-Mis actos constituyeron un tremendo error que lamento amargamente... Cuando se me planteó el dilema de elegir entre la lealtad a mi patria y la lealtad a mis convicciones políticas, me incliné por éstas últimas – dijo el hombre de 72 años con la inconfundible pronunciación que distingue a la clase alta británica.
El escándalo había estallado el día anterior, con la respuesta de la primera ministra Margaret Thatcher a una pregunta acordada con un periodista, pero esa tarde del 19 de noviembre de 1979 ya no quedaron dudas.
Parado frente a las cámaras de televisión, el propio Sir Anthony Blunt, ex asesor artístico del rey Jorge VI y de la reina Isabel II, el experto en plástica más prestigioso de Gran Bretaña y tasador oficial de la pinacoteca real, reconoció, con semblante triste pero sin perder la compostura, que durante años había espiado para la Unión Soviética.
Al revelar que Blunt había sido doble agente –un espía al servicio de la KGB cuando integraba el MI5, el servicio secreto británico– Margaret Thatcher no contaba, en rigor, una novedad, aunque el gran público británico no lo supiera.
Era un secreto de Estado guardado celosamente desde hacía 15 años, porque en 1964 el asesor de arte de la reina realizado confesión total de su traición ante los servicios secretos británicos, que le ofrecieron a cambio de su información una garantía de que no sería procesado y que su nombre permanecería limpio.
Ahora, por alguna razón no explicada, Margaret Thatcher había decidido sacar su secreto a la luz y exponerlo.
Al hacerlo, también agregó uno de los dos nombres que por entonces faltaban para completar la lista de integrantes del Círculo de Cambridge, el grupo de espías británicos al servicio de la Unión Soviética que más secretos había revelado a la KGB. Habría que esperar hasta 1990 para conocer la identidad del último.
Los cinco de Cambridge
El Círculo de Cambridge o Los cinco de Cambridge fue uno de los dolores de cabeza más atroces que sufrió el contraespinonaje británico. Sus integrantes, amigos entre sí, habían sido reclutados por la KGB en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, y pasaron información vital a los soviéticos desde antes de la Segunda Guerra Mundial y hasta bien entrada la década de los ‘50, en el marco de la Guerra Fría.
El grupo se infiltró en el MI5, el MI6, el Foreign Office, en el Ministerio de la Guerra y hasta en la Embajada británica en Washington, desde donde filtraron información sin prisa y sin pausa durante más de una década.
El más famoso de “los cinco”, Kim Philby –cuyo nombre en clave era “Stanley”- se había incorporado al MI6 británico en la década del ‘30. Su primera misión fue pasar información sobre los franquistas durante la Guerra Civil Española, donde se hizo pasar como periodista. Allí tomó contacto con el espionaje soviético y se transformó en doble agente. Fue el infiltrado o “topo” más eficaz, pese a que Iósif Stalin creía que era un triple agente. Mientras espiaba decididamente para los soviéticos, ascendía en el escalafón del MI6 y, paradójicamente, llegó a ser jefe del servicio de contraespionaje frente a los soviéticos. En 1949 fue destinado a Washington con un puesto extraordinario: enlace entre el espionaje inglés y la CIA. Desde allí informó a los soviéticos de un plan en curso para el envío de combatientes. Recién en 1962, los británicos comenzaron a sospechar de él, pero no lograron detenerlo: el 27 de enero de 1963 huyó a Moscú, donde vivió hasta su muerte, en 1988.
Guy Burgess, cuyo nombre en clave era “Hicks”, se infiltró en el MI5 y transmitió a los soviéticos documentos secretos de la estrategia militar británica y de los aliados occidentales. Se lo consideraba el más inteligente de todos, el más culto e intelectual. También bajo sospecha, escapó a la Unión Soviética el 26 de mayo de 1951, luego de un periplo que incluyó escalas en París, Zurich y Praga.
Junto con Burgess también escapó a Moscú Donald Maclean, “Homer”, cuando estaba a punto de ser interrogado tras visitar repetidamente la embajada soviética en Nueva York. Se cree que sus servicios contribuyeron al bloqueo de Berlín. La KGB lo condecoró.
Para cuando Thatcher reveló el pasado de Anthony Blunt, cuyo nombre clave era “Johnson”, sólo se conocía a Kilby, Burguess y Maclean como integrantes del “Círculo de espías de Cambridge”. Blunt era el cuarto.
Recién en 1990 se conocería a su último miembro, John Cairncross, cuyo nombre en clave era “Liszt”, un oficial de inteligencia que les reveló a los soviéticos códigos secretos del MI6. Lo descubrieron en 1951 por la delación de un agente de la KGB, pero la inteligencia británica mantuvo en secreto –como lo había hecho con Blunt– hasta casi fin de siglo.
Un inglés culto y elegante
Anthony Blunt nació en Bournemouth, donde su padre era vicario, el 26 de septiembre de 1907. Estudió matemáticas en el Trinity College, en Cambridge, pero se cambió a lenguas modernas después de su primer año y se graduó en 1930.
Se incorporó al cuerpo docente del colegio y también comenzó a frecuentar reuniones del Partido Comunista. Allí fue contactado a mediados de los ‘30 por la NKVD soviética –antecesora de la KGB-, a la que se incorporó con entusiasmo. Fue su compañero de estudios en el Trinity College de Cambridge, Guy Burgess, le convenció para que trabajase para los rusos, “como la mejor forma de servir la causa antifascista”.
