Es muy conocido el dato que en El Padrino, clásico del que se cumplen cincuenta años de su estreno, no se pronuncia la palabra Mafia. Eso no ocurrió por una decisión artística de Coppola ni para evitar lo obvio, para poner en práctica una ligera elipsis o evitar una obviedad. Tampoco el director tenía en la cabeza la frase de Borges que sostiene que “en el Corán no hay camellos, no hacen falta”. Su ausencia tuvo motivaciones algo más profanas.
Joe Colombo se dedicaba a los negocios inmobiliarios. O al menos eso era lo que decía. En realidad era un capo de la mafia de Nueva York, líder de una de las cinco familias más importantes. A fines de los años sesenta y principios de los setenta, ganó relevancia, al aprovechar el encarcelamiento de alguno de los otros jefes y gracias a su osadía. Al contrario que el resto y por ende oponiéndose a lo que indica la lógica para quienes se dedican a lo ilícito, Colombo disfrutaba de tener un perfil alto. Le gustaba la notoriedad, buscaba los flashes, lo entusiasmaba atraer la atención de los medios hacia él.
Una de las maneras de hacerlo fue la de crear y agenciarse la presidencia de la Liga Ítalo Americana de Derechos Civiles. Llegó a tener 45.000 miembros. Colombo luchaba para eliminar de los medios, en especial de la TV, los estereotipos contra los italianos. Logró, entre otras cosas, que fuera levantada una publicidad de Alka Seltzer y que no se nombrara a la mafia en diversas series.
El padrino, la novela de Mario Puzo era un fenomenal best seller. Por lo tanto su adaptación cinematográfica generaba mucho interés. Colombo comenzó a presionar a través de declaraciones en los diarios y por mensajes privados menos sutiles al estudio para que la película no perjudicara la imagen de los italianos.
Tras las presiones de Colombo dio la casualidad de que Al Ruddy, uno de los productores, comenzó a sufrir una serie de infortunados eventos. Un disparo atravesó la ventanilla trasera de su auto, una mañana encontró las cuatro ruedas reventadas a balazos, misteriosos autos lo seguían dónde fuera, los teléfonos de sus oficinas recibían amenazas diariamente; hasta empresas de otros rubros con acciones en Paramount recibieron amenazas de bombas y tuvieron que desalojar varias veces sus edificios.
Ruddy decidió negociar con Colombo. Ya no sólo estaba en juego la seguridad personal sino que estaba convencido de que los mafiosos convertirían el rodaje en un infierno. Quemarían decorados, boicotearían sets, robarían rollos de película y hasta amedrentarían a los actores. Pero su principal fuente de presión estaba en los sindicatos dominados por ellos: podían hacer que los técnicos se negasen a trabajar durante meses. Colombo aceptó la reunión haciéndose el sorprendido. “Desconozco cuál es el motivo del encuentro” dijo al inicio del encuentro al que acudió junto a su hijo Anthony. Al Ruddy le extendió el guión de más de 160 páginas para que lo leyera. Le aseguró que nada de lo que había allí reforzaba los prejuicios sobre la comunidad italiana; esa parecía ser la principal preocupación del capo.
Ambos estaban dispuestos a negociar. Colombo corrió el mamotreto anillado hacia un costado de la mesa y mirando a los ojos al productor le dijo que debían eliminar de la película las palabras Mafia y Cosa Nostra. Y que donaran a la Liga lo obtenido en la premiere, sería un gesto que ellos apreciarían. Ruddy simuló creer el tono amable y que se trataba de algo consensuado, aunque sabía que sólo era una imposición. Enseguida llegó la promesa del mafioso: nadie los molestaría durante el rodaje. Ruddy agradeció y pidió algo más: una declaración pública de la Liga apoyando el film para que ninguna otra familia los extorsionara. Se dieron la mano y el pacto quedó sellado.
