A mediados de marzo de 1987 apareció un disco con una tapa en el que predominaba el negro y en la franja central una foto en blanco y negro de los cuatro integrantes en un paisaje desértico. Los irlandeses iban en busca de conquistar América con su quinto disco. Se habían tomado más de tres años para grabar el sucesor de The Unforgettable Fire. Pero este álbum los llevaría a otra dimensión. U2, con la aparición de The Joshua Tree, se convertía en la banda más grande del mundo.
En noviembre de 1985, los cuatro se reunieron en la casa del baterista Larry Mullen para trabajar en el siguiente disco. Sabían que querían superar lo hecho antes, que había una frontera que debían cruzar para no estancarse para conseguir que la discográfica siguiera confiando en ellos y para que la base de su público no se dispersara. Pero eran inquietos. Y no querían repetir la fórmula que les había resultado hasta el momento. En esas sesiones, en las que parecía que sólo calentaban motores, aparecieron las primeras versiones de With or Without You, Red Hill Mining Town y Trip Trough Your Wires.
Unos meses después, alquilaron Danesmoate House, una casa al pie de las montañas de Wicklow. Les costó convencer a los dueños de hacerlo. Creían que era el ambiente ideal para crear y para que el disco creciera. Allí día tras día trabajaron en los retazos de música que cada uno llevaba hasta convertirlos en las canciones inmortales que conformarían The Joshua Tree. Probaban algunas cosas, desechaban otras.
En ese sitio consiguieron un sonido especial. Los techos altos, las paredes centenarias, se convirtieron en una especial caja de resonancia. Otro cambio respecto a su experiencia anterior: grababan como si fuera en vivo, con los cuatro en el estudio y no cada instrumento por separado. Esa cercanía le dio más cohesión a las composiciones.
Esa casa de Wicklow resultó tan especial para ellos que tras el colosal éxito de ventas del álbum fue adquirida por Adam Clayton; en la actualidad vive en ella.
The Unforgettable Fire había salido tres años antes y los había hecho escalar en la consideración crítica y del público. Les había dado, también, su primer módico hit (no pasó del puesto 30) en Estados Unidos: Pride (In the Name of Love). Pero fundamentalmente, más allá de las giras constantes, fue la primera vez que Daniel Lanois y Brian Eno los produjeron. El avance en su sonido y en la construcción de las canciones fue evidente. Pero si el anterior estaba volcado al ambient, en este, su quinto trabajo, luego de tres años de madurez, la influencia estaría dada principalmente por Estados Unidos. Conocieron el país mientras giraban y se presentaban por todos lados defendiendo sus discos anteriores.
Durante mucho tiempo, los dos productores se alternaron. Una semana estaba Lanois, la otra Eno. La idea era que constantemente aparecieran nuevas ideas y que el otro creara a partir del trabajo ajeno sin estar influenciado por las intimidades del proceso. Una de las ocurrencias más extremas de Eno fue la de, sin avisar al resto, el de borrar las cintas con el trabajo de meses, para obligarlos a empezar de cero. Creía que el disco venía muy bien pero que para acceder a otra dimensión, una superior, le faltaba un profundo trabajo de reescritura y no sólo de corregir algunas cuestiones menores. Afortunadamente alguien lo convenció de no hacerlo.
El álbum sufrió varias postergaciones. La idea original era sacarlo a fines de 1986 para que estuviera entre los grandes lanzamientos navideños. Pero no se llegó. Island, la discográfica, les fijó el deadline unos meses más adelante. La fecha era inamovible. El disco debía estar en las bateas en marzo de 1987. La gira ya estaba diseñada y había demasiados compromisos asumidos. Trabajaron contrarreloj para cumplir con los plazos.
Convocaron también a Steve Lillywhite para que metiera mano en algunas canciones, para que pudieran llegar a las radios. La noche previa a la entrega del master hubo una discusión entre Lillywhite y The Edge, porque el guitarrista quería agregar unos coros en un tema. Pero ya no había tiempo. Llegaron a tener un repertorio de más de tres decenas de nuevos temas. Bono sugirió editar un álbum doble pero Eno y Lanois se opusieron. Querían que las grandes canciones estuvieran concentradas, que no estuvieran escondidas por otra más olvidables. Y tuvieron razón. De la lista original eligieron once canciones.
Pero no se ponían de acuerdo en su ordenamiento. Recordemos que eran tiempos de vinilos, de escuchas de discos enteros y la arquitectura de cada lado era un arte en sí mismo. Los cuatro integrantes sólo sabían que querían que Where The Streets Have no Names abriera el lado A y que Mothers of Dissapeared (la canción dedicada a las madres de los desaparecidos que explicitaba al Bono más comprometido políticamente) fuera la que cerrara el Lado B. Le pidieron a la cantante Kirsty McColl que estaba en el estudio por ser la esposa de Lillywhite que propusiera un orden. Apenas vieron la lista que confeccionó ella, todos la aceptaron: McColl terminó decidiendo el orden de los temas de uno de los discos más importantes de la década del ochenta.
