Los 79 aviadores voluntarios que se presentaron en marzo de 1942 para llevar a cabo “una misión peligrosa” no demoraron mucho en descubrir que se trataba de una misión casi suicida.
Cuando terminó de explicarles el plan, el comandante del grupo, teniente coronel James Doolittle les dio una última oportunidad: nadie les reprocharía si desistían de participar. Ninguno dio marcha atrás.
Todos quisieron ser parte de lo que Doolittle definió como “la venganza de los Estados Unidos contra los japoneses por el bombardeo a Pearl Harbour”.
Despegarían desde cuatro portaaviones desplegados en el Océano Pacífico y volarían cerca de cuatro mil kilómetros en 16 bombarderos muy livianos –incluso con piezas desmontadas para aligerar aún más el peso– para bombardear Tokio y otras cuatro ciudades de Japón. Lo más probable era que el combustible no les alcanzara para volver y deberían realizar aterrizajes de emergencia o lanzarse en paracaídas sobre territorio chino.
La “Operación Doolittle” se puso en marcha.
Pearl Harbour
En septiembre de 1940, Japón había invadido la Indochina francesa luego de que Francia cayera bajo el poder de los nazis. Al mismo tiempo, el Imperio japonés firmó el Pacto Tripartito con Alemania e Italia, con el fin de ofrecerse apoyo mutuo.
La reacción de los Estados Unidos, la otra gran potencia del Pacífico, no se hizo esperar. Como medida disuasoria, el gabinete del presidente Franklin Delano Roosevelt paralizó las exportaciones de petróleo a Japón en el verano de 1941. Para sustituir ese combustible que Estados Unidos le negaba, el alto mando japonés planeó invadir la actual Indonesia para abastecerse. Pero antes debía asegurarse de que la flota estadounidense del Pacífico no interfiriera en sus planes.
El 7 de diciembre de 1941, dos oleadas de bombarderos y cazas japoneses se lanzaron por sorpresa sobre Pearl Harbour, en las islas Hawaii, para destruir los barcos de guerra norteamericanos que estaban en el puerto. El resultado fue la muerte de 2.330 soldados estadounidenses y la pérdida de 18 barcos.
“Ayer, 7 de diciembre de 1941, una fecha que será recordada como el Día de la Infamia, los Estados Unidos de América fueron atacados sin previo aviso por fuerzas aéreas y navales del Imperio japonés”, anunció el presidente Roosevelt en un mensaje al pueblo norteamericano y pidió autorización al Congreso para declararle la guerra a Japón.
Golpe de efecto
Roosevelt decidió además que había que dar una respuesta inmediata, no tanto para hacer mella en el poderío militar de los japoneses sino para dar un claro mensaje en el frente interno, conmocionado por el ataque. Era necesario castigar en territorio japonés para dar un verdadero golpe de efecto.
El primer problema que enfrentó fue que era imposible llegar con bombarderos hasta Japón desde las bases norteamericanas de las islas Hawaii y Midway. Una posible solución vino de la mano del capitán de submarinos Francis S. Low, que presentó el plan de llevar en portaaviones una escuadra de bombarderos para ponerlos a una distancia que les permitiera llegar a los blancos y volver.
El mismo Low propuso al militar idóneo para comandar la misión, el teniente coronel James Doolittle, un ingeniero militar y aviador que había batido el récord mundial de velocidad con un avión en 1932. Roosevelt aceptó.
Así nació la “Operación Doolittle” o la venganza norteamericana por el ataque a Pearl Harbour.
Los preparativos
Hacer despegar a un bombardero desde un portaaviones era mucho más difícil que desde una pista en tierra, para lograrlo tenían que elevarse en una distancia mucho más corta y en menor tiempo. Para vencer ese obstáculo, Doolitle decidió utilizar bombarderos B-25 Mitchell, livianos y pequeños, aunque con poca autonomía de vuelo si se la comparaba con la de los grandes bombarderos.
Un primer cálculo demostró que, con sus depósitos normales, los B-25 solo podrían llegar hasta los objetivos, pero que no tendrán combustible suficiente para el viaje de vuelta. Para poder regresar necesitaban más de doscientos litros extra de combustible, por lo que se tuvo que reducir su peso y se añadió un depósito extra de 227 litros.
Para alivianar a los aviones para que gastaran menos combustible se desmontó la torreta de defensa inferior, la ametralladora de popa fue sustituida por una simulada y se prescindió de una de las dos radios, así como del pesado sistema de puntería para las bombas. De este modo se consiguió doblar la distancia de vuelo, hasta los 4.400 kilómetros que eran necesarios para realizar los ataques sobre territorio japonés.
Se hicieron pruebas en Florida, sobre blancos cuadriculados como las cinco ciudades japonesas que se planeaba bombardear y allí se comprobó también que, si bien el despegue desde el portaaviones era posible, a los B-25 les sería imposible aterrizar sin lograban regresar.
Entonces se modificó nuevamente el plan: luego de lanzar las bombas, en lugar del volver los aviones seguirían hacia el Este, para aterrizar en el sector del territorio chino que no estaba en poder de los japoneses. Se intentó también que se les permitiera aterrizar en la Unión Soviética, pero como Stalin todavía no estaba en guerra con Japón se negó a recibirlos en la base aérea de Vladivostok.
Terminadas las pruebas, Doolittle y sus hombres volaron en los 16 B-25 Mitchell hasta San Francisco, donde embarcaron en el portaaviones USS Hornet.
Zarparon el 2 de abril de 1942 con rumbo a Hawaii, donde los esperaba una flota de escolta al mando del almirante William Halsey. En total se reunieron 18 navíos, incluidos 2 portaaviones, 4 cruceros, 8 destructores, 2 submarinos y 2 petroleros junto con el apoyo de 74 aviones: 22 cazas Wildcat, 18 bombarderos en picado Dauntles SBD Douglas, 18 torpederos Devastator y los 16 B-25 Mitchell.
