Hace 40 años, la Guerra Malvinas-Falkland transformó el rock latino

En los inicios del rock argentino, muchos grupos consideraban que cantar en español era de mal gusto. Pero el Festival de la Solidaridad Americana de mayo de 1982 marcó un punto de inflexión y Argentina pronto se convirtió en el epicentro de una escena transcontinental emergente

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La gente de Buenos Aires
La gente de Buenos Aires celebra después de enterarse de que las tropas argentinas desembarcaron en las Islas Malvinas en abril de 1982. Foto: AP

Durante el atardecer del 16 de mayo de 1982, miles de jóvenes arribaron a las canchas de rugby y de hockey del Estadio Obras Sanitarias en Buenos Aires. A pesar de la lluvia, los amantes del rock no estaban dispuestos a perderse el Festival de la Solidaridad Americana. El festival contó con muchos de los mejores músicos de rock del país, y después de años de hostigamiento por parte de la última dictadura cívico-militar de Argentina, los jóvenes estaban eufóricos con la oportunidad de reunirse sin temor a las consecuencias.

Puede ser fácil dar por sentado al rock en español. Hoy, en muchos hogares de toda América Latina se escuchan las canciones de Caifanes, Aterciopelados o Los Prisioneros (y ni hablar de Maná). En los últimos años, Bad Bunny y Julieta Venegas han colaborado en “Lo Siento BB:/”, Andrés Calamaro apareció en C. Tangana’s El Madrileño y Fito Páez ha lanzado una serie constante de nuevos álbumes. El rock en español — la música en español en general — está llegando a una audiencia mucho más amplia que antes.

El Festival de la Solidaridad Americana marcó un punto de inflexión en el rock latinoamericano. Ante una población cada vez más desestabilizada y una guerra potencialmente desastrosa con Gran Bretaña a unos 600 kilómetros de la costa del país, la dictadura argentina recurrió a los artistas que antes había censurado. Ahora — mientras el festival solicitaba donaciones para los soldados que se encontraban en las islas Malvinas, llamadas Falkland Islands por los británicos — la dictadura presentaba a los músicos como artistas legítimos y esperaba que el concierto alentara el nacionalismo entre la juventud.

Así, el rock argentino dejó de ser objetivo de censura por parte de la junta militar. Además, la prohibición de tocar música en inglés por la radio hizo que este género musical se extendiera rápidamente por América Latina en los años y décadas siguientes. Pronto, el rock argentino se convirtió en el catalizador de la escena moderna de rock iberoamericano.

Con mi balsa yo me iré a naufragar

El rock llegó a la Argentina a fines de los años 50, cuando artistas como Sandro y Los de Fuego cobraron relevancia a través de sus versiones en español de éxitos en inglés y, en el caso de Sandro, vistiéndose al estilo de Elvis. El efímero pero influyente Club del Clan siguió a principios de los años 60. En un esfuerzo de RCA Víctor por promocionar a sus estrellas locales, el programa de televisión reunió a cantantes pop de la compañía discográfica — ídolos adolescentes como Palito Ortega y Violeta Rivas — para cantar y bailar lo último en cumbia, bolero y rock and roll.

Pero no fue sino hasta 1967 — cuando Los Gatos lanzaron “La balsa” — que una composición original de rock en español comenzó a capturar la imaginación del público. La canción vendió alrededor de 250 000 copias, e invitaba a los jóvenes a dejar el mundo “abandonado”, construir una balsa y flotar sin rumbo hasta hundirse o naufragar en el mar. El éxito de Los Gatos marcó un cambio radical para los músicos emergentes, quienes se dieron cuenta de que la música en español no necesitaba sonar como los éxitos descaradamente comerciales (pero a fin de cuentas pegadizos) de El Club del Clan.

“A partir de este momento”, dice Matthew Karush, profesor de historia en la Universidad George Mason y autor de Musicians in Transit: Argentina and the Globalization of Popular Music, “hay una idea clara dentro de la escena del rock — tanto entre los músicos como entre el público — que era importante crear música que no fuera solo complaciente y comercial, sino que fuera una expresión auténtica de la juventud, que fuera artística y poética con ambición musical”.

En otras palabras, mientras que El Club Del Clan había sido una oportunidad comercial cuidadosamente orquestada por los ejecutivos de las discográficas para venderle a los adolescentes, la escena del rock emergente era parte de un floreciente movimiento juvenil en Argentina. “La balsa” se convirtió en una especie de himno para quienes se autodenominaban náufragos y que, al igual que sus contrapartes en Estados Unidos, se sentían desilusionados por el consumismo y alejados de la cultura social prevaleciente.

