Cuando giró la llave en la cerradura para entrar a la casa de su hija la mañana del 4 de septiembre de 1989, Marie Bouchard no imaginó que estaba abriendo la puerta hacia un infierno del que no podría salir el resto de su vida. Lo primero que vio fueron salpicaduras de sangre esparcidas por toda la sala y al mismo tiempo un olor nauseabundo le hirió la nariz.
Con paso vacilante, Marie caminó hacia el pasillo que llevaba a los dormitorios y ahí las encontró: su hija Joan Heaton, de 39 años, estaba tendida bajo una sábana empapada en sangre; su mano derecha estaba extendida, como si quisiera alcanzar al otro cuerpo, el de Jennifer, de 10 años, que también estaba inerte sobre el piso. Durante algunos segundos, Marie albergó la esperanza de que su otra nieta, Melissa, de 8 años, se hubiera salvado, pero la perdió cuando vio su cuerpo en la cocina, en medio de un charco de sangre.
Marie nunca supo cómo fue hasta el teléfono y llamó a la policía de El Departamento de Policía de Warwick, Rhode Island; después salió de la casa y se sentó en el escalón de la entrada a esperar.
Los peritos forenses contaron 57 puñaladas en el cuerpo de Joan, además de huellas de estrangulamiento en el cuello y un golpe brutal en la cabeza; Jennifer y Melissa también habían sido salvajemente apuñaladas; en el cuello de la más pequeña vieron clavada la hoja de un cuchillo al que se le había roto el mango. Calcularon que las muertes databan de tres días antes.
Al examinar la escena del crimen, los policías imaginaron el accionar brutal de un hombre fuerte y corpulento. A ninguno se le ocurrió que el triple crimen podía ser obra de un niño de apenas 15 años que pasaría a la historia como el asesino en serie más joven de los Estados Unidos.
Un perfilador del FBI
Mientras los detectives interrogaban a los vecinos en busca de pistas o testigos, el Departamento de Policía de Warwick pidió ayuda al FBI, que envió a Gregg O. McCrary, uno de sus mejores perfiladores.
Después de estudiar el caso, McCrary llegó a dos conclusiones: que el asesino vivía probablemente en el barrio, y que había entrado a robar y no a matar, dado que había utilizado los cuchillos de la casa, un “arma de oportunidad”, para asesinar a las víctimas al ser descubierto.
Además, creía que el asesino vivía en el área de Buttonwoods porque ambos crímenes se cometieron a cinco casas de distancia.
También sugirió que el triple crimen podía tener relación con otro asesinato sin resolver cometido dos años antes, con el que encontró coincidencias muy significativas.
En julio de 1987, Rebecca Spencer, de 27 años, había sido encontrada muerta en la sala de su casa, apuñalada repetidamente con un cuchillo de embalaje. Tanto en el caso de Joan y sus dos hijas como en el de Rebecca Spencer, el asesino usó cuchillos que obtuvo en la casa, la famosa “arma de oportunidad”.
Otra similitud entre los casos fue una exhibición inusual de “exceso”. Joan y Rebecca fueron apuñaladas aproximadamente 60 veces cada una, y las niñas alrededor de 30 veces. Debido a la excesiva naturaleza de los crímenes, era muy probable que la misma persona cometiera los asesinatos.
Además, los dos crímenes se habían cometido a cinco casas de distancia.
McCrary les dijo a los investigadores que por la “manera frenética del apuñalamiento” utilizada para matar a los Heaton era probable que también se hubiera herido a sí mismo y les sugirió que buscaran en el vecindario a alguien que tuviera la mano cortada o vendada.
Fue el primer paso para identificar al asesino, pero también ayudó la suerte.
La venda delatora
Habían pasado 36 horas del descubrimiento de los cuerpos cuando los detectives Ray Pendergast y Mark Brandreth vieron a un joven negro que caminaba por un parque cerca del lugar del crimen. Parecía un niño, pero tenía la mano vendada. Los policías se bajaron del auto y le preguntaron si había oído hablar de los asesinatos.
El chico les dijo que se llamaba Craig Price y que había visto cuando sacaban los cuerpos de la casa, porque vivía muy cerca de allí.
-¿Cómo te lastimaste la mano? – le preguntó Pendergast.
-Fue hace tres noches. Me emborraché y rompí el vidrio de un auto en la avenida Keeley – respondió Craig.
Lo dejaron ir pero, aunque les parecía imposible que un adolescente de 15 años pudiera cometer un crimen tan sangriento, decidieron investigar. Descubrieron dos cosas: que no había ninguna denuncia por la rotura del vidrio de un automóvil en la avenida Keeley y que Craig Price tenía antecedentes por allanamiento de morada, hurto y consumo de drogas.
Al día siguiente lo citaron con sus padres en la comisaría y lo interrogaron. Craig volvió a contar cómo se había lastimado la mano, pero su versión difería en detalles con la que había dado el día anterior. Los detectives le pidieron entonces que se sometiera a una prueba con el detector de mentiras. Craig aceptó… y falló.
