Hacía mucho calor. Jane de 9 años, Arnna de 7 y Grant de 4, consiguieron que su madre les diera permiso para ir hasta la playa de Glenelg, en Australia. Les resultaba muy divertido jugar en la arena y bañarse en el mar. Además, el lugar estaría repleto de gente y de adolescentes surferos y, en colectivo, demorarían solo cinco minutos en llegar. Ya lo habían hecho muchas veces y Jane, la hermana mayor, había demostrado ser muy prudente. Era una época en donde no pasaba nada, y en las pequeñas localidades los niños se movían sin miedo.
Su madre los acompañó hasta la parada de ómnibus. Los vio subir al transporte a las 8.45 de la mañana. Se despidieron por un rato. Era el miércoles 26 de enero de 1966. Jamás volvió a verlos.
Han pasado cincuenta y seis años desde que los tres hermanos Beaumont desaparecieron en la playa de Glenelg, cerca de la ciudad de Adelaida, a plena luz del día y a la vista de todos, pero su caso aún conmueve a los australianos.
A jugar en la playa
Jane, Arnna y Grant Beaumont vivían con sus padres, Grant “Jim” Beaumont (ex militar y taxista) y Nancy Ellis, en la calle Harding en Somerton Park, un suburbio de la ciudad Adelaida, en Australia. Jane y Arnna estudiaban en la Escuela Primaria Paringa Park.
Glenelg Beach era la playa más popular para los habitantes de la zona. El martes 25 de enero, en medio de una intensa ola de calor, Jim llevó en su auto a sus hijos a la playa. Los dejó allí con recomendaciones y siguió con su viaje de trabajo hacia Snowtown. Jane, la hija mayor, estaba acostumbrada a cuidar a los dos hermanos menores y era muy responsable. Dejarlos sin la supervisión de un adulto no era una preocupación de la época. Ese día, en apariencia, todo marchó bien y regresaron a casa.
El miércoles 26, se festejaba el Día Nacional de Australia. Amaneció muy caluroso y los hermanos quisieron repetir la salida. Le rogaron a su madre volver a la playa situada a tres kilómetros de su casa. Nancy les dijo que sí, pero les hizo prometer que volverían al mediodía para almorzar. Los acompañó hasta el colectivo y los despidió a las 8.45.
Jane tenía puestos su traje de baño enterizo rosa, un short verde, zapatillas de lona y llevaba el libro Mujercitas; Arnna salió con un traje de baño de una pieza colorado debajo de una remera y shorts y Grant iba un traje baño verde y blanco con rayas verticales, debajo de unos shorts, no tenía remera, y en los pies usaba unas sandalias playeras rojas.
Cuando al mediodía los hermanos no volvieron en el horario previsto, Nancy dedujo que habrían perdido ese ómnibus. Seguro vendrían en el siguiente. Pero no. Cuando tampoco aparecieron a las 14.30, sus alarmas se dispararon. Jim regresó de forma anticipada de su trabajo cerca de las 15. Decidieron que él fuera a buscarlos a la playa que estaba repleta de gente. Nancy se quedaría en casa esperándolos. Pero Jim no pudo localizarlos. Entonces, ambos salieron a rastrearlos por las calles y casas de amigos. Nada. Ni un solo rastro de ellos. Pasadas las 17.30 fueron a la policía y angustiados denunciaron que no podían encontrar a sus hijos por ningún lado.
No sabían, en ese momento, que la ausencia sería eterna.
Un hombre rubio y un montón de testigos inútiles
La policía organizó rápidamente una búsqueda en la playa y las áreas adyacentes, basándose en la idea de que podían estar perdidos o jugando, por ahí, distraídos. La búsqueda se extendió luego a los médanos, al mar y a los edificios cercanos. Siguieron por el aeropuerto, las líneas de trenes y las rutas interestatales. Ya, entonces, empezaron a temer un secuestro por pedofilia.
En veinticuatro horas toda la nación estaba informada y conmovida por el caso. Al tercer día, el 29 de enero, el Sunday Mail tituló: “Se teme un crimen sexual”. Ese mismo día fue drenado el puerto de Patawalonga, después de que una mujer le dijera a la policía que, el 26 de enero a las 19 horas, había hablado allí con tres niños parecidos a los Beaumont. Todo fue inútil.
Los investigadores hicieron un listado con los artículos que llevaban los menores. Sumaban diecisiete ítems en total, incluyendo ropa y toallas. Ninguno de esos elementos fue hallado jamás.
