En los últimos tiempos del grupo, cuando todo se desmoronaba, las relaciones entre los cuatro integrantes de los Beatles se deterioraron. Paul luchaba por poner en movimiento al resto. Con su ímpetu y capacidad de organización quedó como líder inopinado de la banda. Su estilo de conducción era algo dictatorial. Primero fue Ringo, luego George y por último, John. Todos quisieron abandonar a los Beatles. Ya los intereses diversos y el hastío los habían tomado. A eso se le deben sumar los problemas de negocios. El funcionamiento de Apple y la entrada de Allen Klein como manager. Después de las sesiones de Abbey Road, John dijo que no iba más. Hubo semanas de silencio y de tibias negociaciones. Cada uno estaba abocado a sus proyectos solistas. Paul los primereó y anunció la ruptura junto a la salida de su disco solista.
John lo atacó por los medios cada vez que pudo. Escribió una canción/diatriba para denostarlo: How do you sleep? Cada entrevista parecía una buena oportunidad para hostigarlo (también lo hacía con George). A pesar de eso, con los años se encontraron en algunas pocas oportunidades a recordar viejos tiempos. En 1980, John escuchó Coming Up de Paul y esa canción lo convenció de que después de cinco años de silencio debía volver al estudio de grabación.
La última frase que Paul le escuchó decir a John fue: “Nada mal para una ama de casa, ¿no?”. Cortaron el teléfono y los dos sintieron que no pasaría mucho tiempo hasta que se vieran de nuevo. Pero no sucedió. John Lennon con esa frase se refería a su vuelta al ruedo con Double Fantasy luego de cinco años de ostracismo en los que se dedicó a criar a su hijo Sean. Paul McCartney lo había escuchado unas horas antes de la llamada y lo había elogiado.
Tres semanas después de esa conversación, otra vez sonó el teléfono en la casa de Paul. Estaba solo. Linda, su esposa, había llevado a los chicos al colegio. Él desayunaba con morosidad; en un rato saldría para el estudio. Un día más de trabajo. Cuando atendió escuchó la voz quebrada de su manager. Al principio no entendió lo que le estaba diciendo. O, tal vez, no quiso creer lo que escuchaba. “John está muerto. Lo asesinaron de varios balazos”, dijo el hombre.
McCartney se quedó al lado del teléfono unos minutos. Sin saber qué hacer. Hasta que escuchó el auto de Linda. Salió a buscarla. Ella vio su cara y supo que algo malo, algo muy malo había pasado. No conocía esa cara de Paul.
Años después, Linda no pudo repetir las palabras de Paul, de qué manera le dio la noticia. Lo que a ella le había quedado grabado del momento había sido el gesto inédito de Paul, esa foto espantosa, augurio de lo peor.
El matrimonio habló unos minutos. Paul quiso ir al estudio tal como estaba planeado. Eso era mejor que quedarse tirado en su casa. En la puerta del estudio lo esperaba una nube de periodistas. Los flashes, los micrófonos, las preguntas urgidas.
“No puedo aceptarlo, no sé qué decir”, declaró Paul bajando la mirada y apurando el paso para perderse en el edificio.
En el estudio, el resto de la gente se veía afectada. Lo saludaban con pesar. Todos los ojos estaban puestos en él y en sus reacciones. Paul McCartney sólo quería ver a una persona. A George Martin, su viejo productor, el quinto Beatle. El encuentro, al principio, no necesitó palabras. Se abrazaron y lloraron unos minutos sin soltarse. Luego se encerraron y hablaron por horas mientras un asistente les dejaba litros de te y de whisky. Martin, una figura paternal para el dúo compositivo más importante de la historia, era la compañía adecuada para iniciar el duelo. “Hablamos por horas. Fue nuestra manera de velarlo. Y nos ayudó bastante” contó George Martin.
Paul trató de apagar su dolor y confusión con lo que mejor hacía (y hace): la música. La sesión, aunque sin la fluidez habitual, avanzó. Trabajó en un tema llamado Rainclouds.
En el estudio nadie lloraba a los gritos ni estaba tirado en el piso. Pero el clima era de tristeza profunda y callada. Era como si todavía no se hubiera podido entender lo pasado, la magnitud de la tragedia.
