La escena es un clásico del imaginario popular argentino: un niño hipnotizado frente al televisor, la pelota entre las manos, soñando en silencio ser algún día como ese que ve: ser Messi. La historia de Joaquín, en cambio, no arranca así sino por fuera de los clásicos deseos permitidos.
En sus recuerdos es un niño hurgando en la computadora de su padrastro, un niño de primaria descubriendo la pornografía escondida, un niño hipnotizado frente a la pantalla deseando algún día ser eso que ve: no Messi, claro, sino un actor porno.
Joaquín Simonit es chaqueño y está a punto de cumplir 23 años. Es joven, muy, pero parece haber tenido mil vidas. Tiene un pasado como “Campeón nacional de gimnasia artística”. También tiene, hilvanado entre las medallas, una historia como taxi boy, cobrando miles de pesos por unos minutos de sexo. El presente es otra cosa, porque “el sueño del pibe” al fin llegó, o al menos el de ese pibe.
“Ya desde chico me la pasaba haciendo medialunas, como que lo llevaba en la sangre. O me iba al circo y cuando me veían hacer piruetas casi que me querían secuestrar. Pero en mi casa la gimnasia era vista como algo de nena, yo armaba los trapecios para colgarme y mi padrastro me los cortaba”, cuenta Joaquín a Infobae desde Resistencia, Chaco, en la misma casa familiar donde empezó todo.
Terminó yendo a rugby, “porque mi padrastro era rugbier” y la historia se repitió. Parecía Campanita en medio de un pogo: nunca estaba en el scrum sino haciendo flic flac y medialunas, etéreo, sobre el césped.
Tenía 8 años cuando las circunstancias decidieron por él, porque Joaquín se cayó en un pozo durante un entrenamiento, se abrió la rodilla y aprovechó para mostrarle a su mamá su infelicidad y convencerla de que lo que quería hacer era gimnasia artística.
Las resistencias familiares se acabaron enseguida: “Así que todos los días me subía al camión de mi padrastro, que reparte insumos para panadería, y me bajaba en el gimnasio”. Lo que nadie sabía era lo que pasaba puertas adentro, a escondidas, porque fue también a los 8 años que Joaquín empezó a espiar el porno de los adultos y sus deseos se trenzaron. Había un sueño para la tribuna: llegar a las Olimpíadas. Otro, privado, todavía inconfesable: que le pagaran por cumplir, frente a una cámara, las fantasías sexuales ajenas.
Iba al colegio desde las 7 de la mañana y entrenaba desde el mediodía hasta la noche. Y así, sin descanso y sin tiempo para tener amigos, avanzó aceleradamente. “Era una vida muy dura pero yo en ese momento la elegía”, piensa ahora.
En 2014, cuando era un adolescente y ya hacía siete años que entrenaba así, Joaquín se coronó “Campeón nacional de gimnasia artística” en su categoría, “lo más alto que se puede llegar acá en Chaco, un título que, además, era importante porque te abría las puertas del CENARD en Buenos Aires”.
Fue así que llegó al Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo con su entrenador. “Ahí estaban los mejores del país. Ahí hacías ejercicios difíciles y caías sobre la goma espuma, acá hacías ejercicios difíciles y caías de cabeza al piso. En ese momento yo quería llegar a unas Olimpíadas, como cualquier gimnasta”, sonríe con cierta ironía.
Sonríe porque el precio de ser un deportista amateur de alto rendimiento era altísimo. “Por un lado, sufría mucho la manera en que me entrenaban. Te maltrataban, te pegaban, te pellizcaban, y desde que era chico. Cuando le tenías miedo a un ejercicio te lo hacían hacer 100 veces, aunque estuvieras llorando de miedo. Era un tortura, vos amabas el deporte pero el entrenador te iba destruyendo los sueños de a poco”.
¿Qué es el éxito? Es, tal vez, la pregunta, porque Joaquín tenía la gloria pero no tenía dinero, salvo una beca de 3.000 pesos que le había dado el gobierno de Chaco como deportista amateur. En 2017 una lesión en la espalda le dio el empujón que faltaba; esta vez, hacia la salida.
