¡Cómo miente Vladimir Putin para asesinar a Ucrania! Miente la geopolítica actual y miente la historia contemporánea. Y miente que quiere negociar, y se sienta a parodiar un intento de acuerdo mientras sus bombas y su metralla caen sobre objetivos civiles, sobre familias que huyen, sobre millones de refugiados. Es difícil acordar con quien te quiere de rodillas.
Los centenares de chicos muertos en Ucrania, van a pesar ya no en la conciencia de Putin, de dudosa existencia, sino en la conciencia de una izquierda cómplice que calla, otorga y se escuda en la tontería encubridora de proclamar “No a la guerra”. ¿Alguien le diría sí a la guerra? No es la guerra a la que hay que condenar, sino la invasión rusa a Ucrania y el genocidio planificado por Putin, del que nadie habla.
Ese deber ser, esa sospechosa corrección política que mide por milímetros cada palabra y cada sentencia, también alimenta cierto idiotismo histórico que desaconseja comparar a Putin con Hitler. O, lo que es lo mismo, Putin puede decir que Ucrania es nazi, pero los ucranianos no pueden decir que Putin es Hitler. Vamos bien.
¿Cómo miente Putin? Dice que Ucrania habilitaba el expansionismo de la OTAN, como si Ucrania no fuese una nación soberana y dispuesta a labrar su propio destino. En realidad, los ucranianos padecen el expansionismo del Kremlin, que no los ha dejado vivir en paz a lo largo de la historia.
Ucrania es Rusia, dice Putin, fue creada por Lenin inmediatamente después de la Revolución Rusa de 1917. No es verdad. Lenin no creó nada. Ucrania se declaró emancipada cuando abdicó el zar Nicolás II y esa decisión le cayó gordísima a los bolcheviques, y en especial a Lenin que, en vez de “crearla”, intentó destruirla. Esta es la historia y no la que cuenta Putin.
A fines de la Edad Media ya existía un idioma ucraniano, de raíces eslavas, vinculado al ruso y al polaco, pero diferente a los dos. Los ucranianos tenían su propia comida, sus propias costumbres, sus tradiciones, sus leyendas, sus héroes y villanos, ese andamiaje cultural que es parte de la identidad de una nación. Durante la mayor parte de su historia, esa tierra rica, es el granero de Rusia y de parte de Europa, siempre fue colonia de los imperios europeos. En su momento pertenecieron a la mancomunidad Polaca-lituana, que las heredó del Ducado de Lituania en 1569.
Y antes, esas tierras hoy arrasadas por Putin, que las hace rusas a su conveniencia, fueron el corazón del Rus de Kiev, una federación de tribus eslavas orientales de finales del siglo IX y hasta mediados del siglo XIII; un reino casi mítico del que también formaron parte los vikingos, que abarcaba desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro, con capital en la hoy asediada Kiev, y que rusos, bielorrusos y ucranianos consideran como ancestral. No es un dato menor.
Ucrania tiene más de mil años de antigüedad, mal que le pese a Putin.
El imperio zarista la hizo suya por la fuerza a finales del siglo XVIII, lo que gestó un fuerte sentimiento nacionalista que intentó salvaguardar lengua, la cultura, la identidad, la memoria y hasta el épico espíritu rebelde de los cosacos. Eso es lo que Putin llama hoy nazismo. El simplismo putinesco, si se acepta el neologismo, dice que todo nacionalismo es nazi, menos el mío, que es ruso y tiende al bien.
La Revolución Rusa triunfante de Lenin, que no es la que logra que el zar abdique en marzo de 1917, sino la que da un golpe de estado en octubre contra el gobierno provisional de Alexander Kerenski, derivó, además de en la creación de un estado sangriento, en que polacos, finlandeses, estonios, letonios y lituanos, georgianos y armenios, entre otros, buscaran su emancipación de aquel imperio zarista que los había sojuzgado y ahora se había hundido. Al mismo tiempo, en 1917 Rusia era derrotada por los alemanes en la Primera Guerra y Lenin firmó de manera veloz la paz con aquel enemigo, sospechados ambos de complotar para derrocar al zarismo. Ese era el contexto en el que Ucrania creó, en junio de ese año, una Rada, una asamblea, que proclamó su autonomía del gobierno central, cualquiera fuese. Poco después, nació un gobierno autónomo presidido por Volodimir Vinnichenko.
Lenin hizo lo mismo que hizo Putin: mintió. Si Putin, antes de invadir Ucrania, dijo que no habría invasión, Lenin celebró el germen independentista ucraniano, con un pero. Dijo el 5 de diciembre de 1917: “Hoy presenciamos un movimiento nacional en Ucrania y decimos: somos partidarios sin reservas de la libertad total e ilimitada del pueblo ucraniano. (…) Pero extendemos una mano fraternal a los trabajadores ucranianos y les diremos: con ustedes lucharemos contra su burguesía y contra la nuestra”.
O, lo que es lo mismo, celebramos la independencia de Ucrania, pero no se la crean. De esto, Putin dice nada. Y tampoco dirá nada sobre lo que reveló el historiador francés Stéphane Courtois: trece días después del mensaje de Lenin, “Pravda”, el diario oficial de la revolución, publicó un “Manifiesto al pueblo ucraniano” en el que Lenin amenazaba ya con la destrucción de Ucrania y no con los meros “vientos de guerra” que cita hoy la tontería que es cómplice de Putin. Dijo entonces Lenin: “Acusamos a la Rada de Ucrania de realizar, bajo la apariencia de frases patrióticas, una política burguesa de doble trato que se ha expresado durante mucho tiempo en la negativa a reconocer los soviets y el poder de los soviets en Ucrania (…). Este doble juego, que impide reconocer a la Rada como representante plenipotenciaria de las masas trabajadoras y explotadas de la República de Ucrania, la ha llevado en los últimos tiempos a tomar medidas que, de hecho, eliminan cualquier posibilidad de acuerdo”.
Si no quedaban claras sus intenciones, Ucrania podía ser independiente pero debía reconocer el poder de los soviets, Lenin lanzó una amenaza disfrazada de ultimátum: “En caso de que no se reciba una respuesta satisfactoria (se refería a planteos e interrogantes hechos por los bolcheviques) dentro de las próximas 48 horas, el Consejo de Comisarios del Pueblo considerará a la Rada de Ucrania en estado de guerra declarada contra el poder soviético en Rusia y Ucrania”.
Como Putin hoy, Lenin decía entonces: Ucrania, te vamos a atacar y probablemente destruir. Pero por tu culpa.
El 25 de diciembre de 1917 Lenin hizo proclamar una República Soviética de Ucrania en la hoy bombardeada ciudad de Jarkov, y la reconoció de inmediato. Tal vez sean estos los planes de Putin. El 8 de febrero de 1918, los Guardias Rojos se apoderaron de Kiev: a menos de dos meses de tomar el poder, Lenin ya había declarado la guerra a una nación a la que había reconocido su derecho a la libertad.
Desde entonces el poder soviético combatió a Ucrania, intentó borrar su identidad para “rusificarla”; implantó en su territorio dominios pro rusos, a los que Putin acaba de reconocer como estados independientes; la sitió por hambre entre 1931 y 1934, lo que provocó la muerte de entre cinco y siete millones de personas, asesinó a otros millones durante el Gran Terror desatado por José Stalin entre 1937 y 1938 y, en los años siguientes, ahogó en sangre cualquier intento ucraniano nacionalista, pero en especial antisoviético, de alzar una cabeza orgullosa que hoy corre el riesgo de ser decapitada.
Esas son las fuentes de las que bebió Putin. Sólo que no las recuerda.
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