Paul McCartney cumple 80. Pero algunos creen, desde hace al menos 53 años, que está muerto.
Un día de 1969 el mismo Paul debió probar lo que nunca pensó que le sería exigido. Debió mostrar que estaba vivo. Para eso tuvo que salir de su reclusión en la casa rural escocesa en la que vivía con Linda y sus hijos.
La tapa de la revista Life, la más vendida de la época, mostraba en blanco y negro a la familia McCartney en pleno en un paisaje campestre. Paul con el hastío instalado en su cara, a Linda y a sus dos hijos. El título algo inverosímil (y hasta obvio) fue: “Paul todavía está con nosotros”.
Esa foto tiene una pequeña historia detrás. McCartney encontró merodeando e intrusando su propiedad a un periodista y a un fotógrafo. Se produjo una pelea entre ellos y el músico. La reconciliación se selló con un pacto. McCartney les daba una foto, con toda su familia pero aseado y ellos no utilizaban las fotos robadas y se iban de su propiedad.
En una solapa externa que agregan varias revistas norteamericanas a modo de sumario reducido, la referencia a la supuesta muerte también se hacía presente: “McCartney: Los hechos detrás de la muerte que no fue”. Paul, parafraseando a Mark Twain, pudo haber dicho que la noticia era cierta sólo que algo prematura. Se mostró sorprendido y no pudo disimular que toda la situación le parecía ridícula. Lo interpretó como una extorsión porque durante años hizo apariciones semanales en la prensa y en el momento que decidió recluirse se vio obligado a volver a aparecer para aclarar esta situación.
¿Pero cuál fue el origen de esta versión que se mantuvo con vida más de medio siglo?
Esta historia empezó cuando la historia de los Beatles estaba finalizando. Fue el 12 de octubre de 1969 en una FM de Michigan. El locutor Russ Gibb, entre canción y canción, conversaba al aire con oyentes. Entre los que llamaban había, como siempre, de todo. Solitarios, los insomnes, los que pedían algún tema, los que buscaban fama, los que querían dedicarle una canción a la persona que amaban y hasta gente que no estaba bien.
“Hola, ¿Quién habla?”, preguntó Gibb. El oyente no se identificó. El locutor insistió. El otro de mala gana dijo llamarse Tom. Su voz era rugosa y adormecida. Urgido y solemne, escupió: “Paul está muerto”.
Hubo un silencio. Tom, o cómo se llamara, repitió: “Paul McCartney está muerto”. En el estudio se escuchó una risa. Una risa incómoda. El oyente para darle verosimilitud a su afirmación conminó al DJ radiofónico: “Poné Revolution 9 al revés y en la parte que John repite number nine, vas a ver que dice con claridad Turn me on, dead man (Enciéndeme, hombre muerto)”.
Dos días después en un diario universitario, The Michigan Daily, una larga nota firmada por Fred LaBour explicaba la situación. El titular era bastante gráfico: “La muerte de McCartney: Nueva evidencia sale a la luz”.
El artículo sostenía que Paul había muerto en un accidente de autos en la madrugada del 9 de noviembre del 66 después de salir enojado del estudio de grabación. Y pasaba a describir los hechos. En el camino había subido a una chica que hacía dedo para acercarla a su casa. Ella, recién cuando el auto se puso en marcha, se dio cuenta quién era el conductor y se abalanzó emocionada sobre él. Esto habría hecho que Paul perdiera el control y el Aston Martin concluyera debajo de un camión. El Beatle terminó decapitado.
El hecho causó una lógica conmoción en el grupo. George Martin convocó a una reunión. Sólo eran cinco. El productor, los tres Beatles sobrevivientes y Brian Epstein, su manager. Decidieron seguir adelante. Pero siendo otra vez cuatro. Paul seguiría con ellos. Lo reemplazarían pero nadie debía darse cuenta de ello. No informarían de la muerte de su compañero.
Se aseguró entonces que organizaron un concurso de dobles de Paul que ganó un señor llamado William Campbell (al que algunos también le agregan un segundo apellido, Shears, de dónde surgiría Billy Shears, mencionado en Sargent Pepper). Este hombre no sólo tenía una cara como la de Paul -parecido que se extremó con algunas cirugías estéticas-, su voz también era similar aunque algunos dicen que a partir de la grabación de Lady Madonna se nota el cambio de cantante.