“Para mí, lo interesante de [’La balsa’] es la metáfora”, dice Mara Favoretto, profesora adjunta de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Melbourne, “la balsa podría ser muchas cosas. Podría ser drogas, podría ser escapismo, podría ser ideas políticas ... Se puede interpretar de muchas maneras diferentes”.

La profesora Favoretto creció en Argentina y recuerda que en ese momento “todo lo que creíamos era lo que se publicaba en los diarios y en la radio, y todo era controlado por el Estado. Entonces lo que leíamos y oíamos estaba completamente censurado, controlado, y había un adoctrinamiento muy claro. Así que imagínate cuando encuentras canciones que te hacen pensar creativamente, no te da ninguna interpretación dogmática, ahí es cuando sientes la libertad”.

Juan Represión

En los años 70, la música rock se había convertido en la música predilecta de los jóvenes. A medida que surgían festivales musicales en Buenos Aires y se establecía un circuito de gira constante en el interior del país, revistas como Pinapy luego Pelo y Expreso Imaginario mantenían informados a sus seguidores acerca de los últimos acontecimientos de la escena del rock.

Mientras el funk y el glam rock dominaban las frecuencias de las radios británicas y norteamericanas, Argentina seguía enamorada de la contracultura hippie: Pedro y Pablo deleitaban con su poesía directa, Pescado Rabioso confundía con su poesía délfica y Arco Iris experimentaba con guitarras eléctricas y música folklórica.

Uno de los grupos más influyentes de la época era Sui Generis. Los gobiernos militares gobernaron Argentina durante gran parte del siglo XX y los miembros de la banda, Nito Mestre y Charly García, escribían sobre las frustraciones de la juventud argentina durante la creciente violencia política. Con canciones como “Confesiones de invierno”, que hablaba del desamor teñido de amenazas de violencia policial, o “Las increíbles aventuras del señor Tijeras”, que trataba de un señor que censuraba películas, el dúo de pelo largo capturó el estado surrealista de la vida durante la presidencia de Juan Domingo Perón y alcanzó niveles de popularidad sin precedentes.

El presidente Perón murió en 1974, acelerando el descenso de Argentina hacia el caos social y político. Dos años más tarde, un golpe militar derechista depuso a la esposa de Perón y entonces presidenta, Isabel Martinez de Perón. Durante los siguientes siete años, la junta comenzó a abatir, arrestar y “desaparecer” a miles de ciudadanos argentinos. Cualquiera que representara una amenaza – o una potencial amenaza – a la junta corría un riesgo.

Marzo de 1976, dos soldados
Marzo de 1976, dos soldados leyendo un periódico en la Plaza de Mayo de Buenos Aires después de que un golpe militar liderado por el general Jorge Rafael Videla derrocara a la presidenta Isabel Perón. Foto: AP

Pablo Vila, profesor de sociología en la Universidad Temple, llama al régimen “en gran medida un movimiento anti-juventud”, y dice que la violencia del Proceso de Reorganización Nacional provocó un breve y paradójico aumento reactivo en la popularidad del rock entre los jóvenes argentinos.

Según el informe de 1984titulado Nunca Más, el 69 % de las personas que los militares “desaparecieron” tenían entre 16 y 30 años. Incluso cuando la junta se enfocó en los grupos guerrilleros y en aquellos a quienes acusaba de subversión, también aparentaban tener una paranoia respecto a la juventud en general. En un ambiente donde acechaba el miedo y la sospecha, los conciertos de rock “eran una especie de refugio para sentir que no estabas solo, que otros [jóvenes] como vos... estaban sintiendo lo mismo”, comenta el profesor Vila. “La parte más importante de [estos conciertos] era sentir que estabas vivo con gente como vos”.

Según el profesor Vila, Buenos Aires vio una increíble cantidad de conciertos durante estos primeros años de la junta. Cuando “se prohibía una reunión de más de cuatro personas en las calles”, el estadio Luna Park — que puede acomodar a 30 000 o 40 000 personas — y varios lugares más pequeños de la ciudad albergaban múltiples conciertos cada fin de semana.

Pero la situación no podía durar. Si bien los rockeros habían enfrentado hostigamiento y censura del gobierno en el pasado, la represión alcanzó nuevos niveles bajo el Proceso. Con frecuencia, la policía lanzaba gases lacrimógenos o allanaba clubes y “aconsejaba” a los propietarios de salas de conciertos que no realizarán conciertos de rock, y luego llevaban a los músicos y a los concurrentes a pasar noches interminables en la cárcel.

