Birgit Meier (41) trabajaba como fotógrafa y estaba todavía casada con quien había sido el amor de su vida, Harald Meier, cuando se evaporó de la faz de la tierra. Su marido era un industrial millonario y juntos habían tenido una hija llamada Yasmine. Pero la pareja había llegado a su fin y, aquel lunes 14 de agosto de 1989, estaban en pleno proceso de divorcio. Alrededor de las seis de la tarde se reunieron en el departamento que Birgit tenía en la ciudad de Lüneburg, en Baja Sajonia, Alemania. Estuvieron un rato conversando. Tenían que ultimar detalles del acuerdo al que habían llegado por el cual Birgit recibiría unos 400 mil dólares. Harald se fue veinte minutos después. En las horas siguientes, Birgit mantuvo dos conversaciones telefónicas. Primero con su madre, a quien le comentó que la charla con su ex había sido “breve y amena”. Después, alrededor de las diez de la noche, con su hija Yasmine (21).
Ninguna de las dos mujeres notó nada raro. Birgit se despidió de Yasmine con la promesa de que lo primero que haría al día siguiente sería llamarla.
Yasmine se fue a dormir, pero a la medianoche se despertó sobresaltada. Su angustia era tal que pensó: “¿Habrá pasado algo malo?”.
No supo que tenía razón hasta el día siguiente.
Cuando se levantó intentó llamar a Birgit, pero su madre no atendió. Probó varias veces más. No era nada habitual que ella no contestara. Yasmine, entonces, recordó el mal presentimiento de la noche anterior. Bajó corriendo de su departamento y se subió a un taxi con rumbo al barrio de Brietlingen donde vivía su madre. Estaba ansiosa por verla y calmar sus ridículos nervios.
Al llegar tocó timbre. Nada, silencio. Yasmine observó que las cortinas de las ventanas del frente estaban cerradas. Era muy extraño, abrirlas era lo primero que hacía su madre al levantarse todas las mañanas. Además, los dos gatos de Birgit, Candy y Kimby, estaban separados: uno fuera de la casa, el otro observaba desde dentro, detrás del vidrio.
Yasmine empezó a temblar. Logró entrar y empezó a revisar, ambiente por ambiente. Cada puerta que abría era un desafío para su psiquis: estaba aterrada, temía lo que podía encontrar. Pero no pasó nada. Respiró aliviada: simplemente Birgit no estaba.
Yasmine llamó a su padre Harald para saber si sabía algo. Él dijo no tener idea, pero recordó que Birgit le había hablado de unos muebles que tenía que ir a ver. Yasmine le respondió que no podía ser que hubiese salido, el auto estaba estacionado en la puerta.
Acto seguido llamó a su tío materno. El hermano de Birgit era un importante policía en la cercana ciudad de Hamburgo, a solo 60 kilómetros de allí.
Había comenzado una pesadilla que iba a durar casi tres décadas.
Precuela de un desamor
La historia de la pareja Meier comenzó en un diario donde ambos trabajaban. Empezaron a salir y demasiado pronto ella quedó embarazada. El padre de Harald era muy tradicional y les dijo que debían casarse. Los jóvenes hicieron caso y contrajeron matrimonio: ella tenía 20 años, él 22.
Harald no estaba realmente enamorado y tenía muchas ganas de crecer profesionalmente. Y se dedicó full time a fundar su propia compañía. Tenía toda su energía puesta en ello. Para Birgit, en cambio, él era el amor de su vida. Con el paso de los años fue evidente que las cosas no funcionaban y él decidió dejar la casa. Birgit no podía asumir su separación y angustiada se volcó al alcohol. Las cosas empeoraron cuando Harald se puso de novio. El ánimo Birgit estaba por el suelo. Le costaba mucho aceptar su nueva realidad. Justo, en los meses previos a su desaparición, había empezado a aceptar la idea de un divorcio. Tenía buen diálogo con Harald y parecía haber recobrado la alegría.
El nuevo comienzo, terminó siendo el final.
Apenas se realizó la denuncia por su inexplicable ausencia, la policía comenzó a buscarla. Rubia, de una altura de 1,65 y ojos verdes, hermana de policía, ex mujer de millonario, madre cercana a su hija… ¿Dónde se había metido Birgit?
En su casa nada delataba violencia. Era un misterio.
