Cuando las niñas a punto de ingresar a la adolescencia soñaban con cosas más mundanas, Juana, de 13 años, aseguraba que voces divinas le habían encomendado expulsar a los ingleses de Francia y hacer subir al trono al heredero legítimo al trono, Carlos VII.
Esta campesina analfabeta dijo haber tenido visiones en las que el Arcángel San Gabriel, Santa Margarita y Catalina de Alejandría eran los responsables de imponerle semejante tarea. San Gabriel le adelantó que no se preocupase porque Dios la ayudaría.
Sus padres Jacques d’Arc e Isabelle Romée eran dueños de tierras en Domrémy, donde Juana habría nacido por el 1412, según la edad que dijo tener al momento del juicio que la llevaría a la hoguera.
Hacía demasiado tiempo que Francia estaba enfrentada con Inglaterra. Había comenzado en 1337 y sería conocida como la Guerra de los Cien Años. Los entrecruzadísimos lazos familiares de distintas ramas familiares de ambos países llevaron al monarca inglés Eduardo III a reclamar los derechos sobre el reinado de Francia, que a su frente estaba Felipe VI. El conflicto fue sostenido por los distintos reyes que se fueron sucediendo. Las batallas se desarrollaban en territorio francés, y hubo épocas de relativa calma y también en otros se debió dejar las armas para atender la implacable epidemia de la peste negra que asoló a Europa.
Los años pasaban, los reyes continuaban peleando, planificaban acuerdos, morían y la disputa continuaba. Cuando el inglés Enrique V y el francés Carlos VI murieron, ambos en 1422, el nuevo monarca Enrique VI, a través de su regente el duque de Bedford invadió Francia, cuyo delfín era Carlos VII, su sobrino, que se sospechaba que no era hijo de Carlos VI. En el avance arrollador de su ejército posibilitó sitiar Orléans.
Con gran parte del país tomado, Carlos VII había establecido su corte en Chinon. Hasta allí fue Juana, luego de convencer a un incrédulo jefe de guarnición de que le facilitase un par de soldados que la escoltasen, por los peligros presentes en el camino. Debía llevarle el mensaje al rey.
El joven monarca estaba desesperado, y se aferraba a cualquier recurso y esperanza. Dudó en recibir a esta chica, que le dijeron que venía con un mandato muy especial. Cuando al fin la hicieron ingresar a la corte, el rey se ocultó deliberadamente entre los cortesanos, vistiendo ropas comunes. Y aún así ella se dirigió a él. Arrodillada le dijo que “el señor de los cielos me envía para deciros que vos seréis consagrado y coronado en la ciudad de Reims y seréis el legado del Rey de los Cielos que es el rey de Francia”.
Para lograr dicho cometido, Juana reclamaba liderar un ejército. Pero las cosas no serían tan sencillas. La chica fue sometida, en las semanas siguientes, a diversos exámenes y pruebas de clérigos y doctores quienes debían determinar si estaban frente a una hechicera o fabuladora o a una sincera portadora de un mensaje especial.
Como las firmes respuestas y las actitudes seguras de la mujer resultaban convincentes, y con el temor de contrariar a Dios, acordaron integrarla al ejército, con la esperanza de que si lograba levantar el asedio a Orléans sería prueba suficiente de su misión divina. El 25 de febrero de 1429 el rey se decidió y en abril esa campesina partió con el ejército.
La presencia de Juana entre los experimentados hombres de armas causó una profunda incredulidad y no poca resistencia. En un primer momento, los jefes no la participaron en la planificación de las batallas ni en sus decisiones, pero ella igual se las arreglaba para aparecer en los campos de batalla, enarbolando un estandarte con la imagen de la Virgen María, con el pelo corto, vistiendo ropas de hombre.
Sorprendentemente, las victorias se fueron sucediendo una tras otra. El combate final fue el 7 de mayo y Juana, herida por una flecha que se le clavó en el hombro, arengaba a los soldados. Al día siguiente, los ingleses se retiraron, después de siete meses, de Orléans.
Para los creyentes, esa victoria fue una señal del cielo.
No esperó a que se curase su herida y se dirigió a Chinon a informarle al rey de la victoria sobre los ingleses, y le suplicó se dirigiese a Reims para ser coronado. Pero el consejo real puso sus objeciones y Juana fue directamente a las habitaciones del rey: “Noble Delfín, no malogréis el tiempo en oír prolijas e inútiles deliberaciones; preparaos a venir a Reims para tomar la sagrada diadema, que es símbolo de la unión de vuestros súbditos…”. Sus palabras lograron convencerlo.
En Reims, en poder de los ingleses, ella estuvo junto al duque de Alenzon, que comandaba a seis mil hombres. “Adelante, duque mío, al asalto”, lo instó. “no temáis, pues ya sabéis la promesa que tengo hecha a vuestra esposa de restituiros a sus brazos sano y salvo”.
Juana estaba al frente de los hombres y con su sola actitud ellos avanzaban resueltos. Cuando se asomó a una brecha en el muro, cayó sobre ella una lluvia de piedras y flechas y un golpe en la cabeza la hizo caer a tierra. Al levantarse, exclamó: “Amigos míos, ¡Alto! ¡Alto! Nuestro Señor ha condenado a los ingleses: valor, nuestros son”. Los franceses ingresaron por la brecha y provocaron que los ingleses huyeran en desbandada.
