Fue un delirio. Una locura tremenda que duró más de dos décadas, al amparo del vale todo que desató la Guerra Fría en materia de espionaje, de carrera armamentista y del asesinato de opositores y de figuras políticas del bando rival y hasta del propio bando, si era necesario, y en la que los servicios de inteligencia hicieron los que les vino en gana fuera de las fronteras de sus países. Y dentro, también.
En abril de 1953, hace sesenta y nueve años, la Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), elaboró un plan ultra secreto para dominar la mente humana por los medios que se consideraran necesarios: hipnosis, uso de drogas, lavado de cerebro, control mental y el uso de sustancias combinadas, todas en experimentación, que modificaran la conducta humana o potenciaran la tendencia del receptor volverse dependiente de otra persona. El proyecto, que llegó a ser enorme y abarcó miles de de experimentos, muchos desconocidos aun hoy, se llamó MKUltra.
El plan, según el historiador Michael Calder, fue obra de un alto cargo de la CIA, Richard Helms, presentado ese año al director de la CIA, Allen Dulles, y aceptado por el entonces presidente Dwight Eisenhower. Calder es autor de un libro inquietante, JFK vs CIA, que adjudica a la central de inteligencia el asesinato del presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963, en Dallas, Texas. No deja de ser una de las tantas teorías conspirativas que rodean a aquel magnicidio. Pero el texto de la obra de Calder es aterrador.
En abril de 1953 José Stalin llevaba apenas un mes muerto en la URSS y la Guerra Fría, que ni fue guerra, ni fue fría, ya había estallado entre los soviéticos y Europa occidental y Estados Unidos. Cualquier parecido a la realidad de hoy, no es una simple coincidencia. La CIA era por entonces súper poderosa, si es que ha dejado de serlo alguna vez. Estaba al mando de Allen Dulles, hermano de John Foster Dulles, que dirigía la política exterior de la Casa Blanca desde el Departamento de Estado.
El proyecto original de Helms, que tuvo como jefe operativo a Sidney Gottlieb, parecía inofensivo: se trataba de “producir una droga que obligara a un sujeto a decir la verdad”. Pero lo inofensivo duró nada. Con rapidez, el programa se dividió en más de ciento cincuenta proyectos y sub proyectos de investigación destinados a controlar el comportamiento humano y manejarlo según el antojo de quien lo controlara. Era un amplio abanico de posibilidades en un campo de acción todavía desconocido. Aún hoy, MKUltra se descartó en los años 70, si eso es cierto, se desconoce el propósito final de muchos de los experimentos del programa.
Para ensayar, prueba y error y, tal vez, más errores que pruebas, el control de la mente humana hacía falto algo indispensable: humanos. La CIA contrató, o contactó a cuarenta y cuatro universidades y colleges, a quince fundaciones de investigación a doce hospitales y a tres instituciones penales, según la Corte Suprema de Estados Unidos, para usar a estudiantes, profesores y presos, médicos y militares como conejos de Indias.
Como todo estaba financiado por la CIA, muchas de las personas que participaron de los experimentos no sabían que detrás de todo estaba la central de inteligencia americana. Tal vez algunas instituciones tampoco lo sabían, aunque es imposible extender la inocencia a las autoridades que entonces las manejaban. MKUltra también se ocupaba de “la investigación y desarrollo de armas químicas, biológicas, radiológicas y de materiales aptos para ser empleados en operaciones clandestinas para el control del comportamiento humano”, según reza uno de los escasos documentos que sobrevivieron al desmantelamiento del programa. El resto, lo más sustancial de la historia del programa, fue quemado en 1973 por orden de quien era director de la CIA, Richard Helms, padre del proyecto veinte años antes, que en abril de 1953 había especificado: “Pretendemos investigar el desarrollo de un material químico que provoque un estado mental aberrante, no tóxico, reversible, cuya naturaleza específica se pueda predecir razonablemente bien según cada individuo. Este material podría potencialmente ayudar a desacreditar a las personas, a obtener información o a implantar en un individuo determinadas conductas, además de otras formas de control mental”.
