El martes 3 de marzo de 1985 por la noche se emitía en la televisión norteamericana por primera vez una serie que no generaba mayores expectativas. Faltaba un mes y medio para finalizar la temporada pero el programa anterior tenía ratings demasiados bajos como para mantenerlo en el aire. Los directivos le dieron la oportunidad a Moonlighting, una creación del productor Glenn Gordon Caron.
La pareja protagónica no le decía nada a la audiencia. Una bella actriz que hacía mucho tiempo que no tenía un éxito; el pasaje a la televisión era considerado como un descenso en su carrera, un intento casi desesperado por reflotarla. Cybill Sheperd había conocido tiempos mejores. Last Picture Show de Bogdanovich y Taxi Driver de Scorsese entre otros. Pero desde hacía una década todos eran fracasos. Mantenía, por supuesto, su belleza demoledora y los aires de diva. Bruce Willis, su contrafigura, era absolutamente desconocido. Sus antecedentes, magros, eran un papel menor en algún capítulo de Miami Vice y una obra de teatro alternativa. Mientras tanto, mientras esperaba una oportunidad, se ganaba la vida atendiendo la barra de un bar.
Glenn Gordon Caron probó con muchos actores hasta encontrar a su David Addison ideal. Casi una quincena. En algún momento pareció que Tim Matheson se quedaría con el papel. Matheson había actuado en Animal House y en Fletch (tiempo después tuvo también la chance de ser Indiana Jones). Pero cuando apareció ese joven con el pelo medio punk y los pantalones rotos, con esa voz estentórea, supo que tenía al protagonista masculino. Caron, desde el principio, tuvo claro que pretendía. Les explicaba a los directivos del canal que si Moonlighting fuera una película, los protagonistas deberías ser Jessica Lange y Bill Murray. Bruce Willis fue su inesperado Bill Murray.
Ni siquiera el productor y creador tenía demasiadas esperanzas en el producto. Había participado en Remington Steele y gracias a eso había conseguido un contrato por el cual el canal se comprometía a producir y considerar tres pilotos para posibles series. Los dos primeros intentos se los rechazaron de plano. Le quedaba una sola chance. Le pidieron una historia de detectives. El problema era que a Caron no le gustaban las series de detectives. Así que para satisfacer el pedido buscó darle una vuelta al género. Reírse de él, encontrar puntos de fuga y bucear en novedades formales.
Cuando describió la historia lo miraron raro. Parecía demasiado ambiciosa. O algo peor: desenfocada, desperfilada. Un híbrido en el que todo parecía entrar. Un misterio a resolver, una pareja despareja, bastante comedia, un drama, diálogos veloces.
Sin embargo, una vez que las cámaras comenzaron a rodar todo pareció acomodarse mágicamente. Moonlighting se convirtió en un éxito enorme.
Maddie Hayes era una ex modelo millonaria que fue estafada por su contador. El hombre había abierto, a sus espaldas, varios negocios y empresas que ella ante la bancarrota debió cerrar personalmente. El último de esos emprendimientos era una agencia de detectives, a cargo de David Addison, que estaba a la deriva, hundida en la anarquía del detective. Pero David, ante el temor de quedarse sin trabajo, la convence de mantener abierta la agencia y de trabajar juntos. Ella es metódica, rígida, inteligente y discreta. Él es bombástico, siempre exultante, expansivo e impulsivo, parece no conocer los límites. La pareja desigual resuelve los casos que le van llegando.
El tono de la serie oscila entre la comedia veloz, la intriga detectivesca, el drama (en los premio televisivos llegó a estar nominada en la categoría Comedia y simultáneamente en la de Drama) y una buddy movie. La mezcla parecía demasiado. Glenn Gordon Caron dijo que una de las fuentes en las que se inspiró fue La Fierecilla Domada de Shakespeare. Pero a Shakespeare hay que sumarle a Chandler y a los maestros de la comedia clásica de Hollywood, a Hawks y a Capra.
Los diálogos y las réplicas eran de una velocidad inusitada para la época. Eso sorprendía en una televisión más seria, más solemne. Pero sin lugar a dudas la mayor novedad formal fue la manera en que se atravesó la cuarta pared. Los actores hablaban a cámara, hacían referencia a los guionistas, reconocían estar dentro de una serie. Esa complicidad con el espectador era algo inédito y encantador que fidelizaba a su audiencia que sentía que le hablaban directamente.
Un buen ejemplo de ello es un capítulo navideño en el que tras resolver la intriga policial (que con el correr de los episodios fueron perdiendo preeminencia) y ante el brindis con los otros integrantes de la agencia –entre los que había maravillosos personajes secundarios- los protagonistas se preguntan si se trata de un especial navideño, tan típico de la TV norteamericana. Cuando terminan el diálogo comienza a nevar dentro de la oficina y se escucha a lo lejos un coro que entona un villancico. Sheperd y Willis van tras bambalinas, atraviesan las cámaras y los cables y descubren detrás del decorado a todo el equipo técnico y a sus familiares cantando la canción navideña con copas de champagne en alto. En otra oportunidad, grabaron una introducción tras la entrega de unos premios Emmy. Ese año la serie había recibido 16 nominaciones pero sólo había obtenido una. El diálogo entre ellos simulaba haber sido grabado antes de la premiación y agradecían los numerosas estatuillas con las que se habían quedado. Un uso sutil del sarcasmo.