Antes de partir para su casa, Paul llamó a New York, al departamento del Dakota. Pidió hablar con Yoko Ono. La artista lo atendió. Lloraba y repetía que no entendía quién lo había asesinado, cuáles podían ser sus motivaciones. Luego le contó a Paul que John hablaba con mucho cariño de él en privado. Eran las palabras que McCartney necesitaba escuchar en ese momento.
En su última entrevista, que había tenido lugar horas antes de su asesinato, Lennon había dicho que él sólo había trabajado en colaboración con dos personas. Con Yoko y con Paul. “Nada mal, ¿no? Tengo el orgullo que sólo trabajé con los mejores”.
Cuando Paul salió del estudio, ya anochecía. Los periodistas seguían esperando. Con la mirada perdida respondió, sin energía, algunas preguntas. Dijo que había estaba en el estudio escuchando algunas cosas, que no quería quedarse sentado en su casa. Cuando intentó seguir camino le pidieron unas últimas palabras: “Es un garrón” (It’s a drag, isn’t it?).
La declaración fue extrapolada y tomada como prueba del desdén y desinterés de McCartney. Ese “garrón” puede ser interpretado también como molestia, como carga. Los medios sensacionalistas se tomaron de eso para crear una polémica que no existía.
“Tendría que haber dicho que fue el peor garrón de la historia del universo. Para dejarlo bien claro. Pero cualquiera que se cruzó conmigo en esos días sabe bien cómo estaba y qué sentía. Hay gente que puede expresar su dolor y lo que piensa de una manera perfectamente articulada. Yo fui el estúpido que dijo un garrón”, escribió Paul.
Sin embargo esa respuesta lo persiguió durante años, fue blandida como una acusación contra él cada vez que se pudo. Al ver la imagen a cuatro décadas de distancia, McCartney se muestra afectado, incómodo, y sólo parece que responde eso para librarse de los periodistas y poder ir a continuar con su duelo de manera privada.
Al llegar su casa, hizo lo que el resto del mundo estaba haciendo: se sentó con Linda y con sus hijos a ver los noticieros nocturnos para informarse de las circunstancias, para tratar de entender.
Al día siguiente, Paul trató de calmar la polémica que los diarios sensacionalistas londinenses ya habían iniciado. Emitió un comunicado: “Me escondí de mí mismo trabajando todo el día. Pero la noticia estuvo presente siempre en mi cabeza. Me sentí conmovido, enojado y muy triste. Yo amaba a John. Él era mirado como un lunático por muchas personas. Hizo enemigos. Pero era fantástico. Era un hombre cálido. Y su propuesta de darle una oportunidad a la paz será uno de sus grandes legados”.
Paul compuso su canción para Lennon. Here Today tiene una letra emotiva en la que le habla a John. “Todavía recuerdo como era antes y no puedo contener las lágrimas, ya no. Ohhh, Te amo” escribió Paul en Here Today, la canción que ocupó el track 5 en su disco Tug of War. (De todas maneras el gran tema Beatle en homenaje a John es All Those Years Ago de George al que invitó a Paul y Ringo)
Cada tanto, Paul toca el tema en vivo, sólo con su guitarra. En cada interpretación se emociona profundamente en ese diálogo hipotético con su viejo amigo.
Después del 8 de diciembre de 1980, Paul tuvo que lidiar con la sombra del fantasma de John y con su viuda. A mediados de los noventa, Paul le hizo un pedido especial a Yoko. Quería invertir los nombres de la dupla compositora en Yesterday, uno de los temas más versionados de la historia. Lo compuso Paul y hasta lo grabó él solo sin la participación de los otros tres. McCartney le pidió que sólo para esa canción la fórmula tradicional Lennon- McCartney se modificara. Quería aparecer primero él y que Yesterday a partir de ese momento fuera firmado como McCartney- Lennon. Al principio Yoko Ono ni siquiera respondió sus llamados. Hasta que un día, Linda Eastman, la esposa de Paul que en ese momento atravesaba un agresivo tratamiento oncológico (moriría poco después) tomó el teléfono. Logró comunicarse con la viuda de Lennon. Yoko Ono escuchó la solicitud y respondió con sequedad: “Eso no va a suceder”.
