“Malaysia 370 contacta con Ho Chi Minh 120, buenas noches”. La voz del comandante Zaharie Ahmad Shah les llegó fuerte y clara a uno de los operadores del control aéreo vietnamita. “Buenas noches Malaysia 370″, respondió el controlador.
Eran exactamente la 1:20 de la madrugada en el huso horario correspondiente a la República Socialista de Vietnam cuando el 8 de marzo de 2014 -hace hoy ocho años- quedó registrada la última comunicación del vuelo MH370 de Malaysian Airlines que se dirigía desde Kuala Lumpur, en Malasia, a Beijing, China, con 212 pasajeros y 17 tripulantes a bordo.
A partir de ese momento no se supo más de él y, con la desaparición del avión -un Boeing 777, considerado uno de los más seguros del mundo- se inició un misterio aún no resuelto, plagado de hipótesis contradictorias, búsquedas fracasadas, hallazgos parciales, sospechas de restos plantados, una teoría de terrorismo, otra de suicidio y hasta una versión de abducción extraterrestre.
Lo único cierto ocho años después es que no sabe casi nada y que los pocos restos e indicios encontrados distan mucho de explicar qué fue lo que realmente pasó. Por eso se lo considera el mayor misterio de la historia de la aviación comercial.
Un vuelo corto
El Boeing 777-200ER, modelo 2H6ER, de Malaysia Airlines despegó en horario, a las 00:41 de la madrugada, del Aeropuerto Internacional de Kuala Lumpur. El vuelo -designado con el código MH370 de la aerolínea malaya y con el CZ748 por China Southern Airlines- tenía un tiempo estimado de cinco horas y media hasta aterrizar en su destino, el Aeropuerto Internacional de Beiging.
Se trataba de un vuelo rutinario -ese trayecto, ida y vuelta, se realizaba más de una vez al día- en una de las aeronaves de pasajeros más confiables del mundo. Hasta ese día, el Boeing 777 tenía uno de los mejores records de seguridad de la aviación. Desde su primer vuelo, en junio de 1995, solo se registraban dos incidentes graves protagonizados por ese modelo. En enero de 2008, 47 pasajeros resultaron heridos cuando cristales de hielo en el combustible del vuelo 38 de British Airways le hicieron perder potencia y aterrizar de emergencia en el Aeropuerto de Londres-Heathrow. En julio de 2013, tres pasajeros murieron y 181 resultaron heridos cuando un error del piloto causó el aterrizaje forzoso del vuelo 214 de Asian Airlines en la aproximación final al Aeropuerto Internacional de San Francisco. La mayoría de los expertos en aviación coincidía en que el 777 de Boeing era un avión casi perfecto en materia de seguridad.
Cuando el piloto se comunicó a la 1:20 con el control aéreo del Aeropuerto de Ho Chi Minh, en Vietnam, el avión aparecía en el radar colando sobre el Mar de China, a pocos kilómetros de la frontera con Malasia. Minutos después su señal desapareció de las pantallas. A las 2:40, los controladores vietnamitas avisaron a Malaysian Airlines que el avión estaba desaparecido.
El vuelo MH370 no emitió ninguna señal de socorro, ni reportes de mal tiempo ni de problemas técnicos y cuando se comunicó por última vez tenía combustible para casi ocho horas de vuelo, más que suficiente para llegar a su destino. Después de volar sobre Vietnam, el Boeing debía entrar en los espacios aéreos de Tailandia y de China. Nunca pasó por ahí.
Las operaciones de búsqueda comenzaron casi de inmediato, primero con aeronaves y barcos chinos y malayos; en los días siguientes una decena de países más aportarían recursos para buscarlo.
Ni un rastro. El Boeing 777 de Malaysian Airlines se había esfumado.
La pugna por las causas
Cuando se produce un accidente aéreo, las tareas de búsqueda y rescate de sobrevivientes -en los pocos casos en que los hay- y de los restos del avión tienen prioridad absoluta, pero paralelamente comienza otro proceso, menos dramático y visible, que consiste en establecer las causas del desastre.
Por eso, en general el trabajo de los peritos de los organismos oficiales, nacionales e internacionales, que intentan determinar lo que pasó se ve entorpecido por un juego subterráneo de intereses que intentan volcar la balanza para el lado de su conveniencia.
En muchos casos, aún antes de que los expertos puedan analizar el contenido de las cajas negras del avión -hay dos-, las declaraciones de los fabricantes de la aeronave, los responsables de los últimos aeropuertos que tocó y los voceros de la línea a la que pertenece suelen apuntar en direcciones diferentes.
Las razones son evidentes: si la catástrofe se debió a un atentado terrorista, la mayor responsabilidad recaerá sobre la seguridad del aeropuerto del que despegó el avión y tendrá consecuencias para el país donde se encuentra. En cambio, si se trató de una falla mecánica, fatiga de materiales o un defecto de construcción, los fabricantes o la aerolínea -en algunos casos los dos- deberán rendir cuentas. Por último, si el desastre se produjo por un error del piloto o de la tripulación -una falla humana- será la compañía que lo puso al comando del avión la que tendrá que responder por lo ocurrido.
Hay mucho dinero en juego. En este contexto, cada accidente aéreo es mucho más que la caída de un avión y su saldo en vidas perdidas: se transforma en una compleja partida de ajedrez cuyo resultado tiene consecuencias económicas, políticas y corporativas.
Para todo esto, son necesarias las pruebas -cajas negras, comunicaciones desde y hacia el avión, análisis de los restos del accidente, registros de seguridad de los aeropuertos, imágenes satelitales, entre muchas otras-, pero en el caso del vuelo MH370 no había casi nada.
Muchas hipótesis, ninguna certeza
Las investigaciones -no fue una, sino varias- avanzaron con lo que tenían y pronto aparecieron algunos datos, a veces apenas indicios, que permitieron elaborar algunas hipótesis.
La revisión a fondo del registro de pasajeros, comprobando sus identidades más allá de la documentación con la que había embarcado, arrojó un primer dato sospechoso. Dos de ellos habían utilizado pasaportes que resultaron falsos. Uno pertenecía a un ciudadano austríaco y otro a un italiano que tiempo atrás habían denunciado los robos en sus países de origen. Las dos personas que embarcaron con esos pasaportes -cuyas identidades siguen siendo un misterio- habían comprado los boletos de avión en la misma agencia y al mismo tiempo, una razón más para sospechar.
Si los dos sujetos eran terroristas dispuestos a inmolarse, las posibilidades eran tres: que hubieran hecho estallar el avión con un artefacto explosivo que no fue descubierto por la seguridad del aeropuerto de Kuala Lumpur, que hubieran intentado tomar el avión para perpetrar un atentado similar al de las torres Gemelas, o que desde el mismo interior del avión hubieran hackeado las computadoras de vuelo para hacerlo caer. No era imposible, pero por lo menos dos de los tres casos, el piloto o el copiloto habrían tenido tiempo de dar un aviso y eso no había ocurrido.
Otra hipótesis apuntaba a que el avión había sido derribado por un misil. Se sospechó que, por razones desconocidas, el avión se había acercado en demasía -fuera de su ruta- a la isla Diego García, en el Océano Índico, donde los Estados Unidos tienen una base misilística. Ante la presencia de un avión desconocido y el temor a que se tratara de un intento de estrellarlo contra la base, le habrían disparado con un misil. El gobierno estadounidense desmintió enfáticamente la versión, pero como en el caso del vuelo 007 de Korean Airlanes derribado por un misil soviético en septiembre de 1973, cuando se trata de un escenario de guerra, la primera víctima es la verdad.
Otras dos hipótesis esbozadas en un primer momento bordeaban el delirio. Según una, el piloto había desviado el avión y lo había aterrizado en un lugar desconocido para ser utilizado en un atentado terrorista en el futuro. La otra proponía que el Boeing 777 había sido abducido por un OVNI y que por eso no se encontraban sus restos.