De pronto, un obstáculo a este plan. Brian Epstein se arrepiente y amenaza confesar el engaño. Alguien solucionó el tema: el manager aparece muerto. Una supuesta sobredosis.
Luego, el artículo de LaBour develaba “pequeñas pistas” que los de Liverpool habían dejado sembradas en sus canciones y discos para que alguien atara cabos, para no mentir tanto. Otros atribuyen esto a que todo fue idea del MI5 y que ellos no pudieron negarse pero sí plantar indicios para ser descubiertos.
Antes del llamado telefónico al programa de radio de Michigan se encuentra un antecedente de la versión. El 17 septiembre de 1969 se publicó en el diario de la Universidad de Drake de Iowa una nota de alguien llamado Tim Harper. Hay quienes sostienen que todavía hubo una versión anterior del rumor que recorrió, tenuemente, sin llegar a demasiadas personas, en Inglaterra.
La publicación universitaria tenía un evidente tono satírico. Había tomado el llamado de un lunático y le había creado una narrativa posible pero exagerada. Un juego que no tenía como objeto más que divertir a unos pocos conocedores de la situación, una especie de ucronía juguetona. Sin embargo la teoría se propagó con facilidad. Circuló como lo hacían las noticias en esos tiempos. Lenta pero firmemente, sin que se pusiera en duda la verosimilitud de lo dicho. El argumento de autoridad: si lo decían los diarios debía haber sucedido. La fuente se olvidó. Y la historia se fue repitiendo.
El terreno para las teorías conspirativas siempre fue fértil mucho más si se trata de una figura de gran celebridad.
Ringo entendió muy rápido de qué se trataba, cuál era la especie con la que estaban lidiando. Dijo que todo era mentira pero que importaba muy poco lo que él dijera porque la gente creería lo que quisiera creer. Y que una vez lanzado el rumor había muchos que iban a aferrarse a él. John se enojó, consideró que todo era ridículo.
Al principio, Paul prefirió usar la mordacidad: “Los rumores sobre mi muerte han sido algo exagerados- dijo con humor-. De todas maneras si estuviera muerto, sería el último en saberlo”.
Durante las siguientes dos décadas, en cada entrevista que brindó debió responder sobre la cuestión. Así dio más detalles de esos primeros momentos de su muerte en vida. Una tarde mientras él estaba en las oficinas de Apple, alguien entró y le dijo: “Ey, Paul estás muerto”. Le costó un buen rato entender de qué le estaba hablando. Con el correr de los días comprendió que la versión se dispersó por Estados Unidos. Al principio le resultó gracioso. Después el asedio, tanto del periodismo como de los fans, por comprobar que seguía con vida le comenzó a molestar. La gente lo paraba y le pedía un autógrafo o una foto, ya no porque se tratara de una celebridad –una de las mayores del mundo- sino porque podía mostrarle a sus conocidos que McCartney vivía. O, en el peor de los caso, podía estudiar cada detalle de la imagen para determinar si se trataba del auténtico Beatle o de un mero reemplazante.
Un rumor, argumentaciones endebles y ridículas para sostenerlo, una desmentida contundente e inmediata, pruebas fotográficas. Asunto zanjado. O eso debería haber sucedido. Muy por el contrario, la versión siguió corriendo y engordando. Se generó la duda en muchas personas. Y, de esa modo, la muerte de Paul (Paul is dead) es una de las principales teorías conspirativas del último medio siglo.
El hecho original, el accidente automovilístico, tiene un antecedente real.
A fines de diciembre del 66 Paul chocó con su automóvil. Como resultado le quedó un diente partido, una ligera cicatriz sobre el labio superior y una estadía en el mecánico para arreglar las abolladuras del vehículo. El 7 de enero de 1967, un asistente del Beatle, el marroquí Mohammed Hadjij chocó el Minicooper de Paul y lo destrozó. Hadjij no sufrió lesiones de gravedad. La foto del auto destruido tuvo alguna difusión. Se dijo que Paul iba en el auto de atrás con Mick Jagger y Keith Richards.
Una revista que hacía un reporte pormenorizado de las actividades de los de Liverpool, una especie de órgano de club de fans llamada Beatles Book Monthly, publicó en su número de febrero de 1967 un recuadro titulado “Falso Rumor”. Consignaba que la mañana del 7 enero se había producido un accidente con el auto de Paul pero que él no iba dentro y que nadie había resultado herido.
