadoso, y cambia su destino.
En la vida real es al revés: descubrió que decir lo que piensa sin demasiados filtros es una rareza en un mundo en el que manda la corrección política. Tal vez sea el único capaz de decirle en la cara las verdades más brutales a esas estrellas de Hollywood que tanto admiraba su Andy Millman. En 2020, por ejemplo, cuando condujo por última vez los Golden Globes, les recomendó a los eventuales ganadores que evitaran las largas declamaciones políticas “porque no están en posición de sermonear al público sobre ningún tema: si ganan, suban, acepten sus premiecitos, agradézcanle a su agente y a su Dios, ¡y desaparezcan!”.
Ese talento para decir con gracia lo incorrectísimo es el que lo llevó a los mejores escenarios de las grandes capitales con sus stand-ups Animals (2003), Politics (2004) y Fame (2007), y lo hizo batir récords con el podcast The Ricky Gervais Show, que llegó a ser el más descargado de la web en 2006. El chico de familia trabajadora se hizo rico, como le gusta repetir en sus unipersonales: “Soy un hombre heterosexual, blanco y multimillonario, pertenezco a una minoría y no estoy llorando por eso”, ironiza en el último, SuperNature (2022), uno de los dos especiales (el otro es Humanity, 2018) por los que Netflix le pagó US$40 millones.
Su romance con esa plataforma de streaming (que llegó a decirle a sus empleados que serían despedidos si los ofendía el contenido de sus shows de stand-up) comenzó cuando adquirieron los derechos de la serie Derek –producida originalmente por Channel 4 entre 2012 y 2014–, que creó y dirigió, donde interpreta a un trabajador de un hogar de ancianos con dificultades de aprendizaje cuya única meta es ser una buena persona. Fue la demostración de lo que consolidaría con After Life (cuya primera temporada se emitió en 2009, ya con producción de Netflix): ese humor a la vez ácido y casi ingenuo, capaz de hacer reír a carcajadas o llorar de emoción.
De todas sus colaboraciones exitosas, de Merchant a Larry David, pasando por Stiller y hasta Los Muppets (en la película de 2014), la que más feliz lo hace es la que lo ha unido a su mujer por cuatro décadas y con quien comparte los días entre su mansión del norte de Londres, su chacra de Buckinghamshire y su departamento en el exclusivo edificio The Barbizon, en el Upper East Side neoyorquino.
Ricky y Jane Fallon jamás se casaron, por una razón que remite a esa infancia en la que se hacía preguntas filosóficas y se reía con sus hermanos y su madre: “No tiene sentido que hagamos una ceremonia ante los ojos de Dios, porque Dios no existe”, dijo en una nota con The Times en 2010. Tampoco dedicarle “dieciséis años de nuestras vidas a criar hijos, ya hay demasiados niños en el mundo”. En cambio, adoraron por la misma cantidad de años a su gata Ollie, y, cuando murió, en 2020, adoptaron a Pickle. Gervais habla de ellas en SuperNature y suele subir sus historias a las redes, donde tienen miles de seguidores. También se sabe que tiene pensado dejarle toda su fortuna a organizaciones animalistas.
Aunque su último especial despertó airadas críticas de algunos miembros de la comunidad LGTBQ+ por sus comentarios descarnados sobre las personas trans (entre otras cosas, bromea sobre “las mujeres pasadas de moda, esas que tienen útero”), en la vida no sólo es un defensor de sus derechos, como aclara en SuperNature, sino que fue uno de los más activos impulsores del matrimonio igualitario en Gran Bretaña: “El matrimonio entre personas del mismo sexo no sólo es una victoria para los gays, sino para todos nosotros. Todo lo que promueve la igualdad es progreso, no se puede llevar la igualdad demasiado lejos”, tuiteó en marzo de 2014, cuando se aprobó la ley en ese país.
El creador de After Life es muy activo en Twitter, donde tiene casi 15 millones de seguidores a los que llama “twonks”. Se unió en 2009, cuando se preparaba para presentar por primera vez los Golden Globes, y terminó por ganar un Shorty por su popularidad en las redes sociales. Es un maestro de la promoción de sus proyectos, entre trivias y una conversación abierta con sus fans y sus haters, que también los tiene, claro: son quienes toman sus chistes con literalidad y, en general, los que se creen moralmente superiores y piensan que hay límites para el humor y la libertad de expresión. Para todos hay siempre contenido extra, como cuando en 2015 subió a YouTube un especial en el que volvía a ser David Brent después de más de una década.
Ese jefe gris y retrógrado que lo hizo famoso es la síntesis perfecta de su humor a prueba de tabúes. Muchas veces ha enfrentado la amenaza de la cancelación, pero en cada una se ha decidido a hablar más fuerte. “Siempre confronté los dogmas que oprimen a la gente y a la libertad de expresión”, dijo hace poco en una entrevista con The Spectator, a propósito de la controversia que generó SuperNature, donde se ríe de todo: el sexismo, el cáncer, el VIH, el hambre, el Holocausto, las violaciones, la pedofilia, el racismo, los niños gordos y hasta los niños muertos.
Hay algo que el comediante inglés suele repetir y defender con cada nuevo show: “Sólo porque algo te ofenda, no significa que tengas razón. No todo se trata de vos”. Para él, el humor, como la igualdad y los derechos, no tienen límites. Y está dispuesto a reírse siempre último y mejor.
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