Fue la primera estrella global. Uno de los números más fuertes de los comienzos del show business. Con sólo mencionar su apellido, todos saben quién es, qué hazañas realizó y las extrañas circunstancias de su muerte, para la que el cine -cuando no- encontró un final más acorde a las expectativas, aunque lejos de la realidad. Houdini (nacido en Budapest, Imperio Austro-Húngaro como Erik Weisz) se convirtió, a casi 96 años de su muerte, en sinónimo de magia, ilusionismo y -su especialidad- escapismo.
Pero no solo fue su arte lo que posicionó en la cúspide, sino su habilidad para la promoción, su relación con los medios y su lucha contra los espiritistas. Llevó su profesión cada día un poco más allá.
Los magos no eran más que una de las tantas atracciones de los circos y ferias transhumantes. Hacían lo suyo entre mujeres barbudas, siameses, fakires y otros freaks. Tiempos donde la cancelación no existía y los derechos de las minorías, menos aún.
A mediados del siglo 19, Jean Robert-Houdin, un francés, que era relojero y constructor de autómatas, lo cambió todo. Robert-Houdin elevó la magia en todos los sentidos. La dotó de nuevos contenidos, en los que utilizó aparatos mecánicos y aplicó fenómenos físicos para crear efectos. Otro gran aporte: fue el primero que vistió al mago de frac, le puso un sombrero de copa y lo sacó del circo, de la feria, y lo subió al escenario del teatro.
Houdini empezó de muy joven en un circo, rodeado por todo ese elenco de personajes, hasta que en un momento se cruza con la autobiografía de Robert-Houdin y elige el nombre artístico Houdini como homenaje. Sin embargo, con el tiempo, la admiración mutó en envidia. Houdini poseía un gran ego, y con la publicación del libro El desenmascaramiento de Robert-Houdin, pretendió acabar con el recuerdo del francés. Deliberadamente lo acusó de haber robado los trucos, algo que ningún biógrafo serio pudo corroborar.
Es que Houdin -a quien el gran público ha olvidado- cambió el paradigma de los prestidigitadores. Hasta él, sostenían que su magia provenía de poderes especiales, como hacía Harry Kellar, que asociaba sus trucos al demonio. En cambio, Houdin dirá que es a partir de la técnica y los trucos. Instala el viejo juego entre el mago y el espectador: que este último intente desentrañar cómo lo hace.
Houdini, ávido de reconocimiento en sus comienzos, intentó que Kellar lo nombrara su heredero. Pero éste bendijo a Howard Thruston. Ambos se convierten en sus grandes enemigos.
El gran simulador
Houdini comenzó como un experto en truco de barajas, pero eso lo hacían todos. Y es en ese entendimiento que vira su . Es entonces que entiende que para sobresalir debe dejar el abracadabra de lado y sumergirse en actos más complejos, más peligrosos, donde la vida y la muerte pendiesen de un hilo, o más bien de una soga.
Cuando llegaba un sitio, lo primero que pedía era que se lo encerrara en la cárcel más segura, prácticamente desnudo y encadenado. A los 10 minutos, por lo general, ya se había liberaado, aparecía ante el alcalde y le daba los grilletes. Era una gran puesta en escena que preparaba hasta el mínimo detalle. Se encargaba de avisar a la prensa, que lo seguía a todos lados porque sus proezas, a medida que comenzaron a ser publicadas, se convirtieron en material que elevaba las ventas.
Esta era solo uno de sus trucos promocionales. En ese sentido, Houdini también fue el fundador de un modelo publicitario que, cambios tecnológicos mediante, se sigue utilizando hasta la actualidad. Por ejemplo, contrataba siete calvos que recorrían la ciudad antes de su presentación y de repente agachaban su cabeza, donde estaba escrita cada una de las letras de su apellido. La alfabetización grandes masas de la población norteamericana y el consiguiente auge de la prensa escrita no escaparon a la mente del mago, que usaba esa popularidad para que arreara a la propia.