Gulf & Western era una de las accionistas de Paramount. Por esa vinculación había recibido amenazas. A sus directivos les pareció inadmisible que el productor negociara con el crimen organizado y lo despidieron de inmediato. Coppola debió insistir durante semanas para que Ruddy fuera reincorporado.
Llegado el momento del estreno, Paramount no cumplió parte del acuerdo. No entregó a la Liga lo recaudado en la gala de presentación de la película. Salvó esa circunstancia organizando una función especial para sus integrantes. Hubo otra circunstancia no menor que permitió que el incumplimiento de lo pactado no trajera graves consecuencias: Colombo había sido asesinado un año antes.
El 28 de junio de 1971, Francis Ford Coppola filmaba la escena en que Michael Corleone dispone el asesinato de los líderes de las familias rivales. En el mismo momento, a cuatro cuadras del set, Joe Colombo arribaba a Columbus Circle para dar un discurso dirigido a su comunidad. Había un desfile para conmemorar el Día de la Unidad Italiana. Pasó entre la gente que lo abrazaba y palmeaba, subió al pequeño estrado y cuando se disponía a hablar se escucharon tres disparos. Un hombre que estaba camuflado como fotógrafo profesional, con chaleco caqui y todo, bajó la cámara, sacó un arma y apuntó a la cabeza del mafioso. Colombo cayó sobre la tarima mientras la sangre manchaba a los que estaban a su alrededor. De inmediato los balazos se reprodujeron. Los hombres de la mafia desenfundaron sus armas y dispararon contra el asesino de Colombo. El capo fue llevado al hospital. Los médicos no pudieron hacer demasiado, las heridas eran demasiado graves. Quedó en estado vegetativo durante siete años hasta que murió en 1978.
Aunque la justicia no actuara, a nadie le quedaron dudas que el ataque fue ordenado por Joseph Crazy Joe Gallo. Un año después, llegó la vendetta. Mientras comía en un restaurante fue acribillado por hombres de Colombo. El Padrino se había estrenado tres semanas antes y demostraba ser la película más actual posible.
La ausencia de la palabra Mafia en la película trajo otra consecuencia. Colombo envió al rodaje a un hombre suyo para controlar que se cumpliera lo hablado. Ese mafioso iba acompañado por un guardaespaldas enorme. Apenas lo vio, Coppola supo que había encontrado al actor para cerrar su casting. Lenny Montana (su nombre real era Leonardo Passafaro) había sido luchador de catch y había tenido bolos en películas de Elvis en los cincuenta pero tuvo que conformarse con ser matón de Colombo hasta que se cruzó con Coppola y se convirtió en el inolvidable Luca Brasi (algunos sostienen que la presencia de Montana fue otra de las exigencias de Colombo).
El arreglo entre los Colombo y Ruddy no terminó con los inconvenientes. Mario Puzo habló con Coppola y lo alertó. “Los mafiosos sienten una gran atracción por el mundo del espectáculo. Si vos los dejás acercarse no vas a sacártelos más de encima”. Coppola tomó el consejo y durante el rodaje limitó las visitas –más allá de los enviados que oficiaban de controles- y casi no salía de su tráiler entre toma y toma para no cruzarse con nadie.
Pese a la resistencia previa, una vez estrenada la película, los jefes mafiosos la amaron. Compraron copias y organizaban funciones privadas para sus familiares y amigos. Ya en los ochenta con la llegada del VHS, cada mafioso tenía su caja de videos con la saga de Coppola en su casa.
Una muestra de esa fascinación: una noche, muy tarde, sonó el teléfono en la casa de Lee Strasberg, el maestro de actores, que interpreta a Hyman Roth en la segunda película. Cuando el actor entre dormido atendió, del otro lado habló una voz serena, algo grave y segura. Era Meyer Lansky, el veterano mafioso en el que indudablemente estaba inspirado su personaje. Lansky estaba feliz y quería mostrarle a Strasberg su gratitud. Lo felicitó por su interpretación, por lo bien que lo dejaba parado y por cómo había entendido su esencia. Strasberg, actor e impulsor del Método, no se puso feliz por el elogio. Esa noche ya no pudo dormir y tampoco muchas de las siguientes. Recreó la conversación en su cabeza cientos de veces. No sabía si lo de Lansky había sido una amenaza. Strasberg durante muchos meses convivió con un profundo miedo.
