“El cine tiene algo mágico, premonitorio”. Penélope Cruz lo sabe bien. Lo dijo hace unos meses en el estreno de Madres Paralelas, en el Festival de Venecia. La que para muchos es la mejor actuación de su carrera es también su séptima película junto a Pedro Almodóvar, el director que, como dice la iberoamericana más famosa de Hollywood –y la primera española en ganar un Oscar–, le cambió la vida para siempre hace treinta años. Y en más de un sentido.
En realidad fue un poco antes. Era 1989, tenía 15 años y tuvo que mentir su edad para entrar al cine de Alcobendas, el pueblo a 13 kilómetros de Madrid en donde nació –el 28 de abril de 1974– y creció para torcer el prejuicio de que “ser actriz no era un sueño demasiado realista”, como contaría mucho después en el escenario del Kodak Theatre de Los Angeles al recibir el premio de la Academia por Vicky Cristina Barcelona (2008). En la cartelera estaba Átame, y al ver ese mundo de colores y mujeres con carácter entendió por primera vez que su sueño era posible: no sólo quería ser actriz, quería ser Victoria Abril.
Y sí, es cierto que todas las mujeres de su generación quisieron lo mismo, como en la canción, pero la diferencia es que Penélope –que se llama así porque su padre, Eduardo, era fanático de Joan Manuel Serrat– fue una chica Almodóvar de nacimiento. Esa explosión femenina que la conmovió desde el afiche en el cine de quien pronto se convertiría en su amigo y en el genio que impulsó su estrella, era lo más familiar del universo para ella.
Había crecido entre los espejos, secadores y tijeras de la peluquería de su madre, Encarna, que también llevaba su nombre: Salón Penélope. Y mientras fingía que hacía los deberes o se divertía lavando cabezas o cortándole el pelo a las clientas –un hobby que todavía practica con sus amigas, como Salma Hayek (a pesar de un reciente cortocircuito), y con ella misma–, observaba con atención a cada una de ellas. “Su comportamiento me cautivaba –dijo a Vanity Fair en 2009–. Ese lugar era como un psicólogo para ellas, compartían todos sus secretos”. Sin saberlo, ya ensayaba para ser musa del director que mejor entiende a las mujeres.
Los Cruz se arreglaban con “lo justo” para mantener a sus tres hijos: además de Penélope, la también actriz Mónica, y el cantante y compositor Eduardo (en pareja con la argentina Eva de Dominici). Pero eso no impidió que Pe se formara con los mejores profesores para perseguir su sueño: cuando la maestra de danzas del colegio de Alcobendas descubrió que no sólo bailaba, sino que interpretaba con enorme talento, le recomendó a Encarna que la anotara en el Conservatorio Nacional. Ahí tomó clases de ballet clásico por nueve años, a lo que sumó tres de ballet español, jazz e interpretación.
Tenía 14 cuando comenzó a presentarse a castings y no tardaron en elegirla. Primero para un videoclip de la banda pop del momento, Mecano. El tema, premonitorio también, era La fuerza del destino, y fue seleccionada para protagonizarlo entre 200 chicas. En la filmación conoció al que sería su primer novio importante, uno de los integrantes del grupo, Nacho Cano, con quien estuvo entre 1991 y 1996.
Después de aquello hizo algunas apariciones en televisión, y actuó en El laberinto griego (1991), de Rafael Alcazar. Pero la revelación en la gran pantalla fue de la mano de Bigas Luna, que la eligió como la Silvia de Jamón, Jamón (1992). Su amante en la ficción no era otro que Javier Bardem, con quien iba a casarse muchos años después. En esa película se vieron por primera vez; el cine comenzaba a anticipar su vida de maneras mágicas.
Y entonces, con 18 años, recibió el llamado que cambió su historia definitivamente. Almodóvar la citó en su oficina madrileña sólo para conocerla. Ella llegó nerviosa, una hora antes, “y no sabía si salir corriendo”. El le dijo que estaba preparando Kika (1993) y que no tenía un papel para ella, pero le hizo una promesa: “Eres muy pequeña, pero te llamaré en otra ocasión”. Y cumplió.
