Pasaron dieciocho años, pero el recuerdo del incidente y sus réplicas siguen ocupando las portadas de los sitios de rumores y actualidad del showbiz. Y más ahora que acaban de anunciarse los dos equipos que competirán en el Super Bowl 2022. La gran fiesta nacional “de facto” de los Estados Unidos, que enfrenta a los finalistas de la liga nacional de fútbol americano –NFL, por sus siglas en inglés–, y este año tendrá lugar el 13 de febrero próximo, fue escenario en 2004 de lo que las redes rápidamente bautizaron como #Nipplegate.
Parecía que era otro clásico el de ese primer domingo de febrero, las hinchadas de los Patriots y los Panthers con los colores de su equipo hasta en la cara, rugiendo en la platea; los comerciales más caros y creativos en cada corte; y 140 millones de personas siguiéndolo todo en vivo por TV. Parecía que era otro clásico, hasta que, al final de la performance que dieron juntos en el entretiempo, Justin Timberlake le arrancó el top a Janet Jackson y dejó al descubierto frente a ese público ultra masivo y familiar el pecho derecho y, en especial, el pezón de su partenaire.
Las cámaras de la CBS pasaron de inmediato a un plano general del estadio, pero ya era tarde: el mundo entero había visto el gag y todavía se estaba preguntando qué había pasado, mientras los portales ampliaban la imagen para revelar una pezonera dorada en forma de sol ajustada sobre un piercing.
Que el escándalo de ese pezón que nunca se vio realmente siga sin resolverse casi dos décadas más tarde, parece por lo menos anacrónico. Más cuando la catalana Rigoberta Bandini acaba de cerrar su participación en Benidorm Fest –el concurso de la televisión española para elegir a la canción representante de ese país en Eurovisión, que Bandini perdió frente a la artista Chanel– como la favorita del público, en topless y junto a la escultura de una teta de más de tres metros como gran estrella de su escenografía. En su tema-himno, Ay, mamá, lo dice bien clarito: “No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas, sin ellas no habría humanidad ni habría belleza”, y propone a las mujeres que “paremos la ciudad sacando un pecho afuera al puro estilo Delacroix”.
Pero para el puritanismo americano –tanto o más tradicional que el Super Bowl–, la teta de Jackson debía ser tapada, y la duda permanece hasta nuestros días: ¿El #Nipplegate fue un accidente de vestuario, como explicaron algunos de sus protagonistas por entonces –dando lugar a una expresión que trascendió como meme, “wardrove malcfuntion”–; o fue un efecto publicitario planeado que salió mal?
Hace unos años, el periodista Josh Peter reconstruyó aquel momento para USA Today. Según versiones de las fuentes cercanas que consultó, la coreografía se pautó minutos antes de salir a escena, en los camarines del estadio: la propia Janet le habría pedido a Timberlake que le quitara la parte superior de su traje de vinilo negro en el momento exacto en que el tema Rock your body –que compuso el hoy marido de Jessica Biel– dice: “I’m gonna have you naked by the end of this song” (“Voy a tenerte desnuda para cuando termine esta canción”).
Esa nota, que cita al diseñador ecuatoriano Marcello Garzón, a la ejecutiva de la NFL a cargo de la transmisión, a la entonces productora responsable de MTV, al director de la agencia norteamericana de Comunicaciones (FCC), y hasta al piercer que asegura que el estilista de Jackson le encargó la pezonera en la misma semana del show –y se llevó una sola pieza del par, mientras le aseguraba que iba a tener una sorpresa de gran repercusión en el intervalo del Super Bowl–, cuenta también que, apenas terminó la performance, el equipo de producción festejó. Se suponía que todo había salido de acuerdo a lo planeado cuando comenzaron a llegar las primeras repercusiones negativas.
