Fueron grandes rivales en el ajedrez. Sus interminables y memorables partidas tuvieron a sus respectivos hinchas en vilo. Anatoli Evgenievich Karpov y Garry Kimovich Kasparov son los rostros más reconocibles de ese deporte donde los movimientos no los hace el cuerpo, sino la mente. Fueron, son y serán, probablemente, junto con el norteamericano Bobby Fischer y el cubano Capablanca los dos mejores jugadores de la historia, los elegidos de siempre. Su mítica rivalidad durante las décadas del ‘80 y ‘90 traspasaron el tablero donde las piezas se comen entre sí, gana la partida el más estratega, el que se queda inmutable ante la movida de su competidor. Así como genios, también fueron personas muy temperamentales que llevaron sus diferencias más allá de las partidas.
Estas dos grandes leyendas retomaron en los últimos días su histórica rivalidad, pero no frente a frente, sino por la invasión de Rusia a Ucrania. El tablero voló por los aires como el puente ucraniano que un soldado hizo estallar para proteger su tierra y que terminó inmolándose. Con esta guerra propuesta por un dictador, los dos grandes representantes del ajedrez reavivaron un enfrentamiento que parece nunca haber terminado.
Siempre tuvieron dos maneras distintas de concebir el juego y la vida. Las diferencias eran de tal magnitud que fueron agravándose hasta el punto de convertirse en absolutamente irreconciliables. Hoy el contrapunto es más visible que nunca. La guerra que Vladimir Putin asestó contra Ucrania dejó blanco sobre negro las posiciones de Karpov y Kasparov. Están en distintas veredas, como cuando disputaban el campeonato mundial de ajedrez.
Dueños de los mejores ránking de la historia de la disciplina, ambos continúan jugando al ajedrez, pero tienen una actividad que les demanda mucho tiempo: la política. Mientras que el ruso Anatoly Karpov está en las filas cercanas a Putin, su archirrival Garry Kasparov, oriundo de Azerbaiyán, se ha posicionado en los últimos años como el gran opositor al régimen del presidente de la Federación Rusa.
Los grandes maestros del ajedrez se enfrentaron en cinco campeonatos mundiales. Sus logros dejan a más de uno con la boca abierta. Kasparov lleva la delantera con 21 victorias, pero Karpov no se queda atrás: con 19 triunfos está solo a dos partidas de su rival. La idea de Karpov fue promocionar el ajedrez, un deporte que había cobrado cada vez más adeptos, aunque con el tiempo se vio casi obligado a formar parte de los seguidores de Putin.
Hoy Karpov, diputado de la Duma Rusa, está recibiendo las sanciones que impuso la Unión Europea: de aquí en adelante -y quien sabe hasta cuando- se verá en problemas para transitar el territorio europeo. Las restricciones de la UE perjudican a 351 miembros de la Duma y a 27 funcionarios de alto rango ruso: uno de ellos es, justamente, el ex ajedrecista. El integrante del partido Rusia Unida de 71 años está viviendo una situación geopolítica de la que no se tiene recuerdo. Pero antes del horror que está dejando una guerra disparatada, Karpov supo aprovechar su condición de político para erigir 46 escuelas de ajedrez esparcidas por el mundo entero.
En la otra esquina, muestra las garras su archienemigo Kasparov, quien también dedica sus días a la política, aunque en su caso trabaja a favor de los derechos humanos y en contra del régimen de Vladimir Putin. Por ser un activista contra el régimen ruso, Kasparov estuvo preso un tiempo en 2007 e incluso llegó a hacer una huelga de hambre por temor a que los alimentos que debía comer estuviesen envenenados.
En medio de la guerra, Kasparov hablaba de Putin en sus redes sociales: “Esta es la serpiente que el mundo libre anidó en su seno, tratando a Putin como un aliado, un igual, mientras difundía su corrupción. Ahora ataca de nuevo, demostrando que no puedes evitar luchar contra el mal, solo puedes retrasarlo mientras eleva su apuesta. Gloria a Ucrania”. Desde su residencia de Nueva York, trabaja en pos de construir un mundo mejor y ante esta espantosa realidad no pudo quedarse callado. Criticó ferozmente al presidente Putin y también, de paso, reavivó su enfrentamiento contra su histórico rival.
Anatoly Karpov, o “Tolia“ como lo llamaban sus allegados, nació el 23 de mayo de 1951 en Zlatoust. Hijo de una humilde familia de trabajadores logró graduarse de economista en la Universidad de Moscú y como afiliado al partido comunista llegó a ser miembro del Parlamento y presidente del Fondo Soviético para la Paz. El ideal de hombre para el régimen. Fue el joven “elegido” para recuperar la corona y la hegemonía soviética en el mundo del ajedrez, tras la caída de Spassky ante el estadounidense Bobby Fischer, quien más tarde fue despojado del título por desavenencias con la FIDE. A partir de entonces, Karpov se convirtió en el duodécimo campeón mundial y durante diez años fue erigido como el mejor ajedrecista del mundo.