El sospechoso perfecto
La policía pensaba que Birgit se podía haber ido por su propia voluntad, podría haberse suicidado por depresión o podría haber sido víctima de un delito. Rápidamente su ex Harald, el último en haber estado con ella, se convirtió en el primer sospechoso. Era el único que podía tener razones de sobra para querer sacarla del camino. Si Birgit no estaba, él no tendría que dividir sus bienes ni entregarle dinero alguno. Eso pensaron los investigadores y actuaron en consecuencia desestimando otras pistas.
Ese mismo año, entre los meses de mayo y julio, en esa región de bosques de ensueño, habían ocurrido cuatro homicidios brutales separados por escasos ochocientos metros. Dos parejas de mediana edad habían sido asesinadas a tiros, atadas y desnudas. Sus cuerpos se habían encontrado escondidos entre la vegetación cuando ya estaban descompuestos. Estos hechos constituían el gran desafío del momento para los agentes locales. Pero el caso de Birgit era distinto, no había cuerpo ni huellas… solo ausencia.
¿Dónde estaba Birgit Meier?
Para el hermano de la víctima, “Don” Wolgang Sielaff, quien comandaba la policía de Hamburgo, era una verdadera pesadilla. Su propia madre le había preguntado qué podía hacer él, a lo que tuvo que responder que no podía involucrarse. El caso había ocurrido en un lugar sobre el que no tenía jurisdicción. A Birgit se le había perdido el rastro en Lüneburg, poco podía hacer él desde Hamburgo. De todas formas, intentó empujar la investigación. Lo primero que hizo fue llamar al jefe policial de Lüneburg a quien le pidió: “Por favor, trate la causa de mi hermana como si fuese la escena de un crimen”.
Fue inútil, no le hicieron caso.
En la casa de Birgit la policía no halló nada significativo. Sin embargo, Yasmine recuerda perfectamente haber visto en el departamento de su madre, sobre la mesa del living, dos copas de champagne. Una tenía lápiz labial en el borde. Era como si Birgit hubiese recibido a alguien.
¿Quién había estado allí el día que Birgit Meier se esfumó?
Dos semanas después, la policía encontró un sobre en Hamburgo que contenía el documento de Birgit Sielaff Meier.
¿Quién lo había enviado? ¿Era una provocación a los policías? ¿Quién jugaba con ellos?
Para la familia esa fue la señal inequívoca de que algo malo había ocurrido.
Cuando la policía le preguntó a Wolgang Sielaff si él podía descartar por completo como sospechoso a su cuñado Harald, él respondió que no y sugirió que no debían descartar nada, toda hipótesis debía ser investigada.
Los detectives, sin embargo, se centraron en Harald, el marido con motivos para un crimen. La prensa y la opinión pública también tomaron partido en su contra.
La pista inconclusa
Harald estaba acorralado y señalado por todos. Pero había un problema: no existía ni una sola prueba que lo incriminara. Fue él mismo quien dio una pista clave: reveló que Birgit había visto un par de veces al paisajista-jardinero de sus vecinos. Reveló que incluso ella había coincidido con él en una fiesta. El nombre de ese sujeto era Kurt Werner Wichmann.
En octubre de 1989 los agentes citaron a Werner Wichmann para una entrevista. El hombre de pelo lacio y extremadamente rubio, de modales amables, no parecía un asesino y, por supuesto, negó conocer a Birgit.
Los policías no revisaron sus antecedentes o, peor aún, si los vieron no les dieron la suficiente importancia. Pasaron por alto el sugerente hecho de que ya había estado preso por delitos sexuales violentos.
Cuando le hicieron la pregunta crucial, qué había hecho la noche del 14 de agosto de 1989, Kurt Werner Wichmann dijo que había salido a pasear a su perro y que su esposa podría corroborarlo.
No solo dejaron de lado su pasado escabroso. También pecaron de poco inquisidores. Werner Wichmann había concurrido a la cita con guantes. Qué curioso. El citado justificó el hecho alegando que padecía alergia en la piel debido a unos hongos, pero se negó a entregar sus antecedentes médicos.
Según la policía no había motivos para sospechar de él, ni siquiera tenían pruebas de que hubiera existido un crimen. Y si no… ¿Dónde estaba el cuerpo?
Después del interrogatorio, lo dejaron ir.
El cuarto secreto
Un par de años después, un nuevo policía a cargo del caso, Klaus Werner (el apellido es solo una desafortunada coincidencia), decidió revisar el caso.
Se percató de que el dinero que Harald le daría a Birgit por el divorcio equivalía solamente a un año de devolución de impuestos de su compañía. No parecía que ese monto fuera un móvil para que el exitoso Harald quisiera matar a su ex.