El comienzo con la sucesión de Where the Streets Have No Name, I Still Haven´t Found What I looking For y With or Without You es uno de los grandes inicios de la historia del rock; se hace difícil imaginar muchos tríos de temas más potentes para abrir un disco.
Ese trío inicial continúa sorprendiendo treinta y cinco años después. Si uno las escucha de casualidad en la radio se detiene y se sigue maravillando como la primera vez. En especial se destaca With or Without You, que se convirtió en el primer tema de U2 en llegar a la cima del ránking norteamericano.
Trabajaron obsesivamente con Where The Streets Have No Name. Se fue transformando de a poco. “Al principio parecía Eye of The Tiger tocado por una banda de reggae”, contó Bono. Sabían que ahí estaba la clave, que el sonido del álbum se cifraba en ese tema. Brian Eno estimó que alrededor del 40% del tiempo de trabajo en el estudio se lo llevó esta canción.
El título original del disco, el que consideraban mientras lo planeaban, era The Two Americas. Surgía de esa dicotomía entre el Estados Unidos bombástico, espectacular y algo frívolo y el profundo, el del centro del país y sus raíces. Para ello tuvo mucho que ver el contacto de Bono con Keith Richards, Mick Jagger y otros grandes del rock que hicieron que prestara atención al blues y al country, géneros que hasta al momento habían pasado desapercibidos para el cantante. Todo era atravesado por la música irlandesa que habían escuchado desde chicos y que en ese momento había arribado al mainstream a través de los Hothouse Flowers y principalmente de Mike Scott y los Waterboys. Esa mezcla de influencias produciría un cóctel que seduciría al mundo.
Otro aspecto fundamental es que cada uno había madurado. Ya no eran los adolescentes de menos de veinte que no sabían bien qué música deseaban hacer y que habían grabado Boy siete años antes. Paul David Hewson le había dejado lugar a Bono: ese personaje que enfrentaba al público con aires épicos y seguridad y una gran voz. David Howell Evans, ya sin el pelo de las primeras grabaciones, se había transformado en The Edge.
La voz de Bono alcanza en este trabajo su punto máximo. Crooner y operístico al mismo tiempo sus interpretaciones le aporta gracia, drama y emoción a las canciones. Puede alternar entre lo altisonante y lo apagado; ligeramente agrietada pero poderosa parece dirigirse a conquistar el mundo.
Y eso fue lo que logró The Joshua Tree.
Para la tapa convocaron a Steve Averill, un artista gráfico de Dublin que se había encargado del diseño de los cuatro álbumes anteriores. Los músicos querían que la hubiera una imagen de Estados Unidos. Averill escuchó el disco completo y las ideas de los cuatro y partió a Estados Unidos una semana antes que el resto en busca de locaciones. Él hizo una selección previa y hacia allí partieron los cuatro U2 junto a él y el fotógrafo Antonio Corbijn. En un micro durante una semana viajaron desde el desierto de Reno hasta el extremo norte de California. Pasaron por desiertos, valles y ciudades fantasmas. En cada lugar hacían una sesión de fotos, confiando en encontrar lo que necesitaban. Tenían una idea, un concepto que los guiaba: la yuxtaposición del hombre con la naturaleza.
En el desierto de Mojave, Corbijn les habló del Árbol de Josué, The Joshua Tree. Les contó que así los llamaron los primeros pobladores a esos árboles enredados, bellos y resistentes, con un aura algo inquietante, que pululaban por la zona. El bautismo surgió porque se asemejaba a Josué levantando los brazos hacia el cielo para hablar con Dios. Esa misma noche, Bono le dijo a sus compañeros que el título del disco debía ser The Joshua Tree. Todos estuvieron de acuerdo. Al día siguiente mientras el micro atravesaba el desierto, Corbijn vio un árbol solo, en medio de la nada. Eso era lo que estaba buscando desde hacía más de 24 horas. Bajaron, hicieron una breve sesión de 20 minutos y siguieron su camino. Los cinco, el fotógrafo y los cuatro músicos, sabían que ya tenían la foto de la tapa del disco.
Supieron que no sólo habían encontrado la tapa de su nuevo trabajo, sino también el título definitivo.
El disco vendió más de 25 millones de copias. Ganó dos Grammy, varios Brti Award y premios MTV. Pero principalmente convirtió a U2 en el grupo más importante del mundo.
La gira posterior comenzó con 10 shows agotados en Estados Unidos, cinco en cada costa. Un largo tramo en Europa y el regreso triunfal a Norteamérica. 96 recitales en once países diferentes siempre con la capacidad rebalsada. Se convirtieron en una banda (invencible) de estadios en su primer gran tour.
Y ellos cuatro estaban preparados para encandilar e hipnotizar a las multitudes. Un espectáculo intenso, grandilocuente, majestuoso y al mismo tiempo sutil. En una época en la que triunfaban los sintetizadores y las canciones pop, U2 conquistó las cumbres del rock con The Joshua Tree. Ese lugar lo mantuvo por muchos años con sus transformaciones sorpresivas de principios de los noventa con Achtung Baby y Zooropa. El éxito no los hizo abandonar el camino del riesgo.
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