La enorme casa de varias plantas, color tiza y de techo de pizarra gris oscuro, estaba ubicada en medio de unas relajantes colinas verdes, en el exclusivo barrio Federal Heights de la ciudad de Salt Lake City, en el estado norteamericano de Utah.
Esa tarde del miércoles 5 de junio de 2002 había sido la ceremonia de fin de clases en el colegio secundario Bryant. Cuando la familia Smart volvió a casa, los chicos se prepararon para irse a dormir a sus habitaciones. Edward, el padre, chequeó que las puertas estuvieran cerradas, pero no activó la alarma. No parecía necesario. Además, como sus hijos solían ir al baño por la noche, en muchas ocasiones, el movimiento la disparaba despertando a todos.
Pagarían caro la confianza.
Elizabeth Smart de 14 años compartía su cuarto con una hermana menor, Mary Katherine, de 9. Después de charlar un rato, ambas se durmieron en la seguridad de su cuarto, envueltas en sus colchas, al resguardo de su casa protectora y con sus padres a solo unos pasos de distancia.
Una ficción que en breve volaría por los aires.
Alrededor de las 2 de la mañana Elizabeth se despertó. Algo le presionaba la garganta. Era un cuchillo. Abrió los ojos y distinguió en la oscuridad a un hombre blanco, de pelo oscuro y con una gran barba, íntegramente vestido de negro. ¡¡Ouch!! llegó a decir, pero el intruso le susurró amenazante que se quedara quieta y no gritara si no quería que las lastimara. Su hermana también se había despertado, pero aterrada simuló estar dormida. La voz les sonó familiar.
El hombre le exigió a Elizabeth que saliera de la cama. Mary Katherine pispeó con los ojos entrecerrados y creyó ver que él tenía un arma de fuego. Estaba frizada por el horror. Era la única testigo de cómo ese hombre se estaba llevando a su hermana. Escuchó crujir las maderas del piso mientras los pasos de ambos se alejaban. Temblando solo atinó a meterse debajo de su propia cama. Esperó con el corazón desbocado, tenía mucho miedo de que ese sujeto malo volviera para buscarla.
Demoró casi dos horas en reaccionar, vencer el pavor y salir de su escondite para avisarle a sus padres lo sucedido. El secuestrador tenía ya mucha ventaja.
Mary Katherine los despertó y les dijo que un señor barbudo se había llevado a Elizabeth. Edward no entendía. Primero creyó que su hija estaba teniendo una pesadilla. Cuando logró despabilarse fue corriendo hasta el cuarto de las chicas. Era verdad, Elizabeth no estaba. Entró en las otras habitaciones y tampoco. En el piso de abajo observó el mosquitero rajado de una ventana.
Ya estaba completamente despierto y la adrenalina corría por su cuerpo. Lo que decía Mary Katherine era cierto. Alguien había raptado a Elizabeth.
Llamó al 911 a las 4.01 de la madrugada.
Poco después se disparó la alerta de menor sustraída y la noticia comenzó a circular por radio y televisión.
La familia ofreció una recompensa de 250 mil dólares y la policía 10 mil dólares más.
Una legión de voluntarios formada por 700 personas más 25 policías y el FBI encabezaron la búsqueda.
Las pistas que llegaron eran muchas. Tenían un llamado por minuto. Pero no condujeron a nada.
En medio de la angustia y la locura Edward Smart tuvo que ser hospitalizado por el estrés que estaban atravesando.
Una idea solidaria que resultó mal
Elizabeth Ann Smart nació el 3 de noviembre de 1987 en Salt Lake City, Utah. Era la segunda de seis hermanos de una familia muy religiosa. Sus padres Edward y Lois Smart los educaron como parte de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Elizabeth concurría al colegio Bryant Middle School y era fanática de la música. Era aplicada, sensible, había sido criada con valores estrictos y tocaba el arpa con mucha habilidad. Pero, por sobre todas las cosas, era una chica alegre y feliz.
Muchas veces, mirando hacia atrás, hay pasos que no quisiéramos haber dado. Eso fue lo que le pasó a Lois Smart, la madre de Elizabeth cuando, en el otoño de 2001, mientras paseaba por el centro de la ciudad con Elizabeth, vio a un hombre pidiendo limosna.
La pobreza la conmovía. Se acercó al mendigo y charló con él. El hombre que decía llamarse Emmanuel estaba bien afeitado y limpio. Sintió pena, le dio un billete de 5 dólares y le preguntó si estaba dispuesto a hacer algún trabajo para ganarse el sustento. El mendigo le dijo que sí. Lois le contó que necesitaba reparar el techo de su casa. Él aceptó y quedaron que haría el trabajo en noviembre. Así fue que Emmanuel terminó pasando unas jornadas reparando el techo de la gran casona de los Smart.