Luego de haber examinado todas las pruebas, su opinión fue contundente: todo apuntaba a aquel rubio jardinero llamado Kurt Werner Wichmann. No entendía cómo habían podido pasar por alto su pasado tenebroso de ex convicto. Estaba claro que había negligencia. Pidió a la fiscalía una orden de allanamiento para su casa, propiedades y autos. Tenían probado que había trabajado en la propiedad vecina a la de Birgit y que la conocía. También tenían conocimiento de aquella fiesta en la que se habían cruzado donde Birgit se había emborrachado y él la había llevado hasta su casa.
A casi cuatro años de la desaparición de Birgit Meier, Kurt Werner Wichmann, de 44 años, había reaparecido en el radar de la lenta policía de Lüneburg.
El 24 de abril de 1993 obtuvieron la orden judicial para el allanamiento.
Los detectives fueron a la propiedad. La que abrió la puerta fue Alice, la mujer de Werner Wichmann. El dueño de casa no estaba. La policía optó por hablar por teléfono con él quien les aseguró que estaba en camino hacia su casa. Lo esperaron inútilmente.
Avisarle que lo buscaban había sido otro error fatal de los detectives de homicidios.
Werner Wichmann se fugó. Avisó a su trabajo que no iría porque había atropellado a un ciervo y apretó el acelerador. Su esposa le consiguió una licencia médica hasta el 10 de marzo.
El allanamiento fue, de todos modos, altamente revelador. En el segundo piso hallaron un cuarto escondido. Tenía la puerta insonorizada y una cerradura de alta seguridad. La mujer del prófugo aseguró no tener llave. Solo Kurt y su hermano podían entrar allí. Los policías debieron recurrir a la fuerza para ingresar. En ese ático secreto encontraron una habitación de torturas y muchas cosas más: pornografía, publicaciones nazis de la Segunda Guerra Mundial, dos rifles de bajo calibre, un revólver, armas de electrochoque, municiones, cadenas, silenciadores, cuerdas, píldoras para dormir, elementos para bondage y para colocar inyecciones, drogas paralizantes, cuchillos y un chaleco de caza en cuyos bolsillos delanteros encontraron unas esposas con sangre que mandaron a analizar.
Era muy claro que no estaban ante un hombre inofensivo y corriente. Tenían que salir a buscarlo, pero no emitieron una orden de arresto ni lo pusieron en la lista de buscados. Seguían equivocando el rumbo y el criminal les ganaba en velocidad.
Werner Wichmann tenía seis autos. Detectaron uno y al revisarlo encontraron más elementos incriminantes: armas, municiones, una bolsa de dormir y provisiones.
Era la guarida perfecta para un cazador de humanos.
Pidieron otra orden de allanamiento. Esta vez removieron la tierra de terreno y encontraron, completamente enterrado en el jardín, un Ford coupé rojo que tenía sangre en su asiento trasero. Era un auto americano que había sido alquilado un año atrás. En la excavación aparecieron, además, decenas de pertenencias personales y armas. Pero ningún cuerpo.
Los muertos no se investigan
El sospechoso, mientras tanto, seguía deambulando a sus anchas. En una ocasión, durante esos días, fue parado para un control de tránsito. Manejaba un Mercedes Benz que él mismo había reportado como robado. Como no había orden de arresto lo dejaron ir y siguió su ruta.
El 20 de marzo de 1993 Werner Wichmann llamó a la empresa de Harald Meier y pidió hablar con él. Lo amenazó: “Pronto tendrás noticias mías”.
Veinte días después, el 11 de abril, estuvo involucrado en un accidente múltiple. Cuando llegó la policía chequeó el baúl de su auto donde encontraron municiones, efectivo, cheques y una ametralladora. Lo arrestaron. No lo habían detenido por ser sospechoso de un crimen sino por infringir la Ley de Control de Armas de Guerra. Increíble.
Con Kurt Werner Wichmann preso, la policía se dio cuenta de que tenían a un hombre que podía ser culpable de delitos gravísimos.
Pero el prisionero no llegó a decir mucho. Antes de que la investigación lograra avanzar, el 25 de abril de 1993, Kurt Werner Wichmann, se colgó con su propio cinturón en su celda. Otro terrible error policial.
El ahorcado dejó cartas de despedida a sus familiares a los que les encomendó, especialmente, el cuidado de la casona: no debían venderla jamás.
El sospechoso muerto se había vuelto un camino sin salida. Según la ley alemana la gente fallecida no puede ser investigada. La policía abandonó el caso, soltó el hilo que conducía a Birgit. Pista inconclusa. Fin.
El hermano policía
Desde chico, Wolfgang Sielaff, hermano de Birgit, soñaba con ser policía. Inspirado por los libros de Sherlock Holmes, apenas tuvo la edad suficiente, se lanzó a concretar su vocación.
El destino le tenía preparada la gran tarea de su vida. Pero para eso faltaba.
Primero entró en la policía de Hamburgo. Luego, dirigió la lucha contra el crimen organizado y se convirtió en Jefe de Narcóticos. Más tarde pasó a ser Jefe de la Policía Judicial y, finalmente, Jefe de la policía de Hamburgo con diez mil personas a cargo. Ocupó las posiciones más altas hasta su retiro al cumplir los 60 años. Para ese entonces ya era una figura célebre en Alemania por haber desmantelado organizaciones mafiosas. Aun así, la desaparición de su hermana seguía sin resolverse y era una amarga sombra en su vida.
Por ello, cuando se retiró en el año 2002, decidió abocarse por completo al caso de Birgit. Su madre ya no hablaba del tema, estaba encerrada en su tristeza y había intentado suicidarse en dos oportunidades. Su padre había muerto en 2001.
A Wolgang Sielaff que el posible asesino de su hermana estuviera muerto no le bastaba, quería saber la verdad. ¿Dónde estaban los restos de Birgit? Comenzó su propia búsqueda. Revisó una vez más todo, documento por documento. Encontró errores, tremendas omisiones y negligencias policiales que habían hecho que el caso se estancara por décadas.
El principal escollo que tenía era la imposibilidad de investigar a los muertos que regía en Alemania. Eso conducía a la pereza policial y a que el caso quedara en el olvido.
Wolfgang estaba convencido de que su hermana estaba en algún sitio de la propiedad de Werner Wichmann. Se le ocurrió intentar comprar la propiedad para poder investigarla a fondo. No tenía dinero, pero su cuñado Harald sí. Se lo propuso. Él se negó, dijo que le parecía una idea macabra.
Revisar con mil ojos
En 2006, al morir la viuda de Werner Wichmann, el que quedó como dueño del lugar fue el segundo esposo de ella. Este hombre llamado Rudloff vivía solo en la enorme casa.
En 2017 Wolfgang Sielaff se animó a dar un paso más. Llamó a Rudloff y le solicitó permiso para volver a inspeccionar el terreno y la casa. Para su sorpresa, él accedió sin problemas. Revisaron todo: el sótano, la planta baja, el primer piso, la buhardilla secreta, el jardín. Wolfgang pensó que aquel cuarto secreto estaría vacío. No fue así. Estaba todavía lleno de cosas de su dueño anterior. Rompieron los paneles de las paredes y descubrieron conexiones de audio que llegaban hasta el sótano. Encontraron también una cuerda que descendía por el hueco que bien podía ser una horca o una soga para huir y escapar por el garage. Hallaron, además, ochenta cintas de videos nazis, porno y de programas de tevé sobre los asesinatos de las parejas del bosque y de la desaparición de Birgit Meier. ¿Cómo la policía no las había incautado en 1993?
Al poco tiempo de esto, Wolfgang Sielaff tuvo un golpe de suerte. Un viejo conocido suyo fue nombrado como nuevo jefe de policía de Lüneburg. Con lo nuevo que había encontrado lo convenció para reabrir el caso. Wolfgang le pidió que no reclutaran policías que hubiesen participado anteriormente de la investigación. Quería miradas nuevas y comprometidas con la verdad.
Se lo prometieron. La primera desazón del nuevo equipo que armaron fue que, como el caso de Birgit había sido catalogado como una desaparición y no como un crimen, las pruebas ya no estaban.
Entre lo que quedaba había una pormenorizada lista de todo lo encontrado en aquella excavación cuando hallaron el auto. En ese recuento estaba mencionado un chaleco de caza en cuyo bolsillo frontal habían encontrado las esposas con sangre. Estas se habían enviado a analizar a la Escuela de Medicina de Hannover, pero los resultados no figuraban en ningún lado. Llamaron al doctor Rothämel, quien había estado a cargo. Él les prometió que vería si podía encontrar algo. La respuesta llegó unos días después: las esposas todavía estaban en el sótano de la Escuela de Medicina. ¿De quién sería esa sangre? ¿Podría ser de Birgit?