Houdini sacó la magia a la calle, a una escala que nadie lo había hecho hasta entonces. Miles de personas se congregaban para ver sus escapes y elegía escenario de fácil acceso, donde pudieran verlo la mayor cantidad posible de público. Aquellos escapes consistían en ser colgado boca abajo, amarrado por una camisa de fuerza, y él se liberaba de todas las ataduras a la vista de todos. También solían encadenarlo de todas las formas posibles y se arrojaba desde puentes públicos para luego salir nadando ante los aplausos y la admiración de miles.
El gran escape
Si bien todos sus escapes cautivaban, hubo uno en particular que lo elevó a mito, uno que aún hoy sigue siendo peligroso: la celda de tortura acuática. Ingresaba boca abajo en un cubo lleno de agua, amarrado por candados de alta seguridad. Fue su obra maestra, el morbo y la tensión que generaba en el público era tremendo. Los llevaba desde la expectativa hasta el horror de ver pasar el tiempo y que no apareciera. Para hacer más dramática la escena, un maestro de ceremonias pedía que la gente aguantara la respiración, que por supuesto no podían superar al entrenamiento de Houdini. Un asistente con una maza por si algo fallaba, un reloj enorme y el clima que le daban los músicos en escena completaban el maravilloso acto. A los 5 minutos, el público gritaba que lo saquen y cuando el hombre de la maza se aprestaba a romper el cubo, se presentaba por detrás. En realidad, sólo le tomaba un minuto liberarse. El resto del tiempo que aguardaba hasta su aparición triunfal lo hacía para alimentar su leyenda.
Pero Houdini no solo era un escapista. También sabía jugar con los efectos ópticos, como cuando hizo desaparecer a la elefanta Jenny.
H.P. Lovecraft, el “escritor fantasma”
Houdini no solo era un gran publicista por sus actos masivos, también había desarrollado toda una producción de carteles promocionales, en los que -por ejemplo- desafiaba a las personas a llevasen esposas y en caso de no poder sacárselas, él les entregaría una buena suma de dinero. Nunca debió sacar un billete de sus bolsillos. Trabajaba con los mejores ilustradores de la época y hasta contrató para la redacción de sus anuncios a H.P. Lovecraft, luego conocido por sus relatos de terror.
Él escribió Imprisoned with the Pharaohs para el ilusionista. Allí contaba cómo quedó atrapado en una pirámide y lo que debió hacer para escapar. Todo en un tono de terror. Durante muchos años, el público creyó que había sucedido realmente.
Cine y aviones
Tony Curtis, Norman Mailer y Adrien Brody son algunos de los nombres que interpretaron al gran ilusionista, en la pantalla grande o chica, en las más de 10 adaptaciones que se realizaron sobre su vida, pero Houdini también pasó por el cine. Su debut fue con The Master Mystery, un serial de 15 capítulos que se reproducía antes de las películas. Duraban unos 8 minutos, mostraba su talento como escapista y no utilizaba dobles para las escenas de riesgo. Cada capítulo terminaba en el clímax de la escena, lo que obligaba a los espectadores a regresar una semana más tarde para ver cómo continuaban. Luego, realizó varias películas The Grim Game (1919), Terror Island (1920), y ya con su propia productora The Man from Beyond (1921) y Haldane of the Secret Service (1923).
Su fama lo llevó a recorrer el mundo. Alemania, Inglaterra y Rusia fueron algunos de sus destinos. Al contrario de lo que aseguran algunas leyendas, no lo hizo como espía en el apogeo de la primera guerra mundial, sino para regresar como una estrella luego de sorprender, entre otros, a Guillermo II y los Romanov. Existe otro mito con respecto a su visita al último zar, en el que se asegura que ridiculizó al mismísimo Rasputín, pero no hay evidencia real sobre este evento.
A principios del siglo 20 aparece la aviación como gran fenómeno, luego de que los hermanos Wright, en 1903, lograran volar por primera vez en la historia. Entusiasmado, logró que le construyeran un aeroplano. Y para que el mundo notara que podía volar, despegó en un lugar donde nadie lo había hecho: Australia. Fue debut y despedida. Nunca más piloteó un avión.
El cómplice, su hermano
Desde aquel rechazo de Kellar como heredero, una de sus obsesiones fue la de destruir a toda la competencia. Para evitar que otros magos se apropiaran de sus trucos, los patentó. Fue el primero en hacerlo, pero resultó un boomerang, porque los magos, en vez de ir a verlo a él, iban al registro de patentes: allí estaba todo explicado.