La teoría del piloto suicida
Con el correr de los meses, entre todas las teorías hubo una que fue cobrando cada vez más fuerza: el piloto malayo Zaharie Ahmad Shah, a quien varios compañeros habían notado deprimido porque su mujer lo había abandonado, había estrellado deliberadamente el avión contra el mar para suicidarse y llevarse con él a otras 238 personas.
Para hacerlo -según esta hipótesis- el piloto se habría desviado de la ruta para luego bajar 12.000 metros y despresurizar la cabina, dejar a los pasajeros inconscientes -lo que explicaría que nadie hubiera enviado un mensaje de auxilio- y dejar al avión en piloto automático para que cayera al mar una vez agotado el combustible. Para que se acabara el combustible habría marcado en el piloto automático un “vuelo en circuito de espera”, o dicho más sencillo, dejó al avión dando vueltas y vueltas en el aire hasta que se apagaron los motores.
En la casa de Zaharie Ahmad Shah, los investigadores habían encontrado algo inquietante que les permitía sustentar la posibilidad del suicidio del piloto. El comandante tenía un simulador de vuelo en el que había ensayado la ruta Kuala Lumpur-Beijing, rutas alternativas y también un vuelo en circuito de espera.
Unos pocos restos
El 24 de marzo de 2014, es decir 16 días después de la desaparición del vuelo, un satélite chino detecto los posibles restos de un avión en el Océano Índico, a 2.500 kilómetros de la ciudad de Perth, muy por fuera de la ruta del vuelo MH370. Al día siguiente, otro satélite detectó dos más, a casi mil kilómetros de distancia de los anteriores. No se pudo recuperar ninguno de ellos, porque, según los registros satelitales, estaban hundidos a más de 4.000 metros de profundidad.
Un mes después se pudieron recuperar otros restos flotando en el Índico, pero ninguno correspondía al avión.
En julio de 2015 aparecieron otros restos -entre ellos un flap- en la costa de la isla Reunión, esta vez sí pertenecientes al Boeing 777 de la aerolínea malaya, pero por su ubicación hubo sospechas de que habían sido llevados allí y plantados. Otro ingrediente inquietante se agregó así al misterio.
La búsqueda de Godfrey
En noviembre de 2021, cuando el caso parecía abandonado más allá del hallazgo casual de algunas piezas que podría ser o no parte del avión, el ingeniero británico Richard Godfrey anunció que había descubierto un nuevo método para localizar al Boeing 777 desaparecido.
Explicó que había combinado diferentes conjuntos de datos para alinearlos con una nueva ubicación, a 2.000 kilómetros de Perth, en Australia Occidental. El punto exacto determinado por sus cálculos de datos estaría alrededor de 33 grados al sur y 95 grados al este en el Océano Índico. “Nadie había tenido la idea antes de combinar los datos satelitales de Inmarsat, con los datos de rendimiento de Boeing, con los datos oceanográficos de los escombros flotantes, y otras informaciones más que no fueron tenidas en cuenta”, dijo.
El ingeniero aseguró que llevaba más de un año haciendo “muchas pruebas de esta nueva idea y hemos ganado la confianza para aplicarla al MH370″. Según su investigación, dijo, “luego de volar sobre la costa de Sumatra, estuvo 22 minutos a la espera antes de dirigirse hacia el sur. Ese tiempo puede haber sido el que alteró los cálculos de la búsqueda de los restos del avión en el Indico y por eso no lo encontraron. Ahora podemos hacerlo”. Y terminó: “La búsqueda será muy costosa. Habrá que conseguir financiación”.
Mientras Godfrey sigue esperando que alguien aporte el dinero para emprender la búsqueda, hasta hoy se han encontrado 33 posibles piezas de Boeing 777 en seis diferentes países, en aguas o tierras que en algunos casos están separadas por miles de kilómetros. En no todos los casos se tiene la certeza de que pertenezcan al avión perdido de Malaysian Airlines.
A ocho años de su desaparición, lo que realmente ocurrió con el vuelo MH370 se ha transformado en el mayor misterio de la historia de la aviación comercial. Un enigma que parece estar muy lejos de ser resuelto.
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