A 10 años de la muerte de Amalita Fortabat: amores, poder y caprichos de una vida tormentosa

La figura de la empresaria sigue cautivando con sus obras y sus contradicciones. El comienzo clandestino de su relación con Alfredo Fortabat. Cómo se hizo cargo de Loma Negra. Su fortuna. El apodo de La Dama de Cemento. Los eternos rumores que la vincularon con personajes públicos. Y la venta de la empresa en el ocaso de su vida

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La fortuna de Amalita llegó
La fortuna de Amalita llegó a ser de 1.800 millones de dólares. Era una de las tres mayores de Argentina. Y según Forbes estaba entre las 500 más importantes del mundo REUTERS/Stringer/Files

Alfredo Fortabat era 28 años más grande que ella. Y era, también, millonario. Amalita era una mujer joven, decidida y de gran belleza. Amalita reconoció que su segundo marido no era buen mozo. Era algo muy superior a eso, algo a lo que pocos pueden aspirar y menos todavía alcanzar. Era, según ella, espléndido.

La primera vez que se vieron fue en un teatro. Algunos dicen que en el Colón; otros, en el Odeón. Lo cierto es que ambos estaban con sus parejas. Alfredo Fortabat con su esposa, La Negra Corti Maderna. Amalia Lacroze con su prometido, Hernán de Lafuente Sáenz Valiente. Alfredo, desde el mejor palco del teatro que haya sido, descubrió a esa chica deslumbrante de 21 años. No le importó que estuviera con un hombre. Le hizo llegar (algunos afirman que se las entregó él mismo) una caja de cerezas recubiertas de chocolate. La chica rió con el coraje de ese hombre mayor, creyó que sólo se trataba de un gesto exagerado de galantería. Al poco tiempo la joven pareja de novios fue invitada a pasar un día en el campo del empresario del cemento. Aceptaron. Y hasta se dice que Lafuente ese día regresó a su casa con varios negocios entre manos, como aliciente para que esos encuentros no se interrumpieran. El asedio de Fortabat continuó. Pero eran principios de la década del cuarenta y ni un compromiso ni un matrimonio se rompían tan fácil. Amalita y Hernán se casaron. Invitaron a Fortabat que desistió de concurrir: “No podría soportarlo”, le dijo a la novia. Pero sí envió un regalo de bodas. Una despampanante pulsera de oro. Un regalo que sólo era para la novia.

Amalita con su madre, Amalia
Amalita con su madre, Amalia Reyes. Su padre era el médico Alberto Daniel Lacroze Gowland

Tres años después, Amalita y su marido viajaron a Europa con Inés, su hija de un año. Alfredo Fortabat los encontró en París. Los habría seguido, obsesionado por la mujer. En un baile le declaró su amor.

Al regresar a Argentina, Amalita se separó. También Fortabat. Aunque tardó bastante en saberse. Había que mantener las formas. De Lafuente aceptó la situación (después estaría en pareja con el mayor mito femenino porteño durante décadas: Nélida Roca; era el hombre que podía alcanzar las mujeres inalcanzables). Fortabat se encargó de compensarlo y de todos los trámites de divorcio vía Uruguay. La Negra Corti Maderna intentó que se le reconociera, como corresponde, la mitad de los bienes de la sociedad conyugal. Pero unas maniobras del millonario habían hecho desaparecer los múltiples bienes.

La relación entre Amalita y Alfredo, clandestina al principio para acallar las críticas sociales, se volvió oficial en 1948. En 1954 con la efímera ley de divorcio de Perón, fueron la sexta pareja en casarse con el flamante régimen.

Amalita a los veinte años.
Amalita a los veinte años. Cuando estaba comprometida con quién luego sería su primer marido, Hernán Lafuente. Y cuando la conoció y quedó deslumbrado Alfredo Fortabat (Wikipedia)

Él la llenaba de regalos y de atenciones. De agasajos y viajes por el mundo. Encuentros con divas de Hollywood, el Sha de Persia, el Agha Khan, nobles. Siempre había una joya oculta en la servilleta de una cena.