¿En serio ella le había pedido a Timberlake que hiciera eso? ¿Por qué él había aceptado?, fueron las dos preguntas que se hicieron incluso los jugadores esa noche. Y en un abrir y cerrar de ojos, lo que parecía otro clásico primer domingo de febrero se convirtió en un caso testigo de comunicación de crisis y control de daños. Con consecuencias muy dispares para sus protagonistas, eso sí. Porque las cosas fueron francamente diferentes para Janet que para Timberlake después de aquello.
Todo escándalo pide sangre y cabezas que rueden para calmar la indignación colectiva. La lectura actual entiende que era más fácil que esa sangre fuera de una artista afroamericana que además cargaba el peso de ser la hermana de un ídolo como Michael Jackson, que empezaba a ser cuestionado seriamente por primera vez tras la difusión del documental Living with Michael Jackson (2003), donde aseguraba que compartía la cama con niños de una manera “no sexual”.
El #Nipplegate sirvió así también para canalizar la bronca de una sociedad que había naturalizado el abuso del cantante de Thriller y que todavía estaba en proceso de juzgarlo. La mirada racista era evidente: aunque se blanqueara la piel y fuera parte de la créme de Hollywood, Michael Jackson seguía “actuando como un negro”, y Janet también.
El resultado inmediato fue una combinación de ese racismo y de la misoginia más básica: poco importaba si Timberlake había tirado del top, era Janet la que se lo había dejado sacar. Es más, él se había portado “como un hombre”, pero ella no era una mujer decente, sino una prostituta que vendía su cuerpo en el show más visto de la televisión, donde el valor de 30 segundos publicitarios asciende nada menos que a US$6 millones.
Janet Jackson perdió la mayoría de sus contratos y su música fue cancelada de las radios y canales de televisión; y aquel instante en una carrera que por entonces cumplía treinta años determinó una caída de la que nunca pudo recuperarse. La de Timberlake, en cambio, pareció propulsarse: su popularidad aumentó exponencialmente junto a las cifras de ventas de sus discos.
En 2006, la artista se confesó ante Oprah Winfrey. Sentía que “todo el énfasis” tras el incidente se había puesto en ella, “al contrario de ‘en nosotros’”. Cuando la presentadora le preguntó si Timberlake la había dejado sola, Janet respondió: “En cierto grado, sí”.
La desigualdad de trato era tan grande, que aunque los dos se habían disculpado públicamente, a él le bastó con eso para ser bienvenido en los Grammy a los que ella dejó de ser invitada. Timberlake se llevó los dos premios gordos de esa edición: Álbum del Año y Mejor Álbum Vocal Pop. Hasta MTV, la cadena responsable de la producción en 2004, dejó de emitir los clips de Jackson, y no los de Justin. El volvió incluso a ser la atracción del Super Bowl, en 2018, como un héroe; aunque algo había cambiado para siempre desde el segundo fatal del #Nipplegate: el partido ya no se transmitía en vivo, sino con un pequeño delay preventivo, para salvar momentos como aquel.
Pero la primera gran diferencia está en el origen de la comunicación de la crisis, en la que, como dijo Jackson, estuvo “en cierto grado” sola desde el comienzo. En la misma noche del show, Timberlake pidió perdón por lo ocurrido: “Lamento si alguien se sintió ofendido por la falla de vestuario (wardrobe malfunction) durante la performance del entretiempo en el Super Bowl. No fue intencional, y es lamentable”. Lo hizo junto a MTV.
Jackson, por su parte, sólo habló a través de sus representantes, que dijeron que la cantante se disculpaba por el incidente. Recién al día siguiente emitió un comunicado en el que aclaraba que “la revelación del vestuario” –no un error involuntario, como afirmaba su compañero– se había pautado en los ensayos finales. Hacía extensivas sus disculpas a los responsables de MTV, la NFL y la cadena CBS: “Ninguno de ellos estaba al tanto”, afirmaba. Lo del grado en que estuvo sola es discutible, aunque ella misma haya tratado de minimizarlo.
