Hacía mucho frío en Angarsk, Siberia, la noche del 26 de enero de 1998. El invierno ruso pegaba fuerte en esa ciudad pensada por Stalin en tiempos de la Unión Soviética como un polo industrial a más de cinco mil kilómetros de Moscú, pero esa noche no quedó marcada por sus bajas temperaturas sino como la del fracaso de la policía rusa para atrapar al mayor violador y asesino de su historia cuando lo tenía al alcance de la mano.
El viento helado no amilanó a la joven que los archivos policiales identifican como Svetlana M., de 17 años, a la hora de ir a divertirse. Salió de su casa poco después de las nueve de la noche y empezó a caminar hacia un bar del centro de la ciudad cuando un policía detuvo su patrullero, le preguntó a dónde iba y se ofreció a llevarla. El uniforme y el rostro bonachón del agente, un hombre que para su edad era muy mayor, le dieron confianza y aceptó.
Svetlana fue encontrada a la madrugada, inconsciente al costado de una ruta que atravesaba el bosque por una pareja que volvía de una fiesta. Cuando despertó dijo que un policía la había llevado al bosque, la obligó a desnudarse y después la estrelló de un empujón contra un árbol. No recordaba nada más. En el hospital confirmaron que había sido violada; en la comisaría, cuando le mostraron las fotos de todos los uniformados que trabajaban allí, reconoció a uno y lo señaló.
Una patrulla fue a buscar al agente Mijal Popkov a su casa, donde lo encontró durmiendo. La esposa del sospechoso, Elena, aseguró que había pasado allí, con ella, toda la noche. Los policías le creyeron: se trataba de un colega y la víctima, seguramente confundida por el shock, seguramente se había equivocado al señalarlo. Después de todo, cualquiera podía conseguir un uniforme policial en el mercado negro.
Para enero de 1998, Mijail Popkov tenía 33 años, llevaba seis violando y matando mujeres en Angarsk. La policía no conocía la identidad del asesino que, por la brutalidad de sus crímenes, los diarios llamaban “El Hombre Lobo” o “El Maníaco de Angarsk”.
Favorecido por la negligencia policial de esa noche lo seguiría haciendo durante otros 14 años, hasta sumar un total de 78 víctimas comprobadas – 77 mujeres y un policía varón – y otras tres que no le pudieron probar.
El dolor de una infidelidad
No se sabe si esa noche Elena, la mujer de Popkov, mintió a sabiendas a los colegas de su marido o realmente creía que había pasado todo el tiempo en su casa mientras ella dormía. No se sabe tampoco si mintió debido a la culpa que sentía por una infidelidad que Mijail le reprochaba desde hacía seis años.
Porque muchos años más tarde, cuando finalmente lo capturaron, Popkov confesó que había empezado a violar y asesinar como reacción a un engaño de su mujer. Era eso lo que lo impulsaba, una y otra vez.
Elegía a mujeres jóvenes – de entre 17 y 40 años – que encontraba en la calle mientras se movía en su auto, y a veces en un patrullero, por las noches. Las invitaba a subir para acercarlas a su destino y en medio del viaje les hacía una propuesta: ¿Querían ir a tomar algo con él a un bar?
Las mujeres no podían adivinar que la respuesta a esa pregunta marcaba la diferencia entre la vida o la violación y la muerte. Si no aceptaban, las llevaba a destino; si en cambio decían que sí, las llevaba a un lugar desolado, las golpeaba, las violaba y las asesinaba.
Beber o no beber era la clave: al confesarle su infidelidad, Elena le había dicho que lo hizo sin medir sus actos porque estaba borracha.
Si la mujer aceptaba subir al auto de un hombre y no se negaba a un trago era suficiente para que Popkov la considerara una prostituta que merecía morir. Una vez que llevaba a sus víctimas fuera de la ciudad – casi siempre a un bosque - las golpeaba, las ataba y las mataba con distintas herramientas: un hacha, un cuchillo, un taco de billar, un bate de béisbol. En ocasiones también las decapitaba. Podía violarlas antes de matarlas, otras veces lo hacía después.
Poco después del episodio de la noche del 26 de enero, cuando una de las dos únicas sobrevivientes de toda su carrera criminal pareció identificarlo, Popkov renunció a la policía y se metió a trabajar de agente de seguridad privado en la Angarsk Oil and Chemical Companym una petroquímica de la ciudad.
Una serie interminable
El uniforme de guardia de seguridad no era el de policía, pero igual generaba confianza. El auto de la empresa tenía un logo, lo cual – diría después Popkov en los interrogatorios – también ayudaba a que las víctimas aceptaran subir.