Sin que nadie se percatara, él enfocó su perversa mirada en la segunda hija de la familia.
El destino de Elizabeth había sido sembrado.
Lois se arrepentiría por siempre de su gesto.
El camino del horror
Minutos después de ser secuestrada, mientras la adolescente era arrastrada por su captor en medio de la oscuridad, un auto de policía pasó muy cerca de ellos. A punta de cuchillo, la obligó a tirarse al piso: “Si te movés te mato acá mismo”, le dijo con voz sibilante.
Elizabeth no dijo nada, pero había reconocido a su secuestrador. Era aquel mendigo rescatado por su madre, que meses atrás les había reparado el techo. Él la empujó a trepar montaña arriba, no se veía nada, hasta que llegaron a una especie de improvisado campamento en el centro de un bosque.
Allí los esperaba Wanda Barzee, la mujer de ese hombre que ella creía se llamaba Emmanuel, pero que en realidad era Brian David Mitchell. Mitchell se autoproclamaba predicador de la palabra divina y se hacía llamar, también, Isaiah.
Esa mañana, en medio de una desquiciada ceremonia que condujo Wanda, cautiva y captor fueron “casados”. Luego, vino lo peor: él le dijo que había llegado el momento de consumar el matrimonio. Elizabeth no sabía muy bien de qué le estaba hablando ese tipo, qué podía significar aquello que le decía. Pronto lo entendería.
Estaba a menos de 5 kilómetros de su anterior vida, de sus adorados hermanos y sus padres, pero ya nada se parecía a lo que conocía. Desde ese lugar, en su nueva y espantosa realidad, los días siguientes llegó a escuchar las voces de quienes la buscaban.
Mitchell, que decía experimentar “revelaciones religiosas” y expresaba su deseo de tener hasta 350 esposas, empezó a violarla. Lo hacía hasta cuatro veces al día. Elizabeth no quedó embarazada porque todavía no había menstruado. La encadenaban a un árbol. Pasaba frío y hambre. Muchas veces le daban basura para comer. Fue obligada a tomar alcohol hasta emborracharse y a ver pornografía todos los días.
La realidad para ella empezó a desdibujarse. El temor hizo el resto. Mitchell le repetía: si se le ocurría escapar o pedir ayuda, la mataría. Mitchell la violaba en una carpa a la que la pareja llamaba “El altar de Emmanuel”.
Años después, Elizabeth contó en una entrevista: “Recuerdo cuando me obligaban a tomar alcohol. Una vez me hicieron tomar tanto que vomité, perdí el conocimiento, y ellos me dejaron tirada allí toda la noche, y cuando me desperté a la mañana siguiente todavía tenía la cara y el pelo pegados al suelo, y se reían, y ella se reía tanto como él, si no más que él. La sensación que ella irradiaba: era oscura, malvada”.
Tres meses después, en septiembre de 2002, Mitchell, Wanda y Elizabeth subieron a un ómnibus con destino a California. Llegaron a la ciudad de San Diego. Allí se pasaron varios meses más moviéndose entre campamentos y hogares para gente sin recursos. Comían los tres en refugios para los sin techo.
Fue entonces que Mitchell volvió a intentar secuestrar a otra chica más. No tuvo suerte.
Muchas veces la joven estuvo en sitios públicos. Ellos la vestían con ropa blanca de pies a cabeza y le tapaban la cara con un velo. Nadie se fijaba en ella. Aunque lo hubieran hecho ella estaba seteada por el miedo a Mitchell: jamás se animaría a pedir ayuda.
Búsqueda frenética
Mientras Elizabeth vivía su calvario, su familia atravesaba la angustia asfixiante de no poder dar con su paradero. ¿Estaría viva?¿La habrían matado? ¿Dónde podría estar?
Mientras tanto los detectives de homicidios no descartaban nada ni a nadie. Tanto Edward, su padre, como otros miembros de la familia fueron sometidos a un detector de mentiras.
El 14 de junio la policía arrestó al primer sospechoso en el caso: Richard Ricci, de 48 años. Este delincuente que estaba en libertad bajo palabra había trabajado en la casa de los Smart. Les había robado joyas y dinero, y había hecho lo mismo en otras casas del barrio. Ricci aseguró no saber nada de la adolescente. No le creyeron.