Cuando Fidel Castro tomó el poder en Cuba, y cuando se alió a la Unión Soviética, la CIA planeó inocular en los habanos que tradicionalmente fumaba Castro una droga que lo llevara a conducirse de forma errática, o alienada, o demencial. También se ensayó una sustancia que le hiciese caer el pelo de su cuerpo y en especial el de su legendaria barba. La intentona estuvo en el top ten de las campañas contra el líder cubano, las que no intentaron asesinarlo, como parte de otra operación, también con un toque demencial, encarada por la CIA y bautizada como “Operation Mongoose - Operación Mangosta”. La llamaron así porque la mangosta es el único animal que puede vencer a la serpiente. Alegóricos los muchachos.
Helms dejó en claro su propósito, que era el del MKUltra: quería controlar la mente humana para hacerle hacer a una persona, consciente o no, lo que su controlador quisiera. De esos años llega la teoría de los hipnotizados latentes, capaces de ejecutar una acción determinada, cualquiera fuere, al escuchar una palabra, aun cuando le hubiese sido dictada por teléfono.
Diez años después de la puesta en marcha del proyecto, Helms escribió al subdirector de la CIA: “Durante más de una década, los Servicios Secretos han tenido la misión de mantener la capacidad de influir en el comportamiento humano, que debe ser involuntario ya que es el único método realista de mantener tal capacidad, considerando el uso previsto de materiales para influir en el comportamiento humano. La presente investigación se ocupa de los agentes químicos que son efectivos para modificar el comportamiento y la función del sistema nervioso central”. La fecha de ese informe de Helms es la del 17 de diciembre de 1963, veinticinco días después del asesinato de Kennedy en Dallas. El dato alimenta el intenso fuego conspirativo del historiador Calder. Pero no deja de ser un hecho sugestivo.
MKUltra, además de secreto, estuvo signado por la ilegalidad, como la de someter a pruebas ajenas a su voluntad a ciudadanos estadounidenses y canadienses, víctimas de ensayos, muchos de ellos de extrema crueldad que en algunos casos llevó a la muerte de quienes participaban del experimento. El proyecto intentó alterar las funciones cerebrales de las personas mediante la administración de drogas como el LSD, de efectos muy poco conocidos en los años cincuenta, o de otras drogas químicas experimentales, “fabricadas” para la ocasión, o a través de privaciones sensoriales, de aislamiento, de diversas formas de tortura y de abusos sexuales y verbales. Los métodos se extendieron también a soldados de las fuerzas armadas americanas, todos participantes involuntarios de las pruebas.
La CIA gastó decenas de millones de dólares de la época en los estudios para controlar la mente humana y, también, para desarrollar métodos eficaces de tortura e interrogatorio. Un documento de 1955 revela que MKUltra buscaba fabricar sustancias que: indujeran un pensamiento ilógico y un accionar compulsivo para que el sujeto elegido perdiera credibilidad en el público; aumentaran la eficacia mental y perceptiva; contrarrestaran o potenciaran, según el caso, los efectos del alcohol; indujeran a la hipnosis o mejoraran sus efectos; fueran capaces de mejorar la capacidad de un individuo para resistir interrogatorios, tortura, o privaciones sensoriales; produjeran amnesia sobre los hechos previos a su uso o los producidos durante su uso; provocaran un estado de shock y confusión, o de incapacidad física pasible de ser revertida, o parálisis en las piernas, o anemia aguda; sustancias que produjeran euforia “pura”, sin efecto depresivo posterior; que alteraran la estructura de la personalidad de manera tal que el receptor se convirtiera en dependiente de otra persona, o se viera incapacitado de cuestionar una orden dada. También se ensayó una “píldora nocaut”, que pudiera ser administrada en bebidas, comidas, cigarros o esparcida en aerosol y que produjese amnesia, confusión o parálisis. Y que, además, fuese fácil de transportar para ser usada por los agentes de campo.
Cuando lo que era secreto dejó de serlo, una comisión del Senado de Estados Unidos reveló que la CIA también había usado en el programa MKUltra radiación, y una mezcla de anfetaminas y barbitúricos, administrados en forma simultánea, proceso que se abandonó porque era demasiado frecuente la muerte de los interrogados. La cantidad, calidad y origen de las drogas, como de las sustancias químicas usadas en el proyecto aún son desconocidas.