Ella quedó fascinada con ese hombre. Con su elegante desparpajo, con la seguridad, con el mundo sofisticado que representaba. Pero fundamentalmente con la atención que le prodigaba, con el amor que le demostraba. “Nunca me enamoré de un hombre que antes no se hubiera enamorado de mí”, dijo mucho después. Niña rica que necesitaba atención, que se enamoraba (durante toda su vida fue así) de la devoción que le prodigaban.

Amalita empezó a trabajar en Loma Negra. Organizó la guardería y el jardín de infantes para los empleados. Hasta ahí lo previsible. La esposa del dueño dedicada al trabajo asistencial, social. Pero siempre permaneció cerca de Alfredo. Mirando sus modos, viendo de qué manera tomaba decisiones y, con el tiempo, aconsejando y opinando.

El 10 de enero de 1976, Alfredo Fortabat murió a causa de un ACV. Tenía 81 años. En ese momento nació la Amalita pública, la que conocimos, la que se fijó en el inconsciente colectivo.

Cuando todos pensaban que la heredera se limitaría a vivir la vida (tenía joviales y activos 55 años) y a ocupar algún sitio protocolar, de inmediato, vestida de luto riguroso, se puso al frente de la empresa. Escuchaba, opinaba, decidía. Quería saber qué ocurría. A los cinco meses abandonó el luto y esa pareció ser la señal de partida de su carrera empresarial. A partir de ese momento, ya a nadie le quedaron dudas de quién era la que mandaba. No se apoyaría sólo en los hombres de confianza de su esposo. Iría modelando la plana directiva a su medida. Y, como Alfredo, se encargó de aceitar las relaciones con el poder. Acompañó al Proceso. Fue el mayor proveedor de las obras pública más importantes: autopistas, estadios para el Mundial, lo que luego sería ATC, y muchas más. Esas relaciones continuarían mientras estuvo al frente de la empresa. Fue alfonsinista; así se identificó en entrevistas, integró delegaciones oficiales a Estados Unidos y hasta le ofrecieron ser candidata a vice gobernadora de la Provincia de Buenos Aires en las elecciones de 1983: ella desistió porque creía que podía ser más útil desde el sector privado que en la función pública. Con Menem desarrolló una relación personal. Más allá de la cercanía y la amistad, fue nombrada Presidenta del Fondo Nacional de las Artes y Embajadora Plenipotenciaria. Ya la apodaban La Dama de Cemento.

Argentina's businessman Fortunato Fortabat with
Argentina's businessman Fortunato Fortabat with his wife, Amalia Lacroze de Fortabat in Buenos Aires, Argentina, March 20,1965. ( AP Photo )

Cuando su cercanía al menemismo era total, los periodistas la indagaban sobre esta nueva filiación partidaria, algo impensado para alguien de su clase social. Ella, muy suelta de cuerpo, divertida, respondió: “Pero si yo siempre fui peronista”. Y podemos decir que no mentía. O que sólo le faltó una pequeña aclaración. La frase podía haber sido: “Yo siempre fui peronista cada vez que fueron gobierno”.

Otra muestra de su contacto con el poder: una de las últimas audiencias oficiales que brindó De la Rua como presidente, el 19 de diciembre de 2001, fue a Amalita que estaba preocupada por las deudas que su empresa acumulaba por la crisis económica: hasta el final trataba de mover la lapicera del presidente de turno para que firmara decretos y resoluciones en su favor.

Al frente de la empresa, aprendió de negocios a una velocidad extraordinaria. Su estilo fue agresivo, expansivo. Las inversiones de la empresa (del grupo sería más preciso decir) se diversificaron y su influencia fue cada vez mayor. También fue una de las artífices de la cartelización del cemento que afectó al mercado argentino durante décadas.

Retrato de Amalita por Andy
Retrato de Amalita por Andy Warhol

Su fortuna llegó a ser de 1.800 millones de dólares, una de las tres más importantes de la Argentina y según Forbes, entre las 500 más abultadas del mundo.

Una frase de ella se viralizó. Es la que Soledad Vallejos y Marina Abiuso rescataron como epígrafe para su magnífica biografía Amalita (un libro que hace que el personaje sea mirado de manera diferente, que obliga, como las grandes biografías, que cuando se hable de Amalita se parta de la visión de las autoras). Una frase indudablemente graciosa y efectiva: “Una vez me pregunté si todo esto tenía sentido, si mi misión en el mundo no era otra. Pensé muy seriamente en dejar todo e ir a trabajar con los pobres de África. Al final no fui por el calor. Yo sufro mucho el calor”.