En Spinetta: crónica e iluminaciones, Luis Alberto Spinetta, uno de los músicos más célebres del país, recuerda: “En 1977 me llevaron preso sin ton ni son con otros músicos como Bernardo Baraj. En una de las paredes de la celda estaba escrito un verso de esta canción: ‘qué solo y triste voy a estar en este cementerio’. Cuando me llevaron a ver al comisario, el tipo me dijo que sus hijos tenían mis discos. ‘Bueno, no sólo sus hijos –le dije–, alguien escribió una canción mía en un calabozo. Venga a ver.’ Antes de dejar la comisaría volví a la celda y agregué ‘qué calor hará sin vos en verano’”.

Para 1978, en medio de las amenazas del gobierno y la creciente imposibilidad de hacer giras o ganarse la vida como músicos, muchos abandonaron el país.

Comunicado Nº 166

El 19 de marzo de 1982, chatarreros argentinos llegaron a la isla remota de San Pedro (llamada South Georgia por los británicos), e izaron su bandera en una estación ballenera abandonada. Dos semanas después, el 2 de abril, las fuerzas argentinas invadieron las Malvinas, y después de una breve resistencia en la capital, el gobernador de la isla se rindió.

La convulsionada historia de las islas ocupa un lugar importante en la historia argentina. En Argentina se cree que la nación heredó el archipiélago de España, cuando declararon su independencia, y que Gran Bretaña las robó en 1833 cuando los buques de guerra expulsaron a una pequeña guarnición argentina y establecieron una pequeña administración permanente poco después.

No existe siquiera un acuerdo sobre cómo llamarlas. Los argentinos hablan de las Malvinas y llaman a las islas principales Soledad y Gran Malvina. Los británicos prefieren los Falkland Islands y sus mapas etiquetan las islas principales como East Falkland y West Falkland.

Pero lo más apremiante para la dictadura en 1982 era la caída libre de la economía argentina y la oposición pública al régimen militar, no solo de Las Madres de Plaza de Mayo y otros grupos de derechos humanos, sino también de estudiantes, sindicatos y periodistas. Los generales esperaban que al reclamar las islas podrían ganar el favor popular y reforzar su control, por lo menos temporalmente.

Dada la indiferencia de Gran Bretaña hacia las islas, los militares no anticiparon que Gran Bretaña lucharía para recuperarlas. Locutores de radio de todo el país comenzaron a compartir el comunicado de prensa del gobierno: “La Junta Militar como Órgano Supremo del Estado, comunica al pueblo de la Nación Argentina, que hoy la República ... ha recuperado las Malvinas y Sandwich del Sur por nuestro patrimonio nacional”. En los siguientes días, los periódicos declararon el triunfo de Argentina sobre los británicos. Tal como habían esperado los generales, el fervor patriótico se apoderó de la nación.

Pero la junta no tomó en cuenta un aumento similar de patriotismo en Gran Bretaña y la necesidad de Margaret Thatcher de reafirmar su propio control. Su gobierno congeló los activos argentinos en Gran Bretaña y reunió rápidamente un número “sustancial” de tropas para recuperar las islas escasamente pobladas. Para el 26 de abril, las tropas británicas ya habían llegado a las islas y poco después recuperaron Isla San Pedro. Enfrentados ante la posibilidad de un derrame de sangre significativo, los generales argentinos buscaron formas de movilizar el apoyo de la juventud y pronto recurrieron a los músicos de rock que habían marginado solo unos años atrás.

El Festival de la Solidaridad Americana comenzó a las 17:00 horas del 16 de mayo de 1982 y reunió a los músicos más destacados del rock argentino, entre ellos: Litto Nebbia, David Lebón, Piero, Luis Alberto Spinetta, Ricardo Soulé y Edelmiro Molinari (también el uruguayo Rubén Rada). “Para darle un toque más continental, la Cancillería invitó a los hijos de los diplomáticos latinoamericanos acreditados en Buenos Aires”, escribe Juan B. Yofre en Fuimos todos: Cronología de un fracaso, 1976-1983.

Si bien algunos grupos se negaron a participar — principalmente Virus y Los Violadores — el profesor Vila dice que es injusto condenar a los que sí tocaron. “[Los críticos] no se dan cuenta de que en el ‘82 la gente realmente temía por sus vidas. ... Y creo que [los músicos] decidieron ir por eso, y trataron de hacer todo lo posible para transformar desde adentro el mensaje de la causa”.

La mayoría de los músicos del festival se oponían a la invasión y al nacionalismo que inspiró, así que, aunque el gobierno esperaba despertar el apoyo hacia la guerra, la noche pronto dio paso a algo más: una llamada a la paz.

