“En la guerra existen dos clases de batallas. En unas, los héroes mueren bajo las balas enemigas a los ojos de todos; en las otras, las armas son la información, la inteligencia y el engaño, y las libran los espías en las sombras”, escribió alguna vez Peter Fleming, hermano de Ian -el creador de James Bond- y espía británico como él.
Peter Fleming, que también fue novelista, sabía de lo que hablaba. Experto en trabajar con agentes dobles, su obra maestra en el mundo del espionaje fue la de dirigir al único agente quíntuple de la Segunda Guerra Mundial, a quien le dio el nombre en clave de “Silver”.
El enfrentamiento de los Aliados contra las potencias del Eje fue prolífico en la producción de espías notorios, sobre los cuales se han escrito biografías y novelas que, y cuyas historias, en muchos casos, llegaron al gran público en películas taquilleras.
Los británicos Ewen Montagu y Charles Cholmondeley se hicieron célebres por la “Operación Carne Picada”, en la que sembraron un cadáver con información falsa frente a las costas españolas para hacerles creer a los nazis que los aliados atacarían Grecia y no Sicilia. Richard Sorge pasó a la historia como el mejor espía de la Unión Soviética, el primero en informar que Hitler estaba a punto de invadir Rusia, aunque Stalin no le creyó. El español Juan Pujol García llegó a tener 27 nombres, el más legendario de los cuales fue “Garbo” y se lo recuerda por el papel que jugó para engañar a los alemanes sobre dónde tendrían lugar los desembarcos del Día D. “Cicerón”, Elyesa Banz, ayuda de cámara del embajador británico en Turquía, resultó ser uno de los agentes más exitosos del Tercer Reich, reconocido por proporcionar a los alemanes detalles de las políticas británicas y aliadas tanto en el frente diplomático como en el militar.
En cambio, quizás porque era indio y comunista convencido, el papel jugado en la Segunda Guerra Mundial por Bhagat Ram Talwar –el verdadero nombre de “Silver”- es casi desconocido, pese a que fue el único espía que entre 1941 y 1945 cumplió misiones para Italia, Alemania, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Japón. También engañó a los servicios de inteligencia de casi todos esos países y cobró fortunas por hacerlo.
Un escape desde la India
La entrada de Ram Talwar al mundo de los espías se dio casi por casualidad, cuando trataba de salvarle la vida a su líder, el comunista y luchador por la independencia de la India Subhash Chandra Bose.
Nacido en 1908 en la provincia fronteriza del noroeste de la India británica, Talwar creció en una familia adinerada de ascendencia punjabí. Su padre, que había sido amigo de las autoridades británicas, se volvió contra el gobierno colonial después de la masacre de Jallianwala Bagh en 1919. Poco más de una década después, los británicos ahorcaron al hermano de Talwar, Hari Kishan, por intentar asesinar al gobernador de Punjab.
Ese hecho hizo que el futuro espía se sumara a la lucha por la independencia y se incorporara a una facción del movimiento comunista con sede en Punjab llamada Partido Kirti Kisan.
En 1941, se le encargó sacar del país a Subhash Chandra Bose, el jefe de esa facción, al que las fuerzas coloniales buscaban para fusilarlo. La fuga fue una verdadera hazaña: caminaron cientos de kilómetros esquivando a las tropas británicas y del gobierno colonial hasta llegar a Kabul.
En la capital afgana, Talwar contactó al gerente de la empresa alemana Siemens, un hombre apellido Thomas, que también pertenecía a los servicios de inteligencia alemanes. Le pidió ayuda para llevar a Bose a Berlín. El argumento que planteó era sencillo: los independentistas indios y los alemanes tenían al imperio británico como enemigo común y debían ayudarse entre sí. Thomas le dijo que no podía ayudarlo, pero que lo intentara con el embajador italiana.
Un cocinero en Kabul
A principios de 1941, un hombre bajo, bien afeitado y de aspecto casi insignificante, llamó a la puerta trasera de la embajada italiana. Como muchos afganos, llevaba la gorra afgana Karakuli, una camisa larga que le llegaba por debajo de las rodillas y pantalones sueltos y holgados.
