Cuando el 31 de marzo de 2005 Terry Schiavo dejó de respirar y fue declarada oficialmente muerta llevaba quince años en estado vegetativo, sin actividad neuronal en el área del pensamiento de su cerebro, inconsciente de que se había transformado en el centro de una batalla legal que enfrentó a las personas que más quería en el mundo, involucró a jueces y gobernadores, provocó un pronunciamiento del Vaticano, ocupó centenares de páginas y horas en los medios de comunicación y dividió a la sociedad estadounidense en un polémico debate sobre la eutanasia, la bioética y los derechos civiles.
La mujer, de 41 años, murió trece días después de que el juez George Greer, del Estado de Florida, ordenara que le desconectaran la sonda que le suministraba alimento y agua directamente en el estómago para mantenerla con vida.
Su muerte marcó también el final de un largo proceso legal en el que el magistrado se mantuvo firme en su decisión a pesar de que el Congreso y el Senado, respaldados por el presidente George W. Bush, aprobaron una ley para que en el caso de Terry – y sólo en el de ella – una de las partes pudiera seguir apelando la medida en las cortes federales hasta llegar a la Corte Suprema. Una ley que no tenía precedentes – y tampoco volvió a repetirse - en la historia judicial estadounidense.
Ese 31 de marzo el marido de Terri, Michael Schiavo, y los padres de la mujer, Bob y Mary Schindler, la lloraron por separado. Hacía siete años que no se hablaban sino a través de sus abogados y solo se veían en los tribunales. Durante todo este tiempo, Bob y Mary acusaron a Michael de querer matar a su hija.
Una dieta y un paro cardíaco
Terri y Michael llevaban poco más de cinco de años de casados y la frustración de no haber podido tener un hijo cuando la noche del 25 de febrero de 1990, el joven se despertó y encontró a su esposa, de 26 años, desmayada en el piso de su casa de St. Petersburg, Florida.
Michael no sabía cuánto tiempo llevaba en ese estado. Llamó al 911 y a sus suegros, y después la cargó hasta la cama. Terri pesaba apenas 49 kilos, producto de una dieta extrema que la había hecho bajar casi cincuenta en unos pocos meses. Y no se trataba solamente de la dieta, Michael había descubierto que después de comer, su mujer iba siempre al baño para vomitar.
Un año antes, el ginecólogo les había dicho que, quizás, el exceso de peso de Terri impedía que quedara embarazada y ella, que siempre había estado obsesionada por sus kilos de más, decidió ir a una clínica, donde le habían indicado la dieta. Pero la joven había ido incluso más allá, en los últimos quince días casi no había comido nada sólido, se “alimentaba” con sopas y tazas de té.
Los paramédicos, que no demoraron en llegar, comprobaron que había tenido un paro cardíaco. La trasladaron de inmediato al Hospital Humana Northside.
El comienzo de una agonía
En la sala de urgencias intentaron reanimarla sin éxito. El infarto había disminuido de manera crítica la llegada de oxígeno al cerebro y estaba en coma. La conectaron a un respirador, le hicieron una traqueotomía y una gastrostomía percutánea para conectarla a una bomba que la mantuviera nutrida e hidratada.
En esas condiciones Terri estuvo dos meses y medio en coma hasta que, inesperadamente, despertó. Fue una ilusión efímera, después de unos minutos de cierta lucidez perdió sus funciones corticales mayores – las ligadas al pensamiento – y entró en un estado vegetativo del que ya no volvería a salir.
La falta de oxígeno provocada por la ausencia de riego sanguíneo le había causado un profundo daño cerebral. Los médicos fueron claros con Michael y los padres de Terri: era una situación irreversible, no debían ilusionarse con que se pudiera recuperar.
A pesar de ese diagnóstico que solo dejaba lugar al pesimismo, en los tres años siguientes, los médicos intentaron diversos tipos de terapias, incluidas algunas en fase experimental como el Estimulador Talámico, para intentar que recuperase la consciencia. No tuvieron éxito.
A mediados de 1993, el estado de Terri se complicó todavía más con una infección del tracto urinario. Entonces Michael su marido pidió una orden de “no resucitación”, un acuerdo que impedía tomar medidas médicas extraordinarias. En otras palabras: Terri seguiría conectada al respirador y a la sonda gástrica que la alimentaba, pero no se haría nada más.
El tribunal se la concedió y lo nombró guardián ad litem, un “vigilante junto al lecho”, que vela por los derechos del paciente. Para el juez, el de Michael Schiavo “está basado en la creencia razonada de que no hay esperanza para una recuperación de su esposa”.
Los padres de Terri no se opusieron, tampoco querían que su hija sufriera prácticas invasivas.
