La extraordinaria historia de la Isla de las rosas fue muy famosa en la ciudad balnearia de Rímini, frente al Mar Adriático. Sin embargo, desconocida en el mundo e inclusive en la misma Italia.
En 1967, un hombre al que le costaba vivir bajo las reglas de la sociedad, decidió construir una isla a 20 minutos en lancha, fuera del territorio italiano, en aguas internacionales. Fue Giorgio Rosa, un ingeniero nacido en Bolonia, que gracias a sus conocimientos y espíritu rebelde, construyó una plataforma de acero, rodeado de aguas, para poder vivir tranquilo, al margen de la ley.
Esa plan con amigos, inocente, se fue transformando en un micro Estado y un dolor de cabeza para las autoridades italianas, que a pesar de no tener competencia sobre esa zona, decidió perseguirlo y pisotear su sueño. Para muchos, Rosa se convirtió en leyenda y en el príncipe de los anarquistas.
La estructura se construyó a 12 kilómetros de la costa de Rímini. Por ese entonces, la apodada “la pequeña Roma”, por la cantidad de monumentos antiguos que aloja vivía su gran esplendor como balneario europeo. En esa ciudad también nació Federico Fellini.
En 1967, el ingeniero Rosa construyó con la ayuda de cuatro amigos y un puñado de trabajadores, una plataforma de 400 metros cuadrados. Lo hizo sobre pilares de acero, que remolcó vacíos en una lancha y pudieron hundir manualmente llenándolos de agua. Un invento que se le había ocurrido y exitosamente había puesto en práctica.
Su hijo Lorenzo compartió algunas características del perfil de su padre, quien murió a los 92 años en 2017. “Era una persona muy detallista y organizada. Era un ingeniero en un sentido casi alemán de la palabra”. También destacó esa “vena de locura” que lo convirtió en protagonista de esta increíble historia. Rosa no solo construyó la plataforma y la convirtió en algo parecido a un parador donde llegaban jóvenes de todas partes en lancha en busca de interminables fiestas. Un día la declaró estado independiente, la República de la Isla de las Rosas. Y como toda nación, le asignó un idioma: el esperanto. Por lo tanto, pasó a ser llamada la “Insulo de la Rozoj”.
Las autoridades italianas tenían frente a sus narices el movimiento incesante hacia la isla, donde no había reglas, se jugaban partidas de póker, se bebía y fumaba lo que quisieran. Rosa no pagaba impuestos, había logrado obtener agua dulce y vivía en su micro mundo. Era su paraíso.
Los argumentos del gobierno italiano para detonar la plataforma eran lo más variados y hasta rozaban el delirio. Que debían proteger a los ciudadanos italianos, donde estuvieran, que representaba una amenaza de seguridad nacional. Que desde allí podrían estar colaborando con la Unión Soviética.
Netflix no podía perderse semejante historia y se centra en los esfuerzos del “ingeniere” para que el gobierno italiano no le tirara abajo su plataforma. La película fue rodada en 2020 por Sydney Sibilia, director, productor y guionista italiano, en una piscina infinita en Malta, con todas las dificultades que implica filmar en el agua.
Lorenzo Rosa llegó a conocer la isla de pequeño. “Me encantaba estar con mi padre y estar con él era un privilegio, porque él trabajaba muy duro como ingeniero, estaba construyendo la isla con su propio dinero y no era tan rico. Así que trabajaba duro para ganar dinero y luego dedicar su tiempo a construir la isla”, dijo en una entrevista con la BBC.
“Salía de Bolonia alrededor de las 4 o 5 de la mañana, llegaba a Rímini, se subía al barco y luego trabajaba en la isla. Así que estar con él fue muy divertido para mí. Me encantaba subir al barco y ver el agua, porque el mar Adriático cerca de la costa es muy fangoso, como arcilla, pero en el mar abierto era como estar en el Caribe“, explicó.
La policía italiana observaba absorta el tráfico marítimo que se había generado entre Rímini y la Isla de las Rosas. El gobierno pensaba que lo único que buscaba Giorgio Rosa era enriquecerse del turismo, sin pagar un solo impuesto. Un negocio redondo. De manera que enviaron a la Guardia de Finanzas para bloquear las actividades.
Cuanto más se empeñaba el gobierno en desalojar y destruir la isla, Rosa se volvía una personalidad más interesante para aquellos que compartían sus sueños de libertad. La historia llego a portadas de diarios italianos. Cada vez llegaban más personas interesadas por ese pequeño espacio, incluso de otros países, y querían convertirse en ciudadanos de esa minúscula república.
La isla tenía un solo habitante permanente. Un náufrago. Se trataba de Pietro Bernardini, que había pisado “tierra firme” tras ocho horas en el mar. El alquiló la plataforma por un año.
Eran tiempos en que la juventud adquiría protagonismo y se lanzaba a las calles a protestar, contra la Guerra de Vietnam, en contra del sistema, como las revueltas estudiantiles y huelgas de trabajadores del Mayo francés, Giorgio Rosa no quiso dar el brazo a torcer hasta último minuto para defender su micro mundo. Se apoyaba en una ley de esa época, que al estar aproximadamente 10 kilómetros de la costa, no había quién pudiese hacerle algún tipo de reclamo. Intentaron pagarle para desalojarla. Pero lo rechazó todo. La isla constituía su mayor acto de libertad.
Netflix indagó en los archivos de la época. Los planes de Rosa era construir cinco pisos en la plataforma y no quedarse con solo un nivel. Hay escenas del filme que recrean al ingeniero, interpretado por el carismático Elio Germano, bajo el azote del viento, un mar embravecido que pareciera que fuera a devorarlo cuando todavía no tenía ni techo. En verano, el lugar era disfrutable, pero de ninguna manera estaba preparado para soportar las inclemencias del invierno.
En esa instancia, Giorgio Rosa, en nombre del Gobierno de la República Esperantista de la Isla de las Rosas le mandó un telegrama al entonces presidente de la República Italiana, Giuseppe Saragat, para manifestar que se lamentaba por “la violación de su soberanía y la herida infligida al turismo local por la ocupación militar”. Fue completamente ignorado.
A los 55 días tras la declaración de independencia de la isla, el gobierno tomó posesión con un gran despliegue de fuerzas de la pequeña y problemática plataforma. Fue rodeada por decenas de embarcaciones policiales, carabineros, guardias de finanzas. Fueron prohibidos los atraques en la isla. Y fue dinamitada un 11 de febrero de 1969. Luego una tormenta se ocupó de sumergir los restos visible, que jamás será olvidada.
SEGUIR LEYENDO: