Hace unos días, Maye Musk, la madre supermodelo del hombre más rico del mundo, contó en Twitter, la red social que su hijo acaba de comprar por unos US$44 millones, una anécdota de cuando Elon era un adolescente en Sudáfrica. El magnate de la tecnología tenía entonces 14 años y le pidió a Maye que le comprara acciones en una compañía a la que le tenía fe. Ella compró sólo lo que estaba dispuesta a perder –el equivalente a US$1000 de hoy– porque un amigo broker le dijo que era mala idea, pero la visión de su hijo ya iba mucho más lejos que la del resto, y las acciones llegaron rápidamente a US$3000. Cuando vendió, otra vez por consejo de su amigo, Musk se enojó y con razón: las acciones siguieron subiendo. Pero Maye también hizo otra cosa: repartió las ganancias entre Elon y sus hermanos, Kimbal y Tosca.
Es gracioso ver a los cuatro interactuando ahora en público en la nueva empresa de la familia casi como Beverly Ricos de la era digital: por el Día de la Madre, o para apoyar las expresiones del hermano mayor sobre la libertad de expresión, habla de un vínculo que el dinero no parece haber roto. Y lo hicieron también antes, cuando la opinión pública acusaba a Elon de no estar en sus cabales y los hermanos lo defendieron a capa y espada, o cada vez que se acerca al sueño de conquistar Marte con sus cohetes, y ellos dicen que nunca deja de asombrarlos con su inteligencia de otro planeta. Lo que no es poco, considerando las historias de otros multimillonarios que parecen tenerlo todo menos el afecto de sus cercanos.
Quizá mucho de eso tenga que ver con gestos como el que recordó la matriarca: todos fueron criados para valerse por sí mismos y apoyarse entre ellos, más libres que sobreprotegidos, tratados como adultos desde temprano y estimulados siempre a seguir sus pasiones.
Nacido en Pretoria en septiembre de 1972, apenas un año después que Elon, Kimbal fue el compañero natural de los juegos en los que el dueño de Tesla y SpaceX ya hacía negocios, como cuando vendían huevos de Pascua puerta a puerta, con diez y once años. “Los hacíamos por 50 centavos y cobrábamos US$10, y todos nos preguntaban: ‘¿Por qué cobran tanto por estos huevitos tan chicos?’ –le dijo al sitio de negocios CNBC news–. Y yo respondía: ‘Bueno, estás apoyando a un pequeño capitalista. Y la verdad es que si no me lo compras a mi, probablemente no compres ninguno, y yo sé que tu puedes pagar US$10′″.
La manzana nunca cae lejos del árbol, y el de los Musk era un árbol cargado de dólares desde el vamos. Errol Musk, el padre de Elon, Kimbal y Tosca, es un ingeniero electromecánico ligado a las minas de esmeraldas que confesó a Inside haber llegado a tener tanta plata que ni siquiera podían cerrar su caja de seguridad. Sus hijos también han dicho sobre él que tiene el coeficiente intelectual de un genio. Hablan mucho menos, sin embargo, de su perfil violento que obligó a escapar a la madre a Durban en 1979.
Alguna vez Elon confió a Rolling Stone que su padre era “un ser humano horrible, que cometió casi todos los crímenes en los que puedan pensar”; Maye fue más allá y contó en su libro de memorias –A Woman Makes a Plan: Advice for a Lifetime of Adventure, Beauty, and Success (2019)– el infierno puertas adentro pese a la apariencia luminosa que daban el dinero y las piedras preciosas.
Errol Musk era un hombre “manipulador y abusivo física, emocional y financieramente”: su riqueza era parte del problema, la usaba como parte de los maltratos a sus hijos y a su mujer. Por eso, con todo y su cuna de oro, los chicos Musk no iniciaron su fortuna con ayuda de su padre, sino a pesar de él. Sólo Elon y Kimbal sabían lo que pasaba tras las paredes de su mansión pretoriana y también sufrieron los abusos en carne propia.
Tosca, la menor de los tres, nacida en julio de 1974, estuvo un poco más resguardada porque era muy chica cuando sus padres se separaron y se quedó con su madre en Durban. Pero los dos mayores terminaron la secundaria en la casa paterna, donde se refugiaron en las computadoras. También sufrían en el colegio donde les hacían bullying. “Fue un horror”, dice Kimbal.
Cuando Maye logró emigrar a Canadá, también pagó sola y con esfuerzo el traslado de sus hijos, porque la ley sudafricana no le permitió sacar sus ahorros del país y Errol no colaboró en lo más mínimo. Los varones se mudaron con ella y Tosca en cuanto terminaron el colegio y Kimbal siguió a Elon a Ontario, para estudiar Administración con él en Queen’s University. Errol les advirtió a los dos que sólo les pagaría la universidad si estudiaban en Sudáfrica, así que los gastos corrieron por cuenta de Maye y de los propios chicos.
La primera empresa la fundaron juntos y también con el apoyo de su madre, que les dio el capital inicial: US$10.000. Era 1995, Elon tenía 24 años y Kimbal 23, y Zip2 iba a instalarse como una de las pioneras del éxito de las puntocom. Era una guía turística online que proveía contenidos a las incipientes versiones online de The New York Times y el Chicago Tribune. La vendieron cuatro años más tarde a Compaq en US$307 millones.
Multimillonarios antes de los treinta, los hermanos siguieron invirtiendo juntos, pero abrieron sus caminos. Elon se quedó en Palo Alto donde creó X.com, la antecesora de PayPal; Kimbal se instaló en Nueva York guiado por su pasión: quería inscribirse en el Instituto Culinario Francés. En 2004, después de casarse con la artista e ingeniera Jen Lewis –con quien tuvo a sus dos hijos mayores, Luca y August–, abriría con ella The Kitchen, uno de los restaurantes que iniciaron el boom de las mesas comunitarias y la “comida real”, y que se convirtió pronto en uno de los top americanos, con sedes en Colorado, Chicago y Denver. Con el tiempo, también innovaría en la producción de verduras en contenedores de transporte e invertiría en Chipotle, una cadena de fast-food mexicana basada en una cultura de negocio sostenible de principio a fin.
Mientras tanto, la menor del clan, Tosca, hacía su propio camino en un campo aparentemente muy distinto. Desde chica se había manejado con la misma independencia e iniciativa que sus hermanos: ella sola se encargó, con apenas 14 años, de vender la casa, los muebles y el auto de su madre cuando Maye viajó a Canadá en busca de un futuro mejor para la familia. En 1997, se graduó en la escuela de cine de la University of British Columbia con una beca porque, al igual que sus hermanos, no recibió ningún tipo de ayuda financiera de su padre.
Su primer trabajo lo consiguió mientras estaba estudiando. Fue como asistente de producción de una serie para Discovery Channel. Al poco tiempo comenzó a escribir el guión de la que sería su primera película, The Soweto Riots of 1976, sobre el levantamiento contra el apartheid sudafricano.
Había trabajado en la empresa de sus hermanos en California lo suficiente como para entender que el futuro estaba en Internet, y pronto uniría su arte con el negocio: así fue como se convirtió en una de las fundadoras de la televisión web. Igual que Kimbal aplicó el espíritu de Silicon Valley a la producción de alimentos sustentables, ella lo haría con el cine: “Todavía no había plata en la web, ni siquiera existía YouTube”, recordó en una entrevista con la revista Resource.
Cuando Zip2 se vendió, Tosca se mudó a Los Angeles para dedicarse de lleno a su carrera cinematográfica. Comenzó a trabajar en Alliance Atlantis, productora de series como CSI: Crime Scene Investigation, y de ahí saltó a Magnolia Pictures, como Directora de Desarrollos: su trabajo era encontrar películas para producir. Dejó ese empleo decidida a filmarlas ella. Quería rodar la película que había escrito mientras estudiaba; aunque antes probó dirigiendo otras y ganó experiencia. Pero ni siquiera para la hermana de dos multimillonarios era tan fácil conseguir fondos para sus ideas; su primer proyecto importante, Puzzled, no llegó a postproducción por falta de presupuesto. Siguió intentando, claro.
Recién en 2004 produjo The Truth about Miranda, y al año siguiente, Cruel World y Simple Things. Había aprendido la lección más importante para una productora, dice: “Que hay que asegurarse el presupuesto total del proyecto antes de empezar a filmar”. En el rodaje de Simple Things –que luego pasaría a llamarse Country Remedy–, en Carolina del Norte, conoció a quien sería su socio, Jeff McPherson. Para entonces YouTube ya era un hecho con millones de videos online que nadie sabía bien cómo monetizar.