Reims cayó el 16 de julio de 1429. Al día siguiente, allí mismo, como había Juana había adelantado, Carlos VII celebró su coronación. Ella participó y llevó su estandarte. Al finalizar la ceremonia ella le dijo que “al fin había cumplido la voluntad de Dios. Mi misión está cumplida”.
Pidió retirarse a su hogar pero el rey y su consejo se lo impidió ya que su presencia transmitía confianza en la tropa. Deseaba volver con sus padres.
El siguiente objetivo fue París y en su camino se libraron diversos combates. A la sola presencia de Juana, los enemigos pedían capitular.
El rey francés, impresionado por el papel de la chica, premió a sus padres con títulos nobiliarios. Le dio como emblema un escudo de fondo azul con dos flores de lis, una espada plateada con el puño de oro, la punta hacia arriba y en ella una corona también de oro.
En mayo de 1430 Juana cayó en una emboscada y, luego de luchar desesperadamente, fue apresada por borgoñeses, aliados de los ingleses y se la entregaron a ellos. Los ingleses -que difamaban a la mujer asociándola con el propio demonio- se ocuparon de comunicar a toda Francia y a Inglaterra de la captura, hubo fiestas callejeras y hasta se celebró un Te Deum.
Fue encerrada en Ruan -baluarte inglés- luego de que la mujer intentase escapar en diversas oportunidades. En una oportunidad se tiró por la ventana de una torre hacia el foso. El propio rey francés envió diversas misiones para rescatarla, pero resultaron inútiles.
Cuando cayó enferma, se procuró por todos los medios mantenerla con vida, ya que no deseaban que muriese de causas naturales. Su principal enemigo era Pedro Cauchon, obispo de Beauvais -defensor de los intereses ingleses- quien estaba ansioso por juzgarla por hereje. Sostenía que por su culpa se había “vulnerado la honra de Dios, se había debilitado la fe y se había desconceptuado la Iglesia Católica”.
La sometieron a un juicio, acusada de herejía. Ella mantuvo firmeza de ánimo y fue presionada para declararse culpable, con la amenaza de arrojarla a la hoguera. “Tu rey es hereje y cismático”, la atacaban. “Sostendré a toda costa de mi vida que mi rey es el cristiano más noble de todos los cristianos, y no es nada de eso que decís”.
“Deberás abjurar o serás abrasada”, la amenazaban. La instaban a suscribir un documento en el que debía prometer que no volvería a tomar las armas, que se dejaría crecer el cabello y a usar vestido de mujer. Ella aceptó y firmó con una cruz, pero como no sabía leer no percibió que le dieron un documento diferente. Este último ella se reconocía hereje, cismática, sediciosa, hechicera y que tenía relación con los demonios.
Sometida a 16 interrogatorios, fue condenada de haber blasfemado contra Dios, de ser idólatra, mágica, cismática, sacrílega, impostora e impúdica por haberse vestido de hombre, mezclarse con los soldados, atentando contra la decencia y el decoro de su sexo. El fallo fue convalidado por la Universidad de París.
La condenaron a pasar el resto de su vida en la cárcel a pan y agua. Sin embargo, al día siguiente, como le habían quitado el vestido de mujer, ella se vistió con la ropa de hombre. En ese momento entró a la celda un escribano que dio cuenta que Juana no había cumplido su promesa. Se la acusó de “relapsa e incorregible”. Debía morir en la hoguera.
El 30 de mayo de 1431 la llevaron a la plaza vieja de Ruan. Estaba vestida de mujer y custodiada por 120 soldados. La acompañaban dos dominicos. Le colgaron un cartel que decía “por hereje, relapsa, apóstata e idólatra”. Aguardaban sentados obispos, cardenales y jueces.
“Id en paz, Juana; ya no puede defenderos la iglesia, y os entrega a la justicia secular”, exclamó un clérigo. Ella respondió que “vos sois la causa de mi muerte; prometisteis que me restituirías a la iglesia, y me entregáis a mis enemigos”.
Todos los presentes y hasta el verdugo lloraban. Pidió un crucifijo y un inglés rompió su bastón y armó una cruz. Ella la besó, la estrechó a su pecho y así fue atada a una suerte de poste. En medio de sus alaridos, cuando las llamas le quemaban sus ropas, se escuchó que repetía el nombre de Jesús.
Una vez muerta, su cuerpo fue nuevamente echado a las llamas para reducirlo a cenizas, y éstas fueron arrojadas al río Sena.
Fue su madre Isabelle Romée la que más cejó para que se abriese un nuevo juicio, y el papa Calixto III dio el visto bueno. Luego de analizar más de un centenar de testimonios de testigos y de revisar las alternativas del juicio, se declaró a Juana mártir e inocente el 7 de julio de 1456. Al padre Cauchon -que ya había muerto- un hereje y fue excomulgado.
Napoleón Bonaparte la instituyó como uno de los símbolos de Francia. En 1909 fue beatificada y en 1920 canonizada. Se le atribuyeron tres milagros, relacionados a curaciones de monjas, una por una tuberculosis y dos por cáncer.
Junto al mercado viejo en Ruan, fue levantada una iglesia consagrada a Juana de Arco, que en una de sus paredes lleva la leyenda: “Juana de Arco sin sepultura y sin imagen, tu que sabías que la tumba de los héroes es el corazón de los vivos”.
Una piedra enorme señala el lugar donde fue martirizada esta chica campesina, analfabeta, que era portadora de un mensaje de Dios y que solo deseaba volver a vivir en la granja de sus padres.
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