Lo que sí se supo es que los chicos habían llegado a la playa. Varios testigos declararon haberlos visto en compañía de un hombre alto, rubio y de cara delgada. Lo describieron con la tez bronceada, de físico atlético y de unos 30 a 35 años de edad. Dijeron que ese hombre estaba en traje de baño y jugaba con ellos, que luego se tiró en la playa mientras los miraba entretenerse. Que los chicos parecían relajados y divertidos. Incluso el hombre se habría acercado a uno de los testigos para preguntarle si alguien había estado cerca de sus pertenencias, ya que le “faltaba” su dinero. Luego, ese mismo hombre, se fue a cambiar y los chicos lo esperaron. El grupo fue visto yéndose de la playa alrededor de las 12.15 del mediodía.
Los Beaumont estaban sorprendidos con estos relatos porque sus hijos, y sobre todo Jane, eran muy tímidos. Que jugaran con tanta confianza con un extraño les parecía sumamente raro. La teoría policial fue que los chicos quizá habían conocido a este personaje en sus visitas anteriores a la playa y, obviamente, confiaban en él. Un comentario casual, que había hecho Arnna en casa, abonaba esa hipótesis. Ella le había dicho a su madre que Jane había “conseguido un novio en la playa”. Nancy Beaumont pensó, en ese momento, que su hija del medio se refería a un compañero de juegos de la misma edad y no le prestó demasiada importancia. Después de la desaparición, recordó el comentario y sintió un escalofrío.
Hubo más testigos que dijeron haberlos visto en las inmediaciones de la playa: en la Reserva Colley y en la pastelería Wenzel’s Cake, de la calle Moseley. El señor de la pastelería informó que Jane había comprado empanadas y un pastel de carne con un billete de una libra australiana. Este hombre conocía muy bien a los niños y relató que nunca antes habían comprado un pastel de carne. Además, Nancy Beaumont contó que solo les había dado 6 chelines y 6 peniques para el boleto de colectivo y para que tomaran o comieran algo. ¿Ese billete de 1 libra de dónde había salido? ¿Para quién era el pastel de carne?
La policía creyó que esto era un claro indicio de que había otra persona con ellos que les dio el billete y comió el pastel.
Un testigo ocasional confundió a la policía porque dijo que había visto a los pequeños caminando solos a las tres de la tarde en dirección a su casa. Era un cartero que conocía a los Beaumont y sostuvo que iban “tomados de la mano y riendo”. Dos días después, este mismo cartero, volvió a contactarse con la policía para admitir que podía estar equivocado, que quizá los había visto por la mañana o el día anterior.
Varios meses después, una mujer informó que la noche de la desaparición, un hombre, acompañado de dos niñas y un niño, ingresó a una casa vecina que ella creía vacía. Más tarde había visto al niño caminar solo por un camino donde un hombre lo perseguía y lo retenía con rudeza. A la mañana siguiente, la casa parecía estaba desierta, dijo. No se entiende porqué esta mujer demoró tanto en declarar.
Cartas esperanzadoras
Los avistajes mencionados no tuvieron mucha relevancia para los detectives porque no pudieron hallar ni una sola huella, en ningún sitio, de los chicos o del adulto que supuestamente los acompañaba.
Los medios de comunicación de Australia se volcaron a difundir la noticia de la desaparición, a divulgar teorías y a contar historias sobre los sospechosos. El caso, a pesar del interés de la gente, terminó por enfriarse por la ausencia de pistas.
Dos años después de la desaparición, los padres de los Beaumont recibieron dos cartas que habrían sido escritas por Jane y una tercera, por un hombre. La policía creyó, en ese momento, que las cartas podían ser auténticas luego de compararlas con otras escritas por la pequeña de 9 años. La carta del hombre sostenía que se había designado a sí mismo “guardián” de los niños y que estaba dispuesto a devolverlos a sus padres. Puso un lugar y día de reunión. Jim y Nancy Beaumont fueron al sitio pactado con un detective. No apareció nadie. Se fueron con el corazón encogido.
Tiempo después, llegó una tercera carta firmada por la supuesta Jane. Decía que el hombre había estado dispuesto a devolverlos, pero que cuando se dio cuenta de que había un detective en el lugar, decidió que los Beaumont habían traicionado su confianza y que se quedaría con los niños. Se acabaron las cartas.
En 1992, exámenes de expertos peritos calígrafos demostraron que las cartas habían sido un engaño. Las huellas digitales pudieron rastrearse hasta un hombre de 41 años que, al momento de escribirlas, había sido un tonto adolescente “pretendiendo hacer una broma”.
Abusadores y asesinos en la mira
En 1984, Bevan Spencer von Einem fue sentenciado a cadena perpetua por el asesinato de Richard Kelvin, de 15 años, hijo del presentador de noticias televisivas de Adelaida, Rob Kelvin. Los fiscales declararon públicamente que creían que von Einem tenía cómplices y que, posiblemente, estaba involucrado en muchos otros asesinatos en el pasado.