Se mandaron a analizar los restos hemáticos y se los comparó con la sangre de Yasmine Meier. Positivo. El caso había sido resuelto. Las esposas conectaban a Birgit Meier con Kurt Werner Wichmann.
Volvieron a la enorme propiedad de 1300 metros cuadrados, al borde del bosque, a buscar el cuerpo.
Acudieron con equipos especiales de rastreo. No lo hallaron. Se dirigieron al cementerio donde Werne Wichmann había trabajado y solicitaron a la fiscalía reabrir seis tumbas que se habían cavado en los días de la desaparición de Birgit. Compararon muestras y nada. La frustración fue total.
El equipo de investigación se disolvió.
No bajar los brazos
Pero Wolfgang no pensaba entregarse. Armó un equipo privado con ex policías, el ex director de la fiscalía de Hamburgo y una conocida antropóloga. Juntos consiguieron volver a la casa de Werner Wichmann en Lüneburg. Fueron directo al foso mecánico en el que Werner Wichmann arreglaba sus autos. Era curioso, no tenía el tamaño adecuado para trabajar, con una profundidad de 80 cm era demasiado pequeño. ¿Había algo más allí? Llamaron a la policía. Mandaron un par de investigadores con un perro entrenado en rastros cadavéricos. No olfateó nada.
No se resignaron. Wolfgang decidió que iban a excavar sin la ayuda de la policía. Si lo hacían al margen de la ley, tenían que ser discretos.
Acordaron que lo harían el 29 de septiembre de 2017. Ese día amaneció glorioso, era un día claro sin una nube. Era la última oportunidad. Llevaron un albañil experto. Empezaron a cavar agujeros en las paredes y el piso del foso mecánico. Avanzaban sin grandes novedades hasta que, en un momento, uno de ellos quiso salir del foso y al hacer fuerza con los pies uno se le hundió. Milagro. El suelo había cedido. La antropóloga entró en acción. Con su pequeño rastrillo e infinita paciencia, al cabo de un rato, les mostró lo que parecía un palito. Les anunció que eso era un hueso de un pie de un ser humano. Entraron en shock.
Siguió adelante con cuidado y con la ayuda del resto. Terminaron descubriendo un esqueleto completo. Dictaminó que el cuerpo había sido bajado de cabeza en ese agujero cavado en el suelo del foso y que la cadera demostraba que el cuerpo pertenecía a una mujer. El cráneo estaba envuelto en una bolsa plástica azul atada con una soga. Cuando abrieron el envoltorio observaron que la calavera llevaba aros de perlas. Harald Meier estaba presente. Enseguida, conmovido, los reconoció. Todos hicieron silencio.
Después de 28 años habían hallado a Birgit Meier. La tragedia cerraba el círculo.
Llamaron a la policía que no tuvo más remedio que acudir al lugar para continuar con la resolución del caso.
Netflix vio en el caso la veta para la realización de una docuserie policial. A Fondo: La Desaparición de Birgit Meier, se puso en el aire a fines de 2021 en cuatro capítulos. En la filmación quedan muy claras dos cosas: la determinación del hermano de la víctima para buscarla y la inoperancia de la policía local.
El 19 de enero de 2018, gracias a la autopsia de los restos se supo que Birgit Meier tenía un tiro en el cráneo. ¿Cuánto tiempo había estado Birgit prisionera del psicópata antes de morir? No se sabe.
Para Harald el alivio de no ser mirado más como un posible asesino cedió paso a la culpa por haberse divorciado. Se preguntaba si podía haber hecho algo para evitar lo sucedido.
Un psicópata llamado Kurt
Kurt-Werner Wichmann nació el 8 de agosto de 1949 en Adendorf. Creció en un refugio para familias de bajos ingresos, sin calefacción ni cloacas. Faltaba tanto al colegio que un año de su primaria tuvo 102 faltas. Las maestras consideraron que era un caso perdido. Así que fue enviado a un hogar de acogida. No tenía casi amigos y solía, otro clásico de las mentes complejas y perversas, maltratar animales.
La primera vez que fue enviado a un correccional tenía 14 años. Fue luego de que intentara estrangular a una vecina mientras dormía en su cama. El adolescente terminó escapando. Cuando llegó la policía para trasladarlo al hogar para menores delincuentes los amenazó con un rifle. En el juicio se excusó diciendo que solamente había querido robar. Le creyeron y lo enviaron un año a un reformatorio. Salió peor.
A los 16 años atacó a una ciclista y la abusó. Le dieron seis meses “en probation”. Su violencia escalaba.
En 1968, una mujer de 38 años fue baleada mientras andaba en bicicleta por un bosque de Lüneburg. Recibió cuatro tiros de un arma de bajo calibre y murió en el lugar. Un testigo adolescente dio una descripción que encajaba con la de Kurt Werner Wichmann. Lo fueron a buscar. A pesar de que le encontraron rifles de bajo calibre y recortes de diarios con el tema, lo dejaron ir sin cargos.
El 21 de noviembre de 1970 iba conduciendo su auto cuando levantó a una joven que hacía dedo en una autopista. La violó e intentó estrangular. La chica lo convenció para que la dejara ir. Cuando él leyó la noticia en los diarios no le gustó nada como habían relatado el hecho. Fue a la policía para corregir los errores y minimizar su responsabilidad. Fue detenido. Aunque tenía ya 21 años fue procesado como menor de edad y sentenciado a cinco años y medio de cárcel.
Estando preso publicaba avisos en revistas pornográficas para encontrar pareja: “Hombre bronceado, musculoso y muy atractivo de 30 años busca mujer de hasta 40 para una relación sensual y sucia. Se exigen caricias íntimas, sexo grupal y salidas de noche a la discoteca”, decía uno de esos anuncios.
Fue liberado en 1975, antes de cumplir la totalidad de su sentencia. Se fue a vivir a Karlsruhe con una mujer mayor que había conocido por sus anuncios. Convivió con ella durante tres años. En esos 36 meses ocurrieron media docena de asesinatos de chicas que hacían dedo. Werner Wichmann recorrió en esos años unos 30.000 kilómetros con sus seis autos. La policía cree que la mayoría de esos crímenes, ocurridos entre 1977 y 1986, le pertenecen.
Rubio, de buena apariencia y modales educados, Werner Wichmann no generaba suspicacias. Inventaba títulos y empleos y lo cierto es que trabajaba, entre otras cosas, como jardinero de cementerios. Algunos de los que lo conocieron dijeron haberse sentido amedrentados por su frialdad, que sus ojos parecían escanearlo todo. Ostentaba con autos de grandes marcas, siempre usaba anteojos de sol, camperas de cuero y guantes. En algún momento, se casó con una mujer llamada Alice. Su esposa pasó a formar parte de la fachada que tenía montada para esconder su oscura vida. La enorme casa de ladrillos a vista en la que vivían quedaba en un cul de sac de Lüneburg, en la calle Streitmoor número 15 y daba directo al bosque. Tenía un perro Pastor Alemán y su lazo afectivo más cercano era su hermano nueve años menor. Solo él podía entrar al cuarto insonorizado que había construido en su casona para resguardar su vida paralela.
Como era sumamente gastador y necesitaba más y más dinero se cree que el apuesto Kurt trabajaba también como acompañante masculino.
Cementerio de objetos
Kurt-Werner Wichmann conocía a Birgit de la zona. Se habían visto un par de veces. Ese lunes 14 de agosto en el que Birgit Meier desapareció se sabe que ella estaba muy bien vestida, como si fuese a tener una cita. Eso declaró su propio ex, Harald Meier, quien estuvo reunido con ella. Aseveró que Birgit tenía puesta una blusa nueva y que se la veía chispeante y coqueta. Harald supuso que se había vestido así para reconquistarlo. En vista de lo que pasó hoy cree que, en realidad, ella tenía previsto un encuentro con un nuevo hombre que había aparecido en su vida. Era una cita con la muerte.
Luego del hallazgo del cuerpo la policía se tomó en serio el asunto. Esta vez no dejó rincón sin excavar. Siguieron encontrando cosas. Un par de botitas coloradas, remeras, una bota beige de taco alto, una billetera de cuero verde, carteras de cuero de varios diseños, anteojos de sol, llaves… Las víctimas tenían que ser muchas. En total, en el lugar, se terminaron contabilizando unos 400 objetos. El jardín era un verdadero cementerio de trofeos perversos. Las autoridades de Lüneburg optaron por subir a Internet las fotos de las cosas encontradas para que los familiares de los casos irresueltos pudieran intentar reconocerlas. Calculan que las mujeres asesinadas podrían llegar a ser veinticuatro.
Wolfang Sielaff rescató de la oscuridad los huesos de su hermana, pero la policía enfrenta todavía el desafío de ponerle nombre y apellido a cada víctima de la maldad de Kurt Werner Wichmann.
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