Unos 6 años de que estallara la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler ya había ascendido al poder en Alemania y probaba sus técnicas de exterminio en los opositores políticos a su proyecto. Para eso, el 22 de marzo de 1933, hoy hace 909 años, abría sus puertas el campo de concentración de Dachau.
Las instalaciones estaban ubicadas en el sur de Alemania, Dachau fue inicialmente un campo para prisioneros políticos, pero luego con el inicio de la guerra y la implementación de la “solución final” adoptada por Hitler, se usó para exterminio de miles de judíos que murieron de desnutrición, enfermedades y exceso de trabajo, o fueron ejecutados.
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Los prisioneros del campo incluían artistas, intelectuales, discapacitados físicos y mentales, gitanos y homosexuales. Con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial, algunos prisioneros sanos de Dachau fueron utilizados como mano de obra esclava para fabricar armas y otros materiales para los esfuerzos de guerra de Alemania. Además, algunos detenidos de este campo fueron sometidos a brutales experimentos médicos por parte de los nazis.
Los horrores de Duchau se vieron reflejados en un video que acompaña esta nota y que muestra el momento de la liberación del campo el 29 de abril de 1945. Las imágenes golpean como culatazos en el estómago, en el pecho, en la cabeza: son la encarnación del horror. Fueron filmadas por soldados con cámaras Bell & Howell Eyemo de 16 milímetros -las que usaba el ejército norteamericano en el frente de batalla- y muestran, como ráfagas, los primeros momentos posteriores a la liberación del campo de concentración nazi de Dachau, en Alemania, el 29 de abril de 1945.
Son apenas 49 segundos de película, pero muestran el infierno: los prisioneros en mejor estado físico que pueden por primera vez en años caminar libremente por el campo, los cuerpos esqueléticos de aquellos que apenas pueden ponerse de pie, sus caras mirando fijamente a las cámaras, los cadáveres apilados, el gesto de negación de dos enviados de la Cruz Roja que no pueden creer lo que ven y, también, a cuatro mujeres alemanas muy bien vestidas que salen llorando de una de las barracas.
Esta última imagen, apenas un pantallazo en el medio de la película, refleja una de las primeras decisiones tomadas por los oficiales de la 45ª División de Infantería del VII Ejército estadounidense ese mismo 29 de abril, después de liberar el campo: plantarles en la cara el horror nazi a los propios alemanes. Fueron a buscar a los vecinos de los pueblos cercanos y los llevaron en camiones para que hicieran un tour de terror por Dachau.
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Porque ese infierno en la tierra no estaba en un remoto país ocupado, donde el plan sistemático de exterminio de los nazis sólo tenía como testigos a las propias víctimas de la invasión, sino en el corazón mismo de Alemania, a solo 13 kilómetros al nordeste de Munich. Era un infierno que durante años muchos alemanes se habían negado a ver.
El trabajo los hará libres
Dachau fue el primer campo de prisioneros creado por los nazis, en marzo de 1933, cuando Adolf Hitler apenas había llegado al poder. Construido sobre una vieja fábrica de pólvora. En la entrada principal ya podía leerse la frase engañosa que lo presidiría durante 12 años: “Arbeit macht frei” (El trabajo los hará libres), que luego sería usado en otros campos como Auschwitz.
Los primeros prisioneros fueron alemanes, opositores y disidentes de la dictadura nazi. El comandante del campo, Theodor Eicke –que también se habían encargado de diseñarlo- instauró un reglamento que incluía reglas de penalización brutales para los prisioneros. Ese “Modelo Dachau” serviría después para los campos de concentración creados durante la Segunda Guerra Mundial.
Bajo la bota de las SS
Al hacerse cargo de Dachau, el oficial encargado de las SS se despachó con un discurso brutal que definió la misión que sus tropas cumplirían allí:
“¡Camaradas de las SS! Todos ustedes saben para qué nos ha llamado el Führer. No estamos aquí para tratar a esos cerdos de ahí dentro de modo humano. No los consideraremos hombres como nosotros, sino como hombres de segunda clase. Hace años que venimos aguantando su criminal naturaleza. Pero ahora tenemos el poder. Si esos cerdos hubiesen llegado al poder, nos habrían cortado a todos la cabeza. Por ello no tendremos miramientos. Quien de entre los camaradas aquí presentes no sea capaz de ver la sangre, no es de los nuestros y debe renunciar. Cuantos más de esos perros matemos, menos tendremos que alimentar”, arengó.
En 1937, se comenzó con la ampliación del campo, con la construcción nuevos edificios con una capacidad para 6.000 prisioneros más. La mano de obra fueron los propios confinados, que trabajaban en jornadas extenuantes durante las cuales apenas si recibían alimentos.
Al año siguiente, con la ocupación de Austria y los Sudetes, Dachau sirvió también para concentrar a miles de presos políticos de las etnias romaníes y sinti, así como judíos deportados desde las zonas ocupadas. También, luego de los progroms antisemitas de noviembre del año 1938, fue el destino de cerca de once mil judíos alemanes, a muchos de los cuales las SS maltrataron y extorsionaron para que dejaran sus bienes y pudieran emigrar.
Campo de exterminio
De acuerdo con los testimonios de los sobrevivientes, al comenzar la guerra las condiciones de vida empeoraron de manera drástica. El carácter inhumano de trabajo, la mala alimentación y la falta de higiene provocaron un aumento enorme de la mortalidad entre los prisioneros.