Hubo varios capítulos especiales. Una extraña adaptación de La Fierecilla Domada con cada parlamento transformado en versos, una parodia de El Cartero Llama Dos Veces filmada completamente en blanco y negro. Ese capítulo tuvo mucha resistencia por parte del canal pero Glenn Gordon Caron se impuso. Y se dio el lujo de contratar a Orson Welles para presentarlo y para que avisara a la audiencia que la situación cromática no era un problema de sus aparatos. Fue la última actuación de la leyenda de Hollywood. Una semana después, Orson Welles murió.
Lo de Welles muestra otro de los recursos utilizados: los cameos. Como tenía mucho rating y era un programa novedoso muchos eran los que aceptaron la invitación. Eva Saint-Marie, Paul Sorvino, Mark Harmon, Whoopie Goldberg, Don King, Pierce Brosnan, el guru del LSD Timothy Leary y hasta Demi Moore, la esposa de Willis.
El éxito fue tan rotundo que hasta la canción de apertura, una balada jazzera interpretada por Al Jarreau se convirtió en un hit.
El secreto del suceso, sin embargo, residió en la pareja protagónica. De inmediato, Maddie y David cautivaron a la audiencia. La química entre ellos era innegable. Las miradas, los cruces verbales, las peleas feroces a gritos. Todo parecía alimentar un volcán en el que la erupción era inminente.
La estrella de cine se vio eclipsada por el actor novel. Pero eso no fue culpa de Cybill. A cualquiera le hubiera pasado. Bruce Willis era una fuerza natural. Simpático, desbordante, con réplicas veloces y despliegue físico. Podía hacer una broma, usar un tenedor de micrófono para cantar Respect de Aretha Franklin o mostrarse increíblemente seductor. La sonrisa ladeada era la rúbrica final.
La prensa estaba fascinada. Por un lado, la historia de redención de Cybill, su comeback. Por el otro, el surgimiento de un nuevo fenómeno, Bruce Willis. En el medio, la supuesta relación entre ambos que todos estimaban tórrida. Era inevitable pensar que algo pasaba entre ellos. La química en escena era innegable, traspasaba la pantalla.
Fueron cuatro temporadas y 67 capítulos. El clímax fue el final de la tercera temporada. En ese capítulo, toda la tensión sexual acumulada a través de tanto tiempo se consumó. El capítulo tuvo un share de casi el cincuenta por ciento. Pero en ese momento comenzó la caída.
Se habla de la Maldición Moonlighting. En la televisión norteamericana se la trata de evitar. Y cada uno que incurre en el mismo error que los creadores de la serie con Bruce Willis sufre la peor de las consecuencias, el gran anatema televisivo: pierde a su audiencia. ¿Cuál sería el error? Consumar la relación entre la pareja protagónica, diluir la tensión sexual. El público pierde inmediato interés en el programa. Son varias las series desde Bones hasta Castle que sucumbieron ante la maldición Moonlighting.
Sin embargo, lo que sucedió en esa cuarta temporada fue algo más que Maddie y David hayan pasado una noche juntos. El programa se había convertido en el más caro de la TV norteamericana. El presupuesto era demasiado alto. Sheperd estaba embarazada de mellizos y Bruce Willis se había convertido en una súper estrella: Duro de Matar rompió inesperadamente las taquillas de todo el mundo. Las prioridades de ambos eran otras y el programa lo sufrió.
Además la producción se demoraba cada vez más, había capítulos que no salían semanalmente y otros que se terminaban de grabar media hora antes de su salida al aire.
Otro motivo determinante fue que la relación entre Willis y Sheperd se había deteriorado hasta un punto irreversible.
Al comienzo Cybill era la estrella. Ni siquiera hizo las audiciones con el actor desconocido hasta que no lo confirmaron en el papel. Bruce la conquistó de inmediato con su desparpajo. No sólo existía tensión entre Maddie y David. Pero esa atracción devino primero en celos y después en un odio profundo. A nadie le quedaba dudas que Bruce Willis era el que se llevaba toda la atención. Esa circunstancia no había estado en los cálculos de Sheperd. La informalidad de Bruce la empezó a molestar. El actor no soportaba los aires de diva de Cybill. Ya en la tercera temporada sólo se hablaban con las cámaras encendidas y los asistentes impedían que se cruzaran en el camino a sus trailers entre toma y toma. Algunos comentan que durante las primeras temporadas hubo escarceos y que Bruce hasta llegar a ir a la casa de Cybill con una botella de vino pero que la velada, finalmente, se frustró.
En 2018, en un Roast que se le hizo a Bruce Willis, esos programas en que personajes cercanos o del pasado de una estrella hacen bromas pesadas sobre el invitado (homenajeado sería un eufemismo extremo) hasta la frontera del bullying, Cybill habló sobre su ex compañero: “Los personajes de la serie no eran exagerados. Yo hacía de una ex modelo y lo había sido. Y Bruce a un idiota, y lo era. No hemos hablado en estas últimas tres décadas pero siempre permanecerán vestigios de lo que pasó”.
Moonlighting fue una serie alegre, innovadora, veloz. Y se convirtió en la plataforma de lanzamiento de una gran estrella. De un actor que tuvo una carrera extraordinaria, que fue amado por el público, que hizo recordar a las grandes estrellas del periodo clásico. Bruce Willis siempre será ese alegre y extremo David Addison.
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