En la CIA existe un curioso ranking que no enorgullece a nadie sino que sirve para recordar que, además de dedicarse al espionaje exterior, la agencia tiene que estar alerta para detectar a los “topos” que se mueven en sus propios intestinos.
El ranking en cuestión consiste en la exclusiva lista de cinco espías que ganaron más de un millón de dólares traicionando a su país y el doble agente que la encabeza se llama Aldrich Hazen Ames con la friolera de 4.600.000 dólares.
Durante nueve años –entre 1985 y 1994– Ames fue escalando posiciones dentro de la agencia, donde había empezado desde muy abajo, al tiempo que proporcionaba información sobre las actividades de la CIA en Europa a la inteligencia soviética primero y a la rusa después de la disolución de la URSS.
Con esa información, la KGB desbarató un centenar de operaciones montadas por los norteamericanos y capturó a diez agentes infiltrados en Moscú, ocho de los cuales fueron ejecutados.
Al mismo tiempo, Ames puso en evidencia la escasa capacidad de la CIA para controlar a sus propios agentes, porque con un sueldo de 5.000 dólares mensuales, durante esos años se compró pagando en efectivo una casa en Arlington valuada en 400.000 dólares, manejó un jaguar deportivo de 60.000 dólares, pagó facturas de teléfono mensuales de 6.000 dólares o más con llamadas al exterior, vistió trajes a medida mucho más caros que los que podía permitirse con su sueldo y pagó cifras siderales por los gastos realizados con varias tarjetas de crédito premiun.
Sin embargo, a nadie le llamó la atención. Recién en 1993 la CIA organizó un equipo de cinco agentes de contrainteligencia para descubrir un posible topo y lo descubrió. Pero el daño que había hecho era enorme.
-¿Por qué lo hiciste? – le preguntó la jefa del equipo, Sandra Grimes.
-Necesitaba el dinero, pero lo hice por amor – respondió.
Un agente eficiente
Aldrich Ames ingresó a la Central de Inteligencia estadounidense en 1962, cuando tenía 21 años y estaba estudiando en la Universidad. Al principio le dieron tareas sin importancia, incluso la de cuidar a los hijos de otros agentes cuando los llevaban a Langley, pero pronto demostró que era capaz de más.
Después de graduarse, lo destinaron a la División de Integración de Registro del Directorio de Operaciones, donde se ocupó de trabajar con las grabaciones y las escuchas telefónicas, hasta que en 1969 le dieron su primera tarea como agente de campo en Ankara, Turquía, para reclutar a oficiales de inteligencia soviéticos y convertirlos en potenciales dobles agentes al servicio de Occidente. Lo que en la jerga se llama “darlos vuelta”.
Tuvo tal éxito en esta misión que la agencia le encomendó de coordinación de sus actividades en Europa. En ese puesto volvió a destacarse y se ganó el respeto de sus superiores al descubrir la traición de otro espía norteamericano, Jonathan Pollard, un agente que había sido “dado vuelta” por la KGB.
También logró manipular al diplomático soviético Aleksandr Dmitrievich Ogorodnik, a quien transformó en agente doble.
Pero sus éxitos en la CIA contrastaban con el fracaso de su vida personal. Se había casado en 1969 con Nancy Segebarth, una empleada de escritorio de la agencia, pero pronto el matrimonio se derrumbó. Se peleaban con frecuencia y Ames trataba de que le dieron misiones que lo mantuvieran lejos de ella.
Por eso se alegró cuando en 1983 lo asignaron como oficial de inteligencia en la embajada de los Estados Unidos en México.
Allí no sólo pudo alejarse de Nancy, que seguía trabajando en Langley, sino que conoció a Rosario Casas Dupuy, era una empleada de la sede diplomática colombiana en la capital mexicana.
Se separó de Nancy y se casó con ella. Esa relación le cambiaría la vida y lo convertiría en un traidor.
Amor, dinero y traición
Cuando en 1985 lo convocaron para trabajar en Langley, volvió con Rosario. Su nueva esposa estaba fascinada con el estilo de vida estadounidense, con los shoppings y las oportunidades de consumo. A Ames se le hacía difícil satisfacer sus constantes pedidos. Con un sueldo de 5.000 dólares mensuales era imposible.
Eso era lo que ganaba en su nuevo cargo en el departamento de contraespionaje, como analista responsable de las operaciones de inteligencia en la Unión Soviética. Se le ocurrió entonces que la información que estaba a su alcance y los agentes de campo que manejaba podían brindarle los ingresos extras que necesitaba.
Logró un contacto en la embajada soviética y le pasó un dato preciso para que pudiera comprobar la importancia de la información que podía brindarles: les entregó un agente de campo que operaba en Moscú.
Cuando los soviéticos vinieron por más fijó un precio muy alto por sus servicios como agente doble. Después de todo, era la persona que tenía mejor información de la infiltración de espías al otro lado de la Cortina de Hierro.