La mano vendada de Craig y el resultado del polígrafo no eran mucho, pero los detectives insistieron durante más de una semana para que un juez habilitara una orden de allanamiento de su casa.
La madrugada del 17 de septiembre un equipo policial se presentó en el hogar de los Price para darla literalmente vuelta. Los investigadores no tardaron mucho en encontrar lo que buscaban.
Mientras revisaban un galpón detrás de la casa, encontraron una bolsa de basura llena de pruebas incriminatorias. Había varios cuchillos ensangrentados de la casa de las Heaton, junto con prendas de vestir, guantes y otros objetos ensangrentados.
Craig salió de la casa esposado, acusado de los asesinatos de Joan, Jennifer y Melissa.
Las confesiones
Los padres de Craig salieron detrás del patrullero policial que lo trasladaba y llegaron a la comisaría pocos minutos después. Esperaban que todo fuera un malentendido, pero el chico los desilusionó.
Sin que nadie lo presionara y delante de sus padres, les contó a los detectives con todo detalle los asesinatos de Joan, Jennifer y Melissa.
“Entré a la casa para robar y no me di cuenta de que el ruido había despertado a la madre. Me descubrió cuando prendió la luz de la cocina. Yo me asusté y me le fui encima, la golpeé y la estrangulé. Y entonces llegaron las chicas, porque la mamá había gritado. Las agarré y las apuñalé con un cuchillo. Una me mordió la mano. Después agarré otros cuchillos y seguí. A una la golpeé con una silla en la cabeza porque me mordió. Después estaban muertas”, relató.
Contó también que durante los asesinatos se había apuñalado accidentalmente en la mano, que se sacó los guantes que llevaba y se lavó las heridas en el baño. Después tapó el cuerpo de la madre con una sábana y trató de limpiar la escena del crimen con unas toallas, pero que dejó de hacerlo porque tenía miedo de que llegara alguien y lo encontrara. Recogió los cuchillos, guantes y algunas de las toallas ensangrentadas y salió corriendo de la casa.
Uno de los detectives contó después que “lo que salió de su boca aturdió incluso a los oyentes más experimentados y hastiados y envió a su padre, John Price, al baño de hombres a vomitar”.
-¿También mataste a Rebeca Spencer hace dos años? – le preguntó uno de los interrogadores.
-Sí, a ella también –contestó el chico de 15 años sin mostrar emoción-. Me descubrió cuando había entrado a robar.
Según su propia confesión, el asesino en serie más joven de los Estados Unidos había empezado a matar a los 13 años.
Por unos días
Como había cometido los últimos tres crímenes un mes antes de cumplir los 16 años, Craig Price no podía ser juzgado como un adulto. El 21 de septiembre de 1989 lo llevaron frente al juez de menores Carmine diPetrillo, se declaró culpable de los robos y los asesinatos, y fue enviado a un Centro correccional juvenil, donde debería permanecer hasta cumplir los 21 años, cuando además de salir en libertad sus antecedentes quedarían sellados.
El juez también ordenó que debía aprender un oficio, someterse a pruebas psicológicas y hacer terapia.
La sentencia no conformó a los vecinos de Rhode Island, que se nuclearon en el grupo Ciudadanos en Contra de la Liberación de Craig Price para presionar que Price permaneciera en prisión, debido a la brutalidad de sus crímenes y a la opinión de psicólogos del estado de que era un mal candidato para rehabilitación.
Mientras tanto, en el centro correccional donde estaba internado, Craig Price se jactaba de sus crímenes ante sus compañeros y prometía:
-Eso no fue nada. Cuando salga voy a hacer historia.
El caso dio lugar a cambios en la ley estatal para permitir que los menores fueran juzgados como adultos por delitos graves, pero esos cambios no pudieron ser aplicados de forma retroactiva a Price.
A los 21 años volvió a la calle.
Otro crimen en la cárcel
Desde entonces pasó breves temporadas en libertad y la mayor parte del tiempo en la cárcel, siempre por delitos menores que le permitían salir al poco tiempo.
Las cosas cambiaron en 2009, cuando se trenzó en una pelea de presos en la Prisión de Florida –donde había sido trasladado desde Rhode Island por sus “tendencias violentas”– y le cortó un dedo con una faca a un guardia que intentó separarlo.
Eso le valió el traslado a la Institución Correccional de Suwannee, también en Florida, y una extensión de su condena que lo mantendría entre rejas hasta 2020, cuando podría pedir la libertad condicional.
No pudo hacerlo. El 4 de abril de 2017 asesinó, también con una faca fabricada por él mismo, a otro recluso llamado Joshua Davis. El 18 de enero de 2019 fue condenado a 25 años de prisión por ese crimen.
El asesino en serie más joven de la historia de los Estados Unidos sigue hoy detrás de las rejas, de nuevo en la prisión de Rhode Island.
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