La frase muestra algunos aspectos de esa Amalita post años ochenta, la que daba entrevistas con frecuencia a las revistas de actualidad y salía fotografiada comiendo con diversos hombres, en eventos o grandes galas. Algo de frivolidad, una pizca de impunidad para decir lo que quisiera, afán de reescribir su historia personal a su gusto, una cierta gracia y hasta humor involuntario.

Amalia Lacroze de Fortabat tuve
Amalia Lacroze de Fortabat tuve cercanía con todos los gobiernos de turno. Desde el Proceso hasta De la Rúa. Durante el menemismo esa proximidad se incrementó gracias a la relación personal con el presidente

Por otro lado, también, es injusto que quede fijado ese dicho porque su actividad filantrópica y social fue muy activa durante toda su vida. En Olavarría, tanto con los empleados de la fábrica, como con el resto de los habitantes de la ciudad, los Fortabat fueron generosos y muy atentos a cubrir las necesidades puntuales. Más allá de grandes donaciones o de la construcción de edificios de uso público, los Fortabat durante décadas colaboraron con los gastos médicos de las familias ante situaciones de emergencia o extremas, consiguiendo los mejores médicos del país, prótesis del extranjero o afrontando costosas tratamientos. También repartieron numerosas becas para que los empleados y sus hijos pudieran formarse en distintas universidades e institutos.

En 1980 tras una gran inundación que causó serios destrozos en Olavarría, la acción de Amalita fue decidida y muy fructífera. No sólo en el rescate de las familias que habían quedado desconectadas sino en la reconstrucción posterior. Muchos de sus actos solidarios no se dieron a conocer.

Otra de sus características era aparecer con grandes donaciones en las emergencias nacionales, poniéndose a la cabeza de esas campañas para arrastrar con su ejemplo otras voluntades. En la Guerra de Malvinas sus aportes y apoyos fueron varios y estentóreos. Por ejemplo durante el teletón Las 24 hs de Malvinas se presentó en horario central ante Pinky y Cacho Fontana y compró un millón de flores de las que se estaban vendiendo en la calle para alimentar el Fondo Patriótico Nacional.

Amalia Fortabat en 1999 jurando
Amalia Fortabat en 1999 jurando como embajadora plenipotenciaria de Argentina

Con Alfredo Fortabat, según ella, tuvo treinta años de profunda felicidad. Aunque también tuvieron sus problemas. En algún momento a principios de los setenta pasaron un tiempo separados y hasta se dijo que ella pensó en escaparse con un diplomático español. La leyenda dice que Alfredo la llamó y le dijo: “Las joyas que te llevaste son copias. Yo tengo los originales”. Y que ese mensaje bastó para que Amalita regresara: no era sólo el amor a las joyas, ella entendió lo que escondía la frase: se quedaría sin nada.

Durante su matrimonio, Amalita consiguió no dejar de ser ella. No desapareció tras el hombre importante, de carácter, acostumbrado a que todo el mundo hiciera lo que él quisiera. No se convirtió en una sombra de su marido. A partir de la viudez resplandeció. Fue la dueña de Loma Negra, más allá de un cargo y de la posesión accionaria. Tomó decisiones, se puso a la cabeza de los proyectos, se convirtió en la cara y la cabeza de la empresa: impuso, fundamentalmente, su visión.

Tras la muerte de Fortabat no se volvió a casar. Se le adjudicaron varios romances. La relación más larga la mantuvo con el Coronel Luis Prémoli, un militar que participó del derrocamiento de Illia y que ejerció funciones ejecutivas en Loma Negra. Pero las revistas y los programas de chimentos difundieron otros más escandalosos y divertidos: con Palito Ortega (fue fotografiada caminando abrazados por las calles de Roma en 1987), con el actor Juan José Camero y hasta con Carlos Menem.