El 24 de julio de 2002 sucedió otro hecho inquietante: la policía fue llamada a la casa de la hermana de Lois Smart. Una prima de Elizabeth, Olivia Wright de 15 años, se había despertado cuando un hombre intentaba cortar el mosquitero de su ventana. Reaccionó rápido y el hecho quedó trunco, pero el temor de las familias de la zona se exacerbó. Estaban siendo acechadas por un perverso que eludía a los investigadores policiales.
Nadie podía saberlo, pero ese hombre que pretendió repetir la operación de un secuestro nocturno, ¡era el mismo que tenía cautiva a Elizabeth! En realidad Mitchell había decidido raptarla porque había escuchado a Elizabeth hablar de ella y sabía que era su amiga más cercana.
Las novedades siguieron sucediendo mientras más de seis mil pistas eran revisadas.
En agosto, los hermanos de Elizabeth volvieron al colegio. A pesar de todo, la vida debía continuar.
El 30 de agosto, Ricci, el sospechoso detenido, tuvo un ACV en prisión y murió. Pero la policía seguía pensando que podía ser el culpable.
En octubre por presión de la familia las cosas llegaron hasta el presidente Bush que alentó personalmente para que se implementaran los sistemas rápidos de alertas en las desapariciones de menores.
El poder del recuerdo y de la televisión
El 12 de octubre de 2002, a cuatro meses del secuestro, la niebla mental de Mary Katherine sobre lo sucedido aquella noche empezó a disiparse.
De pronto, la pequeña puede recordar al captor de su hermana. La traumática madrugada se deshiela y ella se da cuenta de que ese sujeto era el mismo que les había reparado el techo meses antes. Su voz le retumba en la memoria. Se lo dice a su familia y la policía comienza una nueva búsqueda luego de confeccionar un identikit. Pero no encuentran a Emmanuel y no saben su nombre real.
Lo cierto es que, para entonces, Mitchell ya se ha trasladado con su mujer y con Elizabeth a California.
El 3 de noviembre de 2002 es el cumpleaños número 15 de Elizabeth. La familia está desesperada. Van cinco meses sin noticias sobre ella.
En enero de 2003, Mary Katherine y los otros cuatro hermanos de Elizabeth, son entrevistados por Jane Clayson, del programa 48 Hours Investigates de la CBS. Los Smart están apostando fuerte para producir algún avance. El 3 de febrero, la familia decide jugar su carta más agresiva. Publicar y difundir el rostro dibujado de ese hombre que alguna vez dijo llamarse Emmanuel… Llegan así al programa America‘s Most Wanted (Los más buscados de América) que conduce John Walsh, un hombre que ha vivido en carne propia el drama de un secuestro que terminó mal, el de su propio hijo Adam de 6 años.
El programa de tevé salvaría a Elizabeth.
Apenas emitido el episodio donde se mostró la cara dibujada de su captor, llegan las llamadas telefónicas. Los hijastros de Mitchell lo identifican claramente con nombre y apellido. La persona es Brian David Mitchell.
Había que encontrarlo. Ahora, las autoridades, corren con ventaja: todo el país conoce su cara y su nombre.
Al mismo tiempo que sucede esto, Mitchell y Wanda empiezan con el divague de pretender trasladarse a Boston o a Nueva York. Elizabeth les dice que Dios querría que volvieran a la ciudad de Salt Lake City. Increíblemente sus dichos surten efecto. Convence a la lunática pareja. Emprenden el regreso haciendo dedo.
Fue en el estado de Utah, en la ciudad de Sandy, muy cerca de Salt Lake City, que dos parejas observan al estrafalario trío caminando por la calle. Empujan carros donde llevan bolsas de dormir, los tres tienen puestas pelucas y las dos mujeres, además, usan unos sucios velos.
Nancy y Rudy Montoya, fanáticos del programa de televisión, apenas los ven se comunican con el 911. Anita y Alvin Dickerson, la otra pareja, también han visto el programa de America‘s Most Wanted y alertan a las autoridades. Nancy dijo después: “Era increíble. Estaban en la calle principal ¡a un tiro de piedra de la comisaría!”.
El programa de tevé tenía entonces una audiencia de más de diez millones de espectadores y se habían dado dos capítulos sobre Elizabeth. La difusión había sido crucial.
Es el 12 de marzo de 2003. A la una de la tarde llegan los policías y rescatan a la adolescente. Es Elizabeth Smart. La joven tan buscada… ¡está viva!
La llevan en un patrullero hasta la comisaría de su barrio en Salt Lake City. Donde, avisados de la buena nueva, su familia la espera con ansiedad.
La historia que había comenzado un miércoles terminaba otro miércoles. Inesperado final feliz.
