Era dueña de los ojos más bellos del Hollywood. Magnéticos, inclasificables, legendarios. Violetas. Elizabeth Taylor marcó un antes y un después en la industria cinematográfica. Su paso por la pantalla grande la convirtió en el emblema de Hollywood. Una estrella irrepetible que brilló tanto como los diamantes que amaba como nadie.
Elizabeth Rosemond Taylor, que nació el 27 de febrero de 1932 en Hampstead, Londres, fue la menor de los dos hijos de Francis Lenn Taylor y Sara Sothern, ambos estadounidenses que decidieron ir a vivir al Reino Unido. Su padre era un marchante de arte y su madre, una actriz que dejó los escenarios en 1926, cuando se casó con el su esposo en la ciudad de Nueva York. Cuando “Liz” cumplió siete años, la familia debió dejar el país porque la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de estallar. El destino: Los Ángeles, la cuna de las celebridades de Hollywood.
Alentada por su madre, la actriz se presentó a su primer casting. Su aspecto angelical y el precoz talento en el arte de la interpretación despertaron rápidamente el interés de los ejecutivos de la industria. A los nueve años consiguió su primer rol en There’s one born every minute y a los once le llegaron dos grandes oportunidades con las inolvidables Alma rebelde y Lassie: La cadena invisible, que le valieron el título de celebridad infantil.
Elizabeth Taylor era una estrella con todas las letras. Con un carisma incomparable para la época, generaba la admiración en sus colegas y enamoró al gran público global. Desde muy joven saboreó las mieles de alcanzar la cima del éxito y terminó consagrándose como una de las mujeres más admiradas de Hollywood y en uno de los íconos más reconocidos del cine internacional.
Tres cosas sorprendían de la diva: lo bien que olía, ya que no salía de casa sin perfumarse, su baja estatura (1.57 m) para ser una estrella y sus ya míticos ojos color “violeta”. Esa belleza singular encuentra una explicación en la ciencia: era fruto de una deformación natural, una mutación en el gen FOXC2, que derivaba en una doble fila de pestañas, lo que le otorgaba una mirada inigualable y un profundo tono azulado, que anexado a su cabello negrísimo, produciría ese efecto “violeta”.
La mutación que le otorgó a la actriz esa doble hilera de pestañas parece haber sido un regalo “venenoso” del destino, ya que pudo haber contribuido a su historial de problemas coronarios.
El actor Roddy McDowall contó que el primer día de rodaje de Lassie, los productores la miraron y ordenaron: “quiten a esa niña del set, tiene mucho maquillaje, mucha máscara en los ojos”. Y Taylor contestó: “¡no es maquillaje, soy yo!”.
Después de haber participado en algunas comedias de escasa calidad, fue 1950 el año en el que alcanzó su primer éxito comercial con El padre de la novia. Entre las décadas del ‘50 y ‘60 la industria de Hollywood ganó prestigio por las interpretaciones de “Liz” en Gigante, La gata sobre el tejado de cinc y en Cleopatra, película que por aquel entonces sería la más cara de la historia, participaciones en las que supo explotar con destreza su inquietante atractivo sexual.
Con Una mujer marcada, de Daniel Mann, consiguió su primer Oscar y a partir de ese galardón empezó a ponerse en la piel de mujeres de personalidad compleja que se enfrentaban a situaciones difíciles, un estilo que iba a sentar los cimientos a lo largo de toda su carrera, donde se sentía cómoda y atraída por esos trajes que le quedaban como hechos a medida. Su interpretación en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Mike Nichols, le valió su segundo Oscar. Ese film fue el detonante para que la diva le de un giro de 180 grados a su carrera: vestirse de una mujer alcoholizada, de lengua filosa y que ha dejado atrás la juventud, le permitió mostrar otras facetas de su personalidad.
Amores contrariados
Según la polémica biografía de Darwin Porter y Danforth Prince sobre Taylor, “Liz” habría tenido su primera relación a los 12 años con el actor y director John Derek, aunque -se dice- que fue con Peter Lawford con quien habría perdido la virginidad. Los rumores sostenían que a los 15 años Taylor tuvo romances con Ronald Reagan y John F. Kennedy, y más tarde con Marlon Brando, Montgomery Clift, Raniero de Mónaco, Tony Curtis, Paul Newman y Frank Sinatra, de quien -se publicó- quedó embarazada y el cantante la obligó a abortar.
A los 17 años se casó con Conrad “Nicky” Hilton, el matrimonio solo duró nueve meses por el “juego, la bebida y el carácter abusivo” del heredero de la famosa cadena de hoteles. La estrella de Hollywood se casó ocho veces. Su segundo casamiento fue con Michael Wilding, 20 años mayor que ella, padre de sus dos primeros hijos, Christopher y Michael Jr. Años más tarde la actriz lo mencionaría como uno de los tres amores de su vida, junto con Burton y las joyas. Su tercer marido, el productor Mike Todd, murió en un trágico accidente de avión, apenas solo un año después de que ambos vivieran una exótica boda en Acapulco. De ese matrimonio nació su hija Frances Elizabeth.
