Espacio aéreo de la isla Sajalin, Unión Soviética, a 5.000 metros de altitud, jueves 1° de septiembre de 1923, hora local: 3.26. Diálogo radial captado por las fuerzas de autodefensa japonesas entre la base aérea de la isla y el teniente coronel Guennadi Osipovich, piloto de un caza SU-15 en misión de intercepción de un avión intruso:
Base: “Apunten al objetivo”.
Piloto: “Blanco en la mira”.
Base: “Disparen”.
Piloto: “Fuego”.
Base: “Informe”.
Piloto: “El blanco, destruido”.
El Boeing 747 de Korean Airlines (KAL), con 29 tripulantes y 240 pasajeros a bordo, permaneció en las pantallas de los radares japoneses hasta las 3.38. Transcurrieron 12 minutos desde que le misil aire-aire disparado por el caza soviético impactó en el fuselaje hasta que el avión cayó al mar. No hubo sobrevivientes.
El disparo del teniente coronel Osipovich fue la culminación de un confuso episodio de invasión del espacio aéreo soviético que ya llevaba 150 minutos de tensa duración y cuyo trágico desenlace inauguró una de las situaciones más candentes entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en los últimos años de la Guerra Fría.
Para los norteamericanos se trataba del ataque injustificado contra un avión de pasajeros, para los soviéticos, el Boeing 747 derribado formaba parte de una sofisticada operación de espionaje de la que, además, participaron aviones militares ocultos a la “sombra” de un avión comercial.
A los ojos del público –y en los titulares de los medios -, el “incidente”, como se lo calificó en la jerga diplomática, estaba envuelto en un halo de misterio sumado por un dato casual. El vuelo de KAL llevaba el número 007, el mismo que identificaba al agente secreto James Bond.
La extraña ruta del vuelo 007
El vuelo 007 de Korean Airlines había partido del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy con 269 personas a bordo: 105 coreanos (incluidos los 29 tripulantes), 61 estadounidenses, entre los que se contaba el congresista republicano Larry MacDonald, 28 japoneses, 22 taiwaneses, 15 filipinos, 14 chinos, 10 canadienses, 6 tailandeses, 4 australianos, un sueco, un sueco, un hindú, un vietnamita y un malayo.
Hizo escala en Anchorage, Alaska, de donde despegó a las 14 (GMT), con cuarenta minutos de atraso. A las 16.30 GMT – .30 de la madrugada en el extremo oriente soviético-, el Boeing 747 comenzó a desviarse de su ruta y penetró en el espacio aéreo soviético en dirección a la base aeronaval de Petropavlosky, en la Península Kamchatka. Los redares de la estación militar detectaron al “avión intruso” y desde allí despegaron cuatro Mig 23 en su búsqueda.
Demoraron 23 minutos en encontrarlo, cuando el Boeing estaba saliendo del espacio aéreo soviético y entró en la zona internacional del Mar de Okhotsk. Los aviones militares volvieron a la base y se dio aviso a las bases de la isla Sajalin, hacia donde la aeronave coreana parecía dirigirse.
Sajalin, cuna del actor Yul Brinner, era un punto particularmente sensible desde el punto de vista estratégico militar soviético, en especial el permanente tránsito de submarinos nucleares por el mar de Okhost. Según el documento “La potencia militar soviética”, de la Agencia de Inteligencia de la Defensa norteamericana, la isla contaba con dos bases aéreas, una base naval, un aeropuerto civil, un astillero y una dotación permanente de 20.000 soldados.
Ni la isla ni su espacio aéreo figuraban en la ruta programada para el vuelo 007, pero inexplicablemente, a las 2.42 de la madrugada soviética, el Boeing 747 entró allí.
Un error y un disparo
Apenas el avión de pasajeros coreano se introdujo en el espacio aéreo de la isla Sajajín, de una de las bases despegaron seis cazas para interceptarlo. A las 3.05, el SU-15 piloteado por el teniente coronel Osipovich avistó el objetivo, que volaba 10.000 metros de altura y a unos 750 kilómetros por hora. A esa velocidad, en unos veinte minutos saldrían nuevamente del espacio aéreo soviético
El piloto del Boeing, Chun Byung-il y su copito, Kim Si-il no parecían tener idea de dónde estaban realmente, ni tampoco de lo que estaba ocurriendo alrededor de su avión. A las 3.16 se pusieron en contacto con la torre de control de Narita, Japón, y pidieron autorización para subir a 12.000 metros e indican su posición.
Byung-il informó a la torre que estaba en su ruta normal, volando al sur de las islas Kuriles. Inexplicablemente, los operadores de la torre no comprobaron –o, si lo hicieron, no se lo informaron– que esos datos no coincidían con la posición que indicaba el radar.
A las 3.20, el teniente coronel Osipovich recibió la orden de acercarse al Boeing coreano y hacer un disparo de advertencia. Los registros de las conversaciones con la base no dan elementos para saber si lo hizo o no.
A las 3.26, el vuelo 007 estaba a un minuto de salir del espacio aéreo soviético. En ese preciso momento, Osipovich disparó un misil y lo derribó.
Los restos del avión destruido cayeron repartiéndose entre aguas soviéticas y aguas internacionales. Eso implicó que ninguna de las partes tuviera todos los elementos para saber qué había ocurrido realmente. Tampoco compartieron la información.
El secretario de Defensa de los Estados Unidos, Caspar Weinberger, fue el primero en hablar: “La Unión soviética impide que otros países colaboren en la búsqueda de los restos del aparato para poder fabricar pruebas que conviertan a un avión comercial en un avión espía”, dijo en una conferencia de prensa convocada de urgencia.
