Hay una anécdota que refleja como ninguna la personalidad de Damian Lewis. El actor inglés hoy conocido mundialmente por sus protagónicos como el ambicioso financista Bobby Axelrod de Billions, el complejo antihéroe Nicholas Brody de Homeland (2011-2013), el valiente soldado Dick Winters de Band of Brothers (2001), o por su personificación de Steve McQueen en Érase una vez en Hollywood (2019), es un hombre que viene del teatro y se formó, como Gary Oldman, Judy Dench y Alan Rickman en la Royal Shakespeare Company. En 1995, a los 24 años, interpretó en Broadway a Laertes en Hamlet. Su amigo Ralph Fiennes hacía del príncipe de Dinamarca y en una de las escenas finales, donde los personajes se traban en un duelo de espadas, la punta de la de Fiennes se clavó sin querer sobre el párpado de Lewis.
–¿Estás bien?– le preguntó Fiennes en un susurro.
–Decime que todavía tengo el ojo– respondió él.
Era un corte grande, y sangraba mucho. El público bramaba. Pensaban que era parte del libreto y que la sangre era falsa. Pero Lewis siguió adelante hasta el final de la obra. Sólo entonces fue llevado al Hospital, donde le dieron seis puntos. Así es ese hombre nacido en Londres en el seno de una familia de clase alta el 11 de febrero de 1971: resiliente y a prueba de todo, como los soldados que lo hicieron famoso.
Algo de eso vio en él Steven Spielberg cuando lo descubrió en esa obra y lo fichó para la miniserie épica que planeaba hacía tiempo con Tom Hanks sobre el grupo de paracaidistas que descendió y capturó el Nido del Águila de Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Más tarde se reunirían con él para ofrecerle el papel del Teniente Winters, pero con una condición: “¿Estás dispuesto a internarte el mes que viene en un campo de entrenamiento?”
Lewis dice que eso fue lo que lo hizo pasar de ser un “budín de arroz” a un “tallo de apio”; la transformación que convirtió a ese culto actor de teatro en el pelirrojo más sexy de la televisión. Pero fue en el teatro donde ese chico criado en el colegio de los reyes, Eton, conoció al amor de su vida, Helen McCrory, en 2003. Justo cuando se consolidaba como un actor de renombre, él acababa de perder a su madre adorada en un accidente de auto; nadie lo sabía, pero estaba devastado por dentro. Ella le devolvió la alegría. Le llevaba dos años y compartían cartel en Cinco anillos de oro, en el West End londinense. La actriz de Harry Potter, James Bond y Peaky Blinders siempre dijo que la conquistó el sentido del humor de su marido. Su fama creció a la par, fueron por casi 20 años, una power couple.
Cuando recibió el guión de la obra basada en el libro de Joanna Laurens, Lewis ya estaba viviendo en Los Ángeles. Su infancia acomodada, con vacaciones periódicas en los Estados Unidos, le había dado una versatilidad infrecuente para un actor británico: podía pasar por americano sin que nadie notara su acento. Pero no le llegaban propuestas de papeles atractivos y la idea de volver al teatro y en casa lo tentó. Nunca había visto personalmente a McCrory, pero estaba seguro: la protagonista femenina tenía que ser ella. Él mismo la llamó para convencerla de que aceptara.
Cinco anillos de oro fue un fracaso absoluto de público, y los dos solían bromear al respecto. “Creo que sólo le gustó a mi madre”, dijo ella hace años en una entrevista con el Daily Mail. Pero encontraron algo mejor que una buena crítica: se gustaron ellos.
Se casaron en julio de 2007, después de tres años de novios. No intercambiaron anillos de oro, sino de titanio. El tipo de metal más duro y resistente, aunque sea mucho más liviano que el acero. El tipo de amor más fuerte que la vida, aunque no se la tome nunca demasiado en serio.
Su historia fue de libertad, pasión, entendimiento y un humor a prueba de todo. En sus 15 años de matrimonio no hay una sola imagen, ni una sola entrevista en donde se los vea tensos, solemnes o distantes. Tampoco tristes. Ni siquiera en el final, cuando ya era obvio que el cáncer de mama contra el que McCrory luchó desde el comienzo de la pandemia iba a ganarles la partida.
Se instalaron en Inglaterra. Ella tenía, como él, ascendencia galesa, y era hija de un diplomático, por lo que había girado por el mundo durante toda su infancia. No querían eso para sus hijos, que llegaron pronto. Además, él es muy cercano a sus tres hermanos, y tampoco les cerraba la idea de que los chicos crecieran lejos de ellos y de sus primos. Amaban las grandes reuniones familiares, el ruido de las risas infantiles, y también de los adultos. Su hija Manon nació en 2006, unos meses antes del casamiento en el registro civil de Kensington y Chelsea. Ella estaba embarazada del segundo, Gulliver. El festejo fue en un restaurante de King’s Road, ante apenas once íntimos. “La luna de miel duró un día –dijo McCrory–, pero fue muy romántica”.