El hombre les dijo a los guardias que se llamaba Rahmat Khan y era un cocinero enviado a trabajar para el embajador Pietro Suatori. Los guardias lo condujeron a una sala de techo alto donde el embajador estaba sentado detrás de un gran escritorio enmarcado por la bandera italiana y una enorme imagen del dictador Benito Mussolini. Suatori lo recibió porque el gerente de Siemens en Kabul le había avisado que el hombre que se presentaría como cocinero en realidad era un independentista indio.
La misión fue un éxito. Los italianos sacaron a Bose de Afganistán con un pasaporte diplomático y lo llevaron primero a Roma y finalmente a Berlín, donde fue recibido por el propio Adolf Hitler. Luego de dos años en Alemania pasó a Japón para formar un ejército para luchar contra los británicos.
En cambio, Talwar se quedó en Kabul, dispuesto a trabajar como espía de los italianos y nexo con las fuerzas revolucionarias indias que combatían a los británicos. Su misión era llevar armas y municiones a los indios y volver con información sobre las fuerzas coloniales para el servicio de inteligencia italiano, que la compartía con los alemanes.
Aunque no sentía ninguna simpatía por los fascistas, Talwar lo hizo por convicción: su objetivo final era la independencia de su patria. Si los italianos eran enemigos de los británicos, el los ayudaría. Por si fuera poco, le pagaban muy bien.
A los alemanes les llamó la atención la calidad de la información que obtenía Talwar y decidieron que trabajara directamente para ellos, aunque sin dejar de informar también a los italianos. Lo entrenaron en técnicas de espionaje, le dieron un equipo transmisor-receptor y le encargaron nuevas misiones, siempre en territorio indio.
El espía que había empezado por casualidad ya tenía dos patrones. Y cobraba a dos bandas: sólo los alemanes le pagaron el equivalente a dos millones de dólares por sus servicios durante la guerra y lo condecoraron con la Cruz de Hierro. No imaginaron que ese espía tan apreciado pronto comenzaría a engañarlos.
Al servicio de la Unión Soviética
La invasión alemana a la Unión Soviética -traicionando el pacto de no agresión firmado por Von Ribbentrop y Molotov- fue un golpe para Talwar. Una cosa era ayudar a los nazis y a los fascistas contra la ocupación colonial de los británicos en la India y otra muy diferente estar a su servicio cuando atacaban al comunismo.
Decidió entonces ofrecer sus servicios a los soviéticos. Logró presentarse en la embajada de Moscú en Kabul, donde blanqueó su situación. Les dijo que era seguidor del líder comunista musulmán Jinah -luego fundador de Pakistán- y que estaba trabajando para los alemanes y los italianos contra los británicos, pero que la invasión nazi a la Unión Soviética había cambiado todo.
Una leyenda nunca comprobada del mundo del espionaje cuenta que los soviéticos sometieron a Tawar a una prueba de fuego antes de creerle: bebieron vodka con él durante horas para comprobar si borracho se traicionaba. Quedaron convencidos de que decía la verdad.
El espía por casualidad ya era triple agente. Les seguiría pasando información a los alemanes y los italianos, pero en sus informes mezclaría verdades con mentiras para engañarlos. Al mismo tiempo, espiaría a sus primeros dos patrones para información a sus camaradas soviéticos. Sus informes sobre las actividades de los agentes fascistas en el norte de la India resultaron de primera calidad, igual que sus operaciones de contrainformación para confundir a los nazis y los fascistas.
A fines de 1941 la inteligencia soviética tomó una decisión sin precedentes: ofreció a la inteligencia británica los servicios de Talwar para que engañara a los nazis -que seguían confiando en él- desde el corazón mismo de la India. Nunca antes la Unión Soviética había compartido un espía propio.