La muerte de John provocó en Paul inseguridad y un sentimiento de injusticia. Sentía que todos valoraban más a Lennon que a él. Y que todos los méritos de los Beatles eran cargados en las cuentas de John. El pedido se originó porque en un bar de un hotel lujoso escuchó que el pianista anunció Yesterday como una canción de Lennon. Le parecía injusto no llevarse ningún mérito. Con el tiempo eso varió. Homenajeó en numerosas oportunidades a John. Llegó a declarar que “si me preguntan qué hice en mi vida contestaría que compuso canciones con John Lennon, eso no está nada mal”.
12 de noviembre de 2001. Una suite de un hotel de Manhattan con vista al Central Park. Era una cumbre: una reunión de notables que, todos los participantes sabían, sería la última vez que se produciría. Debía manejarse en el mayor de los secretos. Nadie podía enterarse.
Paul tomó un avión desde Londres. Ringo ya estaba cerca, en Boston, y solía visitar a George. Cuando se encontraron se abrazaron y rieron, como si la distancia no hubiera existido. No estaban solos. Había familiares de George y su oncólogo, Gil Lederman. Sería el último almuerzo que compartirían los tres Beatles.
Olivia Harrison, la esposa de George fue la que hizo los llamados. No tuvo que insistir ni explicar los motivos. Sólo decir una fecha y un horario. Ringo Starr y Paul McCartney aceptaron de inmediato. No miraron su agenda. El compromiso que tuvieran acordado de antes para ese día sería suspendido. La prioridad era encontrarse con su amigo.
Hacia un tiempo que a George Harrison le habían diagnosticado un cáncer de pulmón. Luego aparecieron metástasis en el cerebro. La enfermedad había avanzado y estragaba su cuerpo. Entró a grabar un disco final –que se publicaría como Brainwashed- y dejó sus cosas en orden. Y eso no se trataba sólo de papeles, cuentas, contratos y sociedades. Era, también, despedirse de sus amigos, reunirse con ellos, abrazarlos, verlos una vez más.
No era tan frecuente que los tres se reunieron a menos que tuvieran que tratar algún tema de negocios. Ringo se veía con los otros, más con George que con Paul. El desdén que Lennon y McCartney habían mostrado hacia su capacidad compositiva en los últimos años Beatles había hecho mella.
“Mientras John permanezca muerto, todo este asunto del regreso, de la reunión, será imposible”, respondía George con sarcasmo cada vez que le preguntan por una posible vuelta de los Beatles. Ellos, que habían sido cuatro, ya no podían serlo. Eso no obstó que, ante la insistencia de los demás, Harrison aceptara el proyecto multimedia de Anthology, las ediciones con material descartado y outtakes –más documental y libro acompañando- que salieron en 1995.
En Anthology, George fue el gran defensor de la posición de no sacar material nuevo sin John. Por lo que se utilizó unas viejas pistas con su voz para que aparecieran Free as a Bird y Real Love.
Los Beatles batieron un nuevo récord con Anthology; llegaron tres veces en menos de doce meses con tres discos diferentes al número 1 del ranking. En ese documental los tres sobrevivientes compartieron pantalla (y tareas de difusión) con Yoko.
El siguiente gran proyecto Beatle ocurrió en 2007 cuando el Cirque Du Soleil hizo Love, el espectáculo basado en sus canciones. Ahí quedaban sólo dos. En las entrevistas Paul y Ringo compartieron el espacio con Yoko y con Olivia Harrison.
Pero George no quería tener cuentas pendientes. Necesitaba ver a la gente que quería y con la que había vivido cosas importantes (en esos días también propició un reencuentro con su hermana, de la que se había alejado hacía más de una década).
Todos habían aprendido la lección. Cuando John fue asesinado en diciembre de 1980, casi todos estaban enojados con él o al menos con reproches vivos y cruzados que enturbiaban la relación. En ese momento, George se sintió muy mal. No sólo por la pérdida sino porque la relación entre ellos pasaba por un mal momento. John se había enojado porque creyó que no tenía un lugar central en I, Me, Mine, las memorias que el guitarrista había publicado poco antes y realizó declaraciones llenas de sarcasmo que molestaron a George. Ahora que quien se despedía era él, necesitaba ver a Paul y Ringo y disfrutar de verse una vez más.
No hacía falta hablar de la salud. El semblante de George Harrison era elocuente. La enfermedad hacía estragos. Estaba débil. La gravedad de su estado se traslucía en cada gesto apagado, en los movimientos poco fluidos, en la piel traslúcida, en las palabras que salían como un silbido tenue y ahogado. Pero no se mencionaron diagnósticos, estudios ni terapias.