McPherson quería hacer una serie reality y le mostró los capítulos que había grabado en crudo. “Me di cuenta de que era la mejor manera de hacer películas. En los shows para Internet, nadie podía decirte qué hacer y qué no, así que podías ser todo lo creativa que quisieras”, le dijo a Resource. Se parece bastante a la lógica con la que su hermano compró Twitter.
El reality TikiBar se creó en un pequeño departamento de Vancouver en los primeros meses de 2005 con un concepto muy simple: cada episodio transcurría en un bar, duraba cinco minutos, y tenía un elenco de tres que comenzaban siempre con un baile. El humor tendía a lo satírico. El primer capítulo se emitió por primera vez en iTunes, y al año siguiente en todos los Apple Stores del mundo para promocionar los iPods, otro producto relativamente nuevo en esa época. El éxito fue absoluto y el programa recibió múltiples premios. La hermanita de Elon ya tenía un nombre propio.
En 2017, Tosca, que hoy tiene una fortuna valuada en US$169,4 millones –que la hace rica, riquísima, si bien muy lejos de los US$250.000 millones del patrimonio de su hermano mayor–, fundó Passionflix, una plataforma de streaming enfocada en las adaptaciones de novelas románticas. Kimbal, con una fortuna de estimada por Forbes en US$752 millones, invirtió en su empresa igual que lo hace en las de Elon: es uno de los principales accionistas de Tesla y, como tal, parte del directorio, así como del de SpaceX, aunque vendió un porcentaje valuado en más de US$25 millones para la DAO –una organización benéfica descentralizada y, en ese sentido, también innovadora– Big Green, que impulsa la creación de huertas escolares para que los niños crezcan en entornos saludables a través de la buena alimentación y la justicia alimentaria. Por esto fue nombrado uno de los emprendedores sociales del año en 2018. Aunque no todo es filantropía: tanto Kimbal como Elon están siendo investigados por la supuesta violación de leyes de comercio interno en los Estados Unidos.
También en 2017, Kimbal, que se había divorciado de su primera mujer en 2010, se casó con la activista ambiental Christiana Wyly, hija del millonario texano Sam Wyly. También Kimbal tiene el estilo de esas tierras: suele vérselo siempre con su sombrero de cowboy.
Elon y Tosca estuvieron en la fiesta para sólo cien invitados íntimos que se celebró en uno de sus restaurantes de Dallas, con menú vegetariano y sin gluten –una costumbre que aprendieron de su madre nutricionista y flexitariana (Maye sólo come carnes cuando sale)–, y cuando celebraron en grande, en San Martí d’Empúries, en Girona, España, ante famosos como Salma Hayek.
Ahí estuvieron también los mellizos de Tosca, Isabeau y Greyson, que tuvo sola en 2014 a través del método de fertilización asistida de un donante anónimo de esperma. Por entonces todos en la familia ayudaron a elegir perfiles en el banco de posibles padres biológicos, y Maye se mudó de Nueva York a Los Angeles para estar cerca de los bebés de su hija en cuanto nacieron. En 2020, los mellizos, que se llevan muy bien con sus primos Luca, August y Stella –la hija que Kimbal tuvo con Wyly–, y con los siete de Elon, actuaron dirigidos por su madre en la comedia romántica Crashed.
Y es que, en la familia Musk, más allá del dinero, el trabajo es un mandato que se asume desde temprano y al que no se renuncia nunca, como lo demuestra su abuela, modelo de marcas de lujo y tapa de revista a los 74 años. En las fotos de la filmación, los chicos parecen tan felices con la tarea como tus tíos cuando eran apenas un poco más grandes que ellos y vendían huevos de Pascua en las casas de Pretoria.
Tal vez Kimbal es el que mejor definió la diferencia entre Elon, él y Tosca, y lo hizo con la misma admiración de hermano menor de aquellos años en los que compartían los juegos: “El piensa en cómo llevar el mundo a una nueva frontera y nosotros estamos concentrados en cuidar y trabajar al máximo dentro de las fronteras que existen”.
SEGUIR LEYENDO: