Fue una de las primeras en interactuar en público con el nuevo dueño de Twitter, el mega magnate de la tecnología Elon Musk. Y a diferencia del resto de los mortales, tal vez la única en el mundo capaz de tener la última palabra frente a un hombre con fama de irreverente y que muchos creen compró la red social sólo para poder decir lo que quiere. Pero esa libertad sin límites la aprendió de una mujer que reconoce como su única heroína: su madre, Maye Musk.
El domingo, la supermodelo y nutricionista canadiense-sudafricana retuiteó a su hijo mayor para contar en dos posteos una anécdota de cuando era adolescente en Durban. “Tenías 14 años y me pediste que comprara acciones en una compañía en la que realmente creías. Un amigo broker me dijo que era mala idea, así que sólo compré el equivalente a US$1.000 de esa época, que era el máximo monto que estaba dispuesta a perder… Las acciones llegaron rápidamente a US$3.000. Mi amigo entró en pánico y me dijo que tenía que vender, así que yo también me asusté y vendí. Vos no estabas contento; las acciones siguieron subiendo. También creíste que fui injusta en repartir las ganancias entre vos y (tus hermanos) Kimbal y Tosca. ¿Quién estaba en lo cierto?”
Su primogénito, que había tuiteado antes sobre la importancia de no entrar en pánico cuando lo hacen los mercados –siempre que uno crea en el valor de sus acciones–, le dio a Maye el beneficio de la duda, pero son miles los que respondieron sin dudarlo que, por legitimidad de resultados, la fórmula con la que educó a quien hoy es la persona más rica del planeta –con una fortuna valuada en US$300.000 millones–, la califica como una madre modelo. Y no sólo por defecto profesional.
Es que esa señora sonriente y resuelta no tuvo una vida fácil, aunque ahora lo parezca. Llegó a Pretoria en 1950 cuando sólo era una beba, junto a su gemela Kaye y sus padres, Joshua y Winnifred Haldeman, dos aventureros que volaban alrededor del mundo en un avión que llevaron desmontado en un barco desde Canadá para explorar el desierto de Kalahari, donde se enamoraron de África.
Una parte de su futuro comenzó a definirse a los 15 años: la chica que volvía cada verano al desierto con su familia en busca de la Ciudad Perdida y se encondía de las hienas junto a sus cuatro hermanos tapándose con bolsas de dormir para que no le comieran la cara, entró a una escuela de modelos de la mejor amiga de su madre y su belleza altiva pronto la convirtió en la cara habitual de pasarelas y catálogos. También conoció en la secundaria al hombre que cambiaría su destino, para bien y para mal: Errol Musk.
Siempre rescata que lo positivo es que le dio tres hijos maravillosos. Lo malo, lo tremendo, es que ese ingeniero algo agresivo que le prometió que iba a cambiar cuando se casaran, no sólo no cambió en nada, sino que se transformó en un animal tan temible como las hienas del desierto, del que tuvo que escapar apenas con lo puesto. O, al decir de Elon, en “un ser humano horrible, que cometió casi todos los crímenes en los que puedan pensar”, según reveló a la revista Rolling Stone en 2017.
En 1969, con 20 años, Maye fue finalista de Miss Sudáfrica. Un año más tarde, y ya con su título de nutricionista bajo el brazo, la chica más linda de la clase se casó con su novio del colegio ante sus padres y unos pocos íntimos. Como confesaría más tarde en su libro de memorias, A Woman Makes a Plan: Advice for a Lifetime of Adventure, Beauty, and Success (2019, traducido como Una mujer, un plan), por entonces tenía el firme propósito de lograr que se volviera “una buena persona”.
Pero mientras quedaba embarazada de un hijo tras otro –Elon nació en junio de 1971, Kimbal en septiembre de 1972, y la menor, Tosca, en julio de 1974– y sufría en silencio tremendas golpizas que pronto empezaron a padecer también los chicos, entendió rápidamente que elegir a una pareja con la idea de que cambie sólo puede llevar al fracaso: “Simplemente no funciona”.
En Sudáfrica no había divorcio, y Maye sufrió años de maltrato junto a ese ingeniero rico y oscuro vinculado a las minas de esmeraldas, y a quien describe en sus memorias como un “manipulador y abusivo física, emocional y financieramente”. Para poder dejarlo, tuvo que huir con sus hijos a Durban. Sólo pudo hacerlo cuando las cosas se habían salido tanto de control que su marido la golpeó en una reunión social y sus amigos atinaron a llevarla a la casa de su madre.
Hasta entonces, sólo Elon y Kimbal sabían lo que pasaba tras las paredes de su mansión pretoriana. Para consolarse, Maye, que seguía atendiendo pacientes en su casa y modelando ocasionalmente cuando Errol se lo permitía, comía con desesperación, a toda hora. Cuando firmó el acuerdo de divorcio en 1981, había subido cerca de 30 kilos.
Pero la madre del magnate tecnológico no sólo es dueña de una voluntad de hierro, sino que ya era entonces una pionera de la aceptación y el body-positive. Y antes de embarcarse en una dieta “flexitariana” –vegetariana en casa, pero sin restricciones afuera, salvo por las porciones que trata hasta hoy de mantener siempre pequeñas–, con la que perdió 18 kilos, sobre todo por salud (había comenzado a tener problemas en las articulaciones por el peso), se convirtió en una de las primeras modelos plus-size.
Fue uno de los cinco trabajos con los que logró mudarse de Durban a Canadá, gracias a su doble ciudadanía, aunque entonces se topó con un problema adicional: las leyes sudafricanas le impedían llevarse todos sus ahorros del continente, y Errol no estaba dispuesto a enviarle dinero para alimentos. Pero hay otra historia sobre la vida de Maye como inversionista que narra en su libro y también compartió en la red social de su hijo este fin de semana: “En 1969 gané 100 rands sudafricanos (unos US$6) en un concurso de belleza y los invertí en la bolsa por consejo de un amigo. Cayeron a 10 rands. En 1971 estaba decepcionada, pero en vez de vender, las puse a nombre de Elon. En 1989 las encontré. Habían llegado a US$2.000 y pagaron su traslado a Canadá”.
En Una mujer, un plan, dice que la única razón por la que sus hijos no pasaron hambre en los peores momentos, en los que se repartía entre las clases en la Universidad de Toronto y su carrera de modelo es porque usó todas las técnicas de nutrición que había aprendido en la facultad: les daba pan con manteca de maní y legumbres para que sumaran calorías en su dieta. “Ni siquiera tenía citas, por miedo a que al candidato de turno se le ocurriera dividir la cuenta”, confió en una entrevista con el Daily Mail.
Pero cuando Elon y Kimbal le dijeron en 1995 que querían invertir en su primera compañía, Zip 2, fue ella la que les dio el capital inicial de US$10.000. También los llevó a comer al mejor restaurante de Palo Alto para que se codearan con inversores y pudieran conseguir más fondos.
Un año más tarde, la carrera de Maye dio un vuelco inesperado, justo en el momento en el que la mayoría de las modelos ven declinar sus trabajos. Fue cuando decidió dejar de teñirse el pelo, algo que hoy parece casi un nuevo mandato de la post pandemia, pero en los noventas era lo más cercano a un sacrilegio. Y más para una modelo que estaba a punto de cumplir cincuenta años y pretendía conservar sus contratos.
Lo primero que ocurrió, en efecto, fue que la agencia en la que trabajaba prescindió de sus servicios. Pero en pocos meses no sólo estaba trabajando en otra agencia, sino que sus ojos azul-grisáceo miraban profundo desde la caja de los cereales Special K: su belleza era apenas una parte del combo, Maye vendía bienestar, salud, vida sana y algo que el marketing recién comenzaría a explotar años más tarde: a una mujer real.
También en 1996 publicó su primer libro, Feel fantastic: Maye Musk’s Good Health Clinic. Igual que antes había sido modelo de talles grandes, ahora seguía siéndolo sin importar su edad y sin necesidad de combatir de ninguna manera el paso del tiempo. Las marcas de moda y los diseñadores comenzaron a inspirarse en ella y se convirtió en un temprano símbolo de diversidad e inclusión con su melena completamente blanca en las pasarelas de los Fashion Weeks de New York y París antes de alguien notara la paradoja de que era la madre del hombre más rico del mundo.
Con las primeras ganancias de Zip2, sus hijos le festejaron los 50 en la mansión de un inversor en San Francisco y le regalaron un vestido caro que todavía no podía darse el lujo de comprar por su cuenta, junto a una casita y un auto de juguete, con la promesa de que un día le iban a comprar una casa y un auto de verdad. Hoy tiene un departamento cerca de la playa y de sus nietos en Los Ángeles y maneja un Tesla.
“Yo era la famosa de la familia hasta que Elon se hizo famoso”, dijo con razón hace unos años en la red carpet de la gala del MET, a la que llegó como musa de Diane Von Furstenberg. Y es que su carrera sólo despegó con los años: como con las acciones, su visión le permitió llegar justo a tiempo para la era en que las grandes marcas buscan finalmente mujeres de todas las edades. Maye apareció en el clip de Haunted, de Beyoncé, en comerciales de Revlon, de Target, y de Virgin, y es la mayor de las embajadoras de Cover Girl.
Las firmas tienen varias explicaciones para el fenómeno. La más frecuente es que los consumidores quieren ver modelos con quienes puedan identificarse, que envejezcan, que suban de peso, que adelgacen, que les pasen cosas, y Maye, aunque sea rica –tiene por sí sola una fortuna que asciende a US$20 millones–, claramente tiene una historia que puede verse en su cara y en su cuerpo. Pero ella, como su hijo, es mucho más concreta al explicar los motivos de su vigencia: “Yo sólo quiero seguir trabajando”.
En 2020 dijo en una entrevista con Page Six que está pasando por el mejor momento de su vida gracias a la moda y que ya no le interesa “el mercado de las citas”. “Viajo por todo el mundo y creo que cualquiera que quisiera estar conmigo apenas podría verme. Además, tendría que ser más divertido que mi perro y ponerse más contento que mi perro cuando vuelvo, algo difícil, porque mi perro realmente se pone feliz de verme cuando vuelvo a casa”, dijo, y se declaró una “soltera perenne”.
También aseguró que aprendió algo muy bien de su propia experiencia: jamás opina sobre las parejas de sus hijos: “Nunca las critico, porque mi historial no es muy bueno que digamos y ellos lo saben. ¡Si hay algo que no soy es experta en citas!”.
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