La cobertura de Blunt era intachable. Por esa época ya participaba de las reuniones del Grupo de Bloomsbury, que se reunía en casa de Virginia Woolf, en 46 Gordon Square de Londres, en las tertulias de los jueves, de las que participaban los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, el economista John Maynard Keynes, el escritor Gerald Brenan, el novelista E. M. Forster, la escritora Katherine Mansfield y los pintores Dora Carrington y Duncan Grant, entre otros artistas e intelectuales. Hablaban de arte, de filosofía, de la nueva economía, de psicoanálisis, de teoría cuántica, de los fabianos, de Cézanne, Gauguin, Van Gogh y Picasso.
Para entonces ya era un crítico de arte de renombre y asesor artístico del rey Jorge VI, por lo que tenía acceso casi libre al Palacio de Buckingham.
Doble agente
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial se incorporó al Ejército británico y poco después fue asignado al MI5, el servicio secreto inglés dedicado a la seguridad interna.
Lo que nadie imaginaba era que el recién llegado a la inteligencia británica hacía años que era agente del espionaje soviético. Por sus relaciones con la cúpula gubernamental, disponía de información estratégica que no dudó en pasar a los rusos.
La guerra terminó sin que descubrieran su juego y en 1945 fue nombrado tasador oficial de la pinacoteca real y continuó en su rol de asesor artístico, ahora al servicio de la reina Isabel II, que le otorgó el título de caballero en 1956. Al mismo tiempo, continuó trabajando en el MI5 y pasándole información a los rusos.
Durante todos esos años delató a decenas de agentes británicos en el exterior, que fueron capturados y muchos de ellos, ejecutados.
También fue quien en 1951 advirtió a sus amigos Burgess y Maclean que el MI5 sospechaba de ellos y pensaba interrogarlos. Ese aviso les permitió escapar a tiempo a la Unión Soviética.
La confesión de 1964
Al contrario de sus compañeros del Círculo de Cambridge, Anthony Blunt nunca fue descubierto por el contraespionaje inglés. Fue él quien, por propia iniciativa, confesó sus actividades en 1964, afectado por la muerte en Moscú de su viejo amigo y colega Guy Burgess.
Negoció que, a cambio de la información que brindaría al MI5, le garantizarían el secreto de sus actividades y la promesa de que no sería procesado judicialmente. Los servicios secretos británicos aceptaron, no sólo porque les interesaba lo que Blunt podía revelarles sino porque el procesamiento público del espía alertaría a los soviéticos.
Frente a sus interrogadores negó haber alertado a Burgess y Maclean pero admitió que fue el encargado de organizar sus fugas a Moscú. También dijo que él también podría haber huido y que la KGB le ofreció en más de una ocasión que dejara Inglaterra.
“Nunca quise hacerlo. Siempre preferí un mes más en Londres, aunque corriera peligro de ser descubierto, que diez cómodos años de vida gris en la Unión Soviética”, les explicó.
Al descubierto
Quince años después de aquella confesión, con 72 años bien llevados, un título de caballero y un sólido prestigio como crítico e historiador de arte, Anthony Blunt creía que sus secretos jamás serían revelados y que terminaría sus días rodeado de reconocimiento y honores.
La ilusión se le vino abajo el 18 de noviembre de 1979, cuando Thatcher decidió revelar su oscuro pasado, primero ante un periodista y luego en la Cámara de los Comunes.
Nunca supo las razones que llevaron a la primera ministra a ponerlo al descubierto, pero apenas repuesto de su sorpresa el viejo espía decidió dar la cara y convocó a una conferencia de prensa.
Hizo su confesión pública y aseguró que su información nunca puso en peligro la vida de los agentes secretos británicos. También trató de justificarse:
-Después de todo, Rusia era entonces un aliado de Inglaterra y la explicación de que en 1939 Moscú había firmado el pacto de no agresión con la Alemania nazi porque necesitaba tiempo para rearmarse nos pareció entonces convincente – explicó.
También dijo que, a partir del fin de la guerra mundial, no volvió a pasar información a los rusos y se dedicó a su verdadera afición, el arte, aceptando el cargo de tasador de la pinacoteca real que le había ofrecido la reina Isabel.
En su declaración en la Cámara de los Comunes, Margaret Thatcher había dicho que el entonces secretario privado de la reina, sir Michael Adeane, fue debidamente informado y que los servicios secretos pidieron a palacio que Blunt fuera mantenido en su puesto para no alertar a los rusos.
-¿La reina no sabía nada de su pasado? – le preguntó un periodista a Blunt.
-Preferiría no contestar esa pregunta, ya que no lo sé a ciencia cierta. Por lo que se me dijo entonces (en 1964), creo que no, pero puedo estar equivocado – respondió, vacilante.
La última pregunta fue a quemarropa:
-¿Se considera un traidor al país?
-Mucho me temo que eso es lo que soy – respondió.
Fue la última vez que Antohny Frederick Blunt, el espía que se movía libremente en las entrañas de la casa real, fue visto en público.
Murió tres años después, el 26 de marzo de 1983, a los 75 años.
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