Aviones espías y un carguero argentino
No era la primera vez durante la Guerra Fría que los soviéticos derribaban un avión extranjero que hubiera incursionado en su espacio aéreo. En los primeros casos se trató de aviones de espionaje o militares, pero pronto las aeronaves comerciales también se transformaron en blanco de los cazas de interceptación.
El primer incidente databa del 1° de mayo de 1960, cuando un avión espía U-2 norteamericano fue derribado por la artillería antiaérea unos 2.000 kilómetros dentro del territorio soviético. El piloto era un agente de la CIA, Gary Powers, que sobrevivió y en los interrogatorios reveló os objetivos de su misión. En 1962 fue canjeado por espías soviéticos detenidos en los Estados Unidos.
El primer caso que involucró a un avión comercial ocurrió el 18 de julio de 1977 y tuvo como protagonista a una compañía aérea argentina, Transportes Aéreos Rioplatenses, propietaria de un avión que volaba desde Chipre a Teherán y se internó en el espacio aéreo de la Armenia soviética, cerca de la frontera turco-iraní. El Canadair CL-44 argentino fue chocado con un caza que había salido a interceptarlo y los dos aviones cayeron. No hubo sobrevivientes.
Oficialmente, el carguero argentino trasladaba medicamentos, pero voceros soviéticos –en coincidencia con algunas fuentes occidentales, citadas por el Sunday Times de Londres– llevaba armas para el agonizante régimen del Sha Reza Pahlevi.
Tampoco era la primera vez que un avión de Korean Airlines protagonizaba un episodio de ese tipo. El 21 de abril de 1978, un Boeing de la misma compañía del avión derribado por Osipovich fue obligado a aterrizar cuando había entrado en el espacio aéreo soviético. Al tocar tierra se desestabilizó, rompió un ala y murieron dos pasajeros.
Un espía muy cerca
Después del derribo, la polémica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética escaló aún más cuando se descubrió que un avión espía norteamericano estaba operando muy cerca del Boeing 747 de KAL cuando éste fue detectado por primera vez por los radares soviéticos.
Se trataba de un RC-135 que volaba a 110 kilómetros de distancia del avión de pasajeros surcoreano mientras cumplía una misión de monitoreo sobre el cumplimiento por para de la URSS del tratado de limitación de armas estratégicas.
Luego de algunas vacilaciones, la Casa Blanca reconoció la existencia de ese avión, pero descartó que tuviera relación con el Boeing de KAL: “Es falso que haya alguna relación entre el RC-135 y el Boeing 747 de Korean Airlines. En ningún momento nuestro avión entró en el espacio aéreo soviético. Es posible que los soviéticos hayan pensado que era un RC-135 cuando el avión coreano fue detectado por primera vez, una hora y media antes de abatirlo, pero como contaban con información visual y de los radares, cuando le dispararon sabían que era un avión civil”, dijo el vocero del presidente Ronald Reagan, Larry Speakes.
Para los soviéticos, las cosas no eran tan sencillas: “El Boeing formaba parte, junto con el RC-135 norteamericano, de una operación de espionaje. Sabemos que los dos vuelos estaban perfectamente coordinados para dificultar nuestra tarea de control y confundir a nuestras fuerzas de defensa aintiaérea. El 747 estaba equipado con material electrónico sofisticado para mantener contactos breves y codificados, típicos de los vuelos de espionaje, con aviones militares de los Estados Unidos”, le retrucó el jefe del Estado Mayor del ejército de la URSS, el mariscal Nikolai Orgakov.
La Guerra Fría se estaba recalentando. Pasarían diez años antes de que se supiera la verdad.
Después de la caída del muro
Tras la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la posterior disolución de la Unión Soviética, las nuevas autoridades rusa desclasificaron documentos y comenzaron a brindar información sobre algunos confusos episodios de la Guerra Fría.
En 1993, Moscú reconoció que las cajas negras del vuelo 007 de Korean Airlines estaban en su poder y dio a conocer su contenido.
Las transcripciones recuperadas de la cabina de mando del 747 indican que la tripulación no era consciente de que estaban fuera de curso y, por lo tanto, violando el espacio aéreo soviético, a unos 500 kilómetros al oeste de la ruta planeada.
En base a ese material se concluyó que ese rumbo fue fijado por accidente durante la escala en Anchorage y que la tripulación no notó el error y se dejó llevar por el piloto automático en la dirección equivocada. “Falta de conciencia situacional y coordinación del vuelo”, dictaminó la investigación que revisó el material.
El teniente coronel Osipovich aportó también lo suyo y dijo que no se siguieron los estándares internacionales de intercepción, y que había sido instruido por las autoridades militares para que mintiera en televisión sobre los disparos de advertencia que en realidad nunca había realizado. Los soviéticos habían declarado oficialmente que hicieron llamadas por radio, pero que el KAL 007 no respondió. Y se mantuvieron en su versión, aunque ningún otro aparato o monitor terrestre cubriendo las frecuencias de emergencias en ese momento oyó jamás esos avisos.
En una entrevista que concedió a The New York Times, el ya retirado teniente coronel Guennadi Osipovich relató: “No informé a tierra que se trataba de un Boeing. Ellos tampoco me preguntaron. Sí pregunté qué debía hacer. Se asustaron y me dijeron que tenía que obligarlo a aterrizar. Ése fue nuestro gran error. Ya no había tiempo, en 25 segundos estaría en territorio neutral y ya no podríamos obligarlo. Expliqué la situación y dije que lo tenía en la mira. Entonces me dieron la orden de disparar”.
-¿Qué sintió al derribar el avión? – le preguntó el periodista.
-Hubiera preferido obligarlo a bajar y tomar una botella de vodka con el piloto, pero no tenía alternativa y disparé. Fue un disparo afortunado. No sentí nada, era lo que debía hacer – respondió.
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