Amalita en el vestuario del
Amalita en el vestuario del Club Loma Negra luego del partido ante la URSS. A su izquierda, el capitán Luis Alberto Barbieri y Armando Husillos; a su derecha, Osvaldo Rinaldi (de rulos), Osvaldo Mazo y Jorge Pellegrini. Olavarría, 17 de abril de 1982 (Foto: Prensa Penguin Random House)

Fue también una gran coleccionista de arte. En 1980 compró un Turner y batió un récord: 7 millones de dólares. Nunca se había pagado tanto por una obra de arte. A principios del nuevo milenio, vendió algunas decenas de cuadros para pagar deudas de la empresa. Sin embargo, su colección siguió siendo de las mejores de América Latina. El Museo Fortabat, ubicado en el Dique 4 de Puerto Madero, lo atestigua. Allí se exhiben cientos de obras que pertenecieron a Amalita.

Su labor como mecenas cultural también fue múltiple y polémica. Actuaba con generosidad y con arbitrariedad. En un premio de plástica, al ver que la obra de Marta Minujín no había sido premiada, le otorgó una distinción por fuera del reglamento. El caso más famoso fue el de El Anatomista y Federico Andahazi en el que se negó a respetar el fallo del jurado del Premio Fortabat (aunque pagó el premio en dólares) por considerar pornográfica a la novela. El Efecto Streissand provocó que El Anatomista se convirtiera en un best seller inmediato.

A principios de los ochenta, Amalita incursionó en un nuevo rubro. Poco rentable pero de una exposición pública sideral: el fútbol. La fábrica tenía desde hacía décadas un equipo que participaba en el torneo de la ciudad. Pero la apuesta fue ambiciosa. Llegar a primera división. Para ello hubo un tsunami de contrataciones. Valentín Suárez, ex presidente de Banfield, ex interventor de la AFA y hombre fuerte del fútbol argentino en la década del sesenta, era la pata dirigencial. Rogelio Domínguez primero y después Roberto Saporiti como técnicos. Y grandes nombres para conformar el equipo. Carlos Squeo, Mario Husillos, Félix Orte, la Pepona Reinaldi, Osvaldo Rinaldi y muchos más. Ganaron el Regional y clasificaron al Torneo Nacional. Superaron la fase inicial pero fueron eliminados por Racing. Unos meses después le quitó un invicto de 18 partidos a la Selección de la Unión Soviética. La experiencia fue breve pero en ese corto lapso se convirtió en un fenómeno. Luego los números no cerraban y el entusiasmo se diluyó.

A mediados de los noventa, trató de montar su propio multimedios. Tenía algunos en Olavarría, la propiedad de Radio El Mundo y de FM Horizonte. A eso le agregó un diario nacional tradicional, La Prensa. Al frente puso a Marcos Cytrynblum, el artífice de la explosión de Clarín en los setenta. La experiencia no fue exitosa.

La última audiencia oficial del
La última audiencia oficial del presidente De La Rua, el 19 de diciembre de 2001, fue con Amalita Fortabat

En la última década de su vida tuvo diversos problemas de salud. Tras varias crisis económicas, vendió Loma Negra en 2005. El comprador, la empresa brasileña Camargo Correa, pagó 1025 millones de dólares por la cementera. El dinero de la venta fue manejado por Alfonso Prat Gay.

Murió el 18 de febrero de 2012, hace diez años. Tenía 90 años y hacía unos meses que estaba postrada.

Amalia Lacroze de Fortabat, Amalita, atravesó el siglo XX. No estudió medicina pese a sus deseos de seguir la vocación de su padre porque en su casa se escandalizaron de sólo pensar en la posibilidad que una chica joven tuviera que estar ante un cadáver desnudo, expuesta a tanta sangre o desenvolverse en un universo eminentemente masculino. Luego se casó con su primer novio, aunque estuviera claro que no había amor entre ellos, aunque su deseo estuviera depositado en otro hombre. Pero luego logró romper con los mandatos sociales. Se divorció, se volvió a casar, disfrutó de la vida, tomó lugares de decisión, que antes sólo estaban reservados a hombres, se sentó en la cabecera de todas las mesas, ya sean sociales o de negocios.

Nadie sabe si es cierto. Los rumores de su existencia se imponen, aunque algunos se preocupen en desmentirlo con fervor. Dicen, tan sólo dicen, que Amalita llevó un diario personal durante décadas y que escribió varias páginas de sus memorias. Si fuera cierto, a nadie le pueden caber dudas, que esas páginas estarían repletas de misterios develados, de revelaciones sorprendentes. Sería, en fin, un libro fascinante.

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