Luego de la invasión a la Unión Soviética, en 1941, Dachau se convirtió también como lugar de ejecución de prisioneros de guerra. Se los fusilaba en el patio del búnker, a la vista de los otros prisioneros y en un campo de tiro donde practicaban las SS. Se calcula que entre 1941 y 1942 fueron asesinados de esa manera más de cuatro mil soldados del Ejército Rojo.
En 1942, dentro del marco de las “Acciones de eutanasia” nazis, los médicos de la SS comenzaron a “seleccionar” a prisioneros enfermos, que ya no podían trabajar, para realizar experimentos utilizándolos como cobayos humanos. Dachau se transformó así en un “laboratorio” a cargo del médico de la Luftwaffe Sigmund Rascher, donde se realizaron experimentos terminales con el objetivo de mejorar la capacidad de supervivencia de los pilotos alemanes en condiciones extremas.
Ese año también se instalaron dos hornos crematorios. La arquitectura del infierno quedó terminada.
Para 1945, más de 200.000 prisioneros –mayormente judíos– habían pasado por Dachau. Según las propias estadísticas del campo encontradas por las tropas aliadas, 41.500 prisioneros fueron ejecutados por las SS a través de diferentes métodos, pero otros miles murieron al no poder resistir el trato inhumano al que los sometían.
El 29 de abril de 1945, cuando las tropas del VII Ejército estadounidense tomaron el campo de concentración, había en Dachau alrededor de 30.000 detenidos, muchos de los cuales ya estaban agonizantes. También encontraron cientos de cadáveres desnudos y apilados.
Una carta reveladora
La decisión de los oficiales norteamericanos de llevar a civiles alemanes de los pueblos vecinos para que vieran con sus propios ojos el horror de Dachau fue una manera de exorcizar el espanto que ellos mismos sintieron al adentrarse en ese infierno montado por los nazis.
Hubo soldados aliados que se descompusieron, otros sufrieron un impacto psíquico del cual les sería difícil o no podrían recuperarse. Algunos de ellos perdieron el control y quisieron hacer justicia con sus propias manos, avasallando más de una vez a los oficiales que intentaron impedirlo.
Hubo fusilamientos sumarios de los oficiales de las SS que ya se habían rendido y también casos de torturas. Uno bien documentado es el de hacer formar a un grupo de guardias del campo, tirarles agua helada encima y obligarlos a permanecer firmes, haciendo el saludo nazi durante horas antes de fusilarlos. Estas reacciones y sus responsables fueron juzgadas por tribunales militares en secreto.
En 2015, para el aniversario número 70 de la liberación de Dachau, el diario estadounidense New Republic obtuvo y publicó las cartas que el capitán del David Wisley, un médico anestesista del VII Ejército, le envió a su mujer, Emily.
El capitán Wilsey fue uno de los miles de soldados estadounidenses y británicos que, luego del Desembarco de Normandía, avanzaron hacia Alemania con el objetivo de liberar a Europa. Fue condecorado con la Medalla de Bronce por haber intervenido en más de cinco mil casos y salvado la vida de cientos de soldados heridos en combate.
En una de las cartas, fechada el 8 de mayo de 1945, diez días después de su llegada a Dachau, le cuenta a su mujer la ejecución de varios guardias del campo por parte de un grupo de soldados. No cuestiona esa acción, sino que por el contrario, la justifica: “Se lo merecían”, le escribe a Emily.
“Vi como capturaban a un soldado de las SS que habían torturado (las tropas americanas) y luego le dispararon con frialdad. Dios me perdone, pero lo vi sin que la emoción me perturbara después de saber las acciones que las bestias de las SS habían realizado”, le cuenta en la misma carta.
En otra, fechada pocos días después, relata cómo los prisioneros liberados festejaban cuando los norteamericanos fusilaban a los nazis y que ellos también hicieron justicia por mano propia.
“Una vez, un preso que había intentado escaparse fue atado por un miembro de las SS a un poste y, posteriormente, tres doberman hambrientos fueron lanzados contra él. Le arrancaron la carne de los muslos y las tripas. Cientos de presos los vieron en posición de firmes. Lo primero que hicieron los presos tras la liberación del campo fue dispararles a los perros y al adiestrador”, escribe.
Un soldado y un sobreviviente
También para el 70 aniversario de la liberación de Dachau, la revista alemana Geschichte (Historia) logró juntar a un soldado norteamericano y a un sobreviviente judío alemán del campo de concentración.
Los dos hombres se abrazaron.
El soldado Jimmy Gentry tenía 19 años cuando llegó a Dachau:
“Antes que pudiéramos ver nada, nos llegó el olor. Era horrible. Después los vi, como esqueletos caminando. Yo ni siquiera sabía lo que significaban las palabras ‘campo de concentración’. Ese día lo aprendí”, contó.
Joshua Kaufmann tenía 17 años y llevaba tres en el campo cuando llegaron las tropas norteamericanas:
“Al principio no creí que fuera cierto. Muchos guardias habían huido, pero yo no imaginaba que era porque los norteamericanos estaban llegando. Nos salvaron la vida. Se ocuparon de nosotros y nos cuidaron como si fuéramos bebés”, recordó.
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