Cada B-25 estaba armado con tres bombas y una carga incendiaria de 225 kilos cada una, en cinco de ellas se ataron medallas de amistad regaladas por los japoneses a oficiales americanos durante la paz.
“‘Se las devolveremos con intereses”, les dijo Doolittle a sus hombres.
El “Raid Doolittle”
El ataque estaba planificado para la mañana del 19 de abril de 1942, pero a las 3.40 del día anterior, se descubrió a un pesquero armado japonés Nitto Maru navegando por el área y se sospechó –con acierto– que daría aviso de la presencia de la flota norteamericana.
Había que adelantar el ataque, pero eso implicaba que los aviones deberían recorrer unos doscientos kilómetros más, lo que les dificultaría llegar a territorio chino. Se los aligeró a aún más, contrarreloj, para que gastaran menos combustible.
A las 8:20 el primer B-25 Mitchell, al mando de James Doolittle, despegó del USS Hornet rumbo a Japón, seguido de los 15 restantes. Simultáneamente, la Fuerza Operativa 16 se encargó de hundir al pesquero enemigo.
Volando a ras de las olas para no ser detectados por el radar, los 16 aviones se acercaron a sus objetivos. Después de tres horas, los pilotos de los B-25 divisaron el litoral de Honshû, la isla principal de Japón. Allí tomaron altura y, en cuanto tuvieron a tiro la línea de las costas japonesas, la formación se separó para bombardear distintos objetivos: diez aviones se dirigieron hacia la capital Tokio, dos hacia Yokohama, otros dos con rumbo a Nagoya, uno a Kobe y el restante a Yokosuka.
Pese al aviso del pesquero, el alto mando japonés no creyó que los norteamericanos planearan atacar su territorio. El bombardeo los tomó por sorpresa. Los japoneses abrieron fuego con algunas armas antiaéreas e hicieron despegar unos pocos cazas, que no causaron daños de gravedad a ninguno de los B-25.
En total, las bombas destruyeron treinta instalaciones militares, fábricas de armamento, industrias bélicas, fábricas de aviación, plantas químicas o metalúrgicas y alrededor de noventa edificios. Los japoneses también perdieron cuatro aviones caza, seis barcos de guerra y un portaaviones.
También causaron más de 250 bajas civiles, una consecuencia previsible que no detuvo a Roosevelt a la hora de ordenar el ataque.
Sálvese quien pueda
Las verdaderas dificultades para la formación de 16 bombarderos B-25 Mitchell comenzaron después de haber cumplido con la misión. La mayoría de los aviones cruzó el Mar de China para llegar al territorio en poder del Ejército Nacionalista que enfrentaba a la invasión japonesa.
Sin embargo, a muchos no les alcanzó el combustible. Algunos de los aviones pudieron llegar, pero la mayoría debió aterrizar planeando en territorio enemigo o sus tripulantes tuvieron que lanzarse en paracaídas.
A algunos de ellos pudo ayudarlos la resistencia china, que los escondió y luego los ayudó a llegar al territorio controlado por el Ejército Nacionalista. Desde allí pudieron volver a los Estados Unidos. Uno de ellos fue el teniente coronel James Doolittle.
No todos tuvieron esa suerte: tres de los integrantes del grupo de Doolittle murieron al arrojarse de los aviones y otros ocho fueron capturados por los japoneses. Dos de ellos fueron ejecutados y uno murió en cautiverio. Los cinco restantes fueron rescatados por las tropas estadounidenses luego de la rendición de Japón en 1945.
Presos en la URSS
De los 16 aviones que bombardearon las ciudades japonesas, hubo uno que tomó un rumbo diferente después del ataque. Seguro de que el combustible no le alcanzaría para llegar al territorio controlado por el ejército Nacionalista Chino, el comandante Edward J. York tomó una decisión arriesgada: volar hacia la Unión soviética, con la esperanza de llegar a la base aérea oriental de Vladivostok.
Estuvo a punto de lograrlo, pero la falta de combustible lo obligó a hacer un aterrizaje de emergencia cuando sólo le faltaban pocos kilómetros para alcanzar la meta. York y los cuatro tripulantes de su avión fueron arrestados por los soviéticos, que los mantuvieron 13 meses en cautiverio para no irritar a los japoneses, aunque se negaron a entregarlos con les exigían.
Finalmente, la policía secreta rusa ideó un plan que no tendría costo político: se fraguó una fuga para que los cinco norteamericanos llegaran a Irán, desde donde los británicos los enviaron a los Estados Unidos.
La venganza de Roosevelt
Los bombardeos simultáneos sobre Tokio, Yokohama, Nagoya, Kobe y Yokosaka tuvieron el doble efecto esperado por el presidente norteamericano: un tremendo golpe psicológico para la población japonesa y un fuerte impulso anímico para los ciudadanos norteamericanos, todavía abrumados por el ataque a Pearl Harbour.
El coronel James Doolittle fue ascendido a brigadier general y recibió la Medalla de Honor del Congreso por el liderazgo ejercido durante la operación.
Pasada la guerra, los sobrevivientes de la misión siguieron encontrándose todos los años el 18 de abril para rememorar lo que definían como “nuestra mayor hazaña militar”.
El último de ellos, el coronel retirado de la fuerza Aérea Richard E. Cole, murió el 9 de abril de 2019 en un hospital de San Antonio, Texas. Tenía 103 años.
Había sido el copiloto del B-25 de Doolittle. “Era hombre de pocas palabras, pero seguro y decidido. Yo confiaba en él”, decía.
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