Hay quienes afirman que El Padrino, la saga, se terminó convirtiendo en la mejor campaña de alistamiento a la mafia de la historia. La película convirtió a los mafiosos en gente interesante, firme, con códigos inquebrantables, les dio una dignidad de la que en realidad carecían. Los gángsters eran asesinos fríos, habitualmente traidores, que no reconocían límite alguno, que abusaban de la gente común, de los que eran más débiles que ellos. Se movían en un ambiente sórdido y de una violencia extrema.
Algunos jóvenes que habían intentado escapar al destino de delincuencia que les auguraba seguir las actividades familiares, regresaron con los suyos al ver la obra de Coppola. Olvidaron el asco y la vergüenza que sentían antes y volvieron a pertenecer al clan. Y esos no fueron casos aislados, fueron muchos.
Cuando Mario Puzo escribió El Padrino perseguido por las deudas no hizo un trabajo de campo. Se acordó de sus tiempos de infancia, de cómo era su barrio y recurrió a libros y revistas con la historia de la mafia local. Los enfrentamientos los sacó de los de Crazy Joe Gallo a fines de los cincuenta y principios de los sesenta. Don Corleone está inspirado en Frank Costello quien era llamado el Primer Ministro de la mafia. Michael Corleone sigue las vicisitudes de Bill Bonanno, el hijo del capo Joe Bonanno que envió a su hijo a estudiar leyes para sacarse de ese mundo, pero que inevitablemente se convirtió en su sucesor. Otros incidentes están basados en Lucky Luciano o Bugsy Siegel.
Pero tras el éxito del film, el crimen organizado terminó copiando a El Padrino (no fue tampoco un fenómeno nuevo. Joe Gallo construyó su personaje público emulando a Richard Widmarck). Algunas costumbres que ya habían quedado en el olvido, que eran ritos olvidados en las prácticas cotidianas, fueron retomadas por los jóvenes gangsters. El doble beso, los rituales exagerados y otros gestos. Muchas de las frases pronunciadas por los protagonistas (deben ser los filmes que más one liners y sentencias dejaron grabadas en la cultura popular de fines del siglo XX) se convirtieron en modismos habituales en el habla de los mafiosos. “El que venga con el mensaje será el traidor” y la excepcional “Deja el arma y agarrá los cannolis”. El léxico mafioso se nutrió de El padrino. La realidad imitando a la ficción.
Una digresión para continuar con las frases: tal vez la sentencia más repetida de la película, y proveniente de la novela, sea la de “Le haré una oferta imposible de rechazar”, “Esto no es personal, son negocios”. Esa frase no provino de la imaginación de Mario Puzo, sino de sus lecturas. Es una adaptación bastante fiel de algo que escribió Balzac. Del mismo autor surge el epígrafe que Puzo eligió para abrir su novela: “Detrás de cada gran fortuna, hay un crimen”.
Tiempo después con el estreno de Los Soprano en HBO se produjo un fenómeno similar. Para saber esto ya no hay que valerse de rumores: en las transcripciones de las escuchas del FBI, que tenía intervenidos los teléfonos de los más importantes mafiosos, están consignadas las apasionadas conversaciones entre ellos después de la emisión de cada capítulo de la serie. En algún momento, la representación de ese mundo era tan acertado que creyeron que estaban infiltrados y alguien pasaba información a los guionistas.
Los mafiosos demostraron ser, además de algo frívolos, sensibles. Como tantos otros se dejaron atravesar y transformar por el arte.
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