“Su mirada azul podría congelar el agua; su mirada lasciva sugiere sus propios terrores”, dijo sobre él la crítica de The New York Times Manohla Dargis cuando lo definió como “el villano de película perfecto” después de su actuación como el psicópata que amedrentaba a Rachel McAdams en el thriller psicológico Red Eye (2005). Christopher Nolan ya había visto eso en Cillian Murphy cuando se presentó al casting de Batman Inicia (2005). Su altura (1,75m) para ese papel no era suficiente. El actor lo supo cuando se calzó el traje: “Había demasiado espacio para mí. Y sabía que Christian Bale también estaba haciendo pruebas y pensé ‘¿Qué hago yo aquí?’. Pero fue divertido, es algo interesante que contarle a tus hijos”.
El hoy líder de la pandilla criminal de Peaky Blinders –la serie de Netflix que arranca este domingo su última temporada–, más allá del tamaño del traje, audicionó para el papel de Batman y no fue elegido: la personificación del hombre murciélago quedó en manos de Christian Bale. Pero Nolan supo de inmediato que ese irlandés de ojos helados no era su superhéroe, sino su supervillano: el Espantapájaros.
mide 1,75 m, una altura promedio para los hombres, para el rol de Batman resultaba escasa. El mismo lo comprobó al probarse el traje del hombre murciélago. “Había demasiado espacio para mí. Y sabía que Christian Bale también estaba haciendo pruebas y pensé ‘Obviamente, él debería interpretar a Batman’. ¿Qué hago yo aquí?’. Pero fue divertido, es algo interesante que contarle a tus hijos. Además, de ahí salió otra cosa”.
“Tiene los ojos más extraordinarios. Me la paso inventando excusas para que se saque los anteojos en los primeros planos”, le dijo por entonces el director a Spin magazine. Batman Inicia fue un éxito de crítica y taquilla, con una recaudación de casi US$100 millones y también el primer batacazo de un chico formado en el teatro que venía de un pueblo católico de las afueras de Cork, en Irlanda, donde la máxima atracción era la iglesia que le daba el nombre: Ballintemple (“el pueblo de la Iglesia”). No había sido educado como villano, sino en los preceptos de la religión familiar y de los hermanos del colegio de curas en el que hizo la secundaria.
Es cierto que durante la mayor parte del colegio tuvo problemas de conducta, pero cuando estaba en cuarto año descubrió que podía canalizar esa energía por medio de sus inclinaciones artísticas. Probó con las clases de actuación en Corcadorca, la compañía de teatro de Cork, y por primera vez se sintió “verdaderamente vivo”, aunque en esa época su mayor ambición era convertirse en una estrella de rock. Cantaba y tocaba la guitarra en una banda que formó junto a Páidi, uno de sus tres hermanos; y hasta les ofrecieron un contrato para grabar cuatro álbumes que el dúo rechazó porque les parecía poca plata a cambio de los derechos de “sus peculiares temas y sus solos interminables”, como él mismo los definió. Podían permitírselo; a diferencia de la infancia de privaciones de su Thomas Shelby de Peaky Blinders, Cillian creció en una familia relativamente acomodada: su padre trabajaba en el departamento de Educación de su distrito, y su madre era profesora de francés.
En 1996, a los 20 años –nació el 25 de mayo de 1976–, Murphy entró a la Facultad de Derecho de Cork, pero no aprobó un solo examen. Alguna vez explicó que ni siquiera se lo propuso, realmente no quería ser abogado. Ya había desistido de la idea de dedicarse a la música, pero el bichito de la actuación que le había picado en el colegio se acrecentó después de ver una obra de su profesor del Corcadorca y tuvo su primer papel importante junto al club de drama amateur de la Universidad. Sin embargo, su motivación por esos días era, según contó más tarde, la de muchos otros chicos de su edad: “Ir a fiestas y conocer mujeres”.
Así fue como consiguió entrar oficialmente a Corcadorca, donde actuó en varias obras y llegó a irse de gira por Europa, Australia y Canadá con Disco Pigs, que también fue adaptada al cine y le valió los primeros elogios de la prensa especializada. Así llegaría también su debut cinematográfico en 28 días después (2002, Danny Boyle), donde hizo de un sobreviviente de una pandemia que despertaba perplejo y desolado en un nuevo mundo después de un coma.
Su capacidad actoral sin duda era deslumbrante, pero lo que le daba el phisique du rol ideal para el papel, era su aspecto. Lo que la directora de casting había encontrado en él no era muy distinto de lo que luego vieron Nolan y Dargis: “Murphy era tímido en el set, con una tendencia a mirar ligeramente por fuera de la cámara, con un tipo soñador y algo falto de energía, como si flotara, que era fantástico para la película”. Por ese trabajo logró su primera nominación como Revelación Masculina en los MTV Movie Awards de 2004.
Volvió al cine con su compatriota Colin Farrell en la comedia negra Intermission (2004), que se convirtió en ese momento en el film independiente de origen irlandés de mayor recaudación en la historia. Y la crítica volvió a hablar de sus ojos gélidos: “Su intensidad es totalmente creíble; sus miradas delicadas, junto a su talento y expertise, son lo que hace que hoy la gente lo señale como el nuevo Farrell de Irlanda, aunque en una versión más sobria”, dijo el Herald Tribune.
