Los casos sumaban más de cincuenta violaciones y doce asesinatos cometidos entre 1976 y 1986 en todo el Estado de California y durante más de tres décadas la policía trabajó sin conectar los casos, pensando que eran obra de diferentes criminales.
Como no podían identificarlos –y mucho menos capturarlos– los investigadores los llamaban con nombres de fantasía que pronto llegaron a los medios de comunicación: El primer acosador nocturno, El violador del Este, El saqueador de Visalia, El asesino de los nudos de diamante y El asesino de Golden State.
Los cinco violadores y asesinos no eran del todo prolijos: siempre dejaban su ADN en las escenas de los crímenes. Pero en las décadas de los ‘70 y los ‘80 esos rastros no significaban mucho porque la tecnología para compararlos estaba en pañales y prácticamente no existían las bases de datos.
Los modus operandi de los distintos criminales eran parecidos, pero no coincidían del todo, y la distancia entre las áreas en las que actuó en diferentes períodos nunca hicieron pensar que se trataba de un solo hombre.
Se suponía que el último de ellos había dejado de perpetrar crímenes en 1986 y el paso del tiempo hizo que las investigaciones pasaran a ser cold cases. Seguían abiertas, pero había cosas más urgentes de las que ocuparse.
Debieron pasar 27 años para que los avances tecnológicos y la comparación de bases de datos de ADN permitieran descubrir que no se trataba de cinco criminales sino de uno solo, con un único nombre de fantasía: El asesino de Golden State (El asesino del Estado del oro), elegido porque abarcaba todo el territorio de California.
Era un avance, pero el caso quedó nuevamente estancado: ese ADN no coincidía con el de ningún criminal registrado en las bases de datos oficiales, ni siquiera en la del FBI.
Transcurrieron cinco años más hasta que a un investigador retirado, que en sus tiempos de actividad había estado a cargo de algunos de los casos, se le ocurrió una idea por la que nadie habría apostado y lo encontró.
Porque fue un policía retirado quien descubrió que El asesino de Golden State era otro policía retirado.
Una trampa ingeniosa
A Paul Holes, investigador retirado de la oficina del Fiscal de Distrito de Contra Costa, California, la jubilación no le sentaba bien. El hombre no sabía en qué ocupar tanto tiempo libre después de una vida tan activa.
La mayor frustración de su carrera era no haber podido atrapar al criminal que todos llamaban El asesino de Golden State. El tipo lo había dejado con la sangre en el ojo.
La idea que se le ocurrió para tratar de identificarlo era trabajosa y de resultado improbable: buscarlo en los sitios web de genealogía, donde centenares de miles de personas dejaban sus perfiles de ADN para encontrar a sus ancestros o a familiares perdidos.
Lo comentó con algunos colegas en actividad y la respuesta que recibió le cayó como un balde de agua helada. Eran sitios web privados que, por una cuestión de confidencialidad, no brindaban información a organismos oficiales y ningún juez podría obligarlos a hacerlo. Solamente tenían acceso sus propios usuarios.
“Bueno, tengo tiempo de sobra y a mí nadie me impide convertirme en usuario”, pensó el agente retirado Holes y se inscribió en el que le pareció más prometedor. Se llamaba GEDmatch y tenía más de 800.000 usuarios.
Al anotarse hizo una pequeña trampa que, quizás, no fuera del todo legal: en lugar de brindar su propio perfil de ADN dio el del asesino sin nombre. De esa manera, si encontraba a su supuesto pariente perdido, encontraría al criminal.
El señor DeAngelo
El agente retirado Paul Holes recibió una respuesta casi inmediata y le costó creer en su suerte. En los registros de GEDmatch había un perfil que revelaba parentesco con el que había enviado. Se trataba de un señor de apellido De Angelo. Había encontrado la aguja en el pajar.
Holes se sintió contento y a la vez frustrado. Había encontrado la punta de un hilo del que se podía tirar para identificar al asesino de Golden State pero él no podía hacerlo. Maldijo haberse retirado del servicio.
Tomó el único camino que le quedaba: le llevó la información al fiscal del Distrito de Sacramento, Steve Grippi, para que localizara a ese señor DeAngelo (su nombre de pila nunca se reveló porque el buen hombre no era sospechoso de nada, simplemente tenía parentesco con el criminal).
El fiscal formó un equipo especial para el caso. Su primera tarea fue ubicar al señor DeAngelo y entrevistarlo. Le preguntaron por sus parientes de cierta edad, aquellos nacidos antes de 1960 porque, por la fecha de los crímenes el asesino no podía ser más joven.
