En 1991 recibió una de las peores noticias de su vida. Michael J. Fox, la joven estrella de Volver al Futuro, se enteraba de que tenía Parkinson. Había ido al neurólogo por un pequeño temblor que había notado en un dedo y por algunos dolores musculares. Apenas habían pasado tres meses del estreno de la tercera y última parte de la saga, en la que el eterno adolescente Marty Mcfly -su personaje-, viajaba en el tiempo, junto a su compañero de aventuras Doc Emmett Brown (Christopher Lloyd) hacia 1885 en el legendario DeLorean. Digerir esa mala noticia, que cambiaría radicalmente su vida- que hasta este momento, a los 29 años, solo le había deparado éxitos y alegrías- fue solo el principio de una batalla heroica que ya lleva tres décadas. Siempre acompañado por el amor de su vida, Tracy Pollan.
Antes del inesperado diagnóstico, el actor nacido en Edmonton, Canadá, un 9 de junio, hace exactamente 61 años, no podía disfrutar de lo bien que le iba en su carrera. La última parte de la saga, había recaudado la astronómica cifra de 244 millones de dólares. Mucho menos que la primera, que superó los 381 millones. Michael J. Fox debía competir contra sí mismo. La primera entrega de Volver al futuro, estrenada en 1985 había sido grandiosa, y nada de lo que hiciera después era comparable. No terminaba de colmar las expectativas como actor dramático, ni como comediante para los críticos de cine. En sus últimas memorias, No hay mejor momento para el futuro o cómo afronta la muerte un optimista, publicada por Libros Cúpula, en 2022, cuenta que en esos momentos estaba muy preocupado por el rumbo de carrera y ahora se sumaba la enfermedad.
De pronto, su manera de tapar los problemas, que ahora sí se agravaban, era llenarse de trabajo y alcohol, mucho alcohol. Así hasta que se encontró aislado de su familia . “Al final, tras una noche de empinar el codo a lo bestia, me desperté en el sofá y me encontré a Tracy, que me miraba a mí y a la cerveza derramada en la alfombra, junto a mi brazo. Contempló la escena y simplemente me preguntó: —¿Esto es lo que querés de verdad? Lo que me hizo cambiar de vida allí mismo y para siempre no fue el enfado de su voz, sino el aburrimiento. Lo que me dio un susto de muerte fue lo harta que estaba de todo aquel espectáculo”, relata en el libro.
A partir de ese momento, Michael contactó con una psicóloga junguiana que le ayudó a “controlar sus demonios”. Abandonó la bebida. Y tuvo que aceptar y entender su nueva enfermedad, el Parkinson, que lo acompañaría el resto de su vida. Y se propuso un objetivo: ser mejor de lo que había sido. Que superó con creces.
Su médico le había anticipado que podría trabajar unos 10 años más. Tenía tan solo 29. A pesar del diagnóstico, Michael J. Fox apostó al futuro. Con su mujer, Tracy, a quien conoció rodando la serie Lazos de familia (1982-1989) y con quién se casó en 1988 y había tenido un hijo, Sam, decidieron agrandar la familia. En 1995 llegaron las gemelas Aquinnah y Shuyler. Y en 2001, porque veían la casa un poco vacía, nació la menor: Esmé. Fox también relata en sus memorias lo extrañamente cómoda que se sentía la gente cuando les preguntaban si no les preocupaba traer más hijos al mundo teniendo que enfrentarse a la incógnita de una enfermedad neurológica grave y al miedo que pudiera ser hereditaria. Nada de eso. No lo estaban. “Podríamos haber considerado la pregunta inapropiada, pero la respuesta era: nosotros no estábamos preocupados, y ellos tampoco debían estarlo.
Seis años después de haberse casado, cuatro después del diagnóstico y tres de haber dejado el alcohol, el actor se dio cuenta de qué tipo de vínculo lo unía con su mujer. Y que en ese momento, era más fuerte que nunca. La llegada de las mellizas lo vivió como una bendición, una compensación del tiempo perdido (él deseaba fuertemente ser padre) o quizás un guiño de Dios.
Aquinnah y Shuyler nacieron un mes antes de lo previsto porque el embarazo tuvo una complicación: el síndrome de transfusión de gemela a gemela. Mientras una crecía, acaparando la placenta y el alimento, la otra se debilitaba. “La gemela Nº 1, pálida y lánguida con sus mil ochocientos gramos, fue seguida ocho minutos después por la gemela Nº 2, gorda y rubicunda como un tomate, con dos kilos, setecientos. Y juro que sonreía. Al día de hoy, la gemela Nº 1, Aquinnah, es guapa, graciosa e inteligente; no es egoísta ni avara, pero sí sabe lo que necesita y cómo protegerlo”, escribió el padre de las chicas.
