Si se tratara de una clásica novela policial británica, seguramente Hércules Poirot o Miss Marple – los infalibles personajes de Agatha Christie – habrían resuelto en caso, pero como se trata de un hecho real, el paradero de Richard John Bingham, séptimo conde de Lucan, el noble asesino, sigue siendo un misterio sin resolver desde la noche del 8 de noviembre de 1974, cuando mató a golpes a la niñera de sus hijos confundiéndola con su mujer y desapareció de la faz de la tierra.
Desde entonces se lo ha declarado muerto sin que su cadáver apareciera, aunque a lo largo de los años han creído verlo caminando por las calles de Ciudad del Cabo, escalando el monte Etna, al frente de un restaurante en San Francisco, meditando en la India – más precisamente en Goa -, recluido en una comunidad budista de Australia, viviendo en una lujosa mansión de Namibia, jugando al póker en Bostwana, refugiado en una colonia alemana en Paraguay e, incluso, en el consultorio de una psicoanalista francesa discípula de Jacques Lacan.
Scotland Yard siguió todas y cada una de esas pistas, pero nunca obtuvo resultados. A 48 años del crimen de la niñera y de su desaparición, nadie sabe a ciencia cierta si Lord Lucan está muerto o vivo, y de darse este último caso dónde está.
El enigma de Richard John Bingham parece sacado de una novela policial cuyo protagonista – un noble de buena presencia y modales distinguidos, playboy incurable y jugador empedernido – un buen día comete el asesinato de la persona equivocada y huye para no ser encontrado jamás, pero es una historia real en la que la explosiva combinación de un matrimonio desgraciado, una disputa legal por la tenencia de los hijos, la acumulación de deudas de juego y la desesperación desemboca en un crimen y la desaparición de su autor.
El lord que no quiso ser James Bond
Richard John Bingham nació en Londres el 18 de diciembre de 1934, hijo primogénito de George Charles Patrick Bingham, el sexto conde de Lucan, un hombre que, a contramano de la mayoría de la aristocracia británica de la época, irritaba con sus ideas socialistas.
La Segunda Guerra Mundial hizo que su padre lo enviara, junto con sus dos hermanos, a vivir en una casa de la campiña de Gales, lejos de las bombas que caían sobre Londres, y más tarde a Canadá y los Estados Unidos, donde viviría en la mansión neoyorquina de una amiga de la familia, la multimillonaria Marcia Brady Tucker.
Al terminar la guerra, sus padres lo llevaron de regreso a Inglaterra y lo inscribieron en el Eton College, donde combinó sus estudios con los juegos de azar en los que lo introdujeron algunos compañeros. Desde ese momento, no pudo dejar de jugar y apostar, a lo que fuera.
Hizo el servicio militar y en 1954 consiguió un trabajo en el banco William Brandt’s Sons and Co, en Londres, con un sueldo de 500 libras al año. Trabajaba a desgano, llevaba una vida de playboy entre sus relaciones de la aristocracia y jugaba al backgamon, al póker y no se perdía una carrera de caballos. Con las apuestas le iba bien y mal hasta que en 1960 ganó en una sola noche 26.000 libras - 300.000 dólares en la actualidad – en una partida de chemin de fer, una variante del bacarat.
Al día siguiente decidió dejar su empleo en el banco: “¿Por qué debería trabajar cuando puedo ganar el dinero de un año en una sola noche en las mesas?”, le dijo al gerente al despedirse. Sus amigos empezaron a llamarlo Lucky Lucan (Afortunado Lucan).
Con el dinero ganado se fue a jugar al golf a los Estados Unidos y a su regreso se sumergió en las fiestas de sociedad, donde reafirmó su condición de playboy – medía un metro ochenta, tenía buen semblante, modales distinguidos y muchísimo dinero - y en las mesas de juego, donde eran más las veces que perdía que las que ganaba. Su bolsillo parecía no tener fondo. “A Lucan, el dinero se le va como el agua”, comentaban a sus espaldas.
Por entonces, el productor cinematográfico Cubby Broccoli lo invitó a participar en un para el papel de James Bond, pero se negó. Lo suyo era la buena vida y el juego, no el cine. El elegido fue Sean Connery.