Ya se había hecho conocida en España por Belle Epoque, de Fernando Trueba, que ganó el Oscar en 1993, y por El amor perjudica seriamente la salud (1996), cuando Almodóvar volvió a llamarla. En 1997 se estrenaría Carne Trémula, donde Penélope tuvo un rol secundario pero memorable y, de nuevo, premonitorio en más de un sentido. Como en Madres Paralelas, en los primeros minutos del film, Cruz paría en cámara, aunque no en un hospital, sino en un colectivo y asistida por quien con el tiempo se convertiría en su suegra, Pilar Bardem. “Mi historia con Pedro comienza pariendo en un autobús –dijo Penélope en el último Festival de Venecia–, y con Pilar Bardem, es impresionante. Era como un anticipo de la vida que nos esperaba juntas: mi suegra, una de las abuelas de mis niños…”.
La madre de Bardem fue la matriarca de una familia de actores que murió el año pasado, poco antes del estreno de la película de Almodóvar. Penélope la adoraba tanto que, pese a su habitual hermetismo con respecto a su intimidad, le dedicó un emotivo posteo en su Instagram junto a un fotograma de esa secuencia de Carne Trémula. “¡Querida Pilar! Miro esta foto y me pregunto cuál habría sido nuestra reacción si alguien nos hubiese dicho en ese momento que el destino tenía maravillosos planes para unirnos más allá del cine. Que aquel parto con Pedro fue también un ensayo de la vida misma. ¿O quizás ahí las dos ya lo sabíamos?”, escribió entonces.
Abre los ojos, de Alejandro Amenábar, y también de 1997, fue un éxito absoluto de taquilla y terminó de consagrarla. Entonces rodó Todo sobre mi madre (1999) y el dúo creativo con Almodóvar se transformó en un grito que escuchó todo el mundo. Ella y Antonio Banderas abrieron el sobre que lo confirmaba como el ganador del Oscar a Mejor Película Extranjera. Y aquel “Peeeedroooo” de Penélope pasó a la historia.
Era 2000 y se iniciaba un romance con el público americano: ese año actuó en Las Mujeres arriba; al siguiente, en Blow, All the pretty horses, y Vanilla Sky, la remake de Abre los ojos. En ese rodaje conoció a Tom Cruise, que aún estaba casado con Nicole Kidman. Oficializaron su noviazgo seis meses después del divorcio de él. Dijeron que el affaire había empezado después de la película, cuando él la invitó a su cumpleaños: “Nunca me enamoro cuando estoy filmando. Lo hago después”, diría en 2008. Pero ya hablaba de Bardem, con quien se reencontró en el set de Vicky Cristina Barcelona, la película de Woody Allen por la que ganó el Oscar como Mejor Actriz de Reparto.
La relación con Cruise sólo duró dos años, pero ella siempre tuvo palabras amables con el actor y su familia, e incluso llegó a defender a la Cienciología, el culto del que Cruise es casi un mesías. Después vendría un noviazgo todavía más breve con Matthew McConaughey, a quien conoció filmando Sahara (2005), apenas un año antes del éxito de Volver, su siguiente colaboración con Almodóvar, que le valió el premio a la mejor interpretación femenina en el Festival de Cannes y también la convirtió en la primera española en ser nominada a un Óscar como mejor actriz principal.
El reencuentro con Bardem, después de los laureles de Hollywood, sería el del gran amor. Era su amigo, su compañero desde los comienzos, su primer amante de la ficción, el hijo de la mujer que la sostuvo mientras paría uno de los momentos definitivos de su carrera, el actor que admiraba y quería, el que había crecido con ella mucho más allá de España; y pronto sería también el padre de sus hijos, Leo (10) y Luna (8).
Se casaron en 2010 en la isla privada de Johnny Depp en las Bahamas. Bardem había rodado con él la saga Piratas del Caribe, y Penélope, Blow, y su amistad es tal, que el español fue uno de los testigos de la defensa en el juicio contra el actor fetiche de Tim Burton. Su vida como pareja y como padres se basa en la reserva absoluta de su intimidad, pero sobre todo, de la de sus hijos. También en compartir tiempo en familia: desde que nacieron los chicos, jamás aceptan proyectos a la vez, con excepción de Everybody Knows, que coprotagonizaron en 2018.
También les importa que Leo y Luna crezcan con los pies en la tierra. “Yo me he criado con dos padres que han tenido que luchar muchísimo para sacarnos adelante. Son los valores que yo he mamado –dijo ella hace poco en un programa de la televisión española–. Cómo me iba a imaginar yo las cosas que me iban a pasar a nivel profesional y a otros niveles. Muchos sueños que se han cumplido… Es una grandísima lotería”. Y es que en algún lugar de su esencia, la chica Almodóvar por excelencia sigue siendo la chica de Alcobendas.
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