Millones de personas en el mundo tienen la costumbre de escribir una lista de deseos, para cumplirlos el próximo año o en algún momento la vida. Jemma Lilley era una de esas personas, pero su lista incluía un deseo muy particular: matar a alguien. A nadie en especial, no importaba a quién, la cuestión era cumplir con ese deseo.
Cuando lo cumplió tenía 25 años y una vida cuanto menos tortuosa por detrás. “Siento que no puedo descansar hasta que la sangre o la carne de una víctima que grita brota y se acumula en el piso”, le escribió en un mensaje de texto unos días antes de consumar su deseo a Trudi Lenon, su pareja sadomasoquista y finalmente cómplice en el asesinato.
La víctima –que pudo ser cualquiera, porque para Jemma la cuestión era matar sin importar a quie – fue Aaron Pajich, un chico de 16 años que tuvo la mala suerte de ser compañero en el colegio de uno de los tres hijos que Trudi tenía como madre soltera.
Corría junio de 2016 y el caso conmovió a Australia, no solo por el crimen sino por la historia que fue saliendo a la luz durante el juicio, en la que más de una película de terror se escapó de la pantalla para plasmarse de manera sangrienta en la vida real.
Fascinación por Freddy
Cuando perpetró su asesinato tan deseado, Jemma Lilley vivía en Perth, Australia Occidental, pero había nacido en Stamford, Inglaterra, de donde emigró a los 18 años, quizás huyendo una una infancia que sólo le había traído sufrimientos y obsesiones.
Los padres de Jemma se separaron cuando ella tenía cinco años, después de que el hombre descubriera que su esposa abusaba de su propia hija. Jemma y su hermano menor quedaron bajo la custodia del padre, que volvió a casarse, pero el abuso infantil ya había dejado huellas que la marcarían para siempre.
Le iba mal en la escuela –tenía problemas para leer y escribir– y pasaba muchas horas frente a la pantalla del televisor viendo películas en VHS. Le gustaban las de terror, que la dejaban paralizada de pura fascinación, y en especial las de la saga de Freddy Krueger, el espíritu de un asesino en serie con el cuerpo quemado que sueña que mata a sus víctimas y de esa manera les causa la muerte en la vida real.
En una entrevista que le dio a Channel 7, de Londres, después de que su hija cometiera el crimen, el padre de Jemma recordó que, de las de Freddy, su película preferida era la primera, Pesadilla en la calle Elm, que veía una y otra vez sin aburrirse.
Pero a Jemma no le bastaba con las películas, quería ser el personaje. Se disfrazaba de Freddy y más de una vez su padre o su madrastra debieron sacarle de las manos la filosa cuchilla para cortar carne que guardaban en la cocina. Con los años –ya sin que nadie se lo impidiera– Jemma se convertiría también en coleccionista de cuchillos de carnicero.
Asesinatos de novela
A los 15 años empezó a escribir una novela a la que tituló Playzone, protagonizada por un asesino en serie con el enigmático apodo “SOS”. Para entonces, además de seguir fascinada por personajes de ficción como Freddy Kruegger, se interesaba por los asesinos en serie de la vida real, sobre todo por el norteamericano David Berkowitz, el “Hijo de Sam”, en cuyos crímenes se inspiró para el personaje de su novela.
“Cuando se enojaba era como si otra personalidad le saliera desde adentro. Ella misma lo decía: ‘SOS está saliendo’”, contó su padre en la misma entrevista televisiva.
En la adolescencia, Jemma ya no pasaba tanto tiempo miraba tantas películas de terror sino que prefería navegar por internet, donde la oferta de historias de criminales en serie era mucho mayor. Veía documentales sobre asesinos en serie, visitaba páginas especializadas en métodos de tortura y, como contribución, publicó online su propia novela, con el seudónimo “Syn Demon” (Demonio Syn).
De esa época data su lista de deseos, que le mostró a un compañero de colegio, en la que incluyó el de “matar a alguien” antes de cumplir los 25 años.
A Australia con sus demonios
Apenas cumplió 18 años, en 2010, la joven Jemma Lilley decidió emigrar a Australia. Venía planificando el viaje desde un par de años antes, pero debió esperar a la mayoría de edad porque no lograba que su padre le diera la autorización.
Cuando llegó a Perth tenía todo arreglado para casarse con un amigo gay, Gordon Galbraith, y así lograr la residencia definitiva y permiso para trabajar. Que fuera un matrimonio por conveniencia no le impidió celebrar la boda a su gusto, transformándola en una fiesta de disfraces. Jemma se casó personificando al asesino en serie de la televisión Dexter; su padre la acompañó disfrazado de Freddy Kuegger y el consorte Galbraith se caracterizó como John Wayne Gacy, el asesino serial norteamericano conocido como “Pogo, el payaso”, el mismo que inspiró a Stephen King para su novela It.
Con su amigo-esposo Galbraith había acordado tener una relación abierta, ya que sus preferencias sexuales no coincidían. Podían tener todos los amantes que quisieran. En el juicio, una de las antiguas amigas sexuales de Jemma contaría que tenía una fuerte inclinación por el sadismo, que disfrutaba haciéndole pequeños cortes con un cuchillo y apretarle el cuello casi hasta asfixiarla durante las relaciones sexuales.
Eran prácticas consentidas, pequeñas fantasías acotadas a la cama. Jemma parecía haber canalizado sus deseos sin dañar realmente a nadie, pero todo se desmadró cuando Galbraith murió en un accidente automovilístico en agosto de 2014.
Jemma Lilley tenía 23 años, le faltaban apenas dos para cumplir los 25 y todavía tenía pendiente uno de los deseos que había anotado en su lista adolescente: matar a alguien, no importaba a quién.
Amiga, amante y cómplice
Entre las amigas y amigos de su malogrado esposo, Jemma había establecido una relación de confidente con Trudi Lenon, una mujer de cuarenta años, madre soltera de tres hijos y tan afecta a las fantasías como ella. En sus conversaciones, Trudi le había contado que tenía prácticas sadomasoquistas, en las que le gustaba el papel de sumisa.
Después de la muerte de Galbraith decidieron irse a vivir juntas para compartir gastos y fantasías, y pronto se convirtieron en amantes en una relación donde –dirían después los informes forenses para el juicio– Jemma tenía el rol sádico y Lenon el masoquista.
“Jemma era la pareja dominante de los dos”, señaló el psicólogo forense Brad Jones cuando lo entrevistó el Canal 7 de Londres para la cobertura de la historia. “Ella era la líder, o la directora, si eso tiene sentido, y Trudi era la sumisa que hacía lo que se le pedía”.
Para afuera llevaban una vida de lo más normal: los vecinos las veían como una pareja de dos mujeres gay que habían decidido vivir juntas con los hijos de una de ellas. Lo único que a algunos les llamó la atención fue la placa que pusieron en la puerta de la casa. Decía: “Elm Street”, la calle de las pesadillas de Fredy Kruegger.
Fue en esa casa donde Jemma le contó a Trudi que tenía una lista de deseos y le reveló el que se había propuesto cumplir antes de los 25 años. A Trudi le encantó la idea y decidió ayudarla.
La víctima más a mano
A Jemma no le importaba la víctima, lo que quería era simplemente matar, pero conseguir un candidato para el asesinato requería cierta planificación. A Trudi se le ocurrió que sería fácil cumplir el deseo con el compañero de colegio de uno de sus hijos.
El chico se llamaba Aaron Pajich, un adolescente de 16 años de carácter tímido, con pocos amigos, que prefería instalar programas de internet y arreglar computadores más que ir de fiesta con sus compañeros.