Los cerca de 60 000 jóvenes que acudieron a las canchas del estadio Obras Sanitarias pagaron su entrada con pañuelos, paquetes de cigarrillos, suéteres y otras cosas prácticas para enviar a los conscriptos en las Malvinas. Muchos otros escucharon el concierto por la radio o lo vieron por la televisión estatal y la noche se llenó de cantos de paz. León Gieco cantó:

“Sólo Le Pido a Dios

Que la guerra no me sea indiferente

Es un monstruo grande y pisa fuerte

Toda la pobre inocencia de la gente”

El concierto terminó con Raúl Porchetto cantando “Algo de paz” y culminó con la reunión de Nito Mestre y Charly García, junto con David Lebón, Raúl Porchetto y León Gieco, quienes interpretaron “Rasguña las piedras” de Sui Generis, una canción sobre la esperanza de liberarse.

En su nota sobre el concierto, Pelo escribió que “La música de rock argentina, a través de su historia, supo sobrellevar y sobrevivir a los embates de las crisis económicas y los eventuales intentos de marginación de los sectores oscurantistas ... Cuando la crisis se supera ... ya nadie se sorprenderá del poder de convocatoria de esta música, porque para un país joven como es la Argentina no pueden quedar ignoradas las expresiones modernas y auténticamente locales”.

La guerra terminó el 14 de junio de 1982. Fallecieron 649 militares argentinos, 255 militares británicos y tres residentes malvinenses. Tres días después, el jefe de la junta, el general Leopoldo Galtieri, renunció como presidente, el primer paso para el retorno de la democracia a Argentina.

Soy moderno, no fumo

Cuando los primeros soldados argentinos desembarcaron en las islas, el general Galtieri emitió un decreto que prohibía la transmisión de toda la música en inglés, escribió Mara Favoretto de la Universidad de Melbourne. No importaba que los Rolling Stones tuvieran muy poco que ver con las decisiones políticas de Margaret Thatcher (aunque Pink Floyd más tarde escribió un álbum inspirado en la guerra), en un momento en que la radio seguía siendo la principal fuente de descubrimiento musical, la prohibición le abrió las puertas a los músicos de rock argentino.

Las estaciones de radio no podían pasar zamba o tango y mantener el interés de los oyentes que habían sintonizado esperando escuchar a Joan Jett. Entonces “las compañías discográficas vieron esta gran oportunidad de aumentar su producción y vender más discos y les dieron a muchos artistas emergentes la oportunidad de volverse populares”, explica el profesor Karush, “La guerra representó un momento en el que las compañías discográficas estaban interesadas en producir mucho más y, como resultado, la escena del rock creció rápidamente. (...) En 1981 había 37 LPs de música rock argentina. En 1982, había ‘63, un salto bastante grande. Y luego siguió. En el ‘83 son 77 y en el ‘84 son 81″.

Al igual que la Movida Madrileña de España, el regreso a la democracia en diciembre de 1983 provocó una explosión de creatividad cultural y musical en Argentina. Si bien las guitarras acústicas habían dominado la escena durante tantos años, la apertura de fronteras y la reducción de la censura incentivaron a muchos artistas a adoptar las tendencias modernas y los estilos de producción estadounidenses.

Con su energía contagiosa y estribillos pegadizos, grupos como Los Twists, Viuda e Hijas de Roque Enroll y La Torre captaron rápidamente la atención de las compañías discográficas multinacionales. Soda Stereo pronto demostró ser un gigante de esta nueva generación de rock argentino, convirtiéndose en uno de los primeros grupos de rock en español en embarcarse en una gira por América Latina, algo que habría sido inimaginable tan solo una década antes.

Argentina pronto se convirtió en el epicentro de una escena transcontinental emergente a medida que caían las dictaduras en América Latina en los años siguientes. En estas sociedades más abiertas, las compañías discográficas estaban dispuestas a invertir en nuevos grupos musicales, en campañas promocionales y a asumir los costos de giras que ofrecieron nuevas oportunidades para bandas en México, Perú y otros países del continente.

En los inicios del rock argentino, muchos grupos, incluyendo íconos del rock argentino como Vox Dei y Almendra, consideraban que cantar en español era de mal gusto. Incluso después de “La balsa”, si bien muchos aceptaron la idea de cantar en español, para muchos otros aún era una grasada. El Festival de la Solidaridad Americana y la innovación musical que le siguió al regreso de la democracia dio un vuelco a la percepción y apreciación del rock en español y demostró a la juventud argentina — y eventualmente latinoamericana — que cantar en su idioma era algo valioso y, quizás, hasta copado.

*El artículo original fue traducido por Fi O’Reilly y editado por Miranda Mazariegos para NPR.ORG

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