Haciendo ejercicios para fortalecer la espalda fue que conoció el CrossFit , y otra vez pasó lo que había pasado con la gimnasia artística: entrenó, lo inscribieron en una competencia, ganó. Combinó entrenamientos desde las 6 de la mañana con los estudios de kinesiología en la facultad, viajó al mundial SOUTHFIT CrossFit Challenge 2019 en Buenos Aires, y quedó entre los 10 primeros, pisándole los talones a grandes campeones de Estados Unidos y Australia.
“Cuando volví a Resistencia la gente me pedía fotos. Siempre me decían que querían que yo fuera a los clubes a enseñar humildad, eso de ser buen compañero con los otros deportistas. Empezó a ser una locura: era entrenador de CrossFit, salí varias veces campeón acá en Chaco, la gente me amaba”.
Al año siguiente, cuando arrancó la pandemia, Joaquín se miró a sí mismo: seguía en Chaco, no tenía más dinero que el que ganaba como entrenador, y quería empezar una vida en Buenos Aires. Esa fue la llama de su etapa de taxi boy, una denominación que él no conocía pero que, en el lenguaje popular, refiere a los varones que cobran por servicios sexuales, generalmente homosexuales.
Más que clientes
“Yo tenía que ahorrar y pensé ‘¿y cómo? Había un chico que me gustaba y le dije: ‘Bueno, yo cojo con vos pero por 6.000 pesos’. Yo iba a coger igual con él porque me gustaba, pero ¿por qué no preguntarle? Si me decía que no, bueno, ¿y si me decía que sí?”, cuenta Joaquín a Infobae.
“Así me empezaron a pagar, era gente que yo conocía, a cada uno le decía que si quería tener sexo conmigo me tenía que dar plata, como un sponsor”, se ríe. “Tenía 5 o 6 clientes fijos por semana, siempre aceptaron pagarme, nunca me dijeron que no”.
Joaquín se había dado cuenta: su pequeña fama de campeón había hecho su parte. De repente, había un cachet razonable por el cual se podía tener sexo con el joven al que todo el barrio le pedía fotos.
Podía hacerlo a escondidas de su familia sin demasiado esfuerzo. Para ese entonces, entrenaba muchas horas y trabajaba como entrenador el resto del tiempo, “pero aguantaban 10 minutos, no era difícil”, cuenta. El problema empezó cuando alguien soltó a los perros.
“Le contaron a mis padres lo que estaba haciendo, tuve muchos problemas con ellos. La pregunta era ‘¿qué sos, una puta VIP?’. Yo lo negué siempre, siempre dije que era mentira”, confiesa Joaquín. Así su familia lo ayudó con los pasajes para que pudiera viajar a Buenos Aires.
“La verdad es que yo también tuve prejuicios, pensé ‘che, ¿cómo me voy a estar regalando por plata? Pero ese prejuicio lo tenía porque acá me lo implantaron, no era mío. Mi pensamiento era que no me estaba regalando, me importaban más mis sueños que lo que dijera la gente”.
Apenas puso un pie en Buenos Aires, Joaquín se liberó: dejó de ser ese chico gay tapado, masculino y con amigos heterosexuales, y pasó a ser este que es hoy: un joven que mientras habla mueve las manos y en las manos tiene uñas largas y fucsias, tipo Lali Espósito.
Eran épocas de Covid y alguien de la familia que lo alojaba en La Boca se contagió, por lo que, asumiendo que él había llevado el virus terminaron pidiéndole que se buscara otro lugar: la mancha venenosa. Joaquín terminó durmiendo varios días en la calle.
“Pasaba por los restaurantes y les quería pedir las sobras. No quería pedirle plata a mis papás, yo necesitaba salir solo de esa”. Fue en ese contexto que conoció a un joven por Grindr (el Tinder gay), tuvieron sexo y se grabaron.
“Me estaba yendo para abajo, pero había señales de que todo estaba yendo hacia donde yo quería. Yo quería ser actor porno, llevaba años atrayendo eso”.
Detrás de una pantalla
El joven de Grindr le creó un perfil en Only Fans, la única red social que permite subir contenidos sexuales explícitos y generar ganancias en dólares. La red -que tiene más de 130 millones de usuarios de todo el mundo- estaba explotando desde que el mundo había empezado a ser virtual pero Joaquín no la conocía.
“Es más, yo buscaba productoras de porno tradicional, había tratando de encontrar una desde que había puesto un pie en Buenos Aires”. Lo suyo no era -jura- una fantasía sexual privada sino un deseo de trabajar de eso a nivel profesional.
“Me daba morbo ganar plata por algo tan placentero como tener sexo y que encima otros me vieran. Me gustaba la idea de tener que actuar, mi sueño era hacer un gangbang frente a las cámaras, yo solo contra cinco″. Se refiere a una forma de sexo grupal en la que él fuera el único pasivo y hubiera otros cinco hombres activos.
Fue Joaquín quien eligió su “nombre del porno”, un momento que llevaba años esperando: Dimitry Simonit, como un gimnasta ruso. Había subido una sola foto cuando recibió un mensaje de una productora de porno de México: querían hacerle un casting para una serie de películas cortas -de menos de una hora de duración- a pedido de clientes de Estados Unidos.
“Y les gusté, tanto que terminé haciendo cinco”. En la primera, que se llamó “Reality dude”, grabaron en interiores y en exteriores, porque la trama era que un conocido lo levantaba por la ruta y, en el viaje, empezaba a insinuarse y terminaban teniendo sexo en su departamento. En otra, él llegaba a su casa con un amigo camarógrafo y entraba al baño donde se estaba bañando su tío.
“Yo lo empezaba a tocar y el camarógrafo le ofrecía plata para que tuviera sexo conmigo, todos guiones re morbosos”. En otra, Dimitry tiene sexo con su hermano y, otra vez, se suma su tío. “La última fue una escena de sexo oral de 30 minutos corridos, la peor experiencia de mi vida”.
Le pagaron 300 dólares por cada una. Y una puerta abrió otra, porque varios colegas le explicaron cómo funcionaba Only fans para que no tuviera que depender de una productora externa. Los videos ya no iban a ser sólo para clientes privados sino que iban a estar colgados a una red a la que cualquiera, mientras que pagara, podía acceder.
“Entonces llamé a mi mamá y le conté, le dije que iba a ser actor porno. Su preocupación era que no me pasara nada. Ellos tampoco entendían Only Fans, pensaban que había un jefe que me metía en una pieza y me obligaba a hacer cosas”.
Aprovechó -cuenta, emocionado- cada oportunidad, como si un ignoto se pegara a Darín en un rodaje. “Me llamaron dos actores muy conocidos y me invitaron a ser el pasivo en un gangbang. Mi sueño hecho realidad”.
“Después se agregaron otros dos, también muy conocidos en el ambiente, y yo pensé: ‘Este es mi momento, llegó. Tengo que hacer el mejor video posible’. Hice todos los morbos, gangbang, doble penetración, saliva, golpes, lluvia dorada, lluvia blanca, todo lo que te imagines. Y me fue muy bien, me lo compraron mucho y empezaron a sumarse suscriptores”.
Empezó en junio de 2021 y el primer mes ganó 2.000 dólares, una cifra que ahora escaló a los 3.500 dólares mensuales.
Mucho es a pedido: “Los videos que más se venden son los personalizados. Lo más loco que me pidieron fue hace poco, un fan de Europa: que me hicieran pis y me lo tragara. 15 segundos, 200 dólares”, revela. “Igual no son solo videos. Tengo un cliente que me hace poner una tanga y me pide que le diga por audio que la mujer lo guampea y está con el amigo de él”.
En Twitter, el lugar que usan todos los creadores de contenidos de Only fans para promocionarse, tiene 108.000 seguidores, lo que hizo que sus videos salieran de las fronteras de lo privado.
“Todo tiene un lado B, sí. Le mostraron los videos a mi mamá, que trabaja en el ministerio de Desarrollo Social, a mi papá también. Lo que pasa es que muchos creen que son videos secretos que me viralizaron y no, yo les expliqué que lo que se ve es lo que yo quiero que se vea”.
“El otro lado B es que en Chaco me dejó de seguir mucha gente. O te pasa cuando estás con algún chico y te pregunta ‘¿de qué trabajas?’. Cuando le decís ‘soy actor porno’ como que desaparecen. Pero yo prefiero la plata, los dólares, antes que una persona así”, se despide.
Pasaron unos días de la entrevista y ahora Joaquín está de nuevo en Buenos Aires, listo para la sesión de fotos con Infobae. Tiene un casting previsto con una productora internacional de porno y también vino a seguir haciendo videos para su cuenta personal. Sigue teniendo un cuerpo de atleta, lo que le da un sabor especial. En los próximos videos hará saltos, medialunas, ¿cómo será abrirse de piernas desnudo?
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