Abusos y charlas con los ángeles
El 16 de noviembre de 2009, después de miles de idas y vueltas sobre la salud mental para definir si los acusados eran o no competentes para ser juzgados, Wanda Barzee llegó a un acuerdo para declararse culpable por colaborar en el secuestro de Elizabeth Smart y le pidió perdón públicamente a la familia. En mayo de 2010, el juez la sentenció a pasar 15 años en prisión.
Mitchell, por su lado, fue juzgado por secuestro y reiterados asaltos sexuales. Los peritos psiquiátricos le diagnosticaron desórdenes de la personalidad, era antisocial y narcisista.
Curiosamente, Mitchell provenía, como su víctima, de un hogar mormón. Era el tercero de seis hijos. En la adolescencia se volvió tan problemático que terminó viviendo con su abuela. Se casó por primera vez a los 19 años y tuvo a sus dos primeros hijos. Se separó y se convirtió en miembro activo de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y dejó de consumir drogas por un tiempo. En 1981 Mitchell se casó por segunda vez con una mujer con tres hijas. Con ella, tuvo dos hijos más que terminaron viviendo en hogares de tránsito. Mitchell hablaba demasiado de Satanás y habría abusado de sus hijastras. Su mujer lo denunció en la Iglesia, dijo que sospechaba de los abusos, pero le recomendaron que lo dejara pasar. Fue imposible la convivencia y se separaron. Enseguida, llegó el tercer matrimonio de Mitchell: eligió una divorciada con seis hijos llamada Wanda Barzee. El entorno de la pareja los veía normales, pero dentro de la casa todo era un desquicio. Mitchell se comportaba de una manera cada vez más excéntrica y radical y sostenía que hablaba con los ángeles. Los hijos de Wanda no aguantaron y se mudaron con familiares. En los años ´90, Mitchell cambió su nombre a Emmanuel y rompió definitivamente con la Iglesia. Anunciaba visiones apocalípticas, usaba una barba larga y una túnica. Wanda se llamaba a sí misma “Adoratriz de Dios” y se consideraba su discípula. Luego, llegó el delirio del secuestro.
La valentía va al estrado
Elizabeth, que al momento del juicio estaba en una misión mormona internacional en París, Francia, volvió temporalmente a la ciudad. Quería dar su testimonio. En su conmovedora declaración dio detalles sobre los abusos sexuales que sufrió durante esos nueves meses y de las condiciones horrorosas de su cautiverio. Contó, además, que una vez estuvo a punto de ser rescatada en una librería por un detective, pero reconoció que tuvo tanto miedo que no pudo pedirle ayuda.
Wanda Barzee testificó contra su marido. Dijo que él manifestaba el deseo de secuestrar mujeres jóvenes y relató cómo preparó el campamento para recibir a Elizabeth aquel día.
Mitchell (hoy tiene 68 años) fue encontrado culpable de todos los cargos y en mayo de 2011 condenado a dos cadenas perpetuas. Elizabeth no se privó de decirle en la cara: “Sé que sabés que lo que hiciste está mal. Me quitaste nueve meses de mi vida que nunca me podrán ser devueltos. Pero en esta vida o en la próxima, tendrás que hacerte responsable por tus acciones, espero que estés preparado para cuando lleguen esos tiempos”.
Wanda que, al momento de su condena, ya llevaba siete años de cárcel, en 2018 quedó en libertad bajo palabra con 72 años. Para acceder a esto tuvo que cumplir dos requisitos: registrarse como delincuente sexual e inscribirse en un programa para tratar enfermedades mentales.
Cuando liberaron a Wanda, Elizabeth, quien tenía ya 30 años, dijo mortificada: “Creo sinceramente que es una amenaza. Se trata de una mujer que tenía seis niños, y aún así conspiró para secuestrar a una niña de 14 años y no solo se sentó al lado de ella mientras estaba siendo violada, también animó a su marido a que continuara violándome. Se sentaba junto a mí mientras él me estaba violando y un lado de su cuerpo tocaba el mío. Así que no había ningún secreto, ella sabía lo que estaba pasando. Era retorcida, malvada”.
Jamás serás vencida
Elizabeth demostró tener un carácter excepcional. Se despegó de su situación de víctima y comenzó a actuar. Quería encontrar un sentido a lo vivido. No pensaba quedarse quieta. El 8 de marzo de 2006 habló en el Congreso de los Estados Unidos para apoyar una ley sobre los predadores sexuales y la instrumentación del Alerta AMBER, un protocolo que se instrumenta hoy cuando hay un menor desaparecido. Presentó libros, dio conferencias y habló de cómo sanar las heridas de las víctimas. En 2009, en la Conferencia de Mujeres de California, disertó sobre cómo superar los obstáculos de la vida. En 2011, creó una fundación que lleva su nombre para combatir la violencia sexual. Su idea fue siempre brindar esperanza y terminar con la victimización y la explotación sexual con prevención y recursos legales. Ese mismo año, Elizabeth fue distinguida con el premio Diane von Furstenberg Award. La cadena ABC News anunció que ella trabajaría como comentarista en temas que tuvieran que ver con la desaparición de personas.