En esos años, le surgió un nuevo enemigo: Theodore Hardeen. La competencia fue bestial. Hardeen parecía copiar y mejorar sus trucos. Y así, cada uno elevaba la apuesta. Los desafíos eran a través de la prensa. Y así, ambos lograban llenar teatros.
Esa rivalidad se mantuvo por años, hasta que finalmente se supo que no era otra cosa que otro gran truco. Hardeen era Ferenc Dezső Weisz, su hermano menor. De esta manera, los hermanitos Weisz se aseguraron ser el centro de atención a donde fuesen y no dejaban espacio para la competencia. Cuando Houdini murió, fue Ferenc el que continuó haciendo sus trucos.
Del amor al odio con Sir Arthur Conan Doyle
Sir Arthur Conan Doyle, padre de Sherlock Holmes, era un espiritista de ley. Presidía el Ghost Club inglés, aquel que tuvo entre sus fundadores a Charles Dickens, otra gran pluma inglesa. La diferencia entre los escritores fue que Conan Doyle realmente creía en los espíritus, y para Dickens tenían una explicación más psicológica.
Tras una presentación de Houdini, Conan Doyle se acercó a conocer al ilusionista. Estaba extasiado por lo que acababa de ver en el escenario. Forjaron una relación amistosa, de mutua admiración, hasta que todo derivó en un enfrentamiento feroz y, esta vez, no fue un truco publicitario.
Houdini concentró los últimos años de su vida en luchar contra el espiritismo. El cambio en su carrera se produjo luego del fallecimiento de su madre. Estando de gira por Europa, en 1913, le llegó la noticia y quedó devastado. Él siempre se encargó de ella, tenían un vínculo inquebrantable y a él le queda la sensación -la obsesión, otra- de que ella murió sin haberle dicho algo importante. Entonces empezó a acudir a médiums que le decían que podían conectarlos. El espiritismo, en la época de la Primera Guerra Mundial y la gripe española, se había puesto de moda. Los muertos se contaban por millones, y los deudos necesitaban desesperadamente comunicarse con ellos. Terreno fértil para estafadores.
Fue pasando de médium en médium, así comenzó a develar los engaños, sencillos a sus ojos expertos: objetos que se movían, sonidos, apariciones fantasmagóricas. En 1922, Conan Doyle organizó una sesión en Atlantic City junto a su mujer, quien aseguraba poder comunicarse con los muertos. Era justo el día del cumpleaños de Houdini. En la misma, la esposa del novelista es “poseída” por el espíritu de la madre del mago, escribe un texto en perfecto inglés con expresiones cristianas y se lo entrega. Pero la madre del ilusionista no sabía inglés, era judía y en ningún párrafo aludía a la fecha del aniversario de su propio hijo. Houdini, indignado, escribe un artículo denunciándolos por estafadores y da inicio a una cruzada contra los espiritistas.
El último gran truco
En 1926, su cuerpo ya sufría un gran desgaste. Tenía 52 años, pero aparentaba más. En una gira en Canadá, dos admiradores se acercaron para pedirle hacer el truco del puñetazo, que consistía en recibir golpes en los abdominales en los que él ni se inmutaba. Antes de que contestase o esté preparado, el joven le pegó varias veces. Quedó dolorido, pero continuó con su gira por unos días hasta que en Detroit el dolor fue insoportable. Lo convencieron de acudir al médico, que constató la rotura de su apéndice. Poco después murió de peritonitis.
Antes de morir, Houdini le hizo prometer a su esposa que recordara unas palabras, un código, así cuando los médiums se acercasen, ella podría reconocer rápidamente si era o no un engaño. El 31 de octubre, en las primeras horas de la celebración de Halloween, falleció. A lo largo de una década, Bess aceptó realizar en esa fecha una sesión de espiritismo para contactarlo, pero él jamás se presentó, nunca nadie reveló el código. Finalmente, ella decidió parar. Bess dijo: “10 años son suficientes para esperar por un hombre”.
Una versión de esta nota se publicó en 2018
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