Durante los nueve años siguientes, su traición provocó el fracaso de más de cien operaciones de campo y la detención y la ejecución de una decena de informantes soviéticos de la CIA.
El más importante de ellos fue Dimitri Poliakov, un alto mando en la inteligencia militar soviética que colaboraba con la agencia desde hacía años. Fue ejecutado en 1988 luego de ser delatado por Ames. También entregó a Valery Martinov, agente de la KGB que operaba desde la embajada soviética en Washington.
Mientras tanto, las cuentas bancarias y las propiedades de Ames y su mujer crecían a la vista de todos… menos los de la propia CIA.
A la caza del topo
A pesar de las pérdidas de agentes de campo y de las operaciones desbaratadas, la CIA se negaba a admitir la existencia de un topo en sus propias filas, responsable de pasarles tanta información a los soviéticos.
La dirección de la agencia ordenó revisar todas las comunicaciones. La primera hipótesis que se manejó fue que los soviéticos habían logrado descifrar las claves o, tal vez, instalar micrófonos en las entrañas de Langley.
Durante años, nadie pensó en la existencia de un infiltrado en el más alto nivel de la agencia, hasta que no quedó otra posibilidad.
Finalmente, en 1993, la jefatura de contrainteligencia convocó a un grupo de agentes experimentados para que encontraran al topo. La jefa era Sandra Grimes, y estaba secundada por Paul Redmond, Jeanne Vertefeuille, Diana Worthen y Dan Payne.
La agente Grimes conocía bien a su compañero Aldrich Ames. Vivían cerca y compartían el transporte que los llevaba diariamente a la agencia. Había notado –aunque no le había dado importancia porque no sabía de las filtraciones de información– que Ames y Rosario llevaban un nivel de vida superior a los que permitían los ingresos de los agentes.
“Hasta ese momento que alguno de los dos provenía de una familia adinerada, pero cuando me encargaron buscar a un doble agente dentro de Langley empecé a ver ese nivel de vida desde otra óptica”, contaría muchos años después.
El primer paso fue revisar las cuentas bancarias, las propiedades y los gastos de la familia Ames. Encontraron que tenían más de dos millones de dólares distribuidos en bancos e inversiones.
Grimes y sus colegas estudiaron minuciosamente el calendario y los estados de cuenta de Ames. Trabajaron juntos, en cubículos con “enormes” divisiones y se pasaban la información por encima. Todo en el mayor de los secretos. Descubrieron varios depósitos de 50.000 dólares y trataron de relacionarlos con las fechas de las caídas de algunos agentes. Algunos eran llamativamente cercanos.
“Para manejar esta gran afluencia de efectivo, Ames abrió dos cuentas bancarias en Credit Suisse Bank en Zúrich, una a su nombre y otra a nombre de su suegra. En la última cuenta, Ames figuraba como el fideicomisario principal. Muchos de sus depósitos en efectivo en estas cuentas fueron en grandes cantidades, por ejemplo, un depósito fue de más de $300,000. La investigación de la CIA determinó más tarde que Ames depositó un total de al menos 950.000 dólares en cuentas bancarias suizas”, revela un informe secreto del caso al Senado estadounidense que tomó estado público en 2014.
Con esa información ya tenían sobrados motivos para interrogarlo, pero prefirieron montar una cuidadosa vigilancia sobres sus movimientos para descubrir cómo pasaba la información.
Notaron que Ames almorzaba con un experto en control de armas de la embajada soviética y que después de cada encuentro iba al banco a depositar dinero.
La captura y el juicio
Según el informe secreto al Senado estadounidense, el equipo que controlaba los movimientos de Ames “desde noviembre de 1993 mantuvieron a Ames bajo vigilancia física prácticamente constante en previsión de otro paso de información clasificada. La investigación hasta la fecha, si bien produjo evidencia clara de las actividades de espionaje de Ames, no logró producir evidencia tangible de reuniones entre Ames y sus supervisores de la KGB. Pero se supo a principios de 1994 que Ames tenía previsto asistir a una conferencia en Moscú a fines de febrero, se decidió detenerlo”.
La mañana del 21 de febrero de 1994, un grupo de agentes del FBI lo detuvo cuando subía al auto frente a su casa. También detuvieron a Rosario.
Para evitar la pena de muerte –una condena segura por haber entregado agentes al enemigo– Aldrich Ames colaboró con la fiscalía y confesó una por una sus traiciones. Así consiguió que le dieran cadena perpetua. Rosario fue condenada a cinco años de prisión por encubrimiento y una vez pagada la pena la deportaron a Colombia.
Por estos días, Aldrich Ames acaba de cumplir 81 años en una celda la prisión de Allenwood. Tiene la esperanza de ser indultado.
Todavía es un hombre rico: a pesar de los reiterados pedidos de Estados Unidos, la inteligencia de la Federación Rusa se niega de manera sistemática a revelar los números de dos cuentas secretas donde tiene guardados más de dos millones de dólares.
El argumento es que los ganó legítimamente.
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