Uno de los nombres les resultó prometedor: el primo lejano Joseph James DeAngelo, un ex policía de 72 años con antecedentes por un pequeño robo. Lo habían detenido en 1979 por robar y martillo y un repelente de pulgas para perros en una veterinaria. Eso le costó que lo echaran del Departamento de Policía de Auburn.
La detención
Lo detuvieron el 25 de abril de 2018 en su casa de Citrus Heights, donde vivía con su esposa y una hija. Estaba jubilado después de trabajar durante casi treinta años como mecánico de los camiones de una cadena de supermercados.
“Estaba muy sorprendido. Al principio parecía no entender de qué le hablábamos”, contó el sheriff Scott Jones, a cargo del equipo encargado de detenerlo.
Le leyeron sus derechos y lo llevaron a la comisaría. Lo interrogaron en presencia de un defensor oficial, pero lo policías necesitaban en realidad una sola cosa: obtener una muestra de ADN.
El perfil de Joseph James DeAngelo coincidió con el del asesino de Golden State. Bingo.
DeAngelo había empezado a matar en septiembre de 1975, cuando asesinó a Claude Snelling, de 45 años. Le disparó dos veces cuando la mujer la encontró en el dormitorio de su hija, a la que intentaba violar.
Después de ese crimen, actuó en Sacramento, entre 1976 y 1979, donde acechaba en los vecindarios de clase media en busca de mujeres que vivieran solas en sus casas. Las violaba y las mataba.
En 1978 cambió su modus operandi. Aunque siguió atacando a mujeres solas, empezó a elegir también parejas.
Su método entrar por una ventana o puerta corrediza de vidrio y despertar a los ocupantes dormidos con una linterna, amenazándolos con una pistola. Obligaba a la mujer a atar al esposo y después la violaba frente a él. Luego la ataba también a ella y solía quedarse horas en la casa, donde comía y buscaba objetos de valor. Antes de irse, los mataba.
Cometió por lo menos tres crímenes de ese tipo. Por entonces lo llamaban el violador del Este.
En 1979, después de que lo echaran de la policía, DeAngelo se mudó a California, donde repitió su modus operandi. Mataba a disparos o a golpes. Allí se lo conoció como El acechador nocturno original. Operó así durante casi siete años.
El último crimen que se le pudo probar a DeAngelo data de la noche del 3 de mayo de 1986. La víctima fue Janelle Cruz, una joven de 18 años, que estaba sola en su casa porque sus padres se habían ido de vacaciones.
La violó y la mató a golpes. La encontraron con los dientes destrozados y la cara ensangrentada e irreconocible.
El record del asesino de Golden State ya sumaba doce muertes –que se le adjudicaron cuando un único ADN coincidió con el que había dejado en las escenas del crimen– y alrededor de cincuenta violaciones donde había dejado vivas a las víctimas o éstas pudieron escapar.
Juicio y confesión
Joseph James DeAngelo fue juzgado en Sacramento, California, en agosto de 2020, en plena pandemia de Covid-19. Llegó a las audiencias en silla de ruedas, enfundado en el uniforme naranja de los prisioneros. Durante el juicio mantuvo el rostro semicubierto por el barbijo, como indicaba el protocolo, de modo que era muy difícil ver sus expresiones cuando escuchaba los testimonios.
En su alegato de acusación, la fiscal Marie Schubert lo calificó de “sociópata” y pidió la condena de cadena perpetua por cada uno de los asesinatos.
No solicitó la pena de muerte debido a un acuerdo con el defensor oficial de DeAngelo: El Asesino de Golden State confesó 13 asesinatos –uno más que los que se le podían probar con las muestras de ADN– y 50 violaciones cometidas en un período de diez años a cambio de no ser condenado a muerte.
Luego de escuchar los alegatos y los testimonios sin decir una palabra, DeAngelo hizo uso de su derecho de hablar antes de escuchar la sentencia. Por primera vez se puso de pie y se sacó el barbijo.
“He escuchado todas sus declaraciones. Todas y cada una. Y realmente pido perdón a todos a los que hice daño”, dijo.
El juez Michael Bowman lo condenó a once cadenas perpetuas sin posibilidad de solicitar la libertad condicional, y a penas menores por el resto de los crímenes.
“Cuando una persona comete este tipo de actos monstruosos necesita estar encerrada donde no pueda hacer más daño a personas inocentes”, explicó al leer el fallo.
En su casa, al enterarse de la noticia por televisión, el investigador retirado Paul Holes tuvo sentimientos contradictorios.
“Es un buen fallo, se hizo justicia. Lamento no haber podido escucharlo personalmente por culpa de esta maldita pandemia”, le dijo a un periodista de Los Ángeles Times que lo consultó.
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