El 13 de junio de 2016, Trudi llamó por teléfono a Aaron y le pidió que la ayudara con la instalación de un programa de juegos en su computadora. Cuando el chico aceptó, quedaron en que Trudi lo pasaría a buscar en su auto por un shopping de Perth. Allí lo recogió y lo llevó a la casa del cartel de “Elm Street”, donde esperaba Jemma, que antes había dejado a los tres hijos de Trudi en un cine.
Aaron entró en la casa entusiasmado por la idea de instalar los videojuegos. Ni se dio cuenta de que Trudi trababa la puerta antes salir y luego volver con un cuchillo. Recién se dio cuenta de que algo andaba mal cuando se encontró frente a frente con Jemma, que también tenía un cuchillo en las manos.
Lo redujeron entre las dos y lo mataron con la técnica del garrote: una soga que rodea la cabeza de la víctima y se va ajustando con un palo que da vueltas. Le rompieron el cráneo. Después, con los cuchillos, le cortaron la yugular y le perforaron el hígado y los pulmones.
Muchos rastros
Para deshacerse del cadáver habían comprado una sierra y un barril de 100 litros de ácido clorhídrico, pero, a la hora de ponerlo en práctica, el proceso les resultó largo y terminaron enterrando el cadáver en una tumba poco profunda en el patio trasero de la casa.
Jemma había cumplido su deseo, no antes sino un poco después de cumplir los 25 años, pero quizás obnubiladas por el objetivo las dos mujeres no se habían preocupado por cubrir sus huellas. Cuando los padres denunciaron la desaparición de Aaron, los rastros dejados por Trudi y Jemma salieron a la luz con facilidad.
El portero del edificio donde vivía el chico con su familia contó que el 13 de junio lo había llevado al shopping y que en el viaje Aaron le contó que se iba a encontrar con la madre de un compañero de colegio para instalarle unos videojuegos en la computadora de su casa.
Al investigar a las familias de los compañeros de Aaron, la policía revisó las cámaras de vigilancia cercanas a sus casas. Una de ellas había captado a Aaron entrando en la vivienda de Trudi y Jemma.
No hizo falta más: al allanar la casa encontraron la tumba con los restos del chico.
Traicionada por su “euforia”
Jemma Lilley y Trudi Lenon fueron detenidas el 22 de junio de 2016 y las dos se declararon inocentes en la primera audiencia ante el Tribunal de Primera Instancia de Stirling Gardens, realizada el 26 de octubre de ese mismo año.
Durante el juicio, se echaron mutuamente la culpa del crimen, pero la “euforia” de Jemma por haber cumplido con el deseo más difícil también había dejado huellas. Un compañero de trabajo contó que el 14 o el 15 de junio, Lilley le había dicho exultante que había cometido un crimen. En su testimonio dijo que no le había creído porque sonaba ridículo, pero que, bueno, resultó ser verdad.
El 1° de noviembre de 2017, Lilley y Lenon fueron encontradas culpables del asesinato de Aaron Pajich y el 28 de febrero de 2018 el juez Stephen Hall las condenó a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional durante 28 años. En la sentencia dijo que el crimen era “moralmente repugnante, porque lo hicieron por su propio placer, en la búsqueda despiadada de sus propios deseos”.
En la cárcel, Trudi Lenon no tardó en pasarla muy mal. Apenas llevaba dos meses detrás de las rejas cuando otra reclusa, Nyiltjiri Naalina Forrest, le tiró agua hirviendo y quemó el 21% de su cuerpo. La agresora dijo que lo había hecho porque el crimen cometido por Lenon le parecía “asqueroso” y que esperaba que se infectara y tuviera una “muerte horrible”.
A Jemma Lilley, en cambio, nadie la agredió. Poco después de llegar a la cárcel se puso en pareja con Melony Attwood, otra asesina convicta, pero el romance no duró demasiado tiempo porque la justicia australiana enviarlas a diferentes prisiones.
En los informes carcelarios consta que todavía hoy Jemma se jacta ante sus compañeras de haber cumplido el más difícil de sus deseos.
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