“Bueno, ahora vas a volar solo”, lo sorprendió el profesor Zeumer. El primer impulso del joven piloto fue el de decirle que tenía mucho miedo pero calló y se acomodó, con toda naturalidad, en la cabina. Mientras el instructor no paraba de darle indicaciones sobre cómo debía operar los controles, Manfred Richtchofen casi no le prestaba atención porque estaba convencido de que, una vez en el aire, olvidaría la mitad de las indicaciones. Corría mediados de 1915 y miles de europeos se mataban en las guerras de trincheras en la Primera Guerra Mundial.
Von Richthofen nació en Breslavia, actualmente Polonia, el 2 de mayo de 1892. Era el mayor de tres hermanos, y de muy chico, la familia se radicó en Schweidmitz. Fanático de los deportes, con el propósito de imitar la brillante trayectoria militar de su padre, Manfred se enroló en los Ulanos, una prestigiosa unidad de caballería, donde se destacó en los concursos hípicos.
Al estallar la Primera Guerra Mundial fue a combatir al frente ruso. Al mando de sus jinetes realizó diversas incursiones en territorio enemigo, y más tarde lo enviaron a Bélgica y después a Francia.
Luego de un tiempo pasó a la infantería y como la vida en las trincheras se le tornó insoportable, en mayo de 1915 pidió pasar a la aviación. Ya había recibido la condecoración Cruz de Hierro y un mundo nuevo se abriría. La lucha en el aire era completamente desconocida antes del estallido de la Gran Guerra y los países beligerantes estaban ávidos de hombres que se animasen a volar como los pájaros y a luchar como leones.
En su primer vuelo solo en un avión de combate, siguió las instrucciones. Luego de pasar casi al ras sobre la copa de un árbol accionó los controles para aterrizar, pero la máquina no le respondió y cuando tocó tierra, el avión, que parecía un caballo encabritado, terminó averiado. Dos días después repitió el vuelo con éxito y a las dos semanas se sometió al examen final. Creyó haber completado con éxito todas las maniobras indicadas, pero cuando descendió le informaron que había reprobado. A los días rendiría satisfactoriamente el examen.
Su debut en el aire fue en el frente ruso, en vuelos de reconocimiento, reglaje de tiro y bombardeo. En agosto de 1915, de regreso al frente occidental, voló aviones de combate pero como pasajero. Un mes después derribó en la Champagne su primer avión enemigo, un Farman, que no le fue contabilizado por caer detrás del frente francés.
Pasó a formar parte de una escuadrilla de combate. Volando sobre Verdún el 26 de abril derribó a un Nieuport, que tampoco se lo contaron.
El as de la aviación de entonces, Oswald von Boelcke lo incluyó en el escuadrón Jadsstaffel, o Jasta II. Su bautismo de fuego fue el 17 de julio de 1916 sobre el cielo de Cambrai, en Francia, donde tuvo su primer derribo.
Fue en 1917 que pintó su avión de color rojo, tal vez para atemorizar a sus enemigos o para que fuera reconocible. Eran tiempos en que cada piloto podía elegir el color de su máquina. La escuadrilla Jasta II, pasó a ser conocida como “circo volador” por el colorido de sus aviones y porque armaban y desarmaban las carpas ya que nunca permanecían demasiado tiempo en un mismo sitio.
El mismo pasó a ser conocido como el “barón rojo”.
Richthofen acrecentó su fama cuando derribó a Lande Hawker, el as inglés. Para 1917 ya le habían otorgado la Cruz al Mérito.
Fue un duro golpe para él la muerte de su maestro y referente Boelcke, en octubre de 1916, cuando su avión rozó con otro de su propia escuadrilla mientras perseguían a una máquina inglesa. Hasta entonces Boelcke ostentaba el récord de derribos de aviones enemigos.
Las victorias del joven piloto se sucedían. El alto mando alemán necesitaba otro héroe y lo halló en Richthofen. El 24 de enero de 1917 la opinión pública leería su nombre por primera vez cuando se anunció que el piloto había logrado su victoria número 24.