El enfrentamiento
La situación cambio en 1998 cuando Michael, convencido de que el estado de Terri no daba ninguna esperanza y que la prolongación artificial de su vida solo era un sufrimiento, pidió que se la desconectara. Su mujer llevaba ya casi nueve años en estado vegetativo.
Sus suegros se opusieron. Acusaron a Michael de querer matarla porque había formado una nueva pareja, con la que ya tenía hijos. Decían también que, en algunas de sus visitas, habían visto a Terri sonreír y mover la cabeza.
Para justificar su pedido, Michael alegó que Terri le había dicho que si alguna vez se encontraba en una situación así no quería seguir viviendo.
Sus suegros contestaron acusándolo de perjurio y obtuvieron el testimonio de una enfermera que declaró que veía señales de actividad mental en Terri. Lograron que se probaran nuevas técnicas para intentar provocar una recuperación y también exigieron que se le hiciera un escáner para medir su actividad cerebral.
Nada de eso funcionó: no hubo reacciones por parte de Terri y el escáner no mostró actividad cerebral significativa.
La mujer llevaba once años en estado vegetativo cuando la Corte Suprema de Florida declaró que según las informaciones que se pudieron reunir -básicamente, el testimonio de su esposo pues ella no había dejado nada por escrito - Terri Schiavo no hubiera deseado que se le aplicaran medidas extraordinarias para mantenerla viva y el 24 de abril de 2001 el juez ordenó que se le retirase la sonda.
Un nuevo recurso de sus padres en el juzgado hizo que se ordenase a los médicos volver a colocarla. Cuando el recurso fue finalmente denegado y el 15 de octubre de 2003 se dictó que de nuevo se retirase la sonda, la asamblea legislativa de Florida aprobó una normativa, denominada la “Ley de Terri”, autorizando al gobernador Jeb Bush, hermano e hijo de los presidentes Bush, a intervenir y la sonda volvió a colocarse.
Políticos, organizaciones y el Papa
Para entonces, la batalla legal se había expandido al ámbito público y entraron a tallar otros actores. Los padres de Terri lograron el apoyo de grupos de la derecha cristiana y del movimiento pro-vida. Del lado de Michael se alinearon organizaciones de defensa de los derechos de personas discapacitadas y la Unión para las Libertades Civiles Americanas.
Varios senadores y representantes republicanos – a los que se sumaron algunos demócratas – hicieron campaña en el Congreso y en los medios de comunicación a favor de mantener conectada a Terri a su “soporte vital”. Les respondió una abrumadora mayoría de representantes demócratas, que se pusieron a favor del pedido de Michael, que seguía siendo legalmente su marido y tutor legal.
El Papa Juan Pablo II terció en la controversia. Habló específicamente de la situación de Terri y dijo que proporcionarle “agua y comida, incluso de manera artificial era “moral y obligatorio”.
Catorce recursos y una muerte
En los quince años que Terri Schiavo estuvo en estado vegetativo se sucedieron catorce recursos judiciales, numerosas mociones, peticiones y audiencias en las cortes del distrito, cinco juicios en la corte federal de Florida, cambios en la legislación estatal, cambios en la legislación federal, cuatro peticiones de certiorati del Tribunal Supremo de los Estados Unidos (lo que implica pedir a un tribunal inferior la documentación de un caso para una revisión del procedimiento) y el dictado de una ley ad hoc, la “Ley Terri”, sólo aplicable a su caso.
Finalmente, la “Ley Terry” fue declarada inconstitucional y el 18 de marzo de 2005 el juez George Greer ordenó retirarle nuevamente la sonda.
El Congreso de los Estados Unidos intentó una última jugada y aprobó una moción para intervenir. Incluso el presidente George W. Bush abandonó sus vacaciones en Texas y volvió a Washington un domingo por la noche para firmar un decreto que permitiera a los padres presentar un nuevo recurso en el juzgado.
Pero aun con esos apoyos, la estrategia legal y política de los padres no tuvo éxito. El juez Greer se mantuvo firme en que nadie podía intervenir en el caso fuera de los tribunales de Florida.
El Papa Juan Pablo II hizo un último intento. “La muerte de Terri Schiavo está siendo arbitrariamente acelerada y eso perturba las conciencias”, dijo el portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro Valls.
Terri Schiavo murió el 31 de marzo de 2005, trece días después de ser desconectada y luego de vivir quince años en estado vegetativo.
La autopsia demostró que el cerebro estaba gravemente atrofiado, con los ventrículos cerebrales enormemente dilatados. Pesaba 610 gramos, menos de la mitad de lo que sería normal y, evidentemente, no tenía capacidad cognitiva ni ningún tratamiento habría podido revertir su estado.
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