El año pasado, por fin pasaron tres cosas: por un lado, y en reacción al documental sobre la ex novia de Timberlake, Framing Britney Spears (2021), en que se lo trataba de tóxico y se especulaba con que había sacrificado a la princesa del pop después de su ruptura, para aprovechar su lugar de chico bueno engañado –desde lanzar el video Cry me a River, hasta contar en la radio que la había desvirgado, mientras ella era asediada por la prensa que le pedía explicaciones sobre por qué había lastimado a ese hombre perfecto–, Timberlake hizo un extenso posteo en su cuenta de Instagram, en el que pidió perdón ya no a su público, sino a dos mujeres: Spears y Jackson.
“Lamento profundamente las veces en mi vida en que mis acciones contribuyeron al problema, cuando dije cosas fuera de lugar, o no alcé la voz para decir lo correcto. Entiendo que dejé mucho que desear en esos momentos y en muchos otros y que me beneficié de un sistema que absuelve a la misoginia y al racismo”, escribió.
“Específicamente quiero pedirle perdón a Britney Spears y a Janet Jackson en forma individual, porque me importan y las respeto, y sé que les fallé. [...] Esta conversación es importante [...]: La industria está fallada. Predispone al éxito de los hombres, y en especial de los hombres blancos. Está diseñada para eso. Como hombre en una posición privilegiada, tengo el deber de hablar. Por culpa de mi ignorancia, no fui capaz de reconocerlo cuando pasaba en mi propia vida, pero no quiero volver a beneficiarme nunca más mientras se destruye la imagen de otros”.
Por otra parte, el estilista de Jackson a cargo del look de la cantante el día del #Nipplegate, Wayne Scot Lukas, reveló en una entrevista con Page Six que aquel show no sólo había sido planeado hasta el último detalle, sino que fue idea de Timberlake. “Justin presionó para que esa falla de vestuario ocurriera porque buscaba superar el beso de su ex, Britney, con Madonna y Christina Aguilera, que había cautivado al mundo apenas unos meses antes en los MTV Video Music Awards. Él mismo insistió en que quería hacer algo más grande que esa actuación, quería mostrar algo”, dijo Lukas, para quien aquello estuvo lejos de ser un error: “Fue el vestuario mejor preparado de la historia. Como estilista, creo que el look sirvió para lo que estaba destinado a hacer”.
Y, por último, The New York Times, responsable del documental sobre Spears, estrenó en noviembre último Malfunction: The Dressing Down of Janet Jackson, en el que plantea cómo la industria se encargó de anular la carrera de Jackson mientras impulsaba la de Timberlake. Ahora, es la propia cantante, de 55 años, quien habla sobre el tema en un nuevo documental de A&E y Lifetime que la retrata en dos episodios y acaba de estrenarse: Janet.
“Honestamente, todo esto se salió demasiado de proporciones. Por supuesto que fue un accidente que no debió ocurrir, pero todos siguen buscando a quién culpar y eso tiene que terminar también”, declara con una compasión que nadie tuvo por ella. Entonces se dirige a su hermano Randy: “Hablamos una vez (con Timberlake), y me dijo: ‘No sé si debería salir y hacer una declaración’. Y yo le dije: ‘Escuchame, no quiero ningún drama para vos. Están enfocando todo esto hacia mí. Si yo fuera vos, no diría nada’”.
“Justin y yo somos buenos amigos, y siempre vamos a serlo –agrega después–. Hablamos hace unos días. Él y yo superamos aquello, y es hora de que lo hagan todos los demás también”.
En un mundo en el que la cancelación está a la vuelta de la esquina, que una artista cancelada por las razones más injustas no quiera lo mismo para quien se benefició con eso, ahora que se dio vuelta la tortilla, debería ser un ejemplo y un llamado de atención.
No todo es blanco o negro, y nada se soluciona con apagar una voz. Por lo general es al revés, lo que hace falta es subir el volumen para que todas las voces sean escuchadas. La cultura que silencia, parecen entender Janet y Justin, no es tan distinta del puritanismo que necesita tapar una teta, y la vigencia de este escándalo y de la fiebre incesante por encontrar culpables invita a romper de una vez con ambas.
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