La experiencia de la CIA se exportó al Canadá cuando empezó a trabajar en el MKUltra el psiquiatra escocés Donald Ewen Cameron, que había creado el concepto de “manejo psíquico”, justo lo que le interesaba a la CIA. Cameron experimentaba corregir la esquizofrenia por medio del “borrado” de la memoria del individuo y de un posterior “reprogramado”. Experimentaba con drogas paralizantes, con terapia electroconvulsiva en dosis altas, con colocar a sus “pacientes” en coma inducido por largos períodos de días o semanas, mientras se reproducían sonidos repetidos o instrucciones determinadas. Sus sujetos de estudio eran personas con problemas mentales menores como trastornos de ansiedad o depresiones postparto. Muchos de ellos sufrieron daños permanentes tras los experimentos de Cameron.
La falta de resultados, el presupuesto cada vez más millonario, la mayor transparencia en la administración americana, hicieron que ya en 1964 MKUltra empezara a languidecer con lentitud, se redujo aún más en 1967 y fue cancelado, al menos de modo oficial, en 1973. Ese fue el año en el que Richard Helms fue destituido como director de la CIA por el presidente Richard Nixon: ocupaba el cargo desde 1966.
Una de las últimas acciones de Helms al frente de la central de inteligencia fue destruir la mayor cantidad de documentos sobre MKUltra. Hizo un buen trabajo. Pero algo quedó. Algo siempre queda. En diciembre de 1974, cuatro meses después de la renuncia de Nixon y en pleno caso Watergate, The New York Times reveló que la CIA había actuado de modo ilegal dentro del territorio de los Estados Unidos durante los años sesenta. El artículo provocó que el Congreso americano formara una comisión investigadora a cargo del senador Frank Church, y conocida como Comisión Church, y otra comisión presidencial nombrada por Gerald Ford y encabezada por el vicepresidente Nelson Rockefeller, conocida como Comisión Rockefeller.
Las dos comisiones concluyeron, en agosto de 1975, que la CIA y el Departamento de Defensa habían realizado experimentos “con seres humanos conscientes e inconscientes como parte de un amplio programa sobre la influencia y control del comportamiento humano y con el uso de psicofármacos como el LSD y la mescalina y otras sustancias químicas y biológicas y otros medios psicológicos”. También revelaron que al menos una persona había muerto luego de recibir una dosis de LSD. La Comisión Church afirmó también: “El previo consentimiento fue, obviamente, algo que no se obtuvo de ninguno de los sujetos”. Más tarde, el presidente Ford firmó una Orden Ejecutiva que prohibía: “La experimentación con drogas en seres humanos, excepto con el consentimiento informado, por escrito y con el testimonio de cada sujeto humano”.
MKUltra se llevó a su tumba, y ya nunca se sabrá, la cantidad e identidad de sus numerosas víctimas. Una de ellas iba a cobrar fama años después de su muerte y a raíz de las investigaciones del Congreso. Frank Olson era un bioquímico del Ejército de Estados Unidos y experto en armas biológicas. En noviembre de 1953 recibió una dosis de LSD, sin su conocimiento y sin su consentimiento, y murió una semana después: se arrojó al vacío desde el piso trece de un hotel de Nueva York. En una habitación cercana dormía un médico de la CIA que, se suponía, debía vigilar a Olson dada sus conocidas tendencias suicidas, o al menos eso afirmó la CIA. Hasta aquí, la historia oficial. La familia siempre la cuestionó y sostuvo que Olson había sido asesinado porque, a raíz de su experiencia con el LSD, se había convertido en un riesgo para la seguridad del MKUltra y podía divulgar ese y otros secretos de Estado asociados todos a la CIA.
Olson había renunciado como jefe de la División de Operaciones Especiales por una crisis moral desatada por el probable uso de armas biológicas y por la deriva que había tomado MKUltra, que además del intento de controlar la mente humana, ahora se acercaba a los asesinatos planeados por la CIA ya fuere con sus nuevas armas biológicas o a través de “asesinos controlados”.