Hicieron un pacto: iban a acompañarse en sus proyectos, pero nunca aceptarían grandes trabajos al mismo tiempo, así uno de los dos siempre podía estar en su casa, con sus hijos. En 2016, por ejemplo, Damian rechazó una oferta importante en los Estados Unidos para que Helen pudiera protagonizar el drama televisivo Fearless. Lo contó ella: “¡Él me apoya tanto! Más todavía que yo a él. Fue él el que me dijo que tenía que hacer Fearless. Le dije que era imposible, porque él iba a estar en América filmando Billions, que en diez años yo siempre me había quedado con los chicos cuando él se iba a un rodaje. Pero respondió: ‘Está bien, ahora puedo quedarme yo, por supuesto’”.
Alguna vez él le dijo a Vogue que siempre había tenido la fantasía de una familia feliz y perfecta: “Asados los domingos, recibir amigos, paseos con el perro. Todavía no tenemos perro, pero es parte de la fantasía que creció en mi cabeza junto a la fantasía de enamorarme de una actriz hermosa y talentosa y llevármela a París para proponerle casamiento…”. “¿Y estás contento de cómo resultó tu plan?”, se río ella. Más allá de los chistes, lo sabía perfectamente, Lewis es un tipo empecinado en cumplir cada uno de sus sueños, y en disfrutar de todos, por el tiempo que duren. “Siempre perseguí mis fantasías. Nunca estuve interesado en que fueran sólo eso. Y tomaban una forma tan real en mi mente que no podía hacer otra cosa que ir tras ellas”, le dijo a Vogue en 2013.
En esa misma entrevista los dos bromean acerca de su imagen de pareja perfecta. “¡Dios mío! Encima me agarrás de la mano, ¡me siento en una película de Rob Reiner!”. “Parece que estuviéramos aplicando para una visa y que en cualquier momento el evaluador va a decirnos que no cree que somos un matrimonio legítimo!”. Así eran todo el tiempo.
En otra oportunidad, en la alfombra roja del Teatro Nacional de Londres para una entrega de premios –recibieron muchos, los dos, además de la Orden del Imperio Británico que les fue otorgada a ambos por su trayectoria–, ella lo mira y le dice ante las cámaras: “Creo que el traje te queda mejor que a cualquier otro hombre que haya conocido”. “¿Esto significa que querés que lave los platos por una semana?”. Ella lanza una carcajada: “No, mi amor, sólo que te ocupes de leerle los cuentos de buenas noches a los chicos”.
No quisieron que trascendiera que Helen estaba enferma. Durante todo 2020 y hasta un mes antes de su muerte dieron notas juntos y promovieron desde sus redes la campaña para que los restaurantes de Londres sirvieran de comer al personal de salud. En la última entrevista que dieron por zoom, para el programa Good Morning Britain, a ella se la veía débil y desmejorada, apenas con un hilo de voz. “¿Estás bien, Helen? Se te nota un poco disfónica, ¿te duele la garganta?”, quiso saber la presentadora. “Bueno, ¡tengo hijos!”, bromeó ella.
Apenas seis semanas después, el 16 de abril de 2021, Lewis confirmaría la muerte de su mujer, de 52 años: “Con el corazón roto, tengo que anunciar que tras una heroica batalla contra el cáncer, la bella y poderosa mujer que es Helen McCrory ha muerto en paz, rodeada de una ola de amor de sus amigos y familiares. Murió como vivió. Sin miedo. Dios la ama y sé lo afortunados que somos por haberla tenido en nuestras vidas. Ahora volá, chiquita, andá hacia el aire. Gracias por todo”.
También contó entonces una intimidad que pintaba a esa mujer “brillante, curiosa y divertida” que había amado más que a nadie: “Nos exhortó a ser valientes y no tener miedo. Les repetía a los chicos: ‘No estén tristes, porque aunque esté a punto de estirar la pata, viví la vida que quise’”.
Desde aquella declaración, el actor se abocó a las grabaciones de Billions y a sus hijos con la resiliencia de soldado que lo caracteriza, y se llamó a silencio. Hasta hace un par de semanas, cuando habló por primera vez en público de su gran amor. Ante las 900 personas que asistieron al National Theatre para una velada en homenaje a McCrory, Lewis dijo: “Esta noche está dedicada a ella y es perfecta, porque Helen amaba este teatro. Fue una persona cuya gloria permanecerá para siempre; y eso nadie puede quitárselo”. Después leyó los versos finales de un poema del irlandés Derek Mahon cuyo título los define: “Todo va a estar bien”.
El auditorio emocionado en el que se encontraban Manon y Gulliver, de 15 y 14 años, lo oyó declamar entonces una frase que es parte de la esencia de aquel joven actor que sangró en el escenario hasta el final de la obra sin nunca perder la compostura ni el humor: “Habrá muertes, pero no hace falta hablar de eso… El sol siempre vuelve a salir pese a todo… Todo va a estar bien.”
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