El empleo como guardia privado le daba además más libertad de movimientos. En la policía los controles del personal eran más rígidos, en cambio en la empresa, fuera del horario de trabajo podía moverse con mayor amplitud y libertad. Así extendió su área de acción a otras ciudades, algunas de ellas cercanas, como Irkutsk y otras muy lejanas como Vladivostok.
Durante casi quince años más, Popkov siguió actuando sin que nadie sospechara de él. El 26 de enero de 1998 había estado a punto de ser descubierto, pero terminó siendo sólo una mala noche. Los investigadores no tenían casi nada: algo de ADN que quedaba en las víctimas y las marcas de neumáticos de un vehículo.
La pesquisa parecía condenada a quedar en un punto muerto hasta que uno de los investigadores recordó el episodio de 1998. No pensó en Popkov, sino en que la víctima había dicho en su declaración que su agresor vestía uniforme de policía.
Propuso entonces una alternativa que generó resistencias, por lo costosa y por quiénes iban a ser el objeto de la búsqueda; obtener muestras de ADN de todos los policías o exagentes que hubieran trabajado en Angarsk desde 1992 hasta ese año, 2012.
Cuando se tomaron todas las muestras y se las comparó con el ADN encontrado en algunas de las víctimas hubo una sola coincidencia: Mijail Popkov.
El 23 de junio de 2012 lo fueron a buscar a su casa pero no lo encontraron. Lo detuvieron horas después en un control de ruta, cuando manejaba hacia Vladivostok, donde pretendía vender su auto, un Lada 4x4 similar al de la policía, para comprar otro. Las pericias demostraron que los neumáticos del Lada coincidían con las huellas encontradas en el bosque, cerca de algunos de los cadáveres de las víctimas.
La acusación y la confesión
Al día siguiente, el fiscal regional de Irkutsk, Aleksandr Shkinev, convocó a una conferencia de prensa. “No hay duda de que Popkov cometió estos asesinatos”, dijo.
Elena, la esposa de Popkov, no podía o no quería creer que su marido era “El Hombre Lobo” del que todos hablaban. “Llevó más de veinte años casado con él. Es un hombre bueno, incapaz de cometer los crímenes de los que lo acusan. Si fuera liberado ahora mismo, no diría ni una palabra y seguiría viviendo con él. Esto es una equivocación terrible”, aseguró.
Su propio marido la desmintió. Una vez capturado, no tuvo reparo en confesar una primera tanda de crímenes, 22 asesinatos y dos intentos de asesinato. Uno de estos últimos, el de la noche del 26 de enero de 1998.
Dijo que su primer crimen había sido “espontáneo”, que la mujer que subió a su auto estaba borracha y eso le recordó el engaño de su mujer y la mató. “Después de eso, empecé a hacerlo de manera planificada. Me propuse purgar la ciudad de prostitutas. Dejaban a sus esposos e hijos en casa y salían a emborracharse como si fuera la última vez. Por supuesto, nadie está libre de pecado. Pero uno no debe lastimar a sus seres queridos”, declaró en uno de los interrogatorios.
También se mostró dispuesto a colaborar con la policía indicando lugares donde había enterrado los cuerpos de algunas mujeres. “A unas las enterraba, a otras no. No hay razón para eso, lo decidía en el momento”, dijo cuando le preguntaron. También describió en detalle muchos de los crímenes y recordó detalles de las víctimas, como tatuajes, aros o la ropa que llevaban puesta.
Dos juicios y 78 víctimas
En 2015 Popkov fue sometido a un primer juicio, acusado de 22 asesinatos y dos intentos de homicidio. Los encontraron culpable – imposible otro veredicto después de sus confesiones tan detallados – y fue condenado a cadena perpetua.
La condena no conformó a la opinión pública y hubo campañas de prensa y manifestaciones populares pidiendo que lo ejecutaran.
Dos años más tarde pidió ampliar sus declaraciones previas al primer juicio y confesó otros 59 crímenes – incluido el de un policía que lo descubrió cuando atacaba a una de sus víctimas.
Se hizo un nuevo juicio y el 10 de diciembre de 2018, el tribunal regional de Irkutsk, en Siberia, lo condenó por 56 asesinatos más; los otros tres presuntos homicidios no pudieron confirmarse por falta de pruebas. Le dieron una segunda cadena perpetua.
Con esas 78 muertes comprobadas – en 2020 confesó otras dos, pero aún no han sido juzgadas – Mijail Popkov, alias “El Hombre Lobo” o “El maníaco de Angarst” se convirió en el mayor asesino en serie de la historia criminal de Rusia.
Detrás de él, en ese trágico ranking, quedaron Andrei Chikatilo, ejecutado en 1994 después de confesar 56 asesinatos, y Alexander Pichushkin, “El asesino del tablero de ajedrez”, que cumple cadena perpetua por 48 asesinatos, perpetrados todos en un parque del suroeste de Moscú.
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