En efecto, Murphy es una rara avis en Hollywood, a donde nunca quiso mudarse: no tiene agente, ni un entorno cerrado que lo acompañe a todas partes, y suele vérselo solo y con impecable estilismo –fue nombrado entre los 50 Mejor Vestidos de GQ en 2015– en las premières. Casi no da entrevistas (hasta hace una década se negaba incluso a ir a programas de televisión para promocionar sus películas), detesta las alfombras rojas, y asegura que practica intencionalmente una vida que no le interesa a los tabloides.
“No genero controversias, no me acuesto con nadie por ahí, no me caigo borracho en lugares”, le dijo a The Sunday Times en 2004.
Ese mismo año se casó con su novia de toda la vida, la artista visual Yvonne McGuinness, a quien conoció en un show de su banda en 1996. Vivieron juntos en Londres hasta 2015, cuando se instalaron en Dublin con sus hijos, Malachy (que nació en diciembre de 2005) y Aran (en julio de 2007).
Hasta hace poco, ninguno de los dos chicos, hoy adolescentes, estaba familiarizado con el trabajo de su padre, más allá de saber que era actor. Ni Murphy ni su mujer querían exponerlos a la violencia de los papeles que suele desempeñar. Lo que saben de su padre es que es ese tipo afable que disfruta del tiempo en casa, con ellos, y encuentra placer “en sacar la basura y ser parte del día a día en familia”.
Alguna vez dijo que sus amigos del ambiente son los irlandeses Farrell, Jonathan Rhys Meyers y Liam Neeson –a quien llama su padre cinematográfico–. Pero también que sus más cercanos son los que estaban ahí antes de que se hiciera conocido.
“Mi vida es surreal. Hay que darse cuenta de la suerte que tenés y no darla por hecha. Este es un negocio difícil y ya estar trabajando es un mérito. Por eso amo volver a Cork y estar con mis amigos de siempre. Con ellos nunca hablo de la industria, porque no nos parece un asunto importante. No es relevante entre amigos que se conocen desde los diez años”, le dijo hace tiempo al Irish Independent. Poco más se sabe de su vida privada salvo eso: que prefiere reservarla para su intimidad.
Tal vez lo anterior contribuyó a su halo de misterio. Nadie sabe bien qué esconden sus ojos de hielo, esos capaces de “cortar diamantes”, como los describe la revista Night and Day. Cuando Nolan descubrió su perfil más oscuro, le llovieron las nominaciones como mejor villano. El crítico del New Yorker David Denby escribió después de Batman Inicia: “Tiene una mirada angelical que puede tornarse siniestra; es uno de los monstruos más elegantemente seductores del cine reciente”.
La sensación era unánime. Ese lugar de ángel negro le valdría muchos otros trabajos: de nuevo como el Espantapájaros –o la mismísima representación del miedo– en la trilogía de El caballero de la noche, de Nolan (con quien también hizo Inception, en 2010, y Dunkerque, 2017); como el temible soldado del IRA Damien O’Donovan en la premiada The wind that shakes the barney (2006), de Ken Loach; o, más recientemente, como el sobreviviente perturbado de A quiet place II (2021).
Pero, contra todo pronóstico, Murphy nunca se dejó encasillar. Probó su versatilidad como una mujer trans irlandesa en la comedia dramática Desayuno en Plutón (2005), la película con la que Neil Jordan intentó reivindicarse ante la comunidad después de El juego de las lágrimas (1992). Se preparó montándose y yendo a clubs de crossdressers, aunque una vez más, ya llevaba en el cuerpo lo que se requería: su look andrógino era insuperable y verlo transformarse en una drag rubia en la pantalla parecía absolutamente natural.
En cambio sí tuvo que forzar su apariencia para la interpretación que lo metió desde 2013 en las casas del gran público, como el jefe gángster de Birmingham en Peaky Blinders (el final de la quinta temporada tuvo 3,84 millones de espectadores). No sólo el acento “brummie”, casi imposible de imitar, que ensayó hasta la obsesión yendo a los pubs locales, donde grababa a los habitués –”Íbamos a tomar unas Guinness y todos cantaban canciones del Birmingham City y contaban historias que yo registraba en mi iPhone. Y cuando llegaba a casa, rastreaba cada acento y los probaba. Le dejaba mensajes a Steve (Knight, el creador de la serie británica) imitándolos para que se fijara lo cerca que estaba”–, sino su figura, hasta entonces más bien desgarbada, que tuvo que cambiar radicalmente para mostrarse más fuerte.
Ese fue otro sacrificio que le exigió el rol de Thomas Shelby: tuvo que dejar de ser vegetariano luego de veinte años sin comer carne para sumar proteínas a su dieta.
“Yo no era una persona físicamente imponente, no lo soy. Y tengo que comer muchísimas proteínas y levantar muchísimo peso para lograrlo. Todo eso me lleva tiempo, y lo detesto”, confió a Radio Times en una de sus últimas notas, en las que aún mantiene a rajatabla aquello de hablar sólo de su vida profesional. Ahora se prepara para encarnar a Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, en la última producción de Nolan para Universal (que se estrenará en julio de 2023), basada en el libro ganador del Pulitzer American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin.
Es un hecho extraño, pero Murphy ha logrado instalarse en el medio con sus propias reglas, siempre alejado de la carnicería de los tabloides, jamás revelando nada que no quisiera. No hay que descartar que la clave de ese triunfo personal también esté escrita en su mirada. Ciertamente, sabe que es más fuerte que el acento local y el entrenamiento a la hora de volver creíble el poder de su criatura más famosa: “Es la manera en la que mira a las personas. Esa quietud, su frialdad, lo que los paraliza”.
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