Un matrimonio desventurado
En 1963, Lucky Lucan conoció a la modelo Veronica Duncan, con quien se comprometió y se casó pocos meses más tarde. Parecían hechos uno para el otro: a Veronica le gustaba la vida que llevaba Bingham, a quien no solo acompañaba a las fiestas sino también a las mesas de juego del Clermont Club, donde lo vio perder dinero a raudales.
El club fue testigo de la primera de sus peleas. Veronica le reprochó en público haber perdido 8.000 libras esterlinas – unos 70.000 dólares de hoy – en unas pocas manos. Lord Duncan, ofendido, le contestó que eso era para él muy poco dinero.
El sexto conde de Lucan murió al año siguiente, con lo que Bingham, además de heredar el título por ser el primer hijo varón, se hizo de un inesperado fondo adicional de 250.000 libras esterlinas. Se mudaron a una casa señorial de dos pisos en Belgrave Street y allí tuvieron a sus tres hijos.
Tuvieron unos pocos años de relativa tranquilidad, pero la relación entre Lord y Lady Lucan se empezó a deteriorar en 1972, cuando los fondos empezaron a escasear – Bingham tuvo lo que se dice una larga mala racha en las mesas de juego – y Veronica cayó en repetidos episodios de depresión que obligaron a darle asistencia psiquiátrica y a medicarla.
En enero de 1973 se separaron y Lord Lucan se fue a vivir a un departamento a pocas cuadras de la casa familiar. Estaba endeudado, lo desesperaba la enfermedad de su mujer y decía a sus amigos que temía por sus hijos, que se habían quedado viviendo con una desequilibrada. Quería internar la Veronica en un hospital psiquiátrico, quedarse con la custodia de los chicos y volver a vivir con ellos en la casa de Belgrave Street.
Llevó el caso a los tribunales, pero lo perdió a principios de 1974. Quizás en ese momento empezó a planear el crimen.
Asesinato en el sótano
El 7 de noviembre de 1974 cayó jueves, el día de la semana que Sandra Rivett, la niñera que cuidaba a los hijos de Lord y Lady Duncan, se tomaba libre. En la casa sólo quedarían Veronica y la hija mayor del matrimonio roto, Frances, porque los dos hijos menores, Camilla y George, pasarían la noche con la madre de Richard.
Al anochecer, Bingham utilizó la llave que conservaba para meterse subrepticiamente en su propia casa y bajó al sótano armado con tubo de plomo. Sabía que antes de irse a dormir – con la pequeña Frances ya acostada – Veronica bajaría a la cocina del sótano a prepararse un té que llevaría para tomar en la cama.
Esperó en la oscuridad hasta que poco antes de las 9 de la noche escuchó unos pasos en la escalera. Cuando entrevió la sombra de una mujer en el último escalón, la atacó con el tubo y le pegó reiteradas veces en la cabeza. El plan le estaba saliendo a la perfección: la sombra cayó sin un grito, solo tenía que escapar sin que nadie lo viera.
Lo que Lucan no sabía era que Rivett, de 29 años, había decidido cambiar el día de franco y estaba en la casa. Por eso fue ella y no Veronica quien bajó a preparar el té. Lord Lucan se dio cuenta de que había matado a la persona equivocada cuando escuchó la voz de Veronica que la llamaba por su nombre desde arriba.
Lo que siguió es confuso, porque Veronica lo relató de diferentes maneras: que Lucan emergió desde el sótano y la atacó con el tubo pero que alcanzó a huir sin que la tocara, que se trenzaron en lucha y que ella pudo desprenderse apretándole los testículos, que él la miró atónito y huyó de la casa… Lo que sí está claro – porque hubo testigos – es que Lady Lucan apareció desencajada en The Plumber’s Arms, un pub cercano a su casa y pidió que llamaran a la policía.
Cuando los agentes llegaron a la casa de Belgrave Street encontraron a Sandra Rivett muerta en el sótano, a Lady Lucan acompañada por unos vecinos que intentaban calmarla y a la pequeña Frances durmiendo plácidamente en su cama en el segundo piso sin enterarse de nada. Richard Bingham ya no estaba.
Una larga sombra serás
Desde ese momento Lord Lucan se transformó en un escurridizo fantasma, aunque los inspectores de Scotland Yard que tomaron el caso pudieron reconstruir los primeros pasos de su huida.