En 1998 Michael Fox decidió hacer público su diagnóstico de Parkinson. En ese momento se convirtió en un férreo promotor de la investigación para la lucha contra la enfermedad. En el 2000 creó The Michael J. Fox Foundation. Hasta la fecha, lleva recaudados más de mil millones de dólares. Según Forbes, el actor es el mayor donante para la investigación del Parkinson en Estados Unidos.
David Marchese, periodista de The New York Times Magazine, que prologa sus memorias destaca el éxito de venta de sus tres libros de memorias anteriores. Pero se detiene en la familia que supo construir. “Se mire como se mire, su vida familiar, junto a su esposa, Tracy Pollan, con la que lleva treinta años casado, es de cuento de hadas. El suyo ha sido un magnífico segundo acto”, agrega.
Fox controla los movimientos involuntarios con la potente droga Sinemet, de la que confesó haber abusado y en 1998 le practicaron una talamotomía, un procedimiento quirúrgico invasivo en el que se extirpa una pequeña área en el tálamo, que se encuentra en el prosencéfalo, la base del cerebro y controla algunos movimientos involuntarios. “Cada día es diferente. El círculo de cosas que puedo hacer se hace cada vez más pequeño. Pero estoy feliz de haber encontrado cosas en el medio del círculo que no se pueden tocar, como mi familia y el tiempo que tengo con ellos”, le dijo en una oportunidad a la revista People. Su carrera actoral la prolongó todo lo que pudo, sin grandes éxitos como en los ochentas, pero con desafíos nuevos y reconocimientos. Por la serie Spin City (1996-2002) obtuvo un Emmy, tres Globo de Oro y dos SAG. En 2010 participó en The Good Wife, en el rol del abogado inescrupuloso, Louis Canning.
La vida lo puso bajo presión otra vez, como si hubiese tenido poco. Y esta vez, el Parkinson no tuvo nada que ver. Tenía nuevos síntomas, como las piernas débiles, que más de una vez lo dejaron de narices en el piso. Una resonancia magnética confirmaba la presencia de un tumor benigno en la médula espinal, que amenazaba con dejarlo paralizado si permitían que continuara creciendo. La operación era tan delicada que nadie quería ser “el médico que dejó a Michael J. Fox en silla de ruedas”. Por eso, ocultó su nombre y apellido hasta que encontró un neurocirujano dispuesto a afrontar el desafío. Después de la compleja intervención, que fue exitosa, le esperó una recuperación lenta de cuatro meses y al cabo de ese tiempo tuvo que volver a aprender a caminar.
Fox cuenta que tuvo que partir de cero en todo: “A la hora de estirar el cuerpo, de realizar los movimientos fundamentales, de sentarme o levantarme de una silla, de agarrar algo que se mueve o atajar una pelota de béisbol lanzada en mi dirección (sin darse contra el piso). El ambicionado objetivo final: caminar sin necesidad de ayuda. Recorro kilómetros y más kilómetros en un corto tramo de pasillo situado en la tercera planta de la clínica, con andador primero, con dos bastones luego, con uno solo después”, detalla.
Con la presentación de No hay mejor momento para el futuro, anunció su retiro de la actuación. Esto iba más allá de las dificultades físicas. El motivo fue la pérdida de memoria a corto plazo, que el actor aseguró que estaba destruida. “Siempre tuve una gran habilidad real para aprender y memorizar guiones. Sin embargo, en los dos últimos trabajos pasé por situaciones extremas. Tuve grandes dificultades para hacerlo”, explica. Cada vez menos cosas le salen bien, como su manera de tocar la guitarra, de dibujar, de bailar. “Y actuar se está volviendo cada vez más difícil. Así que todo se reduce a escribir. Por suerte, lo disfruto mucho”, expresa.
Tal vez no haya tenido suficientes premios en la actuación como le hubiese gustado. Pero recibió otros superadores. La revista Time, en 2007, lo incluyó entre una de las 100 personas “cuyo poder, talento o ejemplo moral está transformando el mundo”. En 2010, recibió un doctorado en medicina honorario por el Instituto Karolinska, por sus aportes a la investigación del Parkinson. Tamibién lo hizo la Universidad de Columbia Británica.
SEGUIR LEYENDO: