“Star Wars pero en la Tierra”, resumía el productor cuando nadie confiaba en su proyecto. Cuando llegó a los cines, Top Gun se convirtió, contra todo pronóstico, en la película más taquillera de 1986. Excedió hasta sus propias ambiciones. Se volvió una marca de época, con frenéticas escenas aéreas, con un buen casting, con algunas gemas pop y con un actor que se convirtió en una leyenda del Hollywood moderno.
36 años después de su estreno regresa con una secuela que se estrena hoy en los cines, Top Gun: Maverick. Como si el tiempo no hubiera pasado, Tom Cruise, la última gran estrella a la usanza del cine clásico, es el protagonista.
En 1983, el productor Jerry Bruckheimer leyó en la ignota revista California una nota titulada Top Gun sobre los jóvenes pilotos de aviones navales. “A velocidad Match 2 y a 40.000 pies de altura siempre es mediodía” era la primera frase del artículo. Ese comienzo y el mundo de tensión y precisión en el que vivían esos hombres lo enamoraron. Compró los derechos y contrató a dos guionistas para que trabajaran en la historia.
Sabía que necesitaba un gran actor para que el proyecto funcionara.
Para el rol de Maverick se pensó en la gran mayoría de las estrellas jóvenes del momento. El que estuvo más cerca de interpretarlo fue Matthew Modine. Pero rechazó la oferta. Con los años dijo que lo hizo porque la historia era demasiado militarista, de un nacionalismo excesivo que contrariaba sus convicciones. Lo cierto es que priorizó trabajar con Stanley Kubrick en Full Metal Jacket, un proyecto largo e intrincado.
Algunos de los que fueron considerados: Tom Hanks, Emilio Estevez, Patrick Swayze. El agente de John Travolta pidió un salario demasiado alto; ni siquiera fue escuchado: hacía años que el actor de Grease no protagonizaba un éxito. Se mencionó también a Charlie Sheen: unos años después Sheen protagonizó Locos del Aire (Hot Shots), una sátira de Top Gun. Varios más se rehusaron porque consideraron que el guión era flojo.
Los productores dicen que su primera opción siempre fue Tom Cruise. Pero él tenía sus dudas.
La experiencia anterior de Cruise con la familia Scott no había sido buena. Ridley era el hermano de Tony Scott y lo había elegido en la postergada Leyenda. Pero mientras él no respondía los llamados de los productores, Ridley le dijo: “Tendrías que prestarle atención a la película que está por dirigir mi hermano”. Para terminar de convencerlo el productor Jerry Bruckheimer le organizó una visita a la base aérea. Caminó por las pistas, vio volar los aviones e inspeccionó los hangares. Hasta lo hicieron dar una vuelta en uno de esos jets. Adicto a la adrenalina, Cruise tomó la decisión de hacer Top Gun. Al terminar el recorrido, el joven actor llamó al productor para decirle que contara con él. Había quedado fascinado con ese mundo y quería vivir en él, al menos por unos meses.
Tom Cruise tenía 23 años. Después de algunos pequeños papeles la primera gran oportunidad le había llegado con Risky Business y la escena icónica, con toda la casa paterna a su disposición, bailando en calzoncillos, con air guitar incluida, Old Time Rock and Roll de Bob Seger. Luego vino un pequeño traspié: Leyenda de Ridley Scott. Una filmación larga -que lo sacó de otros sets por más de un año- y un fracaso de crítica y taquilla. Su carrera estaba en un momento crítico, en un punto de quiebre. Debía elegir bien el siguiente proyecto. Y lo hizo. Top Gun lo convirtió en una súper estrella.
Sus compañeros de elenco quedaron maravillados por su capacidad de trabajo. Miraba a los pilotos, practicaba canto para la escena de You’ve lost that loving feeling, entrenaba vóley, pasaba sus escenas. Pero tenía algo más, algo innato. Más allá de la determinación, eso que lo mantiene hasta hoy como una estrella indiscutible, pese a los escándalos, la cienciología, las actitudes estrafalarias. Algo indefinible y natural, imposible de fabricar, que pocos ostentan y casi ninguno logra explotar y mantener a lo largo de varias décadas. Eso que permite afirmar que aunque Top Gun hubiera fracasado, Tom Cruise se hubiera convertido a pesar de todo en Tom Cruise: se hubiera impuesto de cualquier manera.
Mientras tanto el guión seguía con problemas. Jim Cash, uno de los guionistas, le dijo al productor que la nota en la que debían basarse era muy interesante pero que no tenía conflicto. “Sin conflicto y sin los aviones de verdad no tenemos película”, le comentó a su jefe. El conflicto lo encontraron rápido: en un lugar donde todos cumplen las reglas y actúan en equipo, uno de ellos (Maverick) es disruptivo y sólo piensa en él.
Los aviones los consiguió Bruckheimer con perseverancia, encantó, inteligencia y dinero. Fue a entrevistarse con un importante comandante naval. Llevó con él a Tom Cruise. El marino era sobrino de Grace Kelly, que había fallecido hacía poco. Tal vez esa vinculación familiar con el cine lo predispuso de buena manera para la negociación. En ese entonces, las fuerzas armadas de Estados Unidos, todavía sensibilizadas por la visión de Hollywood sobre Vietnam no autorizaban el uso de sus instalaciones. Pero, en este caso, se pusieron rápido de acuerdo. La película pagaría 1.8 millones de dólares para usar los lugares de la Armada, los portaaviones y sus aviones. La hora piloto la abonarían 7.600 dólares.
Los ejecutivos de los estudios se mostraban remisos. Hubo una circunstancia externa que condicionó aún más al productor. Se había estrenado unos meses antes, un programa de televisión que contaba la vida interna de la Fuerza Aérea. Pero fue un fracaso estrepitoso. Eso los hacía deducir que el tema no era de interés para el público. El otro factor que los atemorizaba era la complejidad del rodaje. El productor confió en un hábil artesano, Tony Scott que venía de filmar El Ansia con David Bowie. Scott sabía contar, encontraba el corazón de la historia y cada una de las escenas de sus películas tenía ritmo propio. Pero toda reticencia quedó atrás cuando Bruckeheimer consiguió dos extraordinarios éxitos consecutivos de taquilla: Flashdance y Beverly Hills Cop.
En el transcurso de la filmación, los aviadores norteamericanos se acercaban al director y a otros miembros del equipo para marcar algunos errores de verosimilitud. Era un aspecto que a Tony Scott no le importaba demasiado. En una pausa entre escena y escena, unos militares se quejaron amargamente por la gran cantidad de escudos y distintivos que tenían las chaquetas de los aviadores en la ficción. Adujeron que eso era inverosímil, que ninguno usaba tantos. Tony Scott, sin sacar la vista del café que estaba tomando, les respondió: “No estamos haciendo una película para pilotos de guerra. Nuestro espectador es un granjero de Kansas que nunca va a notar la diferencia”.
Tony Scott filmaba en un portaaviones, el despegue y aterrizaje de aviones con la caída de la tarde como telón de fondo. Desde que el primer draft llegó a sus manos, él había visto ese plano: los aviones recortados en el horizonte naranja y dorado. Pero el comandante de la nave, sin importarle la filmación y ni la luz que necesitaba el director, viró el rumbo en el momento en que se gritó “¡Acción!”. Scott salió corriendo a pedirle que retomara el rumbo anterior. El marino le explicó que era imposible, que esa maniobra le costaría 25.000 dólares a los Estados Unidos. Tony Scott sacó de un bolsillo su chequera personal, hizo un cheque por esa cifra, se lo entregó al comandante y pudo filmar unos minutos más ese atardecer ideal.
Los actores vomitaron arriba de los aviones de combate. Les costó adaptarse. Tom Cruise fue llevado en un viaje inicial por un piloto profesional. En medio de las maniobras buscó la bolsa de papel que tenía a mano. Al verlo, el que comandaba la nave al hizo girar el avión y lo puso boca abajo en medio de la operación del actor que terminó bañado en su propio vómito. Ese fue su bautismo aéreo. Al aterrizar, el militar se acercó a Cruise y le expresó sus respetos: “Sólo hay cuatro trabajos que vale la pena hacer en esta vida: piloto de elite, actor, estrella de rock o presidente”, le dijo.
Art Scholl, uno de los pilotos que se desempeñaba como doble, perdió el control de su nave en medio de una toma. Anunció por la radio que estaba en graves problemas y la nave cayó en picada en el mar. Nunca fueron encontrados los restos ni de la máquina ni del piloto. Una leyenda en los títulos finales le dedica la película.
Val Kilmer no quería hacer el papel de Ice. Le ofrecieron un buen salario pera a él no le interesaba la historia, ni trabajar con Tom Cruise. Venía de dos sucesos cómicos, en especial Top Secret. En la audición pasó la letra desganado y respondió a cada pregunta con desdén. A Tony Scott no le importó. Dijo que él debía ser la contrafigura. Val Kilmer se negaba a aceptar el rol. El estudio rebuscó en su contrato y encontró una cláusula que lo obligaba a aceptar al menos un proyecto impuesto por ellos. Interpretar a Ice cambió la carrera de Val Kilmer que poco después interpretaría grandes papeles como el Jim Morrison de Oliver Stone o Batman. Luego de luchar contra un cáncer que lo tuvo al borde de la muerte, de perder su voz, Kilmer vuelve a encarnar a Ice en la secuela.
Kelly McGillis que venía de destacarse en Testigo en Peligro fue la elegida para el principal papel femenino. Su carrera se fue desvaneciendo en el tiempo y no fue convocada en esta oportunidad.
Cuando le preguntaron por qué ella no estaba en esta secuela, respondió con sarcasmo: “Soy demasiado mayor, estoy gorda, aparento la edad que tengo y esto no resulta adecuado para el mundo del cine. Prefiero esto y sentirme absolutamente segura de mí, saber quién y qué soy”. El papel femenino principal en Top Gun: Maverick lo interpreta Jennifer Connelly.
Cuando los directivos del estudio vieron el primer corte, no quedaron satisfechos. Las escenas de acción eran buenas, había tensión, el elenco joven daba la talla pero algo fallaba. Según los focus groups faltaban escenas de amor; los espectadores afirmaban que la relación entre Cruise y Kelly McGillis era demasiado fría. Hubo que volver a rodar. El problema era que la pareja protagónica ya trabajaba en otros proyectos. Cruise con Scorsese mientras Kelly McGillis hacía Made in Heaven de Alan Rudolph. La actriz por exigencias del guión de su nuevo proyecto se había teñido el pelo. Lo tenía mucho más oscuro y más corto. Cruise había abandonado el corte militar. Para solucionar esta cuestión Tony Scott decidió que McGillis utilizara una gorra en la escena del ascensor para que no se notara el cambio.
Después del estreno y del reinado de la película en la taquilla, las autoridades militares quedaron muy conformes con el film y la imagen que daba de sus pilotos. Fue una enorme publicidad para ellos. Las peticiones para ingresar como pilotos aumentaron un 500 %. Eso hizo que se replantearan su relación con el mundo del cine, del que se habían alejado en las décadas anteriores. La revista Time reflejó esta situación llevando el tema a su tapa: “El Pentágono llega a Hollywood”, anunciaba.
La película logró trascender el tiempo. Y en uno de esos raros fenómenos que suceden muy de vez en cuando, sus escenas y sus modismos se convirtieron en parte del mundo que intentó recrear. Así como miembros de la mafia norteamericana incorporaron latiguillos de El Padrino, Top Gun logró que algunas de sus frases y giros -que no existían en el mundo de la aviación bélica- se volvieran frecuentes entre los pilotos. Tanto es así, que en la actualidad, en la academia de pilotos de elite hay multas fijadas para aquellos principiantes que citen el film creyendo que están replicando jerga del mundo aéreo.
La música es otra de las claves. El álbum con la banda sonora llegó a la cima de los charts. Vendió casi 10 millones de copias. Lo extraño es que las tres canciones más conocidas, tres clásicos, no estaban en el disco por una cuestión de derechos (recién se incorporaron en la reedición dos décadas después del estreno): Sittin’ on the Dock of the Bay, You ‘ve Lost That Lovin’ Feelin’ y Great Balls of Fire.
Pero Giorgio Moroder tenía un as en la manga. Take my Breath Away grabada por Berlin, un grupo New Wave, fue un gran hit y se llevó el Oscar y el Globo de Oro a mejor canción original. Moroder había compuesto la música de esta canción un tiempo antes. La había ofrecido a 9 Semanas y Media y estuvo a punto de ser utilizada. La letra es de Tom Whitlock. Moroder conoció a su co-equiper de una manera particular. Whitlock era mecánico de autos de lujo. En una oportunidad que arregló la Ferrari del músico le contó que él también componía. Moroder le pasó el tema y éste le puso la letra.
The Motels, a pesar de grabar su versión, prefirieron seguir con los temas propios (años después la incluyeron en una compilación) y perdieron la chance de contar con un enorme suceso. Berlin fue el grupo elegido y tuvo un gran hit. Paradójicamente, Terry Nun, la cantante de Berlin, odiaba las baladas y los temas lentos. Este fue su mayor éxito. Quizá, el único.
Los otros temas originales exitosos estuvieron a cargo de Kenny Loggins. Él tampoco fue la primera opción. Antes se los habían ofrecido a Reo Speedwagon y a Toto que por motivos contractuales no pudieron aceptar. Danger Zone también tuvo gran difusión e impulsó la venta de discos. Una última curiosidad sobre la música: Judas Priest negó la autorización para incluir uno de sus temas porque la banda heavy no quería quedar asociada a un fracaso.
Las primeras críticas en los diarios norteamericanos fueron opacas. Parecía que condenaban el porvenir comercial del film. Una recepción poco efusiva en los medios masivos ahuyentaba a la gente. Sin embargo, ese primer fin de semana, el público colmó las salas. Una película de acción, de aviadores, de persecuciones aéreas, con una historia de amor, un joven actor con magnetismo, un elenco nuevo y una banda de sonido con impacto. Una fórmula que resultó infalible.
Con un presupuesto de 15 millones de dólares, terminó recaudando 360 millones.
A Top Gun le esperaba otro hito más. Se trataba de una nueva era. Ya las películas no sólo tenían éxito en los cines. A mediados de los ochenta el VHS era un factor muy influyente. Top Gun batió todos los récords anteriores de preventas. La gente hacía cola en los video clubes para llevársela. En Estados Unidos a través de ella se instaló un nuevo precio de venta en los VHS que permitió un boom en su adquisición, modificando el negocio para siempre.
36 años después llega la secuela. Podría haber sido estrenada antes de no haber sido por la pandemia. Ese gran lapso, esa distancia de la película original sin embargo no es el mayor para una secuela: la continuación de Mary Poppins llegó a las salas 54 años después del estreno de la original. Ya no creará una mitología alrededor suyo ni una súper estrella. Son otros tiempos. Sin embargo logrará llevar de nuevo gente a las salas empujadas por un nombre, por una franquicia, por la acción, por la nostalgia.
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