En 2013, escribió sus memorias, Mi Historia, que fueron publicada por St. Martin‘s Press. Su padre también escribió un libro llamado Bringing Elizabeth Home (Trayendo a casa a Elizabeth). Hubo películas, varios documentales y más libros basados en su historia.
Un lugar para el amor
Pero la vida de Elizabeth no se agotó en su faceta como activista. Fue en París, en 2011, mientras llevaba a cabo su misión religiosa paralelamente al juicio a Mitchell, que Elizabeth conoció a un escocés llamado Matthew Gilmour.
El 18 de febrero de 2012, luego de un año de noviazgo, se casaron en la isla de Oahu, en Hawái, en una ceremonia privada en el templo Laie Hawái. El festejo se realizó en el hotel Turtle Bay Resort, donde estaban alojados frente al mar. Los invitados fueron doce familiares. Gilmour se casó vestido con la tradicional falda escocesa: usó la kilt de su propio padre que había muerto de cáncer cuatro años antes. La novia de 24 años estaba radiante y sonriente. Ese día todos intentaron olvidar el capítulo amargo de su vida.
Ella le explicó después a la revista People que habían elegido la isla de Oahu para la ceremonia para evitar el acoso mediático. La pareja tuvo tres hijos hasta la fecha: Chloé en 2015, James en 2017 y Olivia en 2018.
En mayo de 2013, en un discurso sobre el tráfico de personas en la prestigiosa universidad Johns Hopkins, Smart puso sobre el tapete la necesidad de disipar los mitos que rodean estos casos. Habiendo sido repetidamente violada Elizabeth recordó el impacto destructivo que eso tuvo en su psicología y cómo la hizo sentir que ya no valía nada: “Yo pensé, oh mi dios, soy como un chicle usado, nadie vuelve a mascar un chicle usado, solo lo tirás a la basura… Así de fácil, sentís que ya no valés nada… ¿por qué haría la diferencia ser rescatada? Tu vida no tiene valor”.
Por eso Elizabeth insiste en trabajar sobre la autoestima para poder dejar de mirarse como una víctima. En la educación, dice, está la clave.
En febrero de 2014, testificó en la casa de representantes de Utah a favor de crear una currícula para los colegios que provea entrenamiento a los chicos para prevenir los abusos sexuales.
En 2015 participó en un video donde explicó cómo su religión la había ayudado a atravesar el horror y a sanar.
En 2016 trabajó para el true-crime show Crime Watch Daily. Y en 2017, en el aniversario número 15 de su secuestro, Lifetime puso en el aire Yo soy Elizabeth Smart, un filme narrado y producido por ella.
Elizabeth era una máquina en acción. En 2018 escribió otro libro al que tituló There ‘s Hope: Healing, Moving Forward, and Never Giving Up (Hay esperanza: sanando, moviéndome hacia adelante y jamás dándome por vencida).
Al año siguiente, en un vuelo de la compañía Delta Airlines regresando a su casa en Utah, tuvo una nueva mala experiencia. Se había dormido, pero se despertó con la mano de un pasajero masajeando la parte interna de su muslo. Dormir parecía ser un problema para la pobre Elizabeth. Esta vez estaba entrenada y era una adulta: reaccionó rápidamente y no solo reportó el incidente sino que lanzó un programa de técnicas para defensa personal para mujeres al que llamó Smart Defense (en español sería Defensa inteligente).
El 5 de enero de este año Elizabeht anunció en una conferencia de prensa que su fundación se unió con otra llamada Malouf Foundation. Está convencida que la unión hace la fuerza y que juntos conseguirán más cambios para combatir la explotación sexual infantil, el tráfico y el abuso online.
Elizabeth, una abanderada de la causa, está decidida a hacer valer su experiencia y, también, a disfrutar de su vida. Lois Smart al día siguiente del milagroso rescate de su hija le dijo muy seriamente: “No dejes que esta gente te robe ni un minuto más de tu vida”.
Elizabeth entendió el mensaje y siguió el consejo de madre. No dejó que el horror ahogara su futuro; ni apagara el brillo de sus pupilas; ni anidara en ningún rincón de su esqueleto. Así consiguió una vida productiva y lo más parecida a aquella felicidad que había sabido tener.
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