Su escuadrilla la integraban verdaderos ases de la aviación, entre los que se contaba su propio hermano Lothar, que apenas ingresado derribó en un mes 20 aeroplanos enemigos, entre ellos al famoso piloto inglés Albert Ball, que tenía en su haber 43 victorias.
Tanto daño provocaba el as alemán que los ingleses formaron una escuadrilla especial que tenía como misión terminar con él.
El 6 de julio de ese año fue herido en la cabeza por una bala perdida. Le sugirieron que en la larga convalecencia que tendría por delante, escribiese sus memorias. Sería una excelente propaganda de guerra. Richthofen se negó, no se sentía con ganas, quería usar el tiempo de otro modo y además carecía de talento para escribir. El alto mando le ordenó hacerlo.
El manuscrito fue pulido por el periodista Erich von Salzman y luego de pasar por la censura militar, vio la luz con el título Hazañas del capitán Barón von Richthofen contada por él mismo. De 165 páginas y 48 capítulos cortos, contaba naturalmente sus combates aéreos. La tirada fue numerosa y era común descubrir ejemplares en los bolsillos de los soldados y en las trincheras.
Cuando en septiembre volvió a la actividad, ya no fue el mismo. Llevó por mucho tiempo la cabeza vendada y sus compañeros se alarmaron por su comportamiento casi suicida. Ya piloteaba un triplano Fokker, cuyas alas no estaban sujetas con cables de acero, sino por montantes verticales de madera. Con su carga completa pesaba 571 kilos.
Tenía 25 años y ya había peleado en Rusia y Bélgica; se había batido en Verdún, en el Somme y en el frente inglés. Los enemigos le temían, lo respetaban y todos pugnaban por derribarlo.
De comportamiento caballeresco para algunos o implacable, frío y competitivo para otros, coleccionaba objetos de cada uno de sus derribos, que llegaron a 80.
Su final está envuelto en misterios y dudas. Encontró la muerte en los cielos de Vaux-sur-Somme el 21 de abril de 1918, en el frente inglés. En un enfrentamiento, vio a un avión enemigo tratando de huir y lo persiguió temerariamente sobre territorio enemigo. Lo vieron volar a 50 metros del suelo antes de que su máquina se desplomase. Los que adjudicaron el derribo fueron el piloto canadiense Arthur Brown y el australiano John Evans, quien aseguró que lo mató con las ráfagas de ametralladora que le disparó desde tierra.
Su cuerpo estaba acribillado a balazos y uno le había atravesado el corazón. Se supone que murió en el aire. Se desconoce por qué, en esa misión, no respetó ninguna de las disposiciones que él mismo exigía a sus pilotos.
Los funerales fueron en un cementerio cercano a Amiens el 22 de abril por la tarde. Media docena de aviadores británicos llevaron sobre sus hombros el ataúd de pino pintado de negro. A ambos lados una escolta de honor de 12 hombres, con armas a la funerala. Integraban el cortejo 50 oficiales, soldados británicos y aviadores franceses.
Sobre el ataúd habían depositado cuatro coronas con los colores de la bandera alemana. Llevaba la inscripción: “Al capitán Von Richthofen, valiente y digno adversario”.
En la entrada al cementerio, rezó un responso un pastor protestante de la aviación británica. Al bajar el ataúd a la fosa, se dispararon tres salvas y la escuadrilla británica que sobrevolaba, disparó sus ametralladoras.
En la cruz colgaron una chapa de aluminio, que tenía grabado en inglés y en alemán: “Capitán de Caballería Manfred, Barón de Richthofen. Veinticinco años. Muerto en combate aéreo el 21 de abril de 1918″.
Veinte días más tarde, su hermano murió por fractura de cráneo cuando fue derribado en el valle del Somme.
Cuando se cumplieron diez años de su muerte su hermana, la baronesa Reibnitz levantó en la ciudad de Schweidnitz un monumento en honor suyo. Es un roble rodeado de grandes pilares de granito.
Era en memoria de Manfred, el que volaba el aeroplano rojo de combate, el que ocultó su miedo de volar solo y que terminó siendo la pesadilla de leyenda para sus enemigos.
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