El paciente se les fue a pesar de los esfuerzos por reanimarlo del enfermero Niels Högel, que luchó denodadamente hasta el último instante para lograr que volviera a latirle el corazón. No era una situación extraña en el área de cuidados intensivos para pacientes cardíacos de la Clínica Delmerhorst, en el norte de Alemania. Allí estaban internados los pacientes más graves, cuyos corazones podían fallar irremediablemente en cualquier momento.
Era un lugar común para la muerte, pero esa tarde de junio de 2005 una de las colegas de Högel sospechó que algo raro había pasado. Apenas media hora antes había visto que su compañero le inyectaba un medicamento al ahora difunto, y mientras estaba ayudándolo en las prácticas de reanimación reparó en que, al lado de la cama, en un cesto de residuos, había desechada la caja de ajmalina, un alcaloide antiarrímico que no figuraba entre los fármacos recetados por el médico.
La mujer, inquieta, se lo dijo al jefe de la sala y éste al director de la Clínica. Así, casi por casualidad, fue descubierto el mayor asesino en serie de la posguerra en Alemania. El enfermero dedicado, de probada eficiencia, apreciado y respetado por los médicos y sus colegas era en realidad un criminal.
En seis años, Högel se había cobrado más de 150 víctimas entre los pacientes de dos clínicas. Confesaría después que no era su intención matarlos sino lograr la admiración de sus colegas cuando los reanimaba.
Porque su modus operandi era ese: les inyectaba dosis excesivas de medicación cardíaca para que entraran en una crisis que le permitiera aparecer, al reanimarlos, como el responsable de haberles salvado la vida. El problema era que la mayoría de las veces se le morían.
La primera investigación
Alarmadas por la denuncia de la enfermera, las autoridades de la clínica hicieron una denuncia y la policía de Delmerhorst comenzó a investigar. El primer paso fue interrogar a los colegas de Högel, muchos de los cuales se refirieron a la impresionante cantidad de crisis en las que el buen enfermero era el primero en llegar a las tareas de reanimación.
Al revisar las muertes ocurridas en el hospital durante los últimos dos años, los policías descubrieron que el número de muertes en el hospital se había duplicado desde la llegada de Högel en 2005. También comprobaron que el 73% de esas muertes habían ocurrido en su horario de trabajo y que la proporción de muertes por fallos cardíacos era mayor que las ocurridas por otras causas.
Sin embargo, las sospechas requerían pruebas fehacientes para lograr una condena judicial. Y los investigadores sólo las encontraron en cuatro casos. Así, Högel llegó al juicio, celebrado en diciembre de 2006, acusado de dos asesinatos -uno de ellos el de junio de 2005- y dos intentos de homicidio.
El tribunal lo condenó a cinco años de prisión y la prohibición de volver a ejercer el trabajo de enfermero por esos delitos. El fallo fue apelado por la fiscalía y un tribunal superior subió la pena a siete años y medio.
Niels Högel fue a parar a la cárcel, de la que con buena conducta podría salir en menos de cinco años.
El asesino bocón
Pero así como en la clínica había buscado ganarse la admiración de sus colegas con las reanimaciones en las crisis que él mismo provocaba, en la cárcel Högel buscó el respeto de los otros presos contando sus hazañas.
“Después de haber matado a cincuenta enfermos dejé de contar”, les decía.
Sus relatos llegaron a oídos de las autoridades de la cárcel y de ahí a la fiscalía, que decidió reabrir la investigación. Esta vez, la justicia decidió revisar toda la trayectoria de Högel, que no había comenzado en 2003 en la Clínica Delmerhorst, sino cuatro años antes en otra ciudad.
Expulsado de Oldeburg
En 1999 Högel empezó a trabajar en la Unidad de Terapia Intensiva de Cirugía Cardíaca de la Clínica Oldeburg. De inmediato, el número de reanimaciones y muertes aumentó. La dirección de hospital decidió investigar y descubrió que el 58% de los casos habían ocurrido mientras Högel estaba de servicio.
No tenían pruebas contra él, de modo que por prudencia lo trasladaron a la sala de anestesiología. Tampoco duró mucho allí, porque el jefe del área comprobó que la mayoría de las situaciones de emergencia ocurrían cuando Högel estaba presente.
Y un dato más que le llamó poderosamente la atención. Durante las tres semanas de vacaciones que le correspondieron en 2002, el número de muertes había bajado de manera muy notoria.
Cuando volvió a trabajar, Högel descubrió que ya no tenía su puesto en anestesiología. Le dieron dos opciones: o trabajaba de camillero o renunciaba. Y le pusieron una zanahoria delante de la nariz: si se iba por las buenas, le darían buenas referencias para que se consiguiera otro trabajo.