Peter Fleming y “Silver”
La inteligencia británica no demoró en descubrir que Talwar era una verdadera joya dentro del mundo del espionaje y que tenía características especiales: los nazis lo tenían por un enemigo acérrimo del gobierno colonial de la India, lo cual no era falso, y creían que seguía trabajando para ellos y los italianos, lo cual tampoco era falso. Eso lo hacía una pieza clave de desinformación.
Lo pusieron bajo las órdenes de un hombre que se había ganado justa fama dentro de la contrainteligencia. Peter Fleming -igual que su hermano Ian, que en 1952 se haría famoso con su primera novela de James Bond, Casino Royale- no solo era un gran espía sino un especialista en Asia.
Para 1941 estaba a cargo de la División D, una unidad de contrainteligencia del Sureste de Asia, con base en la India. Fue él quien le dio a Tawar el nombre en clave de “Silver” y también el diseñador de un plan audaz para engañar a los nazis.
“Silver” debía hacerles creer -y lo consiguió- que había instalado un receptor de radio en los jardines del palacio del virrey en Nueva Delhi, mediante el cual obtenía información privilegiada de los planes de los británicos.
Con la ayuda de Fleming y un transmisor proporcionado por los alemanes, Talwar comenzó a enviar información ficticia con una frecuencia de tres veces por día. Los operadores de radio de la embajada alemana en Kabul recibían esa información manipulada y la retransmitían a Berlín.
Bigotes de Tigre para matar
Los alemanes jamás desconfiaron de Talwar, los italianos tampoco. La operación ideada por Peter Fleming era un éxito: la inteligencia nazi se tragaba todos los anzuelos que “Silver” les enviaba, mezclados con información fidedigna para hacerlos creíbles.
Su cobertura estuvo una sola vez en riesgo, pero resolvió el problema de manera implacable. Ocurrió una tarde en que caminaba con Fleming por Nueva Delhi, violando las más elementales normas de seguridad, y se cruzó con un afgano que trabajaba para los nazis en la embajada alemana de Kabul.
“Silver” no supo nunca si el afgano identificaría a Fleming como un espía británico y lo denunciaría, desbaratando toda la operación, pero no quiso correr riesgos. Lo invitó a comer esa misma noche y le sirvió una sopa de curry con bigotes de tigre, que es lo mismo que si le hubiera metido vidrio molido. El afgano murió esa misma noche por las hemorragias internas que le provocaron los agudos pelos del felino.
Así el ya cuádruple agente siguió operando con éxito. Y cobrando buenos dineros provenientes de cuatro países.
La invasión japonesa
Cuando en marzo de 1944 Japón lanzó la Ofensiva U-Go contra las fuerzas británicas en la región de Manipur, en el norte de la India, la inteligencia alemana puso en contacto a sus aliados del Pacífico con Talwar para que les brindara información desde el corazón mismo del gobierno colonial inglés.
En esta ocasión, “Silver” no sólo repitió su viejo truco de la información falsa mezclada con datos ciertos para hacerla creíble, sino que fue más allá. Con dinero británico, dio vuelta a sus contactos japoneses y los convirtió en agentes dobles para que hicieran el trabajo sucio.
Así operó hasta el fin de la guerra al servicio de cinco países. A dos de ellos, la Unión Soviética y Gran Bretaña, les fue fiel; a los otros tres los engañó con maestría.
De todos ellos, también, consiguió dinero. Se calcula que de todos ellos cobró un total equivalente a más de seis millones de dólares actuales.
Un retiro silencioso
Una vez terminada la guerra, “Silver” siguió trabajando para el contraespionaje británico hasta 1948, cuando finalmente la India logró su Independencia.
Es difícil saber si en esos últimos tres años espió a sus compatriotas o si los ingleses lo mantuvieron en sus filas para tenerlo controlado.
Después de renunciar, poco y nada se supo de él hasta mediados de la década de los ‘70, cuando publicó un libro de memorias que no tuvo mayor difusión. Allí sostuvo que había trabajado toda su vida para Bose y el comunismo indio, al cual se había mantenido siempre fiel.
Murió en 1983 sin saber que un día sus informes serían desclasificados y se conocería la verdadera historia del único espía quíntuple de la Segunda Guerra Mundial.
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