Tras la muerte en el accidente de avión de su segundo marido, su mejor amiga, Debbie Reynolds le pidió a su esposo, Eddie Fisher que consolara a la viuda y secara sus lágrimas. Fisher empezó alentando a que “Liz” superara ese trance, pero terminó enamorándose de ella. Debbie empezó a sospechar la infidelidad de su marido y la traición de su amiga. Lo confirmó cuando llamó a Elizabeth al Plaza Hotel de Nueva York, haciéndose pasar por la secretaria de Dean Martin. ¿Quién contestó? Su marido. Para colmo, escuchó de fondo la voz de Taylor que le preguntaba: “¿Quién llama, querido?”. Fue uno de los escándalos sentimentales más resonantes de la historia del cine. A partir de esa situación le endilgaron la fama de “robamaridos”.
Cleopatra fue un hito en la vida de Elizabeth Taylor: alcanzó la cima de su carrera y conoció al amor de su vida: Richard Burton. Fue el destino, claramente. El rol para interpretar a la reina egipcia había sido pensado para la actriz Joan Collins. Después sonaron los nombres de Susan Hayward, Audrey Hepburn, Gina Lollobrigida y Sophia Loren, pero no se concretó con ninguna. Fue recién entonces cuando “Liz” se convirtió en número puesto para interpretar el personaje.
No fue nada fácil convencer a Taylor de que aceptara el papel. Al parecer, la actriz era reacia a aceptar la propuesta, motivo por el cual pidió una suma descomunal, que la producción aceptó. Un millón de dólares debían pagarle para que Taylor se pusiera el traje de Cleopatra. Así, “Liz” se convirtió en la primera estrella de cine en recibir esa cantidad de dinero por un solo film.
Un párrafo aparte merece el romance con Richard Burton. En el rodaje de Cleopatra, el hechizo fue instantáneo. Aunque la primera escena conjunta, el actor estaba tan estropeado tras una de sus habituales noches de fiesta, que le temblaban tanto las manos que ni podía sostener una taza de café. “Tuve que ayudarle a acercársela a la boca, y eso me enterneció -recordaría “Liz” sobre aquella escena-. Pensé Vaya, pues si resulta que es humano… tan vulnerable, dulce, tembloroso y de risita fácil”. Una conquista un poco extraña, pero práctica, ya que en los años siguientes las resacas serían inseparables de la vida de ambos.
La primera boda de Burton y Taylor fue en 1964, en Montreal, con una ceremonia privada y escasos invitados. La novia lucía un vestido amarillo de gasa realizado por su diseñadora de confianza Irene Sharaff, el pelo recogido con jacintos y lirios y un llamativo collar, regalo de Richard, quien dio un escueto comunicado: “Elizabeth Burton y yo somos muy felices”. Se separaron 10 años después, en 1974. La relación estuvo plagada de escándalos y grandes discusiones, que se arreglaban con costosos regalos de Burton, casi siempre joyas.
Al año y medio del divorcio, Burton y Taylor se volvieron a casar en 1975, aunque la pareja duró siete semanas. Con sus ocho bodas Elizabeth batió el récord en Hollywood en número de maridos, igualada sólo por Zsa Zsa Gabor. Tiempo después entró en su vida John Warner, quien la condujo a la depresión y, finalmente, su último amor fue destinado a un obrero de la construcción, Larry Fortensky, con quien estuvo cinco años.
Elizabeth Taylor era dueña de una de las mayores colecciones de joyas del mundo. Su amor por la alta joyería comenzó con Burton, que le regalaba piezas carísimas, como el diamante amarillo Krupp y la Perla Peregrina, del siglo XVI, que perteneció a la Corona española y fue vendido en11,8 millones de dólares y la pieza Taj Mahal, un diamante que fue vendido en 10,5 millones de dólares. Sin embargo, la ganadora del tercer Oscar que ganó como premio humanitario, ven 1994, reconocería que las joyas solo sirven para lucirlas. “Nunca podrás encontrar consuelo en un diamante, ni tampoco los diamantes te arroparán por las noches, pero son espectaculares cuando brilla el sol”.
La actriz, después de la muerte de su amigo Rock Hudson, en 1985, se había comprometido en la lucha contra el Sida. “En ese momento la furia se apoderó de mí y me dejó temblando de rabia. Pensé que todo el mundo en la ciudad estaba hablando acerca del Sida, dando un estigma muy marcado a esta enfermedad... me enojé mucho porque nadie estaba haciendo nada. Y en vez de ponerme a despotricar, pensé, ‘¿Qué puedo hacer?’”.
Fue la cofundadora de la Fundación Estadounidense para la Investigación sobre el Sida y también la artífice de la Fundación Elizabeth Taylor del Sida. Por esta lucha que abrazó hasta el final recibió un galardón honorífico de la Academia de Hollywood. También galardonada con el premio Princesa de Asturias, en 1992, el mismo año en que participó de un show tributo a Freddie Mercury, para concientizar sobre la enfermedad.
Elizabeth falleció el 23 de marzo de 2011. Después de su muerte, su colección de joyas fue valuada en 100 millones de euros y se subastó en la casa Christie´s de Nueva York, para recaudar fondos contra el Sida, como quería la actriz. Como herencia a sus cuatro hijos, dejó una fortuna de más de 1.000 millones de dólares en cuentas corrientes, propiedades y joyas. Fue una de las 14 mujeres en el mundo que lograron amasar esa cantidad por méritos propios.
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