Aceptó irse. En la carta, el director de enfermería de la clínica aseguraba que la ética de trabajo “circunspecta, diligente y autónoma” de Högel, así como que había actuado “con prudencia y de manera objetivamente correcta en situaciones críticas”. También elogiaba su “dedicación” y “conducta cooperativa”. La carta concluía que Högel complía con las tareas asignadas “con la máxima satisfacción”.
Con eso la Clínica Oldeburg se sacó a Högel de encima, pero le abrió las puertas para que siguiera matando.
Autopsias al por mayor
Cuando los policías interrogaron a las autoridades de la Clínica Oldeburg y a los colegas con los que Högel había compartido el trabajo allí, denunciaron el comportamiento que habían tenido los directores ante la fiscalía.
Los instructores de la causa tomaron entonces una medida sin precedentes: exhumar a todas las personas que habían muerto en las dos clínicas en los períodos que Högel había trabajado en cada una.
Eran más de ciento cincuenta cuerpos, repartidos en tres países: la mayoría estaban en cementerios alemanes, pero también en Polonia y Turquía. Encontraron 83, el resto había sido cremado.
Las autopsias hicieron realidad a las sospechas: en casi todos los casos encontraron restos del mismo alcaloide.
En 2015 Högel fue condenado a prisión perpetua por otras dos muertes, mientras se sustanciaba otro juicio, que incluía a las dos clínicas, que comenzó en 2017 y se prolongó durante dos años.
Las confesiones
En este último juicio, Hógel se sentó en el banquillo acusado de haber asesinado a cien pacientes, de entre 34 y 96 años, durante su tiempo como enfermero en Delmenhorst y Oldenburg.
En la primera audiencia, luego de un minuto de silencio en memoria de las víctimas, Högel escuchó cabizbajo -en un momento llegó a taparse la cara con un cuaderno- mientras la fiscal Daniela Schiereck-Bohlmann leía el acta de acusación y el nombre de las cien personas muertas.
Cuando le preguntaron si reconocía los cargos, contestó lacónicamente: “Sí. Todo eso ocurrió en efecto”.
Y por primera vez explicó por qué lo había hecho. “Lo hice para ganarme el reconocimiento de mis colegas. Cuando conseguí resucitarlos me sentía eufórico, pero cuando morían me deprimía y me prometía no volver a hacerlo”.
-¿Y por qué volvía a hacerlo? – le preguntó la fiscal.
-A veces por aburrimiento – contestó.
Durante las audiencias, en las que se repasó caso por caso, Högel admitió su responsabilidad general en cien, pero dijo que solamente estaba seguro de haber inyectado a 43 de los nombrados, que no recordaba los nombres de otras 52 víctimas y negó haber matado a cinco.
La responsabilidad de las clínicas
La Fiscalía también intentó esclarecer cómo había sido posible que matara a tanta gente sin que nadie se diera cuenta de lo que estaba pasando y a pesar de que había pruebas que señalaban que el número de muertos y el elevado uso de fármacos para patologías del corazón aumentaban cuando Högel estaba de turno.
Sin embargo, juez del Tribunal Regional de Oldenburg decidió que esas responsabilidades debían establecerse en otro juicio.
“La investigación y el juicio contra los hospitales de Oldemburgo y Delmenhorst se debe realizar por separado, pero espero que pueda quedar clara la dimensión de lo ocurrido y la conexión entre los dos hospitales”, dictaminó.
Ante la posibilidad de enfrentar un juicio -y frente al desprestigio público que les ocasionó el desarrollo del proceso a Högel- tanto la Clínica Delmenhorst como la Clínica Oldenburg declararon su intención de indemnizar a los familiares de las víctimas. También anunciaron planes para convertirse en las primeras clínicas en Alemania en introducir un proceso denominado “necropsia calificada”, que involucra a un médico forense adicional. La introducción de esta regla de dos hombres tiene como objetivo evitar que las causas de muerte no naturales debidas a acciones delictivas pasen inadvertidas.
Condena y arrepentimiento
En junio de 2019, Niels Högel fue condenado a prisión perpetua por el asesinato de 85 pacientes. En el fallo, el juez señaló además que su culpabilidad era “particularmente grave”, por lo que descartó la posibilidad que el condenado pudiera acceder a la libertad condicional cuando cumpliera 15 años de la condena.
Luego de escuchar el fallo en silencio, Högel pidió la palabra: “Sé que mis acciones han sido terribles. Les pido disculpas a todos y a cada uno de ellos por todo lo que les he hecho a lo largo de los años”, dijo el enfermero eficiente y respetado que se convirtió en el mayor asesino en serie de Alemania en la posguerra.
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