El 13 de abril de 1963 ocurrieron dos hechos importantes. Los sismógrafos de Bakú, la capital de Azerbaiyán registraron un terremoto, justo en el día del nacimiento de Harry Weinstein, hijo de Kim, un ingeniero judío y de Clara Shagenovna, una armenia, también ingeniera. La temprana muerte de Kim obligó a Clara a ser madre y padre a la vez. Sacrificó su carrera especializada en armas automáticas y se dedicó por completo a la educación de su único hijo, quien ya se destacaba por un don especial para jugar ajedrez. Quería que su hijo se convirtiera en campeón mundial.
Dado que el antisemitismo reinaba en las altas esferas del poder, Clara optó por cambiarle el nombre a su hijo por otro con fonética rusa. Le adaptó el apellido del abuelo materno y así, Harry Weinstein se convirtió en Garry Kasparov. Esa madre abnegada que quería un porvenir para Garry, lo acompañaba a la escuela de ajedrez del Palacio de Pioneros de Bakú; su primer profesor fue Oleg Privoretsky. Tras su primer día de estudio escribió un cartel que acomodó en la cabecera de la cama de su hijo. La frase era categórica: “Si no eres tú, ¿quién?”.
A los once años Kasparov ya atrapaba la atención de los especialistas, por lo que recibió una beca para viajar y estudiar en Moscú, con Mikhail Botvinnik, el “padre” del ajedrez soviético. A los 12 ganó el campeonato juvenil soviético frente a rivales de 18 años. A los 15 clasificó para jugar en el torneo superior de la Unión Soviética, con un asombroso resultado: finalizó noveno entre veinte participantes. Su futuro no tenía techo. En 1980, a los 18 años se consagró campeón mundial juvenil, en Dortmund, y un año después se alzó con el título de gran maestro. Dos años después se convertiría en una amenaza real para el reinado de Karpov. Las autoridades rusas tomaron nota.
El joven Kasparov empezó a tener problemas para viajar al exterior y participar en los torneos clasificatorios para el mundial. Sin amagues ni disimulo, la respuesta llegó del Jefe de departamento de ajedrez del Comité Deportivo, Nikolai Krogius: “Por el momento la URSS tiene un campeón mundial y no necesitamos otro”. Con su habilidad para mover las piezas, Kasparov entendió de qué se trataba esa frase contundente y comenzó a jugar con Mijail Gorbachov, Alexander Yákoviev y Heydar Aliyeb, el presidente de Azerbaiyán y miembro del Politburó soviético.
Garry empezó a militar a favor de la perestroika y empuñó las “banderas del cambio” contra la burocracia del antiguo régimen, obteniendo todo el respaldo político que necesitaba. A los 21 años, en 1984, fue proclamado el ajedrecista que desafiaría el título que nadie lograba arrebatarle a Karpov. La experiencia de sus 33 años le daba cierta ventaja a Karpov, pero desentonaba frente a la vehemencia del jovencísimo Kasparov, de solo 21. Al campeón mundial le faltaba un punto para retener el título y ganarle por paliza, con un 4 a 0, a su rival.
Kasparov, al borde al abismo, sabía que solo podía dar vuelta el partido con un milagro. Pero apareció su viejo maestro, Mikhail Botvinnik, quien se acercó y le dijo al oído: “Garry, no tienes nada que demostrar; juega a no perder; tu resistencia física es mayor que la de Karpov”. La frase calmó su ansiedad y la historia cambiaría para siempre. A partir de ese momento, el interés mundial de cada jugada impulsó a la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, a participar de la inauguración del match. La actividad en Londres transcurrió normalmente, hasta que, una vez llegado a Rusia, los rumores llegaron hasta el mismo Kasparov: “En tu equipo alguien le filtra información a Karpov”.
Kasparov y su mamá sospecharon de Gennadi Timoschenko, uno de sus analistas que había abandonado su posición en Londres, debido a un supuesto llamado del cuartel del ejército, en Novosibirsk. Además, su amigo personal, y jefe de analistas, Alexander Nikitin, descubrió a uno de sus colaboradores, Yevgueni Vladimírov, copiando en un papel (algo prohibido) los análisis de varias partidas. En principio, el tema se resolvió con un llamado de atención, pero cuando Karpov ganó tres juegos consecutivos e igualó el match en 9,5, se desató una verdadera “guerra de los espías”.
Con el tiempo pudieron zanjar el encono que ambos tenían. Cuando Kasparov fue encarcelado, Karpov fue quien lo visitó en la prisión. Garry nunca olvidó ese gesto: “Siento que estoy en deuda con él, no sólo por su actitud de ir a la cárcel, sino también por haberme creado -sentenció-. Es que sin Karpov nunca habría existido Kasparov”.
Ahora, una guerra sin sentido los volvió a enfrentar.
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