La madre del Bingham – que esa noche cuidaba en su casa a los dos hijos más chicos del matrimonio – les dijo que Richard la llamó por teléfono cerca de las 11 de la noche y le pidió que fuera a buscar también a Frances porque al pasar en su auto por el frente de la casa de Belgrave Street había visto a Veronica que luchaba con un hombre. Colgó sin explicarle nada más.
También se pudo saber que Lucan pasó esa misma noche por la casa de su amigo Ian Maxwell-Scott, en Sussex, a casi 70 kilómetros de Londres y que estuvo unos momentos con él, aunque no le contó nada.
El Ford Corsair del Lord apareció al día siguiente en el puerto de Newhaven, en la costa del Sureste de Inglaterra, frente al Canal de la Mancha. Dentro del vehículo, los investigadores encontraron una tubería de plomo similar a la del asesinato.
Fue el último dato cierto que se tuvo sobre los movimientos del noble asesino. En junio de 1975 un tribunal londinense declaró a Lord Lucan culpable del asesinato de Sandra Rivett.
Mil pistas de un fantasma
Los investigadores a cargo del caso supusieron que Lord Lucan había logrado salir de Inglaterra hacia el continente europeo en un ferry, pero su nombre no estaba registrado en ninguna lista de pasajeros.
El caso, por la notoriedad de sus protagonistas, ocupó durante semanas las páginas principales de diarios y revistas de Gran Bretaña y de varios países europeos. A su vez, el paradero del séptimo conde de Richard Bingham se convirtió en un misterio.
Los teléfonos de Scotland Yard no paraban de sonar. Personas de toda Inglaterra decían haberlo visto en las ciudades donde vivían. También, durante años, llegaron cartas desde diferentes lugares del mundo. Decían que estaba en la India, en Italia, en Paraguay, en Francia, en Namibia, en Sudáfrica, en Australia.
Para entonces, Lucan tenía orden de captura de Interpol y las policías de cada país siguieron esas pistas, sin obtener ningún resultado cierto.
Richard John Bingham, conde de Lucan, era un fantasma que no dejaba huellas.
Mientras las policías del mundo buscaban a su marido, Veronica Duncan, condesa de Lucan, se plantó en que su marido se había matado poco después de cometer el crimen: “Diría que se subió a un ferry y en medio del Canal de la Mancha se lanzó sobre las hélices del barco para que nadie pudiera encontrar sus restos”, declaró – palabras más o menos – una y otra vez.
No tenía pruebas de lo que decía, pero la muerte de Lucan era necesaria para poder disponer de la totalidad de los bienes familiares.
Declarado muerto
Lord Lucan fue declarado muerto en noviembre de 1999, veinticinco años después de su crimen y su desaparición. Sin embargo, La Corte Suprema británica tardó 41 años su proclamar la muerte en diferido, imprescindible para concretar el traspaso del título y disponer libremente de su herencia.
Recién entonces, luego de años de silencio, Lady Lucan accedió a dar una entrevista televisiva, donde reveló los maltratos a los que la sometía su marido y que, según ella, eran la causa de haber tenido trastornos emocionales.
“Podía golpearme muy duro. Él debía disfrutar con ello porque luego de las palizas teníamos relaciones. Mi marido orquestó una campaña para destruirme. Yo era un incordio y él era una figura imponente, un conde, y los médicos se creyeron todo lo que les dijo de mí”, contó.
También recordó a la niñera asesinada:
“Lamento profundamente que mi matrimonio haya causado la muerte de Sandra Rivett. Pero no puedo hacer nada al respecto, salvo recordarla. Y no la olvido”, dijo.
La entrevista provocó la indignación de sus hijos; desde entonces y hasta su muerte no le volvieron a dirigir la palabra.
Lady Lucan se cobró caro ese silencio. Murió en septiembre de 2018 y al leer el testamento, Frances, Camilla y George – hoy octavo conde de Lucan – descubrieron que había dejado todo su dinero para obras de beneficencia. Ni un penique para ellos.
“Mi madre se lo ha dejado todo a Shelter, una organización que ayuda a las personas sin hogar”, fue la única declaración que la prensa pudo obtener de ellos, en boca de Camilla.
Richard John Bingham, conde de Lucan, barón de Castlebar, barón de Melcombe y baronet de Nueva Escocia, el noble asesino de la persona equivocada, tendría hoy 87 años.
Nadie sabe si está vivo o muerto. Es un fantasma.
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