Como si las apariciones constantes de Paul en la prensa y las canciones que producía con particular constancia no alcanzaran, en la fecha que dicen que ocurrió el accidente Paul estaba junto a Jane Asher, su novia de entonces, fuera de Inglaterra. Se encontraba, por quince días, viajando entre Francia y Kenia. Por lo que hubiera resultado imposible que muriera en un auto en Londres.
Para quienes creen en esta teoría conspirativa (o al menos para quienes quieren que los demás la crean) las pistas dejadas por los otros tres beatles y por George Martin en las canciones y en el diseño de los álbumes son múltiples y evidentes. Lo que en realidad sucede es que cada verso oscuro o poco claro, cada juego de palabras, cada referencia a la muerte o a una fuerza superior, cada accidente de grabación o cada broma escondida en un track, son interpretadas como señales de que Paul se encuentra muerto.
Por ejemplo afirman que al final de Strawberry Fields Forever, John canta: “I buried Paul” (Enterré a Paul). Sin embargo, parece que la línea correcta es “Cranberry sauce” (salsa de arándanos), una humorada, un nonsense típico de John. Pero no sólo hay que buscar huellas en las letras. La parte gráfica de los discos también es terminante. En la tapa de Sargent Pepper creen hallar casi una decena de referencias. El bajo hecho con flores -en realidad homenaje al fallecido Stu Sutcliffe-, en una mano que sobrevuela la cabeza de Paul, un Aston Martin de juguete, una insignia que lleva el bajista en su pecho que no dice lo que los conspiranoicos afirman y varias más.
También habría rastros dejados adrede en el libro interior de Magical Mistery Tour. Casi uno por página creen los que prefieren creer. Alguien también esgrimió que existe un estudio antropométrico realizado por dos universitarios que determinó, sin lugar a dudas, que el rostro y la cabeza de Paul en 1966 y los de 1967 no corresponden a la misma persona. Lástima que sólo conocemos esa conclusión pero no cómo se arribó a ella ni los antecedentes de los pretendidos expertos.
Pero sin dudas el punto máximo es la famosa tapa de Abbey Road. En ella los cuatro cruzan por la cebra peatonal. Paul es el único descalzo.
Eso que tuvo origen en el calor reinante al momento de sacar la foto y en una broma medio boba de Paul se convirtió en el principal argumento para sostener que se encontraba muerto.
La vestimenta de los demás y el orden de aparición sería otro dato irrefutable más: Lennon, delante de todos y de prístino blanco, sería el sacerdote, el celebrante, o el mismísimo Dios; Ringo, de negro, el de la funeraria; Paul, descalzo, con los ojos cerrados y un cigarrillo en la mano (en la mano ¡DERECHA!, y todos sabemos que es/era zurdo) el cadáver; y George con camisa y pantalón de jean, el enterrador, el que cava la tumba. Por detrás un auto estacionado con una chapa que dice IF28. Es decir, Si 28. Lo que significa: Si Paul viviera, tendría 28 años. Esto se esgrimió como gran dato, como prueba casi irrefutable durante años, sin que se tuviera en cuenta que al momento de la foto y al momento de la publicación del disco, Paul tenía 27 y no 28. Pero los datos, las pruebas por sencillas y esclarecedoras que sean no interesan demasiado en estas circunstancias. Siempre es preferible creer en la conspiración.
En 1993, Paul se rió de este tema desde uno de sus discos. El trabajo era el registro de sus presentaciones en directo. Paul is live (Paul está vivo) fue el título. En la tapa Paul atravesando la senda peatonal de Abbey Road llevando de la correa un perro. Al fondo el escarabajo blanco, subido a la verdad. La chapa ya no es IF28. Ahora dice: 51 IS (Tiene 51: la edad de Paul en ese momento).
John Lennon en esa canción enojada y furiosa post-divorcio beatle, en su diatriba contra Paul que es How do you sleep jugó con la leyenda: “Esos freaks tenían razón cuando decían que estabas muerto; el error que cometiste estaba en tu cabeza”.
Pero volvamos al principio o al menos al iniciador de esta historia. Fred LaBour, el autor de la nota original, todavía hoy se muestra atónito ante la repercusión que tuvo su texto paródico. Lo siguen contactando, cinco décadas después, quienes creen en este complot para presentarle nuevas pruebas. Recuerda que poco tiempo después lo invitaron de un programa de televisión. Él les aclaró que se trataba de una broma. El productor lo llamó al orden: “Usted no puede decir eso. Piense en nosotros. Tenemos una hora de aire que llenar”.
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