La policía creía que podía estar ligado con la desaparición de los hermanos Beaumont. El convicto se negó a cooperar. Durante la investigación sobre este sospechoso, la policía escuchó a un informante relatar una conversación en la que von Einem se habría jactado de haber secuestrado a tres niños de una playa. Según ese testigo no identificado, von Einem le habría dicho que los había llevado a su casa para hacer “experimentos”, que había realizado una “cirugía brillante” con cada uno de ellos y que los había “conectado”. Supuestamente, uno de los niños había muerto durante el procedimiento, por lo que había matado a los otros dos y, luego, había arrojado los tres cuerpos en unos matorrales al sur de Adelaida.
Los identikits policiales de 1966, se parecían mucho a von Einem. Según el detective de la policía de Adelaida, Bob O’Brien, este informante era confiable y había suficientes detalles para justificar una mayor investigación: se sabía que von Einem frecuentaba los vestuarios de Glenelg Beach y se mostraba como un perverso pedófilo interesado en niños. Pero se argumentó que cuando los Beaumont desaparecieron, von Einem era bastante más joven que el sospechoso que había sido visto en la playa con ellos. Ese sospechoso tenía entre 30 y 35 años y von Einem, 20. Tampoco coincidía, dijeron los peritos, las presas que von Einem solía acechar, con el perfil de los Beaumont.
Arthur Stanley Brown fue otro de los que estuvieron en la mira de los investigadores. En 1998, fue acusado de los asesinatos de las hermanas Judith (7) y Susan (5) Mackay, en Townsville, Queensland. Desaparecieron cuando iban a la escuela, el 26 de agosto de 1970. Sus cuerpos fueron encontrados, varios días después, en el lecho de un arroyo sin agua. Habían sido estranguladas y violadas.
En el primer juicio a Brown no se llegó a un veredicto; el segundo, no se llevó a cabo porque el acusado padecía demencia y Alzheimer. Brown murió en 2002. También es cierto que Brown tenía 53 años al momento de la desaparición de los Beaumont y esto, otra vez, contradice lo que declararon los testigos oculares en 1966.
Posibles culpables
James O’Neill fue encarcelado de por vida, en 1975, por el asesinato de un niño de nueve años en Tasmania. Un par de años antes, le había dicho al dueño de una estación en Kimberley, y a varios conocidos, que él era el responsable de la desaparición de los niños Beaumont.
El ex detective de Victoria, Gordon Davie, pasó tres años hablando con O’Neill para ganarse su confianza para un documental. Davie sostuvo que, aunque no había evidencia fehaciente que vinculara a O’Neill con la desaparición de los hermanos, estaba convencido de que él era el culpable. La policía del sur de Australia investigó a O’Neill y lo descartó como sospechoso.
Otro de los investigados fue Derek Percy, quien fue enviado a prisión por el asesinato de Yvonne Tuohy en 1969. Fue declarado loco, pero estuvo preso hasta su muerte en 2013. Fue sospechado de muchos otros crímenes de niños sin resolver, incluida la desaparición de los Beaumont. Al momento del hecho había estado en la zona y podría haberlo hecho. Pero, en 1966, Percy tenía diecisiete años. Era demasiado joven.
El 30 de agosto de 2007, la policía de Victoria solicitó con éxito el permiso para interrogar a Derek Percy en relación con los Beaumont pero, a raíz de su patología mental, no pudieron sonsacarle nada. El convicto dijo no recordar haberlo hecho.
En 2015, Allan Maxwell McIntyre (quien había sido investigado por la policía y exculpado por su participación en el caso Beaumont y murió en 2016) afirmó en una entrevista saber mucho del caso. Dijo que un hombre pedófilo buscado en el Sudeste asiático y que había conocido en 1966, había ido a su casa con los cuerpos de los niños Beaumont en el baúl del auto.
Ese hombre fue identificado como el empresario Alan Anthony Munro, un exjefe de exploradores que se había declarado culpable de diez delitos sexuales contra niños cometidos desde 1962. Por estos crímenes, fue sentenciado a prisión y podrá pedir la libertad condicional en diciembre de 2023.
En junio de 2017, los detectives de Adelaida recibieron una copia del diario del hijo de McIntyre, Andrew, escrito en 1966, que situaba al empresario Munro en las cercanías de la playa de Glenelg en el momento de la desaparición.
Andrew, que hoy pasa los 60 años y fue víctima de los abusos de Munro a los 8 años, escribió en ese diario que el día de la desaparición de los chicos, su padre y Munro llegaron a su casa muy nerviosos diciendo “mierda, mierda, mierda” mientras se agarraban la cabeza y que en el auto había sangre. Esos escritos fueron corroborados por su hermana Ruth en 2007, quien aseguró haber visto sangre en la camisa de su padre y tres cuerpos en el baúl del auto cuando su padre y Munro llegaron a su casa esa tarde.