Los demás se fueron yendo. Sólo quedaron los tres músicos y el doctor, un intruso matriculado en medio de gigantes. Era testigo de un momento histórico: era la última vez que tres Beatles estarían juntos.
Tiempo después, él fue el que narró los sucesos de esa tarde. Gil Lederman afirmó que no fue una velada triste ni repleta de lágrimas. Al contrario. Todos rieron y recordaron viejas anécdotas. George, entre risas, reprochó a los otros dos que aquella noche en Hamburgo en que perdió su virginidad, él creyó que sus compañeros de banda estaban dormidos pero que al terminar el acto sexual recibió una ovación del resto que simularon dormir para no presenciar el hecho histórico: el debut sexual de un Beatle. Recordaron también a John, los enojos de alguno de los cuatro, los años de la Beatlemanía, la primera vez que estuvieron en Estados Unidos, se pusieron al día con los asuntos familiares.
Sólo se permitieron llorar al final, al momento de la despedida. Se abrazaron y dejaron que las emociones se desataran. Ringo se despidió primero. Tenía que ir a Boston para acompañar a su hija Lee que estaba siendo tratada por un tumor cerebral. Paul se quedó un rato más. Hubo más carcajadas e historias del pasado. Se tomaron de la mano y cantaron algunas de sus canciones. Y recién en el adiós, se permitieron el llanto descontrolado.
Lederman contó que al irse todos, a George se lo veía sereno y feliz. Era un encuentro importante para él y lo pudo disfrutar. Necesitaba una dosis más de Beatles antes del final.
Poco después de ver a Paul y a Ringo, el equipo de profesionales tuvo que reconocer que los tratamientos ya eran estériles, nada se podía hacer. George iba a ingresar a cuidados paliativos pero con una particularidad. Exigió no perder el conocimiento. Debían intentar morigerar su dolor pero sin que él perdiera la conciencia. Quería mantener la lucidez hasta el final. Olivia se planteó en qué lugar podría pasar juntos esos días finales sin que nadie se enterara. En un hospital alguien hablaría. Demasiada gente.
Gavin de Becker, un especialista de Hollywood en manejar situaciones de crisis que había lidiado con el asesinato del hijo de Bill Cosby, con denuncias policiales contra primeras figuras y con divorcios célebres (su ciencia era que las cosas sucedieron lo más discretamente posible), recomendó que pasaran los últimos días en Los Ángeles, en esa ciudad tenían más posibilidades de pasar desapercibidos. Olivia y De Becker pensaron diferentes posibilidades y hasta averiguaron por casas en alquiler. Pero todo demoraría más del tiempo que disponían.
Hasta que recibió un mensaje de Paul McCartney que le informó que un avión sanitario los esperaba en el aeropuerto para trasladarlos hasta Los Ángeles. Había dispuesto todo en su mansión de Beverly Hills para que su amigo pasara sus últimos días protegido de las indiscreciones. Paul había comprado hacía poco esa casa por pedido de su esposa de ese momento Heather Mills.
George Harrison murió en esa casa de Los Ángeles, el 29 de noviembre de 2001, 17 días después del encuentro con Paul y Ringo.
Tras la muerte de George, sólo quedaron dos. La relación de Paul con Ringo siempre fue fluida. En realidad, la de Ringo con todos fue así. Él era el que oficiaba de nexo, el aglutinante. Los otros tres aceptaban participar en sus discos y no cruzaban maldades ni indirectas en las entrevistas.
Además, son los dos últimos de una especie única y excepcional: la de Beatle. Así se los ha visto muchas veces compartir la escena. Pero para los proyectos remanentes del grupo, las decisiones no son sólo de ellos dos. Incorporan a las viudas de sus compañeros.
Paul McCartney tuvo después de la disolución de los Beatles muchos éxitos con Wings y una extensa y gloriosa carrera solista. Sus recitales son fiestas de tres horas de duración que siguen conmoviendo y, también, divirtiendo. Sin embargo, él sabe que siempre será uno de los Fabulosos Cuatro. Ya no lucha contra ello. Al contrario, disfruta tocando sus canciones y manteniendo vivo un legado único.
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