El cuerpo de Olson fue exhumado en 1994 y sus lesiones craneales demostraron que había sido golpeado antes de caer por la ventana del hotel. El médico forense afirmó que su muerte era un homicidio. La familia recibió setecientos cincuenta mil dólares por un arreglo extrajudicial, las disculpas formales del presidente Ford y del entonces director de la CIA, William Colby.
Colby sería hallado muerto dos años después, ya alejado de la CIA: salió a pescar en solitario y con su canoa desde su casa de Rock Point, Maryland. La embarcación fue hallada al día siguiente encallada en un banco de arena y sin rastros de Colby, a unos quinientos metros del punto de partida. Su cuerpo fue encontrado el 6 de mayo, boca abajo en la orilla de un río pantanoso y no muy lejos de donde habían encontrado a su canoa. Muerte accidental, dijo el forense, según reveló Tim Weiner en su fantástico libro sobre la CIA.
En septiembre de 1994, la Oficina de Contabilidad General de Estados Unidos publicó un informe en el que declaró que entre 1940 y 1970, el Departamento de Defensa y “otras agencias de seguridad nacional” estudiaron a miles de personas en ensayos y experimentos médicos en los que se usaron “sustancias peligrosas”: “Al trabajar con la CIA, el Departamento de Defensa dio drogas alucinógenas a miles de soldados ‘voluntarios’ en las décadas de 1950 y 1960. Además de LSD, el Ejército también analizó quinuclidinilo bencilato, un alucinógeno con nombre en código BZ. Muchas de estas pruebas se llevaron a cabo en el llamado programa MKUltra, establecido para luchar contra lo que se percibía como avances soviéticos y chinos en las técnicas de lavado de cerebro. Entre 1953 y 1964, el programa consistió en 149 proyectos de pruebas de drogas y otros estudios sobre sujetos humanos no voluntarios”.
Los eternos hilos sueltos que dejó MKUltra, muchos perdidos ya en la niebla del tiempo, hacen las delicias conspirativas de Michael Calder que expresa sin pudores en JFK vs CIA. Lo bueno de las teorías conspirativas es que son muy atractivas. Lo malo es que son todas post facto e indemostrables.
Calder sostiene que el proyecto de la CIA era en realidad el de programar asesinos, colocarlos cerca de sus objetivos, obligarlos a actuar a través del control mental, a disparar a alguien por ejemplo, y esperar a que, o bien fueran matados por el fuego de respuesta o bien no recordaran nada de lo hecho, si es que eran capturados. De cualquiera de las dos formas, la CIA quedaba a salvo de toda sospecha.
También afirma que Robert Kennedy sabía que la CIA estaba involucrada, muy involucrada, según Calder, en el asesinato de su hermano presidente. Y que de llegar a la Casa Blanca, iba a aclarar el crimen, hasta hoy no aclarado. Su asesinato en la noche del 5 al 6 de junio de 1968 en el Hotel Ambassador de Los Ángeles está ligado a esa decisión ampliar la investigación del magnicidio. Calder sostiene que la técnica de lograr que una persona se convierta en dependiente de otra le cabe perfecto a Shiran Bishara Shiran, el asesino del senador Kennedy. Afirma que, unos meses antes del crimen, entró a la vida de Shiran una muchacha rubia que, al parecer, fue la primera y única novia del palestino de origen jordano, que tenía entonces 23 años. Ambos fueron vistos en el campus del Pasadena Junior College y en un campo de tiro el día antes del asesinato en el hotel Ambassador.
Los testigos del crimen, en la cocina del hotel, afirmaron que Shiran parecía estar en trance cuando disparó y mientras lo apresaban y arrojaban al suelo. Y hasta hoy, el asesino sostiene que no puede recordar casi nada sobre cómo fue que llegó al hotel y cómo disparó contra Kennedy. Como en el caso de su hermano presidente, resultó evidente que en el asesinato de Robert Kennedy hubo alguien más que disparó, además de Shiran.
Parece difícil, pero tal vez desde el túnel del tiempo, el proyecto MKUltra revele alguna vez sus secretos más oscuros.
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