Los hermanos están convencidos de que su padre y Munro fueron los responsables y que los cuerpos pueden haber sido descartados en un profundo sumidero en una de sus propiedades. Munro fue declarado culpable por abusar de varios niños, pero la policía no encontró pruebas de que hubiera estado involucrado en la desaparición de los Beaumont.
Una lista de pervertidos
Harry Phipps, propietario de una fábrica local y miembro de la élite social de Adelaida, llamó la atención como posible sospechoso después de la publicación de un libro, en 2013, titulado El hombre del satén, descubriendo el misterio de la desaparición de los niños Beaumont. Algunos datos volcados allí imprimieron nuevas energías al caso. Phipps tenía una semejanza sustancial con el retrato robot policial del hombre visto hablando con los niños en la playa, era rico y se sabía que tenía la costumbre de dar billetes de una libra australiana. Se sospechaba, además, que tenía tendencias pedófilas y vivía solo a trescientos metros de la playa de Glenelg.
En 2007, su hijo Haydn, que tenía quince años en el momento de la desaparición de los niños, se presentó a los investigadores con la afirmación de que había visto a los hermanos Beaumont en el patio de su padre ese día.
Otras dos personas, jóvenes al momento de los hechos, dijeron que Phipps les había pagado para cavar un pozo de dos metros en el patio de su fábrica ese fin de semana y aseguraron que no les había explicado para qué lo quería. En noviembre de 2013, un radar de penetración en suelos encontró una pequeña anomalía en el lugar que parecía indicar que allí había tenido lugar un movimiento de tierra. También revelaba la presencia de objetos desconocidos. Levantaron esa sección del piso, pero no encontraron nada. En febrero de 2018, después de una investigación privada patrocinada por Channel Seven de Adelaida, volvieron al lugar con una excavadora. Luego de nueve horas, encontraron huesos de animales y basura general. Un fracaso más.
Otro de los personajes siniestros en la mira fue el asesino de una escolar llamada Louise Belle, en 1983: Dieter Pfennig. El escritor Michael Madigan, autor de un par de libros sobre el caso, dice que este hombre debería ser investigado, aunque le reconoció a New Idea: “Dudo ya que el caso pueda ser resuelto, salvo que aparezca alguna confesión en algún lecho de muerte”. Y agregó: “Nadie puede imaginar el tormento que vivió esa maravillosa mujer, Nancy. Perder a sus tres hijos en esas circunstancias, pasar toda su vida esperando que volvieran (…) y morir sin saber jamás lo que pasó”.
El tiempo transcurrido, algunas impericias policiales de la época y la falta de tecnología de ese entonces, conspiraron contra la resolución del caso.
Padres... “huérfanos de hijos”
En el momento de la investigación, Jim y Nancy Beaumont recibieron un gran apoyo de la opinión pública. Tres hermanos desaparecidos, una familia diezmada y la brutal incertidumbre, mantuvieron durante décadas conmocionados a Australia.
El matrimonio no se movió de su casa, en Somerton Park, porque tenía la esperanza de que sus hijos regresaran. Nancy declaró, en diferentes entrevistas, que sería terrible si los chicos volvían y no encontraban a sus padres esperándolos. En febrero de 1967, Nancy dijo en público: “Cuanto más tiempo pasa sin saber nada, más esperanzas tengo de que estén con vida. Anoche soñé con ellos. Es la primera vez que sueño con algo... Era tan real. Soñé que tocaban la puerta de atrás, y eran los chicos. Me decían ‘Hola Ma’. Y yo les decía ‘¿Dónde han estado?’ Y después lloraba y me lanzaba sobre ellos para abrazarlos”.
Las teorías disparatadas que corrieron sobre el caso no hicieron más que seguir lastimando a los Beaumont. Qué los chicos habían sido víctimas de un culto satánico, que habían sido enterrados vivos accidentalmente mientras jugaban, que su madre había sido la responsable de lo ocurrido… Esa última versión fue demasiado traumática para Nancy. Por todo ello, los psiquiatras y psicólogos les aconsejaron no hablar más en público ni a la prensa. Algo que hicieron efectivo desde 1968.
La pareja se separó en la década del 80 y se divorció en los años ’90, pero siguieron informando sus direcciones sucesivas a la policía. En 2018, aceptaron que ya el caso no se resolvería y vendieron su casa, aquella donde habían vivido la única porción feliz de sus vidas.
Nancy Beaumont murió el 16 de septiembre de 2